El alma, que es la parte más interna de nuestro ser, no puede sólo mantenerse y
cubrir sus necesidades con cosas físicas o materiales, tales como , trabajo
estable, viajes, aventuras de cualquier orden que sean, relaciones sociales,
buena comida, espectáculos entretenidos, todo ello, no es suficiente, pues el
alma necesita otros ingredientes para mantener su armonía y su estado ideal. Por
ello se dice que el alma puede sufrir enfermedades, metafóricamente hablando y
es así que existen anemias del alma, lo mismo que existen anemias del cuerpo.
Cuando el hombre o la mujer están inmersos en la lucha por la vida, pues deben
afrontar obligaciones debido a que sus necesidades mínimas no están cubiertas,
se entregan por entero a ello, pero cuando lo logran, aunque sea medianamente,
llegan
aquellos momentos en la vida en que se siente la necesidad de detener la carrera
en pos de objetos externos, es entonces cuando el individuo, se vuelca hacia
adentro y mira
las cosas desde otra perspectiva.
Empezamos a sentir que necesitamos nuestro propio espacio, pues afloran momentos
de reflexión donde la dosis de soledad no esta ausente, muy necesaria para
encontrar ese centro, que sin darnos cuenta se ha volatilizado, esa alma que
aunque siempre ha estado allí, la tenemos subliminada por los deseos, el
mundanal ruido, y ese status que la sociedad nos exige, porque hay que ser
exitoso, teniendo como parámetros las cosas físicas, todo aquello que
necesitamos para ser admirados por nuestros pares.
¿Qué sentimos? Una desazón interna con sabor a honda insatisfacción, una cierta
sensación de vacío, una tristeza que rezuma por todos nuestros poros. Quizás
corresponde a un atiborramiento de las golosinas con que se han obnubilado
nuestros sentidos.
En esos períodos se nos vuelven insípidos los alimentos terrestres y sentimos
otro tipo de hambre: un hambre de responder a las preguntas de siempre: ¿Quién
soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿Qué sentido tienen las vueltas y revueltas del camino?
Sentimos entonces, en lo más profundo de nuestras entrañas, un anhelo de lo
Absoluto, una nostalgia de trascendencia: la necesidad de tomar definitivamente
conciencia de nuestra unidad con la Fuente, con la Vida y con todo lo que nos
rodea.
Muchos de nosotros hemos buscado gurús o Maestros, pensando que ellos tenían las
respuestas que podían satisfacer nuestro hambre espiritual, pero estas
respuestas solo las podemos encontrar nosotros mismos, pues un verdadero Guía no
satisface el hambre con sus respuestas, sino que la aumenta, reenviando a cada
cual a su propio camino. Es lo que hacía, por ejemplo, Krishnamurti. Otros
auténticos guías, aún vivos, como el monje budista Tich Nhat Hanh, indican con
su práctica dónde se halla la despensa inagotable al alcance de todos: la
atención consciente, momento a momento, en la vida cotidiana.
Y para lograrlo existen sencillas técnicas como sentarse cada día unos minutos a
meditar, caminar lentamente disfrutando del camino o hacer un alto en lo que se
está haciendo cada vez que suene el teléfono. Se trata de volver cada vez que
nos demos cuenta al "aquí y ahora", al ritmo de cada inspiración y de cada
expiración.
El alma se alimenta entonces de estas iluminaciones concretas: la iluminación de
tomar un té totalmente atento; la iluminación de recibir la sonrisa de un niño
que llena el instante de fulgor; la iluminación de darse cuenta del gozo de
respirar y sentirse vivos...
La mente se alimenta de pasado y de futuro, de recuerdos y proyectos sin fin; el
alma se alimenta de presentes intensos, de un Aquí y Ahora intemporal e
irrepetible, pero no desprecia los "aperitivos" para llegar a ellos: la lectura
de un libro inspirador, una conversación profunda con un amigo, fundirse con la
noche estrellada o perderse en las entrañas de un bosque.
El alma, lo que más necesita y aprecia es un corte radical a lo superficial, a
lo banal y un volverse hacia lo profundo y lo simple....
Necesita muchas veces escuchar el sonido del silencio , y eso se logra estando a
solas con nosotros mismos, aunque parezca redundancia, o con alguien en frente
que nos escuche de verdad, que comprenda, que acompañe sin juzgar ni dar
consejos, pero con una presencia total. La escucha profunda y callada de la
pareja, de un amigo íntimo o de un profesional que haga de espejo pueden ser en
algún momento el mejor alimento de un alma desazonada.
Con el tiempo, aprendemos a dejar que el alma se nutra cuando lo necesita de esa
música que la eleva, de aquel paisaje que la expande, de la compañía de otras
almas conscientes de su necesidad de alimentos sutiles. Al final, llega un
momento, en que cualquier acontecimiento del día y todo cuanto nos rodea puede
alimentar el alma, porque cuerpo y alma se han fundido en el abrazo de la
re-unión. Porque hemos aprendido a volver nuestra mirada hacia lo interno, hemos
aprendido a dar importancia a las cosas simples y sencillas, hemos llegado a la
armonía que nos colmada de gozo en un atardecer, o cuando escuchamos la voz de
esa persona que nos quiere, es decir hemos aprendido a volver nuestros ojos
hacia Dios, hacia ese Ser Superior cualquiera sea el nombre que le demos.
Los alimentos del alma están entonces por doquier, basta mirar con los ojos del
corazón, tomarlos con agradecimiento y dejarse transformar en la Totalidad que
somos, soltando los límites con los que nos hemos tanto tiempo identificado.
Y EN REALIDAD LA MAYOR FUENTE DE NUTRIENTES QUE NUESTRA ALMA NECESITA ESTA EN
ESTA SENCILLA Y SIMPLE CLAVE:
"VIVIR EL AQUÍ Y EL AHORA".... y lo demás se te dará por añadidura.