Cada día, al mediodía,
un pobre viejo entraba en la iglesia
y a los pocos minutos, salía.
Un día, el sacristán le preguntó
qué era lo que hacía.
(pues había objetos de valor en la Iglesia).
-Vengo a rezar, -respondió el viejo.
-Es extraño, -dijo el sacristán,
que usted consiga rezar tan de prisa.
-Bien, -retrucó el viejo,
yo no sé recitar esas oraciones impresas;
pero todos los días, al medio día
entro en la Iglesia y sólo digo:
"Oye Jesús, yo soy José, te vine a visitar."
y en un minuto ya estoy saliendo.
Es sólo una oracioncita
pero tengo la certeza que Él me oye.
Unos días después, José sufrió un accidente
y fue internado en un hospital,
y en la estancia, pasó a ejercer
gran influencia sobre todos.
Los enfermos mas tristes se volvieron alegres,
muchas risas pasaron a ser oídas.
-José,- le dice un día la hermana del hospital-
los otros enfermos dicen que usted está siempre alegre.
-Es verdad, hermana, estoy siempre alegre,
es por causa de esa visita que recibo todos los días.
¡Me hace tan feliz!
La hermana quedó atónita.
"José es un viejo solitario, no tiene
a nadie" pensó,
-¿Quién lo visita? ¿A qué hora?
-Todos los días,- respondió José,
con un brillo enorme en sus ojos.
El viene a quedarse aquí, a los pies de mi cama,
cuando yo lo miro, él sonríe y me dice:
-"Oye José, yo soy Jesús,
que te vine a visitar"