Sekher Castle of Ludy Mellt Sekher

 

SANTA BEATRIZ DE SILVA

Santa Beatriz de Silva o
Beatriz de Silva y Meneses

Un Homenaje de MFRamos

POESÍA BIOGRÁFICA

LA PERLA DE CASTILLA

En la corte de Castilla
Don Juan II reinaba
unido a Doña Isabel
que de Portugal Infanta
dejó el reino Lusitano
por reinar en nuestra España
trayendo en su compañía
nobles y gentiles damas

Entre todas sobresale
por sus virtudes y gracia
Doña Beatriz de Silva
que está a la reina ligada
con los lazos de la sangre
y con la amistad más cara.

Es hija del Conde Ruiz,
Campo Maior fue su Patria
y el Reino de Portugal
la vio nacer tan galana,
que los Ángeles se alegran
y gozan al contemplarla
mirando en aquella niña
«ab initio» destinada
para ser el gran apóstol
de Maria Inmaculada.


Era bella como un ángel
discreta como una santa,
humilde cual la violeta
y gentil como la palma.

En la corte se educó
de la corte idolatrada,
y si es hermosa en el cuerpo
lo es mucho más en el alma.

Es la perla más preciosa,
es la joya más preciada
de la familia de Silva
ilustre, noble y preclara.

Tal portento de belleza
los corazones robaba
y aunque no lo pretendía
en su amor los cautivaba.

Los más nobles caballeros
su mano solicitaban
y amála con la pasión
con que la vida se ama.

Todos desean su amor
todos la obsequian y ensalzan
y hasta deseaba verla
el castellano Monarca.

Pero la casta doncella
ángel de pureza rara
que a Jesucristo su Esposo
y a María Inmaculada
ha consagrado su amor
su corazón, cuerpo y alma
cierra sus castos oídos
a toda lisonja vana
y desprecia generosa
las amorosas demandas.

Mas entre los caballeros
que con ardor anhelaban
conquistar el corazón
de la encantadora dama
se suscitaron disputas
y pasiones encontradas
en duelos y desafíos
los cruzáronse las espadas.

La reina ve con disgusto
cuanto en el palacio pasa
y decreta en su interior
por los celos dominada,
castigar aquella dama
cuya vida está sin tacha
y es dechado de virtud
y rica en virtudes altas.

LA BELLA PRISIONERA

Sigamos por un momento
a la dama portuguesa
envuelta graciosamente
en su túnica de seda
descansa sobre sus hombros
blonda y rubia cabellera
mientras que luce en su pecho
un collar de ricas perlas.

Es de noche y silenciosa
en su aposento penetra
y comienza a despojarse
de sus galas y preseas.

Las arroja con desdén
sobre la dorada mesa
que es nada a su corazón
todo cuanto el mundo encierra.

¿Por qué, su hermoso semblante
que siempre bondad revela
hoy parece que le cubre
una nube de tristeza?

¡Oh!, no es extraño, es un ángel
y su centro no es la tierra,
vive muriendo en el suelo
y solo volar anhela
a la región de la paz
a las moradas eternas.

Una imagen de Maria
en aquella estancia regia
ocupa un sitio de honor
un lugar de preferencia.

Ante sus plantas se postra
y aquesta plegaria eleva
que los ángeles recogen
y entre sus alas la llevan.

‘¡Oh, Maria Inmaculada!
Faro y luz de mi existencia,
tú bien conoces, Señora,
de mi corazón las penas,
tú sabes que me es dolor
todo lo que amar no sea
a Jesucristo mi Esposo
y a ti, Madre de clemencia’.

Más de pronto oye pisadas
de pasos que ya se acercan,
¿quién será a tan altas horas
pregunta con extrañeza?

De la princesa Isabel
aparece la silueta
pensativa y silenciosa
que algún misterio revela.

Al verla corre a su encuentro
y le pregunta risueña:
‘¿qué busca su majestad
en qué puedo complacerla?’

Su corazón se estremece
al ver la actitud severa
de la reina que le dice
con voz apagada y seca:

‘Venid al punto y seguidme’
y la joven con presteza
sigue humilde y silenciosa
de su señora las huellas.

Cruzando largos pasillos
y habitaciones muy regias
llegan por fin a una sala
desamueblada y desierta
en donde está preparada
una arca grande y abierta.

La reina comienza a hablar
con acento que revela
la mal comprimida ira
que allá en su pecho se encierra.

‘Vos, le dice, bien sabéis
las riñas y las contiendas
que ha ocasionado en la corte
vuestra singular belleza.

Para que reine la paz
y cesen ya las querellas
quiero en esta arca encerraros
y dejaros prisionera’.

La palidez de la muerte
cubre de la virgen bella
el semblante virginal
más puro que de azucena.

Y cruzan rápidamente
por su clara inteligencia
las pruebas de la amistad
que a su prima siempre diera.

Quiere en aquellos momentos
justificar su inocencia
mas se anuda su garganta
y enmudecida se queda.

Tras unos breves instantes
de su turbación repuesta
le dice con tono dulce,
con voz que apaga la pena:

‘Vos sabéis, noble señora,
que jamás lugar yo diera
a semejantes disputas
de que ignorante estuviera.

No me creo responsable
de actos y faltas ajenas
pues viviendo en mi retiro
nunca di lugar a ellas.

¿Por qué queréis castigarme
con crueldad tan severa?
Como reina os respeté
y cual madre con terneza
de mi cariño filial
tenéis evidentes pruebas.

Desistid de vuestro empeño
de esa aberración funesta
que acabará los días
de vuestra noble existencia’.

Nada logra, nada obtiene
con esta humilde protesta
la reina está inexorable
y manda que la obedezca.

Alza los ojos al cielo
la castísima doncella
y sin dar un solo grito
que aquel crimen descubriera
con resignación de santa
sin exhalar una queja,
atravesando la estancia
en la fatal prisión entra
do sabe que va a encontrar
y conoce que le esperan
las angustias más atroces
y muerte segura y cierta.

La reina, súbitamente
con candado el arca sella
y se aleja presurosa
dejando todo en tinieblas.




LA APARICION

Tranquila está la noche y silenciosa,
la luna clara en el espacio brilla,
las estrellas cual lámparas candentes
lanzan al aire luminosas chispas.

Noche esplendente y de misterios llena,
impregnada de amor y poesía,
en que el alma se eleva a lo infinito
gozando de la patria ya las dichas..

Mas sin embargo sus tranquilas horas
son las horas terribles de agonía
para la hermosa dama que encerrada
en oscura prisión está cautiva.

Con las manos cruzadas sobre el pecho
la muerte espera con la faz tranquila;
solo siente en sus últimos momentos
no tener en su pecho el Pan de Vida.

El llanto amargo que sus ojos vierten
abrasa como lava sus mejillas
y sus labios murmuran oraciones
que la fe y el dolor tan sólo inspiran.

Dulces recuerdos a la par que tristes
su corazón desgranan y aniquilan
¿por qué permite el celestial Esposo
que sabe la inocencia de su vida
que sea tan vilmente calumniada
y condenada a muerte tan indigna?

El aire falta a su cansado pecho
y la sed con el hambre la fatigan;
nadie viene a prestarle sus favores
y es ya la noche del tercero día.


Noche terrible y de temores llena
do sola se halla y con dolor suspira
y espera con la luz de la mañana
el fin ya triste de su preciosa vida.

Mas de pronto se yergue y delirante
una súplica ardiente al cielo envía
a Aquella que es estrella de los mares
y siempre fue su amparo, luz y guía:

‘Ven, le dice, ¡oh, Madre Inmaculada’,
ven a salvar a esta tu pobre hija,
en cambio yo te ofrezco Virgen Santa
la joya de más valor y estima:
es mi virginidad que te prometo
guardarla todo el resto de mi vida’.

Al ruego humilde de su amante sierva
la Virgen Madre su piedad inclina
y a la prisión desciende más hermosa
que la luna y estrella matutina.

Su vestido es más blanco que la nieve
bordado con primor en pedrería
y su manto azulado como el cielo,
sus virtudes y gracia simbolizan.

Lleva en sus brazos al divino Infante
que en la dulce expresión de su sonrisa
envuelve a Beatriz en un océano
de puros gozos y celestiales dichas.

La Virgen habla y con amor le dice:
‘no temas Beatriz, no temas hija,
victoriosa saldrás de aquesta cárcel
con mi amor y mi amparo defendida.

Grandes cosas harás para la gloria
del misterio que más amas y admiras’.
Con amor Hijo y Madre la bendicen
dejando de esperanza su alma henchida
y cual nube de incienso que se eleva
al cielo sube la visión bendita.

Beatriz, confortada en cuerpo y alma
recobra su valor y su energía
y en oración ferviente la encontraron
los nuevos rayos de la luz del día.

Entretanto en la corte se notaba
la ausencia de mujer tan peregrina,
la bella dama de las trenzas de oro
de faz hermosa y candidez de niña.

Un anciano y antiguo caballero
que era tío de la egregia perseguida
a la reina pregunta y enseguida
ésta le dice: ‘Venid si queréis verla
yo os la mostraré muerta, no viva’.

Llegan al arca y con su mano trémula
levanta la tapa y con asombro mira
llena de resplandores y belleza
a aquella que cadáver ya creía.

Exhalando vivos destellos de gloria
en la mágica luz de sus pupilas
sale de la prisión toda elevada
su alma y corazón puesto en María.

La reina avergonzada y temblorosa
de su crimen y falta arrepentida
le consiente ausentarse de la corte
y darle damas que a su vez le sirvan.

Con humildad de santa,
sin reproches a decir a la reina se limita
que acepta con agrado sus ofertas
pues que quiere vivir sola y tranquila.


VIAJE A TOLEDO

Ya de la naciente aurora
al resplandor se iluminan
los montes y las colinas
con aspecto encantador
las aves dejan su nido
abren su cáliz las flores
luciendo bellos colores
al primer rayo del sol.

La campana de la torre
con dulce y apacible son
el toque de la oración
ha dado en aquesta hora
mientras con afecto amante
orando está con anhelo
ante la Reina del cielo
una dama encantadora.

Es Beatriz que postrada
ante sus plantas de hinojos
mezcla al llanto de sus ojos
la sonrisa de su boca
en la soledad del templo
y en capilla solitaria
elevando su plegaria
dulces recuerdos evoca.

En tanto ya la esperaban
su mayordomo y el paje
porque para su viaje
todo dispuesto ya estaba,
dos damas que se ha escogido
muy nobles y virtuosas
la acompañan cariñosas
con afecto muy sentido.

Por fin da el postrer adiós
a la corte de Castilla
y sale de Tordesillas
gozosa en su corazón;
en su hermoso alazán
su mente puesta en el cielo
caminando hacia Toledo
con alegría y valor.

Cual paloma solitaria
huye del mundanal ruido
y vuela a poner su nido
en la soledad soñada;
¿qué le importan de la corte
los placeres y riquezas?,
los honores y grandezas
su pecho ya no le agitan.

Los más bellos paisajes
y los bellos panoramas
desapercibidos pasan
a la ilustre viajera
que medita en su interior
silenciosa y pensativa
la brevedad de la vida
la vanidad de la tierra.

En un dulce atardecer
los ilustres viajeros,
a la ciudad de Toledo
llegan con alegría.
Beatriz tiene en su alma
el dulce presentimiento
que allí tendrán cumplimiento
las promesas de María.







HACIA TOLEDO

Toledo, ciudad hermosa
de Castilla noble y bella,
morada de grandes príncipes,
asiento de la nobleza.

Yo te saludo ¡oh, Toledo!
En ti me parece sean
más poéticos tus montes,
más floridas tus praderas.

Más bellos los arroyuelos
que en el valle serpentean,
más perfumadas las flores
que tus jardines encierran.

¡Oh, Toledo!, eres glorioso
por tus hazañas de guerra
por que supiste pintar
con la mayor excelencia
el valor de tus espadas
con el brillo de tus ciencias.

Pero aún eres más glorioso
por tus cristianas creencias;
por el amor singular,
por la devoción sincera
que a la Reina de los cielos
en todos tiempos demuestras.

La Virgen paga con creces,
tus obsequios con finezas
con gracias extraordinarias
de regia magnificencia.

Mas la gloria de tus glorias
lo grande de tus grandezas
es el tener en tu seno
una tan preciosa perla,
que brillará en tu corona
dándole nueva belleza
siendo el tesoro más grande
que el cielo te concediera.

La página más brillante
de tu ilustre historia fuera,
la que narre las virtudes
en heroísmo y proezas
de una virgen singular
que juntó con la nobleza
las virtudes de los santos,
de más elevada esfera.

Toledo, yo te saludo
mil veces bendito seas
tu suelo fértil y hermoso
por ser la cuna primera
de una Religión sagrada
que es el sostén de la Iglesia
que cual grano de mostaza
siendo en si misma pequeña
se elevó a tan gran altura
que en árbol se convirtiera
cubriendo con su ramaje
la redondez de la tierra.

Yo te venero ¡oh, Toledo!
por ser la cuna primera
de una Orden tan singular
que excede a toda grandeza.

La que empuñó el estandarte
de la Pura, de la Bella
de aquella Virgen sin mancha
que más virtudes encierra,
que perlas tiene la aurora
y que el firmamento estrellas
que luceros los espacios
y que las playas arenas.

Guarda, pues, guarda, Toledo
una tan preciosa perla,
que es la gloria de tus glorias
lo grande de tus grandezas.





SANTO DOMINGO EL REAL

Santo Domingo el Real
que de ‘antiguo’ lleva el nombre
fue la concha que encerró
perla tan rica, sin nombre.

Treinta años allí vivió
Beatriz con gran pureza
y aunque en traje de seglar
del Císter sigue la Regla.

En esta sierva de Dios
muchas de sus raras prendas
en las sombras del silencio
siempre quedaron envueltas
pues gustaba de vivir
como la humilde violeta
ocultando sus virtudes
a las miradas terrenas.

Sólo la reina Isabel
que la amaba con terneza
visitaba a Beatriz
quedando siempre suspensa
de los dones y las gracias
que habla puesto Dios en su sierva.

Mucho habla oído hablar
de la hermosura estupenda
de aquella que siempre vio
con blanco velo cubierta.

Un día tuvo deseos
de contemplar su belleza
y le dijo: ‘¿quieres darme
de vuestro amor una prueba?
Pues levantad ese velo
y que vuestro rostro vea’.

Dicen los historiadores
que la reina quedó al verla
tan llena de admiración
como de gran reverencia.

A imitación de la Virgen
siendo ya de edad proyecta
en su rostro conservaba
la juvenil entereza.

Una noche en su oración
percibe que sus potencias
súbito recogimiento
las perfecciona y eleva.

Del altísimo misterio
de la Inmaculada queda
su entendimiento ilustrado
con una luz clara y nueva.

De pronto cabe de si
en resplandores envuelta
una Señora hermosísima
ve descender hasta ella.

Beatriz está postrada
humildemente en la tierra:
ni ve, ni siente, ni oye,
solo si, solo recuerda
que aquella bella Señora
es la que en su prisión viera
y repite dulcemente:
‘es la misma... la misma, es Ella’.

La Virgen con sumo amor
abre su boca de perlas
y le dice: «¡oh, Beatriz!
hija mía predilecta,
ha llegado ya la hora
que mi Hijo tiene dispuesta
en sus eternos designios
de que fundes en su iglesia
una nueva Religión
que en honor y gloria
sea de, mi pura Concepción.

Y pues que tanto deseas
alabarme en el misterio
de mi singular pureza
pon ya manos a la obra
y con mi ayuda no temas.


Blanco y azul como el cielo
ha de ser vuestra librea:
colores que simbolizan
mis virtudes y excelencias».

Dulcemente la bendice
y por los aires se eleva;
Beatriz sigue anhelase
de su Señora las huellas.

Y tras de breves instantes
de aquel éxtasis despierta
transformada en otro ser
que no vive ya en la tierra.

Luego que Beatriz oye
la dulce y suave palabra
e la Reina de los cielos,
comprende con luz muy clara
la voluntad del Señor
y de su Madre adorada
y obediente a sus mandatos
se propone ejecutarlos.

Habla a la reina Católica
que tiernamente la amaba
y le descubre el secreto
que el Cielo le revelara.

Esta reina incomparable
que en su corazón guardaba
como un rico talismán
la devoción acendrada
a la Reina de los cielos
a María Inmaculada
la escucha con entusiasmo
y le promete ayudarla.

Con su autoridad real
con su inteligencia clara
será para Beatriz
protección y salvaguardia.

Sabiamente le aconseja
de Santo Domingo salga
para poder trabajar
en una empresa tan ardua.

Noblemente le concede
los Palacios de Galiana
con una Iglesia contigua
que Santa Fe se llamaba.

Beatriz sigue el consejo
de la augusta soberana
y tomando doce Vírgenes
nobles y prudentes damas
se retira a Santa Fe
henchida de gozo el alma.

Como abeja laboriosa
su rico panal labraba
con la miel de las virtudes
que al Esposo más le agradan.

Como aquella mujer fuerte
que la Escritura nos narra
considera atentamente,
los senderos de su casa.

Lo primero que dispone
es una digna morada
a Jesús Sacramentado
y así la Iglesia restaura.

No come su pan ociosa
de día y noche trabaja
ayudada por sus hijas
y la Católica dama.

En la vida monacal
con fervor se ejercitaba
y es para todas sus hijas
Madre, Maestra y luz clara.

Sólo una pasión conmueve
todas las fibras de su alma
la de ver su Orden querida
por la Iglesia confirmada.

Ya las letras petitorias
a Roma han sido elevadas
pidiendo que se conceda
Orden de la Inmaculada,
con hábito, rezo y Regla
pues vivir quiere ajustada
a las santas prescripciones
que la Iglesia le indicara.

Esta petición apoyan
los Católicos Monarcas
en particular la Reina
que anhela con vivas ansias
extender en los dominios
de la católica España
esta nueva Religión
que exclusivamente ensalza
a Maria en el misterio
de su Concepción sin mancha.

En tanto que Beatriz
persevera con constancia
en oración fervorosa
para obtener esta gracia.

Un día la santa Madre
con el mayordomo hablaba
asuntos que de su Orden
eran de gran importancia.

Cuando llega a sus oídos
una voz muy dulce y clara
que pregunta cortésmente
con seductora pausa:
‘¿está doña Beatriz
en esta bendita casa?’.

Al escuchar la pregunta
sorprendida y admirada
con aquel desconocido
aqueste diálogo entabla:

‘Sí, le dice, hablad, hermano
que tienen vuestras palabras
tal atractivo que nunca
me cansara de escucharlas’.

‘Tengo de Roma y os traigo
la noticia alegre y fausta
que la Bula de la Orden
ha sido ya confirmada.

En ella se os concede
tal como fue la demanda
hábito blanco y rezo
y Orden de la Inmaculada.

En cuanto a la nueva Regla
el Santo Padre declara
elijáis de las que están
ya por la Iglesia aprobadas.

Pronto estará en vuestras manos
la Bula privilegiada
que el Papa Inocencio VIII
ha expedido para España’.

‘Gracias os doy, noble joven:
de gozo llenáis mi alma;
decid, ¿cuál es vuestro nombre
y cuál vuestra hermosa patria?’.

‘Mi nombre es grande y glorioso
y tan hermosa es mi patria
que solo volver a ella
anhelo con toda el alma’.

‘Sentáos a descansar
que acaso anheláis la calma’,
y volviendo al mayordomo
le repite con instancia
que a aquel joven tan amable
prepare digna morada.

Este, le dice admirado
que su mandato le extraña
pues no ha llegado hasta ahí
ninguna persona humana.

En aquel mismo momento
Beatriz iluminada
comprende que el mensajero
que tan dulcemente hablaba
es San Rafael Arcángel
a quien tiernamente amaba
y siempre le fue devota
desde su más tierna infancia.

En silencio se retira
para dar a Dios las gracias
y conferir con sus hijas
gracia tan extraordinaria.

En la elección de la Regla
su espíritu se inclinaba
a elegir la del Císter
por ser la más adecuada
a la gran Madre de Dios
y la que ya practicaba.

Con sus hijas persevera
en oración continuada
para conseguir del cielo
la gracia tan deseada.


EL MILAGRO

De las costas italianas
un rico bajel salía
con rumbo a las Españolas
cargado de mercancías.

Feliz surcaba la nave
del mar las aguas tranquilas
cuando ya cerca del puerto
una tempestad bravía
hizo zozobrar la nave
por las olas combatida:
sin velas y sin timón
toda esperanza perdida
tan solo los pasajeros
pudieron salvar sus vidas
mientras que el buque juguete
de la mar embravecida
en el fondo del océano
por siempre se sumergía.

Con la rapidez del rayo
cundió la fatal noticia
que fue para Beatriz
como una punzante espina
viendo que se dilataba
lo que tanto a Dios pedía.

De alma grande y generosa
no se abate y desanima:
tres días en oración
persevera con sus hijas
y el Señor que nunca deja
sin la perfección debida
las obras que ha comenzado,
a otro milagro se obliga.

No sin permisión del cielo
va a buscar en cierta arquilla
un objeto necesario
y en la superficie mira
un rollo de pergamino
que atentamente examina
no pudiendo comprender
lo que aquello significa.

‘¡Son las Bulas de la Orden!
por el Papa concedidas.
¿Quién aquí las ha traído
estando en el mar hundidas?
Este es un gran milagro,
no lo dudéis, hijas mías.

El arcángel Rafael
sin duda lo realiza
para gloria del Señor,
y de la Virgen María’.

La voz del milagro corre,
como encandescente chispa
inflamando los espíritus
en el amor de Maria.

El mismo Obispo de Guadix
da al Cabildo la noticia
al ilustre Ayuntamiento
y a los reyes de Castilla
y examinándose el caso
todos claman a porfía
que un hecho tan prodigioso
de milagro se acredita.

Es opinión general
que celebrarse debía
una fiesta muy solemne
y dar las gracias debidas
al Dios Todopoderoso
por tan rara maravilla.

La patria de Recaredo
y de Ildefonso sentía
abrasarse en aquel fuego
en aquella llama en que ardían
sus nobles antepasados,
y al tratarse de Maria
secunda con entusiasmo
y acoge con alegría
de sus católicos reyes
la feliz iniciativa.

PROCESION DE LA BULA

Deliciosa es la mañana,
susurran leves las brisas,
abren su cáliz las flores
y el sol sus rayos envía.

Toda la naturaleza
parece se revestía
de sus más preciosas galas
en obsequio de María.

Desde las primeras horas
de aquel memorable día
se notaba el movimiento
del pueblo que iba y venía.

Sus lindos jardines tala
para adornar a porfía
las calles y los paseos,
por donde pasar debía
la solemne procesión
y la ilustre comitiva.

De sus archivos escoge
las joyas de más valía,
las prendas de más valor,
que el arte y la poesía,
se han unido para hacer
de Toledo una delicia.

Los edificios ostentan
coronas entretejidas de mirto,
clavel y rosas
de laurel y siemprevivas.

Aquí, artísticos altares
y ricas tapicerías;
allí preciosas guirnaldas
con primor entretejidas.

El aroma de las flores
por doquier se respira
y las músicas alegran
con sus suaves melodías.

Ya el vuelo de las campanas
con sus sonidos indica
que ya es hora de reunirse
en la Catedral bendita.

Bajo las bóvedas santas
que de tantas maravillas
han sido mudos testigos,
las muchedumbres se apiñan.

Se ordena la procesión
de maceros precedida
con hermosa cruz alzada,
regidores y justicia.

Todas las corporaciones
y sagradas Cofradías
con vistosos estandartes
iluminación y músicas.

Las Ordenes militares
con sus brillantes insignias,
las Ordenes religiosas
con sus múltiples divisas.

Mas, esperad un momento
y veréis entre las filas,
de muy elevada alcurnia
las damas más elegantes
de la corte de Castilla.

Los católicos Monarcas,
con su fervor mucho animan
al pueblo que entusiasmado
a Santa Fe se encamina,
donde espera Beatriz
con sus observantes hijas
la llegada de los Reyes
y los grandes de Castilla.

Bajo palio recamado
de preciosa pedrería
el santo Obispo de Guadix
la procesión presidía.

Una bandeja de plata
en sus manos sostenía
que la Bula milagrosa
en su fondo contenía.

Del himno ‘Te Deum laudamus’
se escuchan las armonías
cantando magistralmente
por la sagrada Capilla.

Del gregoriano las notas
parecen en este día
más misteriosas, más suaves,
más dulces y más sentidas.

Al llegar la procesión
los Monarcas se arrodillan
dando con ello una prueba
de su amor y su fe viva.

La Iglesia de Santa Fe,
todas sus galas lucía,
convertida ya en oasis
de amor y de poesía.

El Prelado se adelanta
y en el altar deposita
la Bula tan milagrosa
que se venera y admira.

Las blancas nubes de incienso
en el aire se perdían,
las flores con sus perfumes
el altar embellecían,
en su fondo se destaca
una imagen peregrina
de Maria Inmaculada
que parece sonreía.

Era tanta la emoción
que en los pechos no cabía,
por eso todos los ojos
dulces lágrimas vertían.

A los acordes del órgano
entre las plegarias pías
el santo Obispo de Guadix
celebra la Santa Misa.

Después se dirige al pueblo
con voz dulce y conmovida
ecos de un alma que siente
en su pecho una fe viva.

Con sencillez y elocuencia
con frase correcta y fina
el milagro de la Bula
a continuación explica,
que por su olor y humedad
claramente se entendía,
haber estado en la mar
algún tiempo sumergida.

‘Por ministerio de un ángel
a Toledo fue traída
siendo el Señor
el autor de esta nueva maravilla.

En ella, les dice, hermanos,
el Papa aprueba y confirma
una nueva Religión
que se consagra a María
bajo el titulo inefable
de su Concepción Purísima.

Y mientras que muchos sabios
impugnan esta doctrina,
una mujer singular,
abnegada y escondida,
a la faz del mundo entero
la proclama concebida
sin la mancha original,
toda hermosa, sin mancilla,
pura, limpia, luminosa
en su Concepción Purísima.

Y hasta que la Iglesia santa
con su autoridad divina
declare dogma de fe
la Concepción de María,
estas virtuosas damas
que aquí se hallan unidas
y son las primeras plantas
del Vergel Concepcionista
se consagran al Esposo
y ofrecen toda su vida
porque el Señor acelere
ese venturoso día’.

Calla el orador y el pueblo
que su emoción contenía
prorrumpe con entusiasmo
en los más fervientes vivas,
a María Inmaculada
a los reyes de Castilla,
al Papa Inocencio VIII,
a la Orden Concepcionista
y a su ilustre Fundadora
Madre Beatriz de Silva.


VIRTUDES MONASTICAS

Son las virtudes monásticas
la senda, que, aunque fatiga,
transforma al ser humano
en imagen de Dios viva.

En el camino del Cielo
es continua alternativa:
los dolores y los gozos,
las penas y las alegrías.

Ya aspiramos de las flores
las fragancias exquisitas,
cuando, sentimos la punza
de una penetrante espina.

A veces, el cielo obscuro,
ni un rayo de luz envía,
y tras de breves instantes
luce la luna argentina.

El alma cruza desiertos
donde la sed le fatiga
más si sigue, también halla
claras fuentes cristalinas.

El alma que ama a su Dios
y sólo a agradarle aspira,
está como firme roca,
que a las olas desafía.

Así, esta sierva de Dios,
así, Beatriz de Silva.
Su fe grande la sostiene
en las cruces de la vida.

Breve es el plazo fijado,
para cumplir lo que ansia,
de emitir los santos votos
y ofrecerse como víctima.

Con fervor se preparaba,
para tan solemne día
ejercitando los actos,
de virtudes muy eximias.

El Esposo celestial,
al corazón le decía:
‘Ven del Líbano, paloma,
que te quiero por amiga
traspasa los altos montes,
sube, sube, esposa mía’.

Beatriz, que de su Amado
entiende las armonías,
dice: ‘mi corazón vela,
vela de noche y de día’.

‘Ven Amado mío, ven
al jardín de tus delicias
que las flores dan su olor,
y florecen nuestras viñas.

Ven, que ha pasado el inverno
y ya cesaron las lluvias
y en nuestra tierra se oye,
la voz de la tortolilla.

Tú eres a mi corazón,
como un lirio sin espinas,
como una fuente sellada
y cual pozo de aguas vivas».

En estos dulces coloquios
en que su espíritu ardía,
rápidos y placenteros
se le pasaron sus días.

TRANSITO

Madurada para el cielo
después de una larga vida
espera con ansia el día
de ver su ilusión cumplida.

Un día estando en oración
muy elevada y subida,
oye una voz dulce y suave
para ella muy conocida.

La Emperatriz de los cielos,
la siempre Virgen María,
que le dice con amor:
‘¡oh, Beatriz, hija mía!
No es voluntad de mi Hijo,
ni por tanto es la mía
de que goces en la tierra
lo que deseas y ansias.

Yo misma vendré a buscarte,
pasados que hayan diez días
y estará ya para siempre
en mi dulce compañía’.

‘Sí, responde Beatriz,
sí, Madre mía querida,
que mi voluntad es la vuestra
y a la de Dios está unida’.

Una vez que se persuade
de la voluntad divina
habla a sus hijas queridas
en tono de despedida.

Con fervor les amonesta
que vivan apercibidas
porque el dragón infernal
está fraguando su ruina.

Predice las tempestades
que ha de sufrir la barquilla
de su Religión amada
que ha de ser muy combatida
de propios como de extraños
y de todos perseguida.

Pero también les promete,
que el Piloto que la guía,
no dejará abandonada
a su querida barquilla.

Él, la conducirá al puerto
y por su amor defendida
sorteará los escollos
y arribará a la orilla.

Viste el hábito de la Orden
con indecible alegría,
pronuncia los santos votos
con el alma enternecida.

Recibe el santo Viático
en su Dios toda embebida
y es como un broche precioso
que encierra toda su vida,
de amor y de sacrificio
que el mundo no conocía
pero que estaban escritos
en el libro de la vida.

Al ver que ya se acababa
aquella preciosa vida,
la sagrada Extrema Unción
administrarle querían.

Al alzar el blanco velo
con que su rostro cubría
una hermosa estrella de oro
en su frente quedó fija,
con resplandores de sol
y claridades de luna
que sus refulgentes rayos
el santo cuerpo envolvían.

Fueron los fieles testigos
de esta nueva maravilla
y otros grandes personajes
de la corte de Castilla

que enterados del prodigio
al monasterio corrían
para presenciar el tránsito
de esta Madre tan querida.

Todos por santa la aclaman
pues viviendo aun en la vida
las señales de la gloria
en su cuerpo se veían.

Llegó el momento supremo
y sin dolor ni agonía,
a causa del santo amor
de que su alma estaba herida
exhaló su último aliento
en los brazos de María.



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