Estamos ya en el último siglo de la Reconquista. Los reinos cristianos de la Península Ibérica se van extendiendo hacia el sur y pasan al África. Una de las últimas plazas ganadas a los árabes para el reino de Portugal fue Ceuta (1415). El capitán de esta hazaña y primer gobernador de la ciudad conquistada fue don Pedro Meneses, conde de Viana y descendiente de los reyes de Castilla. En la conquista de esta plaza había intervenido también el caballero don Ruy Gómez de Silva, cuyo ejemplar comportamiento le mereció el aprecio de su capitán, hasta el punto de ofrecerle en matrimonio a su hija Isabel.
El año 1422 se formó el nuevo hogar Silva-Meneses, en el que vería la luz Beatriz. Su padre fue este aguerrido caballero, don Ruy Gómez de Silva. Su madre, doña Isabel Meneses, procedía de ilustre sangre real y era la segunda de los cuatro hijos de don Pedro Meneses.
La familia Silva-Meneses se desveló porque su hogar fuera un hogar feliz dónde sus once hijos fueran creciendo en sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres. Y en ese ambiente propio de la época y de su linaje, la infancia de Beatriz habrá descorrido sencilla y naturalmente, por lo que no constan acontecimientos de especial relevancia, exceptuando su especial belleza y piedad desde la infancia.
La vida del nuevo matrimonio transcurrió entre Ceuta y Campo Mayor, cuya alcaldía le fue concedida a Ruy Gómez de Silva por el rey portugués. Campo Mayor es una ciudad fronteriza con España, del distrito de Portalegre y diócesis de Évora. Aunque no faltan historiadores antiguos que dan a Beatriz por nacida en Ceuta, la tradición considera a Campo Mayor como su patria y en esta villa portuguesa se conservan los mejores recuerdos de la infancia de Beatriz y una secular devoción popular.
Aunque la residencia habitual de Beatriz durante su instancia en Portugal fuera Campo Maior, hizo escapadas a la corte de Lisboa y Évora donde residían varios familiares, y su mismo padre se veía obligado a acudir por razón de su noble título de ‘Caballero e la Casa del Infante’ y del consejo del Rey. Fue así como Beatriz se inició en la vida cortesana, bajo la mirada solícita de su tía materna Doña Leonor, que supo secundar y completar las aspiraciones que sus padres tendrían sobre ella.
Dama en la corte de Castilla
Era feliz con los suyos, pero un nuevo acontecimiento cambió el rumbo de su vida, y de la señorial mansión de Campo Maior, y de los palacios de la bulliciosa Lisboa, pasó al centro de España, a otros alcázares reales, con motivo del casamiento en segundas nupcias, de Don Juan II de Castilla con Doña Isabel princesa de Portugal. “La princesa portuguesa quiso llevar consigo algunas damas de la nobleza, y eligió a Beatriz prefiriéndola entre todas, tanto por el amor que la tenía por sus buenas prendas, como por ser parienta cercana”
“Vino de Portugal a Castilla, siendo de poca edad, con la reina doña Isabel, segunda mujer del rey don Juan”.
En esta Castilla, le tocaba vivir y sortear los avatares de la nada sosegada corte de aquellos tiempos.
La corte de Castilla residía por entonces en Tordesillas, al oeste de Valladolid, en plena meseta castellana, junto al río Duero. El ambiente palaciego estaba dominado por intrigas y frivolidades cortesanas de la época. Estas fueron las espinas que encontró Beatriz en Tordesillas, haciendo más bella y fragante la flor de su virginidad.
Y nos dice su coetáneo Duarte Nuñez de Leão: “Era esta doncella la mujer más hermosa que había en España, y de mayores gracias naturales, la cual por su gran hermosura, llegó a causar tal admiración que todos los grandes de la Corte deseaban ganarse su amistad y servirla”.
Fuese por intrigas de algún caballero resentido ante la negativa de Beatriz a sus pretensiones, fuese por celos de la reina, que llegó a ver en ella una amante rival, cayó en desgracia de ésta. ‘Viendo la grande estimación que todos hacían de la sierva de Dios, la reina hubo celos de ella y del rey, su marido, y fueron tan grandes que, por quitarla de delante de los ojos, la encerró en un cofre, donde la tuvo encerrada tres días, sin que en ellos se le diera de comer y de beber’. Fue todo un torbellino de pasión, que quiso tronchar la vida de esta delicada flor, pero acudió en su defensa la Reina del cielo.
La Virgen María se le apareció con hábito blanco y manto azul y el Niño Jesús en brazos, y, luego de haberla confortado con cariño maternal, le intimó que fundara en su honor la Orden de la Purísima Concepción, con el mismo hábito blanco y azul que ella llevaba. Ante tan señalada merced de su Reina y Señora, Beatriz se ofreció por su esclava y le consagró, rebosante de gratitud, el voto de su virginidad y le rogó confiadamente la librara de aquella prisión. La Reina celestial accede sonriente y desaparece’.
La intervención de don Juan Meneses, tío de Beatriz, hizo que la reina Isabel abriese el cofre pasados tres días, esperando que su dama fuese ya cadáver. La sorpresa de todos fue impresionante. Beatriz apareció con más belleza y lozanía que antes de ser encerrada. Todos adivinaron que la bella dama portuguesa había sido favorecida en aquellas horas obscuras y tenebrosas con alguna luz especial del cielo. La Santísima Virgen la había escogido para dama suya. Era preciso cambiar de palacio. «A los tres días de verse libre del encierro, sin más dilación, pidió salir de Tordesillas, dirigiéndose a Toledo, acompañada de dos doncellas.»
Camino de Toledo tiene lugar, al pasar por un monte, la aparición de dos frailes. Beatriz pensó que eran enviados por la reina para confesarla antes de morir a manos de un verdugo. «Entonces, declarando ella su pena y temor, le dijo un fraile de aquéllos, que parecía portugués, que no llorase, porque no solamente no eran ellos mensajeros de su muerte, mas antes la venían a consolar y la hacían saber que había de ser una de las mayores señoras de España, y que sus hijos serían nombrados en toda la cristiandad. A esto respondió que era doncella y que, con el emperador que la demandase, no se casaría en ninguna manera, porque tenía hecho voto de limpieza a la Reina del cielo. Y le dijeron ellos: “Lo que hemos dicho ha de ser”». Sigue describiendo la Historia anónima de 1526 cómo, después de consolarla, al llegar a una posada y disponerse para comer, desaparecieron aquellos dos frailes misteriosos, ‘y Beatriz creyó firmemente que el Señor le había enviado para consolarla e instruirla a San Francisco de Asís y a San Antonio de Padua’.
Dama de la Reina del cielo
En Toledo florecían por esta época numerosos monasterios de todas las principales Órdenes, especialmente cistercienses, dominicas y clarisas. Razones que la historia no nos ha transmitido hicieron que Beatriz escogiese el monasterio cisterciense de Santo Domingo el Real (o vulgarmente también ‘El Antiguo’); tal vez relaciones muy personales con alguna de las religiosas de este monasterio, perteneciente a la nobleza portuguesa o castellana; tal vez el haber encontrado en este monasterio las condiciones más a propósito para la vida retirada que ella pensaba llevar, sin ser religiosa. Y más tarde elige la Regla del cister para la erección de su Monasterio al no le ser permitida regla propia, por entonces.
En este vetusto solar de Toledo buscó Beatriz su casita de Nazaret, como ‘señora de piso’, y en él vivió treinta años dedicados a la oración. A la mortificación y vida retirada unía la práctica de la oración prolongada y una liberalidad magnánima para emplear todos sus bienes en dar culto a Dios y socorrer al pobre. Con sus rentas entre otras cosas, favoreció también a cuantos pobres solicitaron su ayuda. Con el trabajo de sus manos, hilando o bordando, santificó también los ratos libres.
En estos años fue madurando ‘el proyecto’ que la Virgen le había encargado en Tordesillas. Por la novedad y audacia de su proyecto y los riesgos que comportaba, no fue nada fácil. Por estos días, sí, reinaba un ambiente cada vez más popular en torno a la defensa de tal misterio mariano. Las universidades, las instituciones, las ciudades, los príncipes y personas particulares, hacían voto especial de defender este misterio. Los pintores, trovadores y poetas cantaban las glorias de la Inmaculada desde muchos siglos anteriores.
En 1436 el Concilio de Basilea estuvo a punto de se definir el dogma de la Inmaculada Concepción. Y aunque desde los principios esta doctrina estaba arraigada en la Iglesia, ahora los Teólogos seguían divididos entre “maculistas” e “inmaculistas” desde el siglo XII. El proyecto de Beatriz era entonces un gran desafío, pues significaba dar por enteramente segura, y definitivamente triunfante, una doctrina teológica que a la sazón era aún muy apasionadamente discutida. Y durante 30 años todo fueron dificultades e impedimentos para Beatriz.
Mientras tanto la Providencia iba preparando los acontecimientos para que Isabel la Católica se interesase por la fundación de la Orden concepcionista. Había sido proclamada reina en 1474.
En todos estos años turbulentos, en medio de campañas guerreras, cuando la reina venía a Toledo buscaba tiempo para ir a conversar con Beatriz, la dama que la había mecido en sus brazos cuando niña.
En 1479, ‘con la ayuda de Dios y de la gloriosa Virgen María, su Madre’, se firmó la paz definitiva entre Castilla y Portugal. Esto pudo ser un motivo especial para que la Reina Católica, tan devota de la Inmaculada, apoyase la fundación de la Orden concepcionista, que la Virgen había confiado a Beatriz. Por estos años ‘se dice que se le apareció (a Beatriz) la Madre de Dios otra vez, distinta de la referida del cofre, volviéndola a mostrar cómo había de ser el hábito que traerían sus monjas’.
El año 1484 Isabel la Católica concertaba con Beatriz la donación de unas casas de los palacios reales de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo. Le donaba también la capilla adjunta, dedicada a Santa Fe por la reina Doña Constanza, esposa de Alfonso VI. Con doce compañeras (entre ellas una sobrina) pasó Beatriz a ocupar esta nueva mansión toledana. ‘En esta casa entró tan desacomodada con gran alegría, y dio orden de irla fabricando al modo necesario para que pudiese ser Monasterio’.
Cinco años pasó Beatriz echando los cimientos de la Orden concepcionista, bajo la protección de Santa Fe. El nombre de esta santa francesa decía muy bien con la fe que había demostrado Beatriz desde que salió de Tordesillas. Isabel la Católica se serviría del patrocinio de esta misma Santa en la conquista de Granada, con una fe paralela a la de Beatriz.
La aprobación de la Orden concepcionista, pedida al Papa por mediación de la Reina Católica, era firmada por Inocencio VIII el 30 de abril de 1489. En este mismo día se presentó en el torno del Monasterio de Santa Fe un personaje misterioso, preguntando por doña Beatriz de Silva y comunicándola la firma de la bula por el Papa. ‘De esta manera lo supo ella en Toledo, cuando se otorgó en Roma, por revelación divina y creyó, sin duda, que este mensajero era San Rafael, porque desde que supo decir el Avemaría le había sido muy devota y le rezaba cada día alguna cosa en especial’.
Tres meses más tarde llega a Toledo la noticia de que la bula se había ido al fondo del mar, por haber naufragado la nave donde venía. ‘De esto recibió grandísima tristeza... Al cabo de tres días fue abrir un cofre para cierta cosa necesaria, y, no sin mucha maravilla, halló allí la dicha bula encima de todo’. Toda la ciudad de Toledo se asoció con gran júbilo a la procesión en que se trasladó la ‘bula del milagro’ desde la catedral al Monasterio de Santa Fe. Tuvieron lugar todos estos festejos en los primeros días del mes de agosto de 1491. Actuó en la procesión, misa pontifical y sermón el obispo de Guadix, Francisco García de Quijada, y anunció que a los quince días tendría lugar en la capilla de Santa Fe la toma de hábitos y velos por Beatriz y sus compañeras.
Pero... “a los cinco días, estando (Beatriz) puesta en muy devota oración en el coro, le apareció la Virgen sin mancilla..., la cual le dijo: ‘Hija, de hoy en diez días has de ir conmigo, que no es nuestra voluntad que goces acá en la tierra de esto que deseas’». El mismo día 17 de agosto, que se había acordado para la toma de hábitos, tuvo lugar la tranquila muerte de Beatriz. El mismo padre confesor le impuso el hábito y velo concepcionistas y recibió su profesión religiosa.
Estrella Mariana
‘Al tiempo de su muerte fueron vistas dos cosas maravillosas: la una fue que, como le quitaron del rostro el velo para darle la unción, fue tanto el brillo que de su rostro salió que todos quedaron espantados; la otra fue que en mitad de la frente le vieron una estrella, la cual estuvo allí puesta hasta que expiró, y daba tan gran luz y resplandor como la luna cuando más luce’.
Su fama de santidad era ya un fenómeno en vida. El afán por poseer la reliquia de su cuerpo, como se vio, nada más expirar, es una buena prueba de ello. Los menologios de la Orden cisterciense, benedictina y franciscana, la dan el título de ‘Beata’. Abundan los relatos de favores milagrosos obtenidos por su intercesión. La devoción popular la aclama como abogada de la niñez y la juventud. Es relevante su eficaz intercesión por las madres que acuden a ella con problemas en el embarazo o en la fecundidad.
El año 1924 el papa Pío XI confirmó el culto inmemorial tributado a Beatriz como a Beata, con lo que nuevamente podía recibir culto público después de las normas prohibitivas de Urbano VIII en el siglo XVI. Reanudada la causa de canonización por Pío XII, fue canonizada solemnemente el 3 de octubre de 1976.
El espíritu de Beatriz sigue presente en el mundo por su Orden con mas de 160 Monasterios y unas 3000 monjas, Monjes y Comunidades laicales, que han recogido esta experiencia del Espíritu Santo, vivida por Santa Beatriz en cuanto Fundadora, y transmitida a todos sus seguidores. |