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CONTINUACIÓN
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¿Cómo es posible en un mundo interconectado e interpenetrado de redes,
autopistas y conocimientos permanecer indiferentes ante la propia
destrucción? Todos somos, en alguna medida, ruandeses, chechenos, bosnios,
judíos..; y lo somos por cuanto somos ciudadanos del minúsculo pedazo de
carbono, agua y hielo que se desplaza a velocidad de vértigo desde el más
alejado punto del brazo de la galaxia, hasta una remota senda de
estrellas.
Dios, la Virgen, los Ángeles... se han ausentado de este mundo. Inmersos
en un seminario de actualización de conocimientos para enfrentarse a la
locura, han dejado momentáneamente solos a los niños. Hay una terrible
falta de programación por parte del Creador.
Los niños sufren; lo hacen en un grado difícilmente soportable,
incompatible con un sueño reparador y de ilusión por el mañana. Se está
construyendo el futuro sobre un montón de huesecillos torturados.
En Brasil los niños mueren a manos de los escuadrones de la muerte; en
Colombia se pudren en las alcantarillas; en África los gusanos los devoran
en vida.
Hay niños infectados por el sida, que nunca lo sabrán porque van a morir
sin información o cariño.
Veía no hace mucho en Canal Plus, en un reportaje que no fui capaz de
terminar, a un niño de unos seis o siete años, que no era capaz de
mantenerse en pie sobre sus piernas enfermas, infectadas del virus del
sida, como todo su indefenso cuerpo. Cada movimiento era para él llaga y
dolor.
Abandonado de padres y familia, moría a los ojos del mundo, que ha puesto
una ventana en cada casa y se solaza pensando que no se está tan mal
frente a otros.
Y ese niño ha muerto sin saber por qué. Para él, el cariño de sus padres
quizás mitigara parte del horrible sufrimiento que padecía. Pero murió sin
saber lo que era jugar, reír o disfrutar, ni lo que eran unos padres.
¿Para qué lo trajo Dios al mundo?
Y hay niños "normales" que permanecen meses sin pisar la calle,
enclaustrados en un piso de cuarenta metros cuadrados y a veinte a ras del
suelo, sin tocar jamás un árbol, sin jugar con otros niños, sin sentir la
vida tan necesaria.
Tanto dolor no puede quedar impune. Un niño que llora es un golpe en el
alma, si es que tenemos alma. Pero exista o no, se transcienda o no, todos
formamos parte de un algo que está sufriendo, y mucho.
La indiferencia de las gentes; el ruido que poco a poco nos mata, hace que
todos nos volvamos crueles.
Recuerdo una tarde, caminaba con rapidez con ganas de llegar a casa. Al
doblar una esquina y en un edificio que se encuentra justo enfrente del
mío, observé cómo un grupo de personas miraba, sin hacer absolutamente
nada para impedirlo, a un hombre de unos cuarenta y tantos años golpear a
un niño de trece o catorce. El niño era, por lo visto, el autor de las
cartas de amor que recibía la hija del energúmeno.
-- Pero... ¿qué hace? - le increpo, temblando por la indignación y el
desconcierto.
-- !Usted no se meta donde no le llaman¡ -- me amenaza el individuo.
-- !Está pegando a un niño¡ -- grito y tiemblo.
-- !Este niño es un delincuente. Usted no sabe de lo que es capaz! -- me
alecciona, aún gritando.
Y el niño, sangra por boca y nariz; llora mansamente.
-- Yo no he hecho nada - afirma y me conmueve.
-- ¿Que nos ha hecho nada? Vaya gracia tiene la cosa. Nos tienes la vida
amargada con tus llamadas, con tus cartitas; con el timbre de la puerta --
sonríe con cinismo el criminal.
-- Yo no soy - se disculpa, y sigue llorando.
Ya no le golpea; pero al niño le falta un diente y tiene la camisa
manchada de sangre. El energúmeno le mantiene aún sujeto por la camisa.
-- Por muy canalla que sea este niño, usted no tiene derecho a hacer lo
que ha hecho -- le recrimino, sin apenas fuerzas.
-- !Sí tengo derecho. Es mi vida y la de mi hija; y no estoy dispuesto a
que nadie nos la fastidie¡ -- me grita despectivamente.
-- ¿Quieres que te acompañe a la policía? No sé qué es lo que habrás hecho
realmente, pero desde luego no pueden maltratarte de esta manera -- digo
al niño, a la vez que con la mirada le pido perdón por la vileza ajena.
Y me duele mi cobardía, y el quedarme agarrotado por los nervios, incapaz
de refrenar el ostensible temblor que amaga en ataque de nervios. De haber
continuado el mamarracho golpeándole, no habría sido capaz siquiera de
gritar.
-- Es una salvajada lo que le ha hecho -- acierto a decir
Y recuerdo esto ahora, porque me siento también niño. Si cabe, incluso más
indefenso que él.
A la vez estoy descubriendo cosas en mí que me horrorizan. Cuando era un
joven idealista, pensaba que de poder con mi vida o con mi sufrimiento
aliviar los de la Humanidad, lo haría sin dudar.
Ahora sé que no soy capaz. Que busco el alivio a mi incapacidad, aunque
para ello sea preciso dejarme morir.
Las sesiones de recuperación las veo más como una tortura sin sentido que
como algo realmente eficaz. Unas manos que me transportan como si fuese un
pelele. Alguien que me tumba; flexiona mis brazos, mueve mi cuello; dobla
mi cuerpo en un espectáculo de feria, más que por sanar los músculos
ausentes. Una piscina; el agua que no quiero disfrutar...
Miro con desprecio al fisioterapeuta. Un punto último de educación me
impide mandarle a la mierda.
No tengo fuerzas para llorar. Quisiera hacerlo y aliviar con ello la
congoja que me atenaza desde que abrí los ojos al dolor, hace de ello ya
cinco meses.
Sí; soy un niño. Pero esta vez no habrá brazos que me acojan, ni madre
protectora.
Debo estar pagando el mal que la Humanidad se hace a sí misma. No es
posible permanecer indiferentes o mirar hacia otro lado, cuando a poco más
de dos horas de vuelo y en pleno corazón de Europa, se masacra impunemente
a miles de personas.
Si alguno de esos niños bosnios, serbios o croatas alcanzados por la
metralla o traumatizados por la muerte de sus padres, consigue sobrevivir,
¿cómo se enfrentará al mundo? ¿Tendremos el valor de mirarles a la cara?
Arrastran un sufrimiento tan desproporcionado a su corta existencia, que a
algunos más le valdría haber muerto que seguir viviendo. Jamás podrán
borrar de sus vidas tanto horror y tanta miseria.
La joven bosnia que se cuelga de un árbol ante la indiferente mirada de
seres sin alma que pasan junto a ella. Los niños que se alimentan, cuando
pueden, de ratas o hierba.
Estoy pagando un precio justo, que otros muchos han de pagar con el
tiempo. El precio que habrá de pagar todo Occidente, por empeñarse en
mirar a otro lado y no atender más quejas que las ruidosas o cercanas.
El nacionalismo es un cáncer que matará a mucha gente. Se exacerba el
egoísmo hasta un punto tal, que todo aquel que no es de nuestra etnia,
pensamiento o lugar de nacimiento, es considerado diferente y/o ajeno, y
en consecuencia repudiado, expulsado y/o asesinando, sólo por ser
diferente.
Odio los nacionalismos. ¿Por qué se empeñan en vendernos la idea de un
mundo sin fronteras, cuando las hay más que en ninguna otra época?
Han desaparecido algunas fronteras, es cierto. Pero sólo aquellas que ha
interesado suprimir o no se ha podido controlar. No existen fronteras para
las emisiones radioeléctricas o para la difusión de las ideas. Pero qué
difícil resulta para un pobre vivir con dignidad o para un emigrante
encontrar consuelo.
No hay excepciones. España es un país tan racista como pueda serlo
cualquier otro. Europa se mantiene en una ficción, porque Europa todavía
tiene para comer. Dios quiera que no falte el pan o el agua. Desaparecerá
entonces esa solidaridad de pacotilla y la comunión de los intereses
comerciales actuales.
En algunos lugares la gente muere por exceso de alimentación; en otros de
lo contrario. Quizás además de darse la paz de una puta vez, el mundo
debiera pensar en redistribuir con mayor equidad las riquezas.
Recuerdo cuando veía aquellas campañas de televisión tan impactantes que
venían a decir "las imprudencias no sólo las pagas tú". Es cierto, aquí es
donde se aprecia en su justa medida cuanto de verdad hay en ello. La
muerte, no tiene solución y deja familias rotas. Pero sólo Dios sabe lo
que ocurre con los que quedamos tetrapléjicos. Resulta en algunos casos
peor que la muerte. Yo soy de los que no quiere ver siquiera a su familia,
pero aquí hay chicos que de no ser justamente por la familia serían
incapaces de sobrellevar sus vidas.
Mis padres sufren. Hay incluso amigos y compañeros que les delata el
gesto. Pero justamente es eso lo que más me hace sufrir. Soy diferente,
siendo igual a ellos. No quiero compasión. Pido que si he de seguir así
para el resto de mi vida, me ayuden a morir. Es lo único que pido.
Reconozco mi participación directa en la indiferencia colectiva; en el
egoísmo reconcentrado que nos hace mirarnos permanentemente al ombligo.
Yo, ya he pagado. Me gustaría decir que asumo la totalidad de la culpa y
que espero que de ahora en adelante el mundo sea mejor, para que nadie más
se vea forzado a sufrir esta condena. Pero no puedo. Ni siquiera sufrí un
accidente decente. Fui el torpe ciudadano que se relaja en la jungla y le
muerde la serpiente cascabel.
!Qué locura de mundo¡ Abstraído como estaba, nunca antes había
recapacitado en el tremendo despilfarro de vida que se comete. Se vive a
velocidad de vértigo, queriendo ser el primero; aspirando a la excelencia
y al liderazgo. Y eso no es vivir. Quizás sea sobrevivir. Pero yo creo que
aquí se viene para aprender y compartir. No ser el mejor ingeniero o el
que más dinero o notoriedad alcanza. Se puede ser el mejor ingeniero, pero
a la vez compartir con los demás esas inquietudes que asolan al hombre
desde el principio de los tiempos.
Estoy hecho un lío; un mar de dudas. Todas estas reflexiones me las
debiera haber hecho hace tiempo. Ahora me llegan de golpe y no consigo
asimilarlas, en parte por el miedo y en parte porque al verme forzado a
ellas, nos las digiero en su totalidad.
Debiera haber reflexionado antes en la convivencia razonable; en el
equilibrio entre profesión y ganas de vivir.
Tengo treinta y siete años. Estado civil soltero, y así será hasta que
muera. No me he casado, porque todo mi empeño lo he puesto en el trabajo.
Todas mis ilusiones eran ser el mejor; saber cuanto más mejor. Me olvidé
de tener una familia; traer nueva vida a este mundo y compartirlo con la
sangre de mi sangre.
Es demasiado tarde. No sé cómo me dejé llevar de esta quimera. Lo cierto
es que ya no soy capaz siquiera de envidiar a los vivos.
Me gustaría transmitir un mensaje de cordura. El trabajo bien hecho es un
bien necesario. Pero hay que acompañarlo de un sentido. No confundir el
medio con el mensaje. Venimos para aportar algo a los que nos continúen.
De igual modo que los que nos fueron anteriores nos aportaron lo mejor de
lo que fueron capaces.
Es verdad que siempre ha habido guerras, devastaciones y crueldades
extremas. En eso somos continuadores de los que nos antecedieron. Sin
embargo, yo creo que nunca como ahora ha estado la Humanidad tan embebida
de sí, pensando que éste es el último viaje.
Nada es intocable. Todo se altera o se manipula. Se arrasa en segundos lo
que ha costado generaciones poner en pie. Se queman los bosques, se
arrancan las viñas; se riega el secano y el humedal se convierte en
desagüe para la industria tóxica.
Alguien ha de decir de una vez por todas! ya está bien¡ Vale de progreso,
si ese progreso lo único que trae es que la gente sobreviva, a costa del
respeto que se merece la Tierra que a todos nos ha parido.
La Tierra es madre, pero es también el niño que todos llevamos dentro; y
que nos pide de continuo armonía, reflexión, respeto.
¿De qué me va a servir vivir lo que me resta, mermadas mis funciones, sin
disfrutar del campo, del agua y de la vida? Más me valiera haber vivido lo
que se me dio de crédito a plenitud; gozando del instante, saboreando lo
puro y gozoso de la naturaleza; todo cuanto se ofrece para el deleite de
los sentidos; y morir luego de golpe una vez completado el ciclo.
Hubo un poeta que dijo hace tiempo del pobre que pedía a las puertas de
Granada, algo parecido a "ten misericordia, mujer, da a ese pobre, que no
hay mayor desgracia que ser ciego en Granada".
Y cuando uno carece del sentido más importante: el del propio respeto,
¿qué cabría hacer con ese hombre, ciego y a la vez inmóvil?
Ya son cerca de seis meses los que llevo postrado. Apenas si he avanzado.
Consigo asir alguna cosa liviana con la mano derecha. Me manejo con el
mando del televisor y el botón de asistencia. Es cuanto he podido
progresar. Ni siquiera puedo activar el control que posiciona la cama,
para situarme a la altura que más me convenga. He de pedir ayuda para
todo.
En las lesiones medulares, no hay avance médico que pueda servir de
esperanza. Es probable que algún día la medicina consiga encontrar los
remedios contra el cáncer o contra el sida. Pero no hay manera de reponer
una médula rota.
He entablado conversación con alguno de los residentes. Debo decir que he
realizado un descubrimiento curioso. No existen barreras sociales para las
personas rotas. Lo mismo te tuteas con un señor de sesenta años, que le
cuentas las intimidades más recónditas a un chico de dieciséis.
Gracias a Iván, uno de esos chicos, acepté intentar manejarme en una silla
de ruedas. Al principio, y pese al drama de nuestras vidas, me parecía
ridículo y me daba como un acceso de risa.
No era capaz de mantenerme verticalmente. Me caía hacía uno u otro lado.
Poco a poco conseguí mantenerme recto.
He recorrido la totalidad de las instalaciones del Centro. No hay mayor
conjunto de tragedias que las que se viven tras estas paredes. Personas
que lloran; que saben que probablemente jamás vuelvan a comer solas o que
precisarán de ayuda hasta para sus necesidades más íntimas. Sueños,
ilusiones rotas; juventudes truncadas, atardeceres definitivamente
oscurecidos.
Todos somos en el fondo ese niño que nuestra madre parió. Desvalidos, nos
enfrentamos a un mundo que excluye y oculta los aspectos individuales poco
atractivos para los triunfadores.
Nos gustaría asir la mano de la madre. Dejarnos mecer de nuevo en la cuna
y volver a vivir para no caer en los errores cometidos. Pero lo cierto es
que la madre envejece y también, como tú, tiene miedo.
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Apenas si me quedan ganas de hablar de la familia y de los amigos, y
debiera hacerlo. Todos tratan de hacerme la vida más soportable. Percibo
su apoyo. No soy un mal nacido. Agradezco lo que se me da, máxime cuando
no es posible que yo dé nada a cambio. No obstante, cuánto agradecería que
no me atosigaran más; que el cariño a veces pesa más que la losa que
definitivamente nos ha de cubrir.
Todos me temen, y jamás he sido menos peligroso en toda mi vida. Es cierto
que he mencionado la palabra eutanasia; que creo que los seres humanos
hemos alcanzado, a lo largo de los siglos, una serie de conveniencias
sociales, que nos permiten hablar sin temores de derechos y obligaciones,
de lo que creamos razonable hablar.
Entre los esquimales, cuando uno llega a viejo y representa un peligro
para la supervivencia del grupo, se le abandona en mitad del páramo
glaciar para que el oso de cuenta de él en un abrir y cerrar de ojos. Es
un proceso ecológico, que entre otros agradece el oso.
Recuerdo también haber leído una narración, supongo que veraz, en la que
una familia rusa atravesaba Siberia arrastrada por un trineo en mitad de
la noche. De repente una jauría de lobos hambrientos se fue a ellos. El
peligro era inminente. De no adoptar alguna solución perecerían todos. La
madre, tomando al más pequeño de los hijos, y sin siquiera tiempo para
darle un beso, lo lanzó hacía los lobos, que lo devoraron en un instante,
dejando en paz al resto.
Pereció uno; el resto se salvó.
A mí me gusta este mundo de lobos. Creo que la gente del Centro ha
conseguido hacerme entrever la posibilidad de que existe un mañana incluso
para personas con una discapacidad tan severa como la mía. Pero eso es
morfina del alma. Te alivia mientras dura el efecto; después los dolores
se vuelven más intensos.
No quiero darle más vueltas de momento. He de poner en orden mis
pensamientos. Han transcurrido seis meses y he pensado mucho. Sin embargo,
todavía no he concluido el porqué de mi vida; qué sentido tiene mi
existencia y para qué sirve o ha servido.
Intuyo que he sido una rueda más del inmenso engranaje que mueve al mundo
de las personas. Tal vez una mota de polvo en la polvareda. Pero no acaba
de gustarme lo que descubro. Nada mío va a permanecer cuando me vaya. Me
iré con las manos tan vacías como las traje a este mundo, ¿o no? Tal vez
mi vida no haya sido tan inocua como pretendo creer. Quizás haya
contribuido a extender la mancha de insolidaridad que emborrona al mundo,
con lo cual si cabe mi vida ha resultado perversa.
Busco en mi memoria recovecos de la infancia, de la juventud; cuando aún
creía en las cosas buenas y me animaban ideales de un mundo mejor. Pero
resulta que he querido, porque quería ser querido, nunca de manera
desprendida. Al que no me ha querido, no le he querido. He dado cuando se
me ha dado; nunca de manera desprendida.
He tenido al sediento, al hambriento junto a mí; y a veces le he dado
migajas, más por quitármelo de encima que por verdadera compasión.
Mientras he sido fuerte, y capaz de contemplar erguido el entorno, no he
atesorado para el invierno, que me ha sorprendido desguarnecido, sin
reservas ni conocimientos para los momentos de apuro.
Creo que aquí se viene para saber; para beber de la sabiduría de los que
nos antecedieron y transmitírsela a los que nos sigan. Hay quienes viven
en retiro espiritual durante toda su vida, porque saben de lo efímero de
la existencia. Hay quienes aprovechan todo el tiempo y aún les parece
poco, para agrandar su conocimiento y beber de las raíces eternas, de esa
luz que se dice todos llevamos dentro y resulta tan esquiva para quien no
se transforma en un Dios interior.
Mis padres, a su manera, me aportaron una gran lección de sabiduría. Hay
que tratar de ser feliz con lo que se tenga. No es más feliz quien más
tiene sino quien menos desea.
No supe aprovecharme plenamente de esa experiencia. Para mí la empresa y
el reconocimiento social constituían dos ejes centrales de importancia
trascendental. No era tanto poseer como ser. Alcanzar la jefatura; luego
la dirección. En definitiva el poder.
Qué equivocado estaba. No es que yo en particular resultara especialmente
dañino en el empeño por alcanzar dichas metas. Pero contribuí con mi
silencio al sufrimiento de quienes quedaron en el camino por los que no
reparaban en nada, con tal de alcanzar los objetivos propuestos.
No he sido buen hijo ni siquiera amigo de mis amigos. Para serlo hay que
ser capaz de ofrecerse sin esperar nada a cambio. Yo siempre he esperado
algo de los demás, aunque sólo fuese un poco de atención.
Tal vez resulte muy primario; pero no concibo mayor gozo y satisfacción
que el hecho de que la gente se interese por uno. No la preocupación que
facilita el descanso por el amor al prójimo, sino por ser querido y
apreciado por uno mismo.
La gente en los hospitales tiende a ser amable, comprensiva.
Inconscientemente se ponen en el lugar de uno. Pero cada cual tiene su
estrella; su rumbo, y no hay piedad o temor que los puedan cambiar.
Lo que me pregunto continuamente en por qué yo. ¿Qué he hecho que no hayan
hecho otros para merecer esto?
Cuando a uno le toca vivir piensa que su tiempo es el más interesante,
porque sabe de las calamidades pasadas y del gozo que supone el
conocimiento de cuanto el hombre ha descubierto. Pero probablemente, desde
el inicio de los tiempos, no haya mayor gozo que descubrirse uno por
dentro.
Se ha investigado lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño. Se
ha avanzado en el mundo interior, en la psiquis del hombre. Pero hay un
algo que se nos escapa, quizás porque hablar de lo espiritual en un mundo
tan tecnificado, suene a algo que no es posible reproducir en un
laboratorio cuantas veces sea preciso.
No sé qué me ocurre. Paso de la depresión más negra y honda a un moderado
optimismo.
Me veo haciendo cosas que antes no había realizado. Desde mi silla y con
tantas limitaciones como sea posible imaginar, comparto juegos con otros
internos.
Hay pequeñas tragedias humanas que abarcan un océano. Hay quien ha perdido
a toda la familia en el accidente en el que él o ella quedó para su
desgracia con vida. Hay quien ha dejado a esposa e hijos y un futuro
cercano a la miseria para los que aguardan en casa.
A veces me siento un hombre con suerte. Yo sólo he dejado una novia que
pronto hallará consuelo y unos padres dolientes, afortunadamente sanos.
El trabajo abarca quizás lo más importante de mi vida. Pero pienso que mi
drama no sobrevivirá en el pensamiento de mis compañeros durante demasiado
tiempo. Entre otras razones porque allí justamente falta eso: tiempo. No
hay espacio para el sentimentalismo o la distracción.
¿Qué representa uno en este mundo frente a los demás? Uno necesita de los
demás para la subsistencia tanto física como espiritual. Pero en el
aspecto individual, los demás son tanto competidores como dadores de lo
que tanto se precisa: amor y calidez.
Probablemente hasta los seres más sanguinarios buscan en el fondo de sus
negros corazones una respuesta al espanto de vivir. Porque vivir, si se
analiza con detenimiento, si se analiza con la espada en el pecho con la
que yo me encuentro, no es nada más que sobrevivir. Se subsiste, sin
alcanzar la plenitud y grandeza que debiera ser la vida.
La mayor parte de nuestras actividades se centran en aspectos físicos,
sociales, de relación con los demás. Hay muy poco tiempo para quererse a
sí mismo. No sé explicarme bien, pero no es posible querer totalmente a
otro si antes no has alcanzado un pacto interno de cariño contigo mismo.
¿Acabará la muerte con esta pesadilla o será tan sólo un continuar de
manera diferente? Admito que antes me resultaba difícil de admitir un
continuar de la vida después de la muerte; pero no puede ser casual que
desde el principio de los tiempos ese pensamiento de continuidad
permanezca de una u otra forma en todas las criaturas, sin que no exista
algo de cierto en ello.
Tal vez no sea un continuar tal como pintan las religiones o los
sensitivos. Puede que sea que se pase a formar parte de algo colectivo, y
lo individual, aún manteniéndose, se vaya progresivamente diluyendo en un
todo. No lo sé. A veces me llegan como cuadros de fotografía que duran
apenas nada, pero sigo sin hallar esa respuesta tranquilizadora que me
mantenga a la espera del último instante sin mayores sobresaltos.
Imagino lo que debe sentir el preso. Vuela su imaginación y se ve libre de
los barrotes. Tiene la posibilidad de soñar. De hecho no es probable que
piense en la muerte como salida a su situación. Tal vez acumule años y
años en su pensamiento, y congele el tiempo para, llegado el día, saciar
sus ansias de recorrer los caminos que por un tiempo le han sido vedados.
Pero ¿y un parapléjico? ¿Cómo puede soñar con acumular días o años si no
hay escapatoria posible?
Me llegan imágenes de la infancia; esas imágenes felices porque el
pensamiento sólo mantiene los brillos del pasado, y contemplo a aquel niño
sonriente que jugaba al escondite con los primos entre los árboles del
parque. Yo quería mucho a mis primos. De hecho en mi corazón guardo el
recuerdo de su cariño como un gran tesoro. A alguno, no he vuelto a verles
desde hace más de veinticinco años. El paso de los años hace daño a la
inocencia. Tal vez su amistad y cariño se vea hoy condicionado tanto por
mí como por lo que la vida les haya deparado.
No quiero ser una carga para nadie. A mis primos les ha afectado la
noticia de mi accidente. Pero ni uno solo de ellos ha venido a verme. Por
un lado deseo su apoyo; por otro quiero conservar lo mejor del recuerdo y
no perturbar las vivencias del pasado.
No me fue posible asistir al entierro de mi tío Raúl, que falleció por
estas mismas fechas hará cosa de un año. La muerte congrega más que la
enfermedad y yo me mantuve ausente de aquella ceremonia familiar, en la
que el que se va precisa de tanto consuelo como el que se queda.
Lo que ocurre es que la familia ya no es lo que era. Se halla en crisis,
como todo en este tormentoso final de siglo.
¿Cómo es posible que permanezcamos pasivos ante la tragedia que asola la
antigua Yugoslavia? Se está matando y asesinando la esperanza de
generaciones venideras. Parientes, vecinos, amantes, amigos... dejan de
serlo y pasan a ser bosnios, serbios o croatas. No existe más familia que
la del propio egoísmo, que se trastoca en colectivo. Pero el nacionalista
que busca la pureza étnica, será el vecino que quiere el pueblo limpio de
forasteros de mañana o el barrio de clase elitista de pasado.
No están matando a todos. Yugoslavia es nuestra familia, y la ignoramos
totalmente. Seguro que el pariente olvidado y despreciado nos despreciará
a todos nosotros cuando necesitemos de su auxilio algún día.
Lo peor de todo es el dolor de los niños. ¿Cómo se puede ignorar el dolor
que imploran cuando la muerte les cerca? Esos niños, si sobreviven, serán
bombas humanas el día de mañana. Nos harán pagar caro nuestro abandono.
Los jóvenes han olvidado toda esperanza y sólo sobreviven. Dejaron atrás
estudios, novias e ilusiones. Serán guerrilleros de cualquier futuro
organigrama terrorista. !Qué ciegos están¡
Europa vive tan obsesionada con los "mass media" que cualquier imagen
sustituye al razonamiento equilibrado. Ese miedo a la invencibilidad de
los serbios; ese terror a los féretros, que de todas maneras se están
acumulando, ha aletargado las conciencias de nuestros gobernantes y, por
qué no admitirlo, de todos nosotros.
Son pobres, musulmanes y además están relativamente lejos. Que se maten
entre ellos. Es la indiferencia del hermano opulento, que ha llegado a la
cima y observa indiferente al hermano pobre y molesto que pide ayuda.
-- A mí me ha costado mucho. Búscate la vida como puedas -- le dice.
No tener hermanos me ha hecho desearlos fervientemente. Me hubiese gustado
compartir sueños, alegrías, reflexiones. Pero no existe la hermandad. Hay
quien da su vida por los demás; quien ofrece todas sus energías por el
bien común. Esos son hermanos de esta Humanidad, que les contempla como
algo fastidioso por el incómodo papel que hace la mirada limpia en las
conciencias oscuras.
Estamos enfermos de insolidaridad. Aparentemente hay muchas personas
solidarias. Las cifras ofrecen en ocasiones una estampa que tranquiliza el
sosiego de los que circulamos a velocidad de vértigo por la jungla de la
vida. No es verdad sin embargo. De cada veinte sólo uno es capaz de tender
su mano a quien se la reclama.
Hay personas que viven mentalmente en la Edad de Piedra. Buscan comida,
sexo y poder. No han evolucionado. De nada les ha valido el enorme
sacrificio de todos los que les han precedido. En parte, yo mismo era
cómplice de algo tan manifiestamente primario e insolidario.
Me gustaría pensar que formo parte de una gran familia; que nada me ha de
faltar porque otros pondrán la fuerza donde yo ponga la mano. Que no
preciso más apéndices que los que mi imaginación se esfuerce en recrear,
porque la familia humana cuidará y suplirá las carencias que el destino se
ha empeñado en llevarse.
No; quien no siembra no puede recoger. Cuando pude, miré a otro lado. Mi
vitalidad la reservaba para mí. Los demás eran algo molesto e incluso la
competencia que se interponía ante la meta. Soy el menos indicado para
reclamar que el mundo sea mejor; que todos seamos como las familias de
antes, donde convivían en armonía y respeto jóvenes y viejos, inválidos y
fuertes.
Nada más alejado del modelo de sociedad actual, donde sólo el triunfador
tiene un lugar de honor en el salón de la casa; donde el título sustituye
a la persona y el triunfo y el más difícil todavía, andan reñidos con las
noticias y acciones de entrega, que en el mejor de los casos se admite
como algo peculiar o una forma de distracción de quien no tiene mejor cosa
que hacer.
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Eutanasia. Les daba miedo que mencionase la palabra. Pero lo hacía con
naturalidad, sin sobresaltos o crispación.
Creo que, llegado el momento en el que la vida alcanza un punto sin
retorno, y en el que no es posible ni el avance ni el retroceso, es
conveniente cuando menos plantearse si merece la pena quedarse esperando
un no sé qué tantos años, que se hacen siglos, en situación de espera
permanente.
Muerte ¡Qué misterios y miedos evocan tu nombre¡
La muerte nos acompaña desde el mismo instante de la concepción. El óvulo
y el espermatozoide se confunden y funden en un todo de instrucciones de
vida y destrucción. Desde el instante primero el nuevo ser comienza a
florecer en razón de un entramado bioquímico en el que la principal
instrucción es curiosamente la de la disolución.
Quisiera rellenar de esperanzas mi corazón; colmar de sentido mi pereza;
aguardar un nuevo mañana y sonreír porque sí. Pero detecto la bruma que
todo lo oculta dos pasos más allá del sueño y me sobrecoge la horrible
visión, dejándome definitivamente sin fuerzas.
He visto cadáveres mutilados de perros esparcidos por las carreteras. Los
coches trituran sus huesos hasta fundirlos sobre el asfalto. Yo soy como
un perro al que fuesen machacando el cerebro hasta fundirlo en la nada,
tras sufrir el embate del absurdo y la prueba del dolor.
Los perros, ya lo dejé apuntado, no van al Cielo. Pero, si seres tan
abnegados y nobles no ascienden a las alturas, ¿cómo yo, que soy peor que
un perro, sueño siquiera con gozar de mejor fortuna que ellos? Algo falla
sin duda en este armazón de barro del que me han fabricado.
He recaído. Durante los últimos meses me había hecho ilusiones y pensaba
que mi vida tenía todavía un valor; que se puede dar y recibir aún a pesar
de no disponer de todas las capacidades físicas.
Casi me habían convencido de que el hombre es más lo que piensa que lo que
hace. Pero no es verdad. Mi pensamiento de solidaridad y de pretendido
amor hacia el género humano, no alcanzará siquiera a los jardineros del
centro.
Una persona debe al menos tener la posibilidad de ser escuchada respecto a
su propio futuro. No entiendo por qué han de decidir otros lo que a mí me
convenga. Yo entiendo que, llegado a un punto donde no resulta posible ya
sino esperar pacientemente que la muerte se apiade de uno, lo mejor es
apagarse. Nada puedo aportar sino alimentar un cuerpo muerto, pegado a una
cabeza que sufre por su cuenta.
Voy a morir; es algo inevitable. No alarguemos más algo que no tiene más
solución que el paso del tiempo. Una inyección; luego un sueño suave. Los
pulmones dejan poco a poco de funcionar. Todos los músculos se distienden.
Sé que va a ser algo parecido a cuando quedo medio traspuesto, y en
duermevela me veo flotar en la habitación, contemplando mi cuerpo, ya sin
miedo, y pensando que la muerte no tiene por qué ser tan fea y definitiva
como se cree.
No voy a ser el único. Por delante de mí lo han hecho miles de millones de
seres y criaturas, de todo tipo y condición. La sensación de ahogo se
diluye con la relajación, la angustia por la última bocanada de aire
simplemente no me afecta. Pasaré de uno a otro plano y de uno a otro
estado sin dolor ni sufrimiento.
La muerte no puede ser tan horrible. Un suspiro no es frontera. ¿No hay
personas que aguantan sin respirar más de un minuto y no les ocurre nada?
¿No se para en ocasiones el corazón unos segundos durante el sueño y la
vida sigue? Cuando uno deja definitivamente de respirar o el corazón deja
de latir para siempre, se entra en un estado en el que el cerebro comienza
a soñar con toda intensidad. Los recuerdos y las emociones se agolpan. El
"puzzle" de la vida encaja y se encuentra sentido a lo que antes carecía
siquiera de orden y concierto.
No sé qué ocurrirá después. Si el substrato sobre el que se asienta la
memoria se desmorona; si el polvo vuelve al polvo y falla la materia sobre
la que se asientan los pensamientos, tal vez no haya continuidad en el
nuevo estado. Es algo sin duda apasionante, para los que estudian y
disponen de tiempo para esas cosas.
El cuerpo se reintegra a la Tierra de la que procede. El carbono esencial
y el polvo de estrellas de que todos los seres y criaturas estamos hechos
siguen su viaje galáctico y sólo queda uno en la memoria de los que alguna
vez nos quisieron.
Me gustaría pensar que Dios me espera al otro lado; que el pensamiento y
el sueño se transforman en reales y vuelvo a sentir, aunque sea de otra
manera, sensaciones de paz y bienestar.
Pero una vida es demasiado poco para alcanzar a reflexionar mínimamente el
porqué de tantas incógnitas.
Pienso, sin embargo, que la solución pudiera ser tan extremadamente simple
y tan cercana, que la muerte en una última pirueta tragicómica nos dijera
"veis qué fácil era todo".
!Era tan sencillo¡ ¿La vida es sólo eso? Lo he tenido todo el tiempo junto
a mí y no he sido capaz de entreverlo siquiera.
Pero, ¿y si no fuese así? Si tras la muerte todo desapareciera, ¿qué queda
de toda una vida de sufrimiento?
No puede ser que todo se desvanezca. Si algo ha aprendido el hombre en su
deambular por este mundo, es que nada ocurre porque sí; que todo tiene una
razón; que tras toda causa hay un efecto. Las cosas no desaparecen, se
transforman. El inmenso entramado en el que se sustenta todo el universo,
pueda que sea tan sencillo como las partículas elementales de que todo lo
creado esta hecho. Mi pensamiento no puede tener el mismo soporte que el
sentimiento. Es probable que se pueda medir y detectar un cambio químico
cuando el hombre ama o siente, pero eso sólo viene a ser lo mismo que
cuando está triste su rostro lo está también, o cuando se encuentra feliz
se le refleja en la sonrisa.
La química es solamente un soporte, para el mundo de los sentidos. El
mundo de los sueños adelanta un poco lo que puede ser el mundo de los
muertos. Cierto que a veces la basura onírica y el desgaste diario hacen
que los sueños se confundan con otros mensajes o realidades que nos
anticipan la muerte que se vive desde el mismo instante de la concepción.
Sin embargo, hay cosas que no es fácil explicar ni comprender, y ni la
física ni la química son capaces de aportar una solución convincente.
La prepotencia con la que la ciencia indiferencia o burla a los soñadores
olvida que si se halla justamente en el estadio en que se encuentra es
porque alguien previamente soñó su existencia. Todo lo que el hombre, con
sus miedos y gritos a las estrellas ha ido acumulando a lo largo de
siglos, nos contempla ahora con sorna.
Yo estudié una carrera en la que aprendí a razonar y a utilizar el
intelecto para el desarrollo de mi profesión. Fui a la universidad para
tener un buen empleo en el futuro; no para saber estar en el mundo o
enfrentarme a la gran incógnita que es el vivir día a día.
Sé calcular, medir, pesar y pensar. Pero se me ha olvidado rezar y soñar.
Las circunstancias me obligan ahora a realizar un esfuerzo que debiera
haber ido alimentando durante años. Quiero no tener miedo y saber porqué.
Quiero sentirme célula cósmica y dejarme llevar por un rayo de luna.
Quiero saber que ese sufrimiento lejano o esa alegría próxima forman
también parte de mí; que nada de lo creado, percibido, intuido, soñado...
me resulta ajeno, porque Dios o el pensamiento universal precisan también
de mi minúscula existencia.
Si nada voy a sentir tras mi muerte; si nada de mí va a tener continuidad,
¿para qué seguir?
Pero si existe algo; si detrás del muro de siglos de dejar la cortina
cerrada existe la luz que entra del Cielo de la caverna, ¿porqué no entrar
cuanto antes? Dar carpetazo a esta experiencia tan poco gratificante y
gozar de la luz que da sentido a las cosas.
Los amigos, conocidos y parientes que me precedieron, ya se encuentran
donde se va tras el fin de la existencia. Ellos han superado el trance. La
muerte siempre vence. No seré una excepción. Percibo dos problemas. Uno el
miedo físico que produce; otro, si estaré o no preparado para desarrollar
con dignidad el papel que me corresponda ocupar al otro lado.
Aunque tal vez en el otro lado los roles no sean iguales a los de este. Se
juzga todo de una manera excesivamente simplista; humanizando y sintiendo
que lo que el otro percibe es igual a lo que yo percibo.
Los seres humanos nos hemos dado unas reglas básicas de comunicación para
entendernos. Alguien describe un objeto y lo puede hacer con una precisión
tal que aun estando con los ojos cerrados, uno sea capaz de hacerse una
idea exacta de lo que el otro nos dice. Sin embargo, yo entiendo una cosa
y el de al lado, aun entendiendo lo mismo, puede adornar su pensamiento de
cosas que de trasplantarse al mío, yo sería incapaz de comprender.
Hay tantas realidades como personas, y hay tantas ideas de lo que pueda
ser la otra vida como pensamientos. Porque uno va cambiando conforme la
vida le va curtiendo. El tiempo es un invento moderno; pero la verdad es
que uno envejece y muere y la vida sigue.
¿No será más cierto que todo lo que es lo que vaya a ser, ya está en cada
uno de nosotros?
La educación, las circunstancias personales influyen en la forma de ser y
sentir de cada uno de nosotros. Hay gente que es químicamente y en casi un
cien por cien mala persona. De la misma manera hay seres que prácticamente
actúan como ángeles en esta vida. Sin embargo, de vivir cada uno de
nosotros mil años, de enfrentarse a solas con el conocimiento que nos han
ido aportando los anteriores a nosotros, seguro que descubriríamos los
iguales que somos unos a otros.
¿La persona mala nace o se hace? Tal vez las dos cosas a un tiempo y tal
vez formen parte del juego que de manera no consciente el género humano
interpreta en su caminar hacia las estrellas.
Si uno eligiera cómo ser cuando viene a este mundo, de seguro que muy
pocos o prácticamente ninguno elegiría el papel de malo. Todos querríamos
ser el niño bueno, rodeado de todo cuanto puede hacer más feliz la vida.
La familia es simplemente cuestión de azar. Uno no elige la familia, si lo
hiciera de seguro elegiría también a los padres más buenos, ricos, sanos,
guapos y sabios.
Lo cierto es que no recuerdo que nadie me dijese qué papel quería
interpretar en esta comedia. Nadie me preguntó si deseaba quedarme
tetrapléjico en mitad de la vida. Nadie me dijo si quería en un momento
determinado de la existencia ahogarme en pensamientos y hallar respuestas
a preguntas que probablemente jamás me hubiera planteado, de irme las
cosas de otra manera.
Me encuentro muy confuso. No sé si será mejor irse de aquí sin comerse el
tarro, como me lo estoy comiendo, o dejarse morir como el pajarillo al que
el invierno crudo sorprende fuera del nido.
La verdad es que el día a día me resulta agotador. He de confesar que mi
cuerpo se trasforma por una presencia femenina; que apago el deseo y trato
de asesinarlo apenas nace, pese a todas las disquisiciones con las que
estoy aburriendo a quienes escuchen estas cintas que luego se
transcribirán.
No me sirve este cuerpo que anhela estrecharse y formar uno con la
enfermera de noche; cuerpo que ante el cálido aroma femenino, me hace
retornar al origen. ¿Es más cuerpo y menos pensamiento? ¿Dónde está la
eternidad en alguien que anhela fundirse y tocar y besar un cuerpo ajeno?
Mato el deseo, !pero cuánto me cuesta¡ Se interrumpen mis reflexiones. Mi
respiración se altera. Me digo que es absurdo; me río de mí mismo. Levanta
mis sábanas. Soy menos que un niño desvalido. La deseo intensamente. Ella
sonríe:
-- ¿Va todo bien? -- me dice.
-- Sí; todo bien -- asiente, y me sonrojo y aun quisiera incorporarme y
darle un beso.
-- Pues ojo, a pasar buena noche. - se despide sonriendo pícaramente.
Y ella se aleja y quedo de nuevo a solas con mis pensamientos. No hay
muerte, ni más allá, sino ella y esas caderas de terciopelo que imagino
plena de caricias. Todo el calor de la sangre cálida que se impregna en
mis células deseosas de sus pechos.
Observo a mi compañero de habitación. A él también le brilla la mirada. El
habla y habla. Parece haber aceptado mejor que yo su situación. Dice que
nació en Las Palmas de Gran Canaria hace siete meses:
-- Soy sietemesino -- ríe.
Perdió a su novia y a un hermano. Los tiene siempre en el recuerdo. Pero
pese a todo, cuando llega la enfermera le brillan los ojos y por unos
instantes siento celos.
8
Las empresas son a veces como mundos cerrados, que afectan más a la
convivencia de las personas de lo que uno pueda creer. En las empresas se
pueden dar incluso situaciones próximas a la esclavitud, entre el que la
manda y el mandado. Una sumisión indigna del género humano para quienes
sólo dependen del humor de sus superiores, y que denigra a la sociedad en
su conjunto.
Hay quienes se ven obligados a realizar cosas que atentan contra la
dignidad de las personas. Pero vivimos en un momento en el que se saca a
relucir la bajeza moral y la indignidad, como algo cotidiano y casi
admitido tácitamente.
El hombre lo es por competencia con el semejante. No se es solidario nada
más que en el tribalismo. Todo lo demás sobra, estorba los planes de
quienes sólo buscan el triunfo a toda costa.
Me gustaría recluirme en una concha y aislarme del mundo y de sus gentes.
He formado parte y contribuido a que la insolidaridad campee a sus anchas.
Todos debiéramos reflexionar y replantearnos cosas que el tiempo y la
competitividad no nos dejan. No es razonable construir un futuro sobre
tanto dolor. Los demás son también importantes.
La vida se nos escapa de los dedos y nos preocupamos de tener un coche más
potente; de comprar la casa más grande o de ser los más importantes.
De otra parte, la idea que tiene uno de la empresa puede ser radicalmente
opuesta de la del compañero de al lado. Hay quien ve en la empresa al
enemigo, y la combate con la indiferencia e incluso el rechazo. Hay quien
ve en la empresa sólo un instrumento para la supervivencia, y cumple
estrictamente lo que se le ordena. Hay quien, por el contrario, se enamora
de la empresa y le dedica todas sus energías y emociones; todo el tiempo,
incluido el del ocio. No existe otra razón de ser para él sino la empresa.
Creo que yo me encuentro entre estos últimos. Naturalmente, no es justo
juzgar a todos con un mismo rasero, o pensar en una clasificación tan
excluyente.
Pero sí me arrepiento de no haber vivido a plenitud. De haberme propuesto
unas metas tan pobres. Todo lo dejé por la empresa, porque quería la
admiración y el respeto de mis compañeros. Nunca pensé en otras gentes u
otros objetivos. El esfuerzo que no realicé lo tengo que hacer ahora y sé
que mis pensamientos no serán los que debieron de ser, al estar
condicionados por la prisión de la carne inmóvil.
Me duele salir a pasear en una silla de ruedas y ver un campo tan bonito,
que antes no fui capaz de valorar. Los pajarillos son un espectáculo. Lo
son las nubes; el agua de las fuentes. ¿Cómo no pude gozar antes de algo
tan hermoso teniéndolo tan cerca?
Hasta el aire me parece hermoso. Me dejo acariciar por la brisa; cierro
los ojos. Todo se encuentra a un paso. Vivir es algo más que un título o
un futuro. La sierra me espera. Voy abandonar todo y vivir en un paraje
aislado en contacto permanente con la naturaleza. La silla me estorba.
Nunca antes me había dado cuenta de todo cuanto tenía junto a mí.
Nos estamos engañando unos a otros. Tal vez haya una conspiración mundial
para que nos volvamos locos. Una persona con salud y ganas de vivir, no se
debe dejar encerrar por los reclamos y guiños de una sociedad egoísta, que
sólo busca la producción y la estadística.
Hay indios de la India que pasan su vida con las manos en alto, hasta que
se les secan y convierten en ramas, agradeciéndole a Dios la dicha de la
vida y esperando cruzar el umbral cuanto antes.
Hay hombres y mujeres que pasan en retiro espiritual todo su tiempo, sin
hablar jamás con sus semejantes, porque piensan que esto es un suspiro y
que es preciso agradecer de continuo la llama de la existencia a quien
tuvo a bien concedérnosla.
He leído; he reflexionado. Pero ¡me queda tanto por hacer¡ Al conocimiento
se llega por el estudio o por el dolor. Yo creo que he llegado a esa etapa
inicial, más por el dolor que por el estudio o la investigación.
De salir de ésta, que ya sé que no saldré, dejaría la empresa. Me iría a
las alpujarras granadinas, a un lugar donde gozar de la naturaleza y del
contacto con ese yo, tan abandonado, que todos llevamos dentro.
No soporto más los ruidos, ni las presiones o la competencia. Quiero
realizarme como ser humano. Dormir con alegría; soñar cosas armoniosas;
sentir que fluye en mí el latido universal que el correr del tiempo ha
silenciado.
¿De qué me hubiese valido llegar a la cima? ¿De qué me habría servido
ganar más dinero, si cada latido es un regalo y lo que nos separa del otro
lado es una imperceptible lámina de sueño?
Pisotear, poseer; formar parte de un clan, de un grupo, de una
nacionalidad. Las gentes nos agrupamos más por nuestros miedos y
cobardías, que por el bien común. Me doy cuenta de que el objetivo de la
especie humana no es la supervivencia y la continuidad, sino el formar un
todo para alcanzar las estrellas, si es preciso a gritos.
Todo lo demás es pura fanfarria; engañarse. Las luces de neón nunca podrán
competir con los luceros. El amor pagado jamás tendrá el sabor del néctar.
El poder es algo que aplasta a la Humanidad.
Quiero una nueva oportunidad. Resarcirme del mal cometido. Pedir perdón a
los que ofendí, y ofrecer mi mano a los que precisen de ella.
No me hagáis pagar tan caro mis errores. Seáis quienes seáis los que
controléis este rollo, por favor, una oportunidad. Si fallo de nuevo; si
vuelvo a dejarme llevar por la fácil o lo inmediato, dejadme así o aún
peor. Pero creo que todas las criaturas de esta Tierra debiéramos tener la
oportunidad de rectificar, al menos una vez en nuestras vidas.
Me aterra saber un mundo tan hermoso, a la vez que tan delicado, y que
todos corramos deslumbrados por la luz de la ignorancia, sin percatarnos
de cuánto bueno y bello existe.
Eva es el dolor que se ha de purgar. Adán es la cobardía. Si hay un edén,
se encuentra en el interior. La Tierra es el marco y nosotros los actores.
Vamos a representar bien la función de una vez por todas.
No me consuela ver a otros que sufren. Los niños bosnios me llegan al
corazón; mis compañeros tienen cada uno su historia. No quiero ser
insolidario. Pero si he de contribuir a un mundo mejor, necesito al menos
las manos libres.
-- Vamos, a levantarse que toca recuperación -- la enfermera me libera del
pensamiento circular. La miro y la admiro. Se mueve con gracia. Sonríe.
-- ¿Qué quieres que recupere? -- bromeó con toda la sorna de que soy
capaz.
-- Yo quisiera que recuperases todo; pero de momento vamos a recuperar esa
mano derecha -- responde.
Y me dejo hacer y su sonrisa me devuelve un instante a la tranquilidad.
9
¿Puede una parte juzgar al todo?; ¿puede la más pequeña de las partículas
de arena de una playa infinita tener constancia del beso de las aguas en
su orilla? ; ¿puede la más remota molécula de la uña de un pie captar la
generalidad de un pensamiento? La respuesta parece obvia. Y sin embargo,
somos menos aún en un cosmos, que siendo un todo, del que forman parte las
realidades conocidas, las supuestas e incluso las por conocer, se intuye
diminuto en comparación con la grandeza del Creador.
Puede dar la impresión de que actuamos de acuerdo con el libre albedrío.
No es así sin embargo. Si analizamos con sosiego los esquemas por los que
se rigen nuestras vidas: familiares, sociales, económicos, deducimos de
inmediato que el margen de tolerancia, de actuación fuera de unos esquemas
prefijados, es tan reducido que apenas tienen cabida sino lo que el
destino y el sistema marcan a cada uno.
El mundo es dual. A toda fuerza de acción se opone otra de igual magnitud
en sentido contrario. Evidentemente Dios no juega a los dados. Pero la
fuerza opuesta, tiene su designio.
Todos sujetos a la cárcel del cuerpo. Todos sujetos a la incertidumbre de
la nave que navega por la inmensidad del interminable océano. La Tierra,
punto insignificante. Comprimido el universo conocido a las dimensiones de
ésta, para saber de ella, que se hallaría en las profundidades de una
simple partícula de polvo, haría falta un microscopio de un millón de
aumentos. La partícula de polvo, el Sol; la Tierra, el infinitesimal
Planeta que en su interior gira; ¿qué supone el hombre entonces? El
Infierno no se encuentra en el más allá, sino en el más acá. Nos engañamos
unos a otros con máscaras de teatro.
El drama se vive por dentro. El drama de la soledad. Venimos solos y solos
partimos. El amor más grande que puedas sentir por criatura o por idea
alguna, no impide que cuando te enfrentes a la experiencia última de la
disolución, el tránsito lo hayas de hacer desnudo y en soledad. Porque
nada, absolutamente nada, es patrimonio de nadie: ni sabiduría, ni
ignorancia, ni poder... Todo se confunde en un TODO en el que azar,
designios, posibilidades, destino y sistema nos enfrentan al esfuerzo
colectivo de conformar moléculas del gran cuerpo enfermo.
El cuerpo, la mente, el espíritu se adapta a las carencias. Cuando en un
organismo surge la enfermedad, la incógnita o el desasosiego, de inmediato
fluyen las defensas precisas para que éste no sucumba. Así, en todos los
seres, surge la fe en algo o en alguien como barrera. Fe en la vida, en el
más allá o en el más acá, en nuestros semejantes... De no existir la fe no
habría nada que nos atase o nos mantuviese unidos al yunque de la vida.
Pero a la vez, nada existe porque sí; en nuestras aparentemente frágiles
voluntades se halla el hacer más soportables las duras condiciones de
sufrimiento y soledad que padecen millones de seres humanos. Es cierto que
resulta difícil admitir que ese, o ese otro, de los que no compartes la
menor afinidad, descienden de un ser humano común. Todos somos hijos de la
misma Eva, antepasada africana que regó de hiel y sangre los siglos
venideros. Y !madre! resulta tan efímero y fugaz el devenir, que hace de
por más injusto y absurdo el empeño en conservar lo nimio.
Existir existen, y a raudales, la prepotencia, el orgullo y la mentira,
que actúan de coraza que sustrae de la felicidad. Y es así, porque se
soporta mal la felicidad, tanto la ajena como la propia. Uno nunca se
siente satisfecho del todo. En primer lugar porque no acaba de sintonizar
con cuanto le rodea: situación, cuerpo, salud, familia... En segundo lugar
porque uno se cree el centro del mundo y el mundo no nos rinde pleitesía.
Pero es que además la búsqueda de la ilusión resulta más dura y
encarnizada que la del Santo Grial. ¿Dónde hallar la fuerza precisa que
recargue de energía el alma? ¿Dónde hallar ese resquicio que deje entrever
el Cielo? El autobús de la locura gira y gira y da vueltas alrededor de sí
mismo sin hallar el camino de salida. Todos los viajeros anhelan el prado
de flores; las amapolas cubriendo de arrebol la pradera. Allá él
riachuelo, discurrir transparente de vida pura; allá la sonrisa clara de
la muchacha rubia de sombrero blanco. Sonríe y su sonrisa es trigo y oro.
El autobús prosigue y tú anhelas que se detenga. Dejarte mecer por la
sonrisa distante.
¿A quién conviene que esto siga así? ¿A quién beneficia que el mundo se
retuerza convulsionado por el dolor?
A ninguna persona razonable le interesa. No obstante, la lucha es
cotidiana. Contra aquello que es real y contra lo inexistente. Así, en
ocasiones, nos refugiamos en los recuerdos, de la infancia o de la
adolescencia. Recuerdos que nos resultan gratos porque tan sólo perdura lo
bello: el brillo en la mirada del primer amor; el pueblo en primavera; los
amigos -- algunos ya definitivamente ausentes de lo físico-- Pero no hay
tiempo para la reflexión. Sólo queda aferrarse a lo escaso de eterno que
aún perdura, y que probablemente ni el tiempo ni el ingenio mal utilizado
puedan cambiar... Queda la amistad, incluso con las piedras que nos vieron
nacer; con el porvenir, de este día que marca el resto de nuestras vidas.
A veces, parece inútil y baldío el esfuerzo de la felicidad en un mundo
doliente. Pero hay que luchar por ser. Llegado el momento será lo único
que quede.
Desde el accidente me he acercado a Dios, pero a la vez me he visto
enfrentado a problemas que jamás antes se me habían planteado. Puede que
todo sea extremadamente sencillo, que la complejidad la provoquen nuestros
miedos. Tal vez debiéramos aceptar que somos algo que forma parte del
orden divino y dejarnos llevar por los sueños.
Tras un espejo se encuentra Dios. En el fondo de la mirada de cualquiera
de nosotros se encuentra la complejidad del universo. ¿Por qué no somos
capaces de encontrar de una vez por todas la solución?
Hay veces que me vienen como destellos, y me digo !adelante¡, la solución
está cerca. Pero luego el ruido y el miedo distorsionan todos mis
pensamientos. Aquello que he tenido tan cerca se me esfuma y vuelta a
empezar.
He hecho progresos en mi autonomía. Hay auténticas maravillas técnicas que
hacen que la silla resulte casi un apéndice del cuerpo. La controlo
francamente bien. A veces se mueve más a impulsos de mi voluntad, que del
movimiento de mis dedos.
Incluso me han dotado de un colgante radioeléctrico, que emite un mensaje
de emergencia en caso de que lo pulse por cualquier causa.
Tuve la oportunidad de contemplar una exposición de artilugios de
telecomunicación para tetrapléjicos. Hay teléfonos que se activan con la
voz; otros lo hacen por infrarrojos, como un mando de televisor, que sirve
incluso para abrir o cerrar la puerta de la calle. Para tetraplejias muy
graves se ha ideado un dispositivo que se activa por el movimiento ocular,
y puede por medio de una pantalla de ordenador, controlar todo cuanto
resulte controlable.
El mundo es un gran sistema nervioso, en el que una inmensa cantidad de
información circula de un punto a otro del Planeta, una y otra vez, de
manera cíclica y continua.
Para mí que el problema no lo es tanto de información, sino del
conocimiento. Es preciso vivificar los pensamientos de las personas, y que
una corriente de buenos deseos se instale en todos y cada uno de los seres
que habitan este torturado Planeta.
Se nos ofrece soluciones Pero a veces esas soluciones espantan. Se olvida
a Dios; se olvida el material espiritual del que están hechas las
criaturas. El progreso parece decir "Dios es una quimera; una ilusión de
la materia". Y yo me pregunto ¿por qué siento?; ¿por qué tengo miedo y me
aterra tanto el dejar de ser?
Hablo con el médico. Sabe lo que me sucede. Escudriña en mi interior y soy
como un estanque que refleja todo.
-- Juan, no le des tantas vueltas a la cabeza. Hay muchas cosas que puedes
hacer. Eres una persona instruida. Puedes perfectamente ser útil a la
sociedad. No hay nadie más paciente que una persona en silla de ruedas -
insiste.
-- Le doy vueltas a la cabeza, justamente porque quiero convencerme de que
lleva usted razón; de que voy a poder ser útil y de que mi vida tiene
todavía un sentido -- respondo.
-- Naturalmente que tiene un sentido. Por fortuna los tiempos en que sólo
se precisaba la fuerza física se han superado. Hawkings quizás sea el
astrofísico vivo más importante, y apenas si tiene la cuarta parte de la
movilidad que tú tienes -- comenta.
-- Tal vez sea así; pero él tuvo un tiempo de aceptación. Sabía lo que iba
a ocurrirle desde hacía años.
-- ¿Y eso le hace menos sensible? Hay personas condenadas a una muerte
cierta, cuestión de meses o días, que anhelan vivir y lo hacen
aprovechando hasta el último suspiro. En una ocasión traté a una chica,
aquejada entre otras cosas de un tumor cerebral, que estuvo componiendo
poesías hasta media hora antes de su muerte. Amaba la vida con tal
intensidad, que ella misma era poesía y un canto a todo lo creado. Estaba
recogida, arrugada. Sólo uno o dos años antes de morir era una chica
alegre, guapa; un tipo impresionante. Quedó parapléjica por un accidente.
Aquí le enseñamos a aceptar su nuevo estado. Ella lo aceptó. Luego le
detectamos el tumor. ¿Tú sabes lo que nos dijo cuando se lo comunicamos?
-- inquiere el doctor sonriente.
-- ¿Qué dijo? -- pregunto curioso.
-- Doctor, ya sólo falta que se me inflamen los testículos.
-- Me gustaría tener ese sentido del humor. Pero no todos estamos hechos
de la misma pasta -- le digo.
-- En el fondo, todos tenemos los mismos miedos. Es cierto que la
educación, el ambiente y la química de las personas hacen que unos seamos
muy diferentes de otros. Sin embargo, no hay superhombres ni supermujeres.
En algún rincón de la mente o de nuestra alma, existe un interruptor que
es necesario activar, para enfrentarse a la vida. Ahora gracias a la
medicina el hombre prolonga su vida muchos años. Ha habido grandes
personajes que hicieron todo cuanto tenían que hacer y se fueron de este
mundo, más jóvenes de lo que tú eres ahora mismo. El propio Cristo,
Carlomagno... El problema no es la cantidad, sino la calidad. Se puede
vivir, mal; eso es cierto, sin piernas o sin ojos u oídos. Lo que no se
puede es dejarse morir por dentro. Es entonces cuando realmente comienzas
a morir por fuera también -- argumenta filósofo.
-- Y usted, ¿cómo aceptaría verse en una silla de ruedas para lo que le
quedara de vida? -- le interrogo en tono desafiante.
-- Mal; muy mal. Ahora también te digo que si después de ver lo que he
visto no supiera enfrentarme a la realidad, sería un delito. Todos pensáis
que el vuestro es el caso más duro, y que el mundo entero se os viene
encima. Y es verdad. Para cada persona sus vivencias y amarguras son las
más difíciles de soportar. Pero también es cierto que hay personas que
jamás tendrán la oportunidad de estar tan bien atendidas. Hay personas que
se agostan en chamizos infectos, muriendo de soledad y sin atención médica
alguna. No resulta fácil explicarle a alguien que hasta hace unos meses se
creía inmune a todo y era perfectamente autosuficiente, que va a tener que
pasar el resto de su vida dependiendo de otros, incluso para sus
necesidades más íntimas. Sin embargo, el éxito o el fracaso de una
curación dependen sobre todo de que en un momento determinado seáis
capaces de dejar de sentir lástima de vosotros mismos, y digáis! caramba¡,
las cosas se han complicado; pero voy a ser capaz de salir de ésta -- me
dice.
-- Creo que todavía no he sido capaz de superar esa fase. Me tengo mucha
lástima. Y me la tengo porque sé cuantas cosas he dejado inacabadas. En
cuanto a otras metas, me resulta muy difícil pensar en hacer nada que no
sea pasarme el tiempo pensando y maldiciendo mi suerte -- le preciso.
-- Tú sabes que el refrán afirma que... dentro de cien años todos calvos.
Te quedan aún muchos años de vida. Hacer que sean fructíferos para tu
pensamiento, para esa riqueza que sólo el hombre es capaz de atesorar, que
es la del pensamiento, es tan sólo cuestión de que te propongas que así
sea. Lo cierto es que nadie va a poder hacer por ti el cambio al que por
fuerza te vas a ver obligado. Yo siempre digo que Dios cierra una ventana,
pero abre muchas puertas. El aturdimiento es el que nos impide descubrir
la salida. No te dejes llevar por el abatimiento, cómbatelo como la chica
del tumor, con una pizca de cachondeo -- me anima con firmeza, apretando
los puños.
Y yo quisiera que Dios me mostrase esas puertas de las que el doctor me
habla. Ha habido una explosión en mi vida. El humo no me deja ver las
estrellas. Sé que hay quien sufre mucho más. En Bosnia, en Chechenia,
Ruanda, Irak o tantas y tantas partes de este minúsculo Planeta, hay
gentes que mueren sin saber por qué. Que se les quita la vida o la
dignidad por capricho o porque simplemente estorban. Sé la suerte que he
tenido naciendo en un lugar donde aún se respetan las personas. Cada vez
nos resulta cercano lo que ocurre lejos. Pero lo cierto es que estoy
descubriendo cuánto he desaprovechado los años anteriores. No puedo dejar
de pensar en lo bello que es todo, pese a tanta y tanta miseria. Dios está
en las esquinas, y también en el vertedero, donde en primavera florecen
las amapolas. Dios está en el dolor, y también en la alegría de los niños
que corretean inconscientes por el parque, sin saber de la terrible
fragilidad de sus esqueletos.
Las puertas de las que me habla el doctor conducen a nuevos lugares. No sé
si podré traspasar su umbral. Me falta ánimo y valentía.
-- Doctor, pero si yo muriera sería un problema menos -- le asevero.
-- Y ¿quién te ha dicho a ti que eres un problema? Todos formamos parte de
algo necesario. Tú tienes cariño para dar, alegría para ofrecer a quienes
sólo disponen de prestigio o riqueza. Sois necesarios, porque se os
quiere, y porque sois el ejemplo de que el hombre es más que la apariencia
externa -- responde.
Cierro los ojos. No veo ventanas o puertas. Sólo la certeza de haber
dejado atrás una referencia en mi vida, que jamás volveré a contemplar.
10
Ha pasado un año. Pronto saldré de aquí. Creo que podré valerme en casa
sin ayuda. Otra cosa será la ciudad, donde el bordillo más insignificante
puede ser una montaña para una silla de ruedas. Es complicado manejarse en
un lugar donde todo son vericuetos, hondonadas, coches, obstáculos. Lo
intentaré. Debo darle una oportunidad a mi vida.
Y me sigo sintiendo mal. Ya no es sólo depresión. Es que no consigo
hilvanar una esperanza. Se puede vivir sin ilusión; pero como algo
mecánico, que subsiste gracias al instinto.
Cierro los ojos, y no imagino nada. Llegará la Navidad; después la
primavera y luego el verano. Nada importa.
Me aconsejan que lea; que vaya a conciertos o al teatro. ¿Para qué? El
movimiento es la libertad; sin movimiento lo único que me aguarda es una
vida vegetativa en espera de que el sueño me venza y encuentre ese prado
de flores y aguas cristalinas, donde retozar para siempre.
Me han curado y he progresado bastante. De hecho he recuperado también una
mínima aunque significativa capacidad de movimiento con la mano izquierda.
Con la derecha y muy lentamente, puedo escribir algunas notas y manejarme
con la silla.
Lo que no han podido es inyectarme la necesaria ilusión. Nunca pensé que
me gustaran tanto las mujeres. Me gustan mucho. A veces pienso que son
caramelo, dulce y miel a la vez. Pero al momento abandono el pensamiento y
lucho contra ellas hasta hacerme daño.
Me quedaré en casa. Esperaré, no sé qué; pero esperaré. Tal vez tenga la
suerte de despertar y recobrar la libertad.
Todos se quieren despedir de mí. Me animan:
-- Juan, !agárrate a la vida¡
-- De momento, me agarro a la silla -- les respondo.
Y paso por las habitaciones de quienes he conocido. Unos me abrazan; otros
no me dicen nada; se limitan a estrecharme las manos o a mirarme con ojos
de brillo.
Dejo mucho dolor atrás. No sólo el propio, sino el de vidas tronchadas,
que jamás podrán volver a ser lo que fueron.
-- Adiós -- les digo.
-- Hasta siempre -- me responden.
Mis padres aguardan. Voy por mis pertenencias. Una maleta con dos pijamas,
ropa interior, un traje y algunos papeles.
Suena el teléfono. Me da pereza acercarme; dejo que suene. Insiste.
-- Sí; diga.
-- Juan, ¿eres tú? -- oigo una nerviosa voz de mujer.
Por primera vez en mucho tiempo, un escalofrío me recorre la espina
tronchada. El vello se me pone de punta. La voz me resulta familiar, pero
no puedo identificar a ciencia cierta a quién corresponde.
-- ¿Quién es? -- digo con voz trémula.
-- Quizás no te acuerdes de mí. Soy una amiga de la juventud. Hace muchos
años que no nos vemos.
Le doy vueltas a la cabeza. La voz tiene algo de peculiar. Suena como a
música y es alegre y triste a un tiempo.
-- No; la verdad es que no caigo -- me tiembla el cuerpo entero.
Trato de serenarme. Me parece ridículo sentirme así. Son fantasmas que me
provocan sacudidas. Me estiro en la medida en que me es posible y trato de
recomponerme un poco.
-- Soy Pilar. Nos conocimos hace más de veinte años. En una tarde de
toros, en la plaza de Villanueva. Tú fuiste muy galante conmigo, y nunca
te he olvidado -- su voz es cadencia y recuerdo.
Me vienen a la memoria las imágenes de aquella tarde. El tiempo no existe.
La tengo en mí como si acabara de suceder. Su voz apenas ha cambiado.
Trato de imaginarla y la veo tal cual era a los dieciséis años.
-- ¿Eres Pilar, la cubana? -- le afirmo preguntando, más por recobrar una
cierta compostura y serenarme, que por algo tan obvio que el corazón
descubre.
-- Sí; ¿me recuerdas? -- insiste con una sonrisa que adivino graciosa.
-- Claro, mujer, mucho -- le replico, y he de carraspear varias veces para
no emocionarme.
-- Me he enterado de lo tuyo. Hablé el otro día con gente de Villanueva,
que hacía años que no lo hacía, y me lo dijeron. Sabes que estás en mis
oraciones -- me dice compungida.
-- Muchas gracias -- respondo y callo.
-- Vivo en Miami. Me casé y tengo tres hijos muy lindos. Me gustaría mucho
ir por allá a saludarte en persona. Pero me temo que de momento no me
resulte posible -- en sus palabras una emoción que traspasa la línea
telefónica y cruza el charco en un suspiro.
-- No te preocupes. El hecho de llamarme significa mucho para mí. La vida
ha pasado demasiado rápida. Apenas si me ha dado tiempo a retener nada.
Pero tú siempre has tenido un lugar en mi alma -- le sonrío con todo el
cariño de que soy capaz.
-- Y tú en la mía, Juan. No ha habido noche en estos últimos veinte años
que no te tuviese en mis pensamientos. Siempre recordaré lo lindo de aquel
verano. Lo mucho que significaron para mí tus miradas. Descubrí contigo lo
bonito de ser mujer. Fue tan hermoso todo. He pensado que me llevaste a un
embrujo. Todo resultó mágico. Nunca más he vuelto a sentir nada parecido
-- me corresponde, y se le escapa un sollozo.
-- No te preocupes por mí, Pilar. Saldré adelante. Me va a costar mucho.
Pero tu llamada es el revulsivo que necesitaba mi vida. De nuevo apareces
en el momento justo. ¿No serás un ángel? - bromeó con las palabras, y
sonrío.
-- Ojalá lo fuese. Lo primero que haría sería ir y componer esa columnita.
Luego te daría muchos besos -- asegura y le tiembla la voz.
Quiero contenerme; no dejadme vencer por la parálisis que ahora anuda mi
garganta. De repente el tiempo se detiene. El aire se llena de
sensaciones; se carga de la electricidad del sentimiento.
-- Pilar... - pronuncio como un rezo, y soy incapaz de proseguir.
-- Juan... Tú siempre serás para mí el muchachito de la mirada - susurra y
llora mansamente.
Callamos. Percibo su respiración entrecortada. No sé qué decir. Me
gustaría colarme por la línea telefónica y dejadme arrebujar entre sus
brazos.
-- Pilar... Te quiero. Adiós -- hago un esfuerzo y empujo más con el
corazón que con el músculo, y cuelgo.
Fuera llueve. Es uno de esos raros días del septiembre manchego en el que
la lluvia se reconcilia con el hombre, y descarga suavemente cuanto el
campo precisa.
El olor de ozono impregna el jardín. Mi madre conduce la silla. Mi padre
lleva la maleta. Me comentan algo. No les presto atención y me dejo hacer.
Llegamos al coche. No quiero volver la vista atrás. Una fuerza superior a
la voluntad me impele sin embargo a ello. Giro la cabeza. Mi amigo el
canario me hace el adiós con la mano.
Le sonrío...
-- Adiós... - le digo con el pensamiento.
Madrid me aguarda. Me aguarda de nuevo el horizonte de una ciudad que es a
un tiempo Infierno y canto a la vida. Asumo mis amarguras, y positivamente
sé que no estoy en las mejores condiciones para afrontar el futuro.
Trataré de fijarme nuevas metas. Soy un niño de doce meses, que ha de
aprender a andar y a convivir con los demás. Un ángel me acompaña y me da
fuerzas.
21 de agosto de 1995
siguiente obra
TU AMOR ES COMO UN RÍO
MUCHAS GRACIAS FRANCISCO
Ludy Mellt Sekher
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