Después de muchos años viajando por el mundo, volví a la granja de la cual mi primo Riley no se había movido jamás. Nos fuimos a dar un paseo por el campo, tomamos luego asiento en un tronco caído y, mientras tallaba un pedazo de madera, mi primo escuchaba, atento y divertido, lo que yo le contaba de Londres, París, Madrid, Nueva
York.
Las hojas de los chopos susurraban, mecidas por el soplo de la brisa estival. Un pájaro cantaba, y sus notas eran tan cristalinas que parecían rasgar el aire. Yo me olvidé de mi relato y me puse a escuchar el rumor de las hojas y el canto del pájaro, experimentando la misma inexplicable sensación de felicidad que años antes había sentido en aquella misma granja.
Entonces yo tenía quince años, y mi primo Riley, veinte. Este quería terminar de arar el campo, y para eso debíamos trabajar también durante la noche. Acababa yo de aprender el manejo del tractor y deseaba ayudar a
Riley. Ambos nos turnábamos en el trabajo y en el sueño ; la muchacha de servicio nos llevaría a medianoche café con leche y
sandwiches.
Cuando a las once y media me desperté, la luna se había elevado en creciente. El tractor rugía como un animal gigantesco, y su luz penetraba en los surcos. Cada vez que Riley llegaba al final de uno de ellos, se apeaba de un salto y se detenía medio minuto junto a la luz, con un libro en la mano; se estaba aprendiendo de memoria un poema de Walt
Whitman, que decía " .... tierra madura y fecunda, ¡sonríe, que llega tu amante ! " . Era un lector insaciable de quien la bibliotecaria del pueblo solía decir que retiraba más libros que nadie.
Mientras contemplaba la escena, una luz extraña pareció encenderse en mi interior. Miraba la luna, el tractor, el campo, los árboles, la casa, el pajar, como si los viese por todos los lados a la vez. Era algo tan bello y tan asombroso que contuve el aliento por temor a que se esfumara. El tiempo parecía haberse detenido, y yo anhelaba que jamás volviera a ponerse en marcha.
Y ahora, muchos años después, volvía a sentir la misma inefable felicidad. Oía la voz del pájaro, el susurro de las hojas , y yo estaba en la escena; formaba parte de ella.
Quise explicar a Riley mis sentimientos, pero comprendí que me sería imposible . Recordaba el tractor, la luz de la luna. Yo estaba presente, le dije; y allí estaba también la luna.... No ; era inútil tratar de explicar con palabras aquella sensación. Sin embargo, Riley hizo con la cabeza una señal de asentimiento; y me dí cuenta de que mi primo conocía perfectamente esa mágica impresión; él mismo la había experimentado a menudo.
- ¡ Tú conoces el secreto ! - exclamé -, ¿ Cual es .
Riley sonrió y dejó a un lado la madera.
- Nadie es capaz de explicarlo.
Cierto es que he encontrado algunos indicios en no pocos de los libros que he leído; pero primero lo sentí en mí mismo, igual que tú lo has sentido. Lo mismo les sucedió a todos los hombres que han tratado de escribir sobre ello. Cada uno lo experimentó independientemente; entre ellos mediaron siglos y océanos; y, sin embargo, todos compartieron la misma sensación.
- Pero ¿ qué es ¿
- Si yo tuviera que expresarlo en pocas palabras - continuó Riley - , diría: " La plena conciencia del vivir proporciona placer ". Uno de los misterios del universo es que éste encierra un gozo intrínseco; cuando uno abre totalmente los sentidos ante algo ( una puesta de sol, una cascada, una piedra ), el gozo nos invade. Mas para abrir nuestros sentidos, para ser realmente conscientes, es necesario haber desechado antes toda idea de futuro y pasado y permanecer algún tiempo en lo que
T.S. Eliot, en su poema Burnt Norton, llama " el punto estático del mundo en movimiento ": el presente . La única realidad verdadera es el presente. El pasado ha quedado atrás, y el futuro no ha llegado
todavia.
Aquella noche tan remota fue hermosa para ti a causa de las circunstancias poco comunes que la rodeaban. Despertaste a medianoche en un pajar y te sentiste otro; dejaste de hacer planes para el futuro y de recordar el pasado. Te encontraste allí, en el presente.
" Los niños pasan frecuentemente por tales instantes de revelación, pero luego crecen y pierden la capacidad de experimentarlos. Sin embargo, con la vaga memoria del éxtasis y la esperanza de gozar otros momentos parecidos, persiguen esa esperanza durante el resto de su vida, entregados a buscar y analizar sin descanso. Han emprendido un viaje que no tiene destino, salvo la muerte. Por esta razón, la mayoría de los hombres viven en realidad " una existencia de callada desesperación ".
" Schopenhauer dijo que la mayoría de los hombres son " leñadores". Atraviesan un hermoso bosque y piensan siempre: "¿Para qué me puede ser útil este árbol? ¿ Cuántos metros de madera obtendré de él?. El año pasado saqué tanto y cuanto; este año tengo que conseguir más. Están siempre en pasado o en futuro, se hallan siempre en proceso de llegar a ser, nunca son.
" En esto llega un artista al bosque. Es un artista, aunque tal vez nunca haya pintado un cuadro. Se detiene ante un árbol y, como no pide nada de él, lo ve. No está haciendo proyectos para el porvenir. En ese momento no tiene preocupación alguna por sí mismo. Su yo se desvanece; el tiempo se detiene; el artista está allí, en el presente. Ve el árbol con plena conciencia. El árbol es bello. Y el gozo llega sin ser llamado.
" No tiene importancia cómo lo expliquemos; lo que cuenta es la conciencia que uno tiene, la sensación que experimenta. Algunas personas creen que todo en el universo - un trigal meciéndose al viento, una montaña, una nube, la primera nevada del invierno - tiene un ser, una inteligencia y un alma propias. Cuando logramos pensar así de las cosas, es más fácil amarlas, y el amor es el elemento esencial de esta plenitud de conciencia. Pero es preciso que no sea el nuestro un amor posesivo. William Blake lo expresó perfectamente cuando dijo : " Quien aprisiona un goce, destruye su alado espíritu; pero quien besa el goce a su paso, vive en la aurora de la eternidad ".
" Martin Buber afirma que podemos aprender a amar al mundo - cosas, animales, personas, estrellas - si pensamos en ellas como en la Divinidad. Y que cuando las amamos, y nos dirigimos a ellas como a la Divinidad, siempre responden. Esta es quizá la más grande emoción de todas: la correspondencia entre goce y goce.
" Creo que la mayoría de los hombres pueden llegar a vislumbrar lo eterno, los instantes liberados del tiempo, casi siempre que lo deseen. Muchas de nuestras pequeñas tareas prácticas, ya sea que cavemos en el huerto, recojamos frutas o recortemos un seto, sólo exigen de nosotros una centésima parte de nuestra atención consciente. El resto de ella lo empleamos en soñar sobre el mañana o en evocar el ayer. Si somos capaces de observar el movimiento de nuestras manos o el temblor de una hoja, sentir el sol en nuestra piel o la brisa en nuestros cabellos, y de suprimir rápidamente la constante intromisión de nuestros pensamientos sobre el pasado y el porvenir; si logramos hacerlo verdaderamente, aunque no sea más que durante una fracción de segundo, el gozo llegará.
" Nos brillarán los ojos con una luz nueva, y si algún desconocido acertase a pasar por allí durante uno de esos momentos ", concluyó Riley , " es muy probable que compartiera con nosotros el misterio ".
Cuando volvía a la ciudad, detuve de pronto el coche y eché a andar por un sendero. Arranqué una hojita de un arbusto y me esforcé por " verla ", pero inmediatamente advertí que ya estaba haciendo planes para una cita que tenía al día siguiente. Volví a mirar la hoja, fijé la vista en ella.... a la vez que recordaba algún hecho del pasado.
En aquel instante llegó del cielo despejado el fragor de un trueno; era un avión que cruzaba la Barrera del sonido. En el silencio que siguió oí la llamada musical de un estornino. Su canto breve y resuelto mostraba, a la vez que vigor, una suave delicadeza; apacible a la par que melancólico, expresaba, sobre todo, una gozosa aceptación del eterno presente, por encima de los siglos y de los milenios.
Autor WAYNE AMOS ; de la publicación
SELECCIONES DEL READER´S DIGEST.
Aporte de Manuel angel
eldiamanteazul@hotmail.com
MUCHAS GRACIAS
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