|
LOS REMEDIOS DE LA ABUELA
Jean Michel Pedrazzani
Prólogo
Antaño, el ferrocarril parecía a la mayoría de los mortales una aventura costosa
y llena de peligros, siendo preferida la seguridad de un buen caballo enganchado
al cabriolé familiar. Y, como sea que la sabiduría popular quería que un viajero
sagaz cuidara de su propia montura, se economizaba el animal simplemente
desplazándose poco.
Mi abuela nunca se quejó de ello. Los dos kilómetros que separaban su casa de la
aldea bastaron siempre ampliamente para llenar sus sueños de evasión. Incluso a
veces le ocurría que encontraba el trayecto demasiado largo, cuando, recorriendo
el pedregoso camino con su cesta de provisiones al brazo, no tenía la fortuna de
encontrarse con un vecino lo suficientemente atento como para reservarle un
lugar en la parte de atrás de su carreta.
La buena mujer llegó a centenaria, lo que me valió la alegría de pasar junto a
ella numerosas vacaciones y le permitió enseñarme un montón de cosas.
Naturalmente, jamás pude pedirle que me iniciara en las complejas leyes de la
física, ni que me hiciera penetrar en los sutiles arcanos de la filosofía; pero
en cambio resultó una maravillosa profesora del «saber vivir», en el sentido más
literal del término. Y en el más noble también, ya que me enseñó una auténtica
ética, muy distinta de este sucedáneo, esta «calidad de vida» de la que se habla
hoy en día.
Ecologista antes de tiempo, esa vieja dama que jamás abandonó su aldea, excepto
para asistir a la boda de un primo lejano, reglaba sin forzarse su existencia al
ritmo de la naturaleza, levantándose con el sol y acostándose al mismo tiempo
que sus gallinas. Supe después que un médico alemán, el doctor George-Alfred
Tienes, había elevado esta forma de reposo cotidiano a la altura de una
terapéutica, bautizándola con el nombre de «sueño natural». Lo cual, pese al
éxito innegable, no dejó de provocar la ironía de sus colegas.
En cuanto a las enfermedades, puedo decir que mi abuela prácticamente las ignoró
a todo lo largo de su existencia. Eso no quiere decir que fuera más robusta que
cualquier otra mujer, sino que simplemente se negaba a «escucharse» o a conceder
importancia a cualquier indisposición.
Sobre todo teniendo en cuenta que en aquella época era preciso que el caso fuera
extremadamente grave para decidirse a consultar al médico. Lo cual por otro lado
resultaba lógico, ya que los facultativos, que por aquel entonces conservaban
aún un cierto buen sentido, no acudían más que muy raramente al arsenal
quimioterápico, y se contentaban con recetar remedios naturales que pudiera
administrarse uno mismo.
Y Dios sabe que mi abuela conocía un gran número de estos «remedios caseros»,
tan injustamente desacreditados hoy en día. Tenía recetas para todo. Para los
dolores de barriga, las migrañas, las verrugas, las pupas e incluso las heridas
graves. Gracias a su ciencia, las desolladuras de mis rodillas se curaban sin
dolor; las indisposiciones pasajeras _consecuencia muy a menudo de una gula
desenfrenada— se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos; incluso los
resfriados desaparecían mediante sabrosas decocciones.
Su farmacia consistía en varios tarros de perfume sutil, y su Codex se hallaba
resumido en un viejo cuaderno donde se hallaban, mezcladas, las recetas de
cocina y las tisanas. ¿De dónde le venían sus conocimientos? Habría sido incapaz
de responder a esta pregunta. Como máximo habría podido indicar que tal o cual
preparación había sido puesta a punto por un lejano antepasado, y que los
secretos le habían sido transmitidos por su propia madre. Las demás
correspondían a lo que siempre se había practicado en la región y que ella había
ido anotando de sus conversaciones con sus vecinos.
He recuperado este maravilloso cuaderno. Forma la base de este libro. Es pues a
partir de esta documentación excepcional que he establecido mi plan y orientado
mis investigaciones, con la preciosa colaboración del escritor
Francois Lancel.
J. M. P.
Comer para vivir
El pequeño restaurante, al borde de la carretera nacional, tiene un aspecto
atractivo. La fachada está recorrida por la viña loca. Las contraventanas rojas
y las ventanas blancas han sido repintadas recientemente. Un gran aparcamiento
espera a los vehículos de estos eternos nómadas que son los camioneros. Todos se
paran. Con plena confianza.
Sin embargo, estos forzudos hombres con camiseta color azul que se sientan
tranquilamente ante su plato se sentirían enormemente sorprendidos si se les
dijera que la cocina que están devorando con el apetito de todos aquellos que
efectúan trabajos duros, es la peor enemiga de su salud. Aquí, se sienten como
en su casa. Comen como en su casa y, por definición, esto quiere decir que comen
algo bueno, sano.
Pero las papas fritas que cogen con los dedos de la gran bandeja han sido
cocidas en un aceite recalentado veinte veces, y están tan mal escurridas que
dejan sus labios untados. La ensalada que las acompaña, además de provenir de un
hortelano que practica el cultivo intensivo, ha sido condimentada con un vinagre
de alcohol coloreado; el huevo duro que han tomado en los entremeses (entradas)
estaba adornado con una mayonesa de tubo tan apagada e insípida que ha sido
necesario salarla de nuevo y espolvorearla abundantemente con pimienta para
darle algo de sabor; el flan que se van a tomar dentro de un momento, como
postre, ha sido hecho en una fábrica y se conserva tan sólo gracias a los
aditivos químicos.
En cuanto al pan, que comen a enormes bocados, no vale mucho más que el resto.
Es blanco, de acuerdo, pero esto no es una cualidad. Sobre todo teniendo en
cuenta que se debe al ácido ascórbico y no ya a la levadura que realzaba el pan
de antaño.
El vino con el que llenan sus vasos de pyrex no debe su grado alcohólico más que
a sabias mezclas, cuando no a una alquimia más o menos prohibida que, añadido
tras añadido, lo ha convertido en un líquido que no tiene más que un lejano
parentesco con el producto de la vid.
Cuando se marchen, tras el tradicional café al ron, tendrán la impresión de
haber comido bien, de haber recuperado fuerzas. En realidad, habrán sobrecargado
inútilmente su organismo de aceites y de grasas que deberán eliminar;
deteriorado un poco más el estado de sus mucosas gástricas, ya bastante
corroídas por todos los productos de síntesis que entran hoy en la composición
de los alimentos; comprometido sus reflejos tanto por la difícil digestión que
se prepara, como por los pequeños excesos de alcohol que se han permitido.
Al final del camino, cuando llegue la edad del retiro, encontrarán aguardando el
colesterol, la úlcera, las infiltraciones grasas del hígado. Como aguardarán
también a los hombres de negocios que, entre comidas gastronómicas y cenas de
negocio, ven su silueta redondearse y subir su tensión arterial. O al empleado
de oficina con prisas que, al mediodía, no se concede más que un bocadillo en la
barra del bar de la esquina para tener así tiempo de hacer sus cosas.
Lo más grave es que ni el dueño del restaurante ni el del bar son responsables
de ello. La culpa incumbe a nuestra forma de vivir, a nuestras prisas, a la
superpoblación del planeta que obliga a los cultivadores a utilizar todos los
recursos de la química para aumentar artificialmente el rendimiento de su suelo,
a los pesticidas, a los insecticidas, a los herbicidas, selectivos o no.
Se han efectuado análisis en focas del polo norte y en pingüinos de la
Antártida. Han revelado la presencia, en cantidades relativamente importantes,
de un producto inasimilable y tremendamente peligroso, el D.D.T., cuando estas
regiones nunca han sido objeto de un tratamiento a base de este veneno.
Ésta constituye la prueba de que todo nuestro universo está contaminado, que el
productor más íntegro, que busca honestamente hacer crecer sus verduras
«biológicas», avanza inexorablemente hacia un fracaso. Naturalmente, siempre es
preferible consumir alimentos en los cuales se ha evitado en el mayor grado
posible los contactos con estas sustancias nocivas. Pero es preciso saber que ya
es imposible no encontrar sus huellas, sean cuales sean las precauciones que
hayan sido tomadas.
Más que nunca, «el hombre cava su tumba con sus dientes». Dientes por otro lado
deteriorados, con sus encías debilitadas de tanto masticar pollos de carne
blanda y bistecs (bifes) pasados por el reblandecedor.
La sabiduría, en esta situación, consistiría en intentar minimizar las posibles
consecuencias de este estado de hecho. Pero podemos constatar que no se hace
nada. Peor incluso, parece que todos nos las ingeniamos en agravar aún más sus
efectos no tomando ninguna precaución de higiene alimentaria; tragando no
importa qué, no importa dónde, no importa cómo, sin preocuparnos de las
desastrosas consecuencias que esto puede tener en nuestro organismo. Los
desarreglos que resultan de ello se han vuelto tan comunes, tan corrientes, que
se ha creado una nueva rama de la medicina. Recibe el nombre de dietética, y se
propone simplemente volver a enseñarnos a comer, no solamente para ayudarnos a
mantener «la línea», sino sobre todo para proporcionarnos los medios necesarios
para luchar victoriosamente contra las úlceras, cánceres y otras enfermedades
llamadas «de la civilización».
Numerosos investigadores, pues, se han abocado a examinar lo que consumimos. Han
dosificado las vitaminas y las sales minerales, analizado los menores
componentes y estudiado todas las reacciones químicas que pueden producirse,
tanto al nivel de la cocción como al de la digestión; a resultas de lo cual, han
establecido tablas, verdaderos vademécum de la higiene alimentaria, donde se
hallan relacionadas las calorías y las raciones alimenticias correspondientes en
función de la altura, del peso y de la actividad de los individuos. A partir de
estos documentos, cada cual puede, en principio, determinar el régimen que mejor
le conviene, el que le mantendrá en forma sin hacerle aumentar de peso. Se
llegan a establecer así «menús dietéticos», cuya primera singularidad es
parecerse sorprendentemente a las comidas que confeccionaban nuestros abuelos:
equilibradas, digestivas, y sin embargo muy nutritivas.
A condición naturalmente de no seguir los preceptos de algunos iluminados. Ya
que la dietética, como cualquier otra empresa humana, puede ser a la vez la
mejor y la peor de las cosas.
No nos dejemos deslumbrar por los pretendidos beneficios de la cura vegetariana
integral. Evitemos caer en el error inverso que consiste en no practicar más que
un régimen estrictamente cárnico. Tanto las verduras como la carne contienen
elementos que son indispensables para nuestro equilibrio, ya se trate de
vitaminas o de sales minerales, de lípidos o de prótidos.
Como siempre, la verdad se halla a medio camino entre dos tesis antagónicas. Una
sucinta revisión de los diversos argumentos lo demuestra.
Así, los vegetarianos integrales reprochan en primer lugar que la carne es
extraída de «cadáveres». A lo cual los partidarios del régimen cárnico responden
que una verdura cortada también está muerta. Pero los primeros se apresuran a
añadir que un consumo intensivo de bistecs (bifes) y costillas de cordero
engendra una excitación peligrosa, que es seguida de un estado depresivo que no
puede ser combatido más que engullendo de nuevo un soberbio asado. Así, según
ellos, el consumo de la carne arrastra al hombre a una espiral infernal que lo
lleva a un punto de no retorno. Esto es un error, replican los defensores del
régimen cárnico: la carne aporta al organismo una acidez necesaria que no se
encuentra en absoluto en los productos del campo. Pasarse sin ella es pues
romper un complejo equilibrio y poner en peligro todo el delicado mecanismo de
la digestión.
¿Pero por qué matar para alimentarse, prosiguen los primeros, cuando algunos
vegetales poseen cualidades nutritivas, calóricas en particular, netamente
superiores a las de la carne? Las calorías no lo son todo, ponderan sus
adversarios; las vitaminas también cuentan. Y no están en las verduras. La B 12,
por ejemplo, sólo se encuentra en el hígado, los riñones y algunos despojos
(achuras).
Cierto, admiten los consumidores de soja —que se las arreglan sin la B 12—; pero
la carne, no dejando al organismo más que unos pocos residuos que eliminar,
arrastra consigo una pereza intestinal altamente perjudicial. Menos perjudicial,
en cualquier caso, que las hinchazones de vientre provocadas por una acumulación
de celulosa y por las fermentaciones que arrastra la alcalosis provocada por la
falta de acidez, responden sus detractores.
Tras lo cual, agotados todos los argumentos, cada cual se vuelve a su régimen,
persuadido de tener razón pero sin haber conseguido convencer a nadie. Lo cual
es perfectamente lógico en la medida en que, tanto por una parte como por la
otra, se prescinde voluntariamente del hecho de que el hombre es omnívoro: dicho
de otro modo, que come de todo y que necesita todo lo que come. Estudios
llevados a cabo sobre su dentadura y sobre la organización de su sistema
digestivo lo han probado ampliamente.
Ni enteramente vegetariano, ni exclusivamente cárnico, el régimen ideal debe ser
equilibrado si se quiere que contribuya a mantener el cuerpo en buena salud. De
todos modos, hay que observar que no es necesario consumir carne todos los días
y en todas las comidas, como tenemos tendencia a hacer.
Nuestros antepasados —¡siempre ellos!—, cuyas condiciones de vida eran
infinitamente más penosas que las nuestras, no la incluían en su menú más que
dos o tres veces por semana, y más espaciadamente si remontamos el curso de la
historia. ¿No fue necesario aguardar al «buen rey Enrique» para que el caldo de
gallina se convirtiera en el plato dominical por excelencia? Esto quiere decir,
y de forma muy evidente, que incluso para los campesinos era imposible
sacrificar más a menudo a una de sus gallináceas, lo cual no impedía en absoluto
a esos vegetarianos por obligación vivir hasta edades avanzadas y ser tan
fuertes como los ricos y afortunados por cuyas mesas desfilaban piernas de
ternera y de cordero, pollos y demás aves suntuosamente preparadas.
Se puede objetar por otra parte que las aves en cuestión, criadas naturalmente,
no debían tener ningún punto en común con nuestros tristes pollos de hoy en día,
repletos de hormonas y protegidos de las agresiones microbianas a golpes de
antibióticos. Su valor nutritivo, evidentemente, se resiente de ello. Al igual
que su sabor. Pero la reciente reglamentación que regula el empleo de hormonas,
tanto para el pollo como para la ternera, debería bastar para proteger la salud
del consumidor. En cuanto al empleo de los antibióticos, no tienen por qué hacer
correr un peligro en particular, al menos si creemos al profesor Trémoliere.
En efecto, este eminente sabio había hecho notar que «las dosis empleadas para
curar a un pollo enfermo son del orden de los 50 a 60 miligramos por sujeto en
una intervención; las administradas al hombre para curar una infección
microbiana son del orden de los 500 a 1.000 miligramos diarios...» Lo cual
significa, si nos tomamos la molestia de hacer unos cuantos cálculos, que
deberíamos consumir una tonelada de carne de pollo para asimilar la dosis
reservada a un paciente en tratamiento. Y ello además a condición de que nos
comiéramos esos pollos crudos, ya que, y esto es algo que se olvida demasiado a
menudo, la cocción destruye los antibióticos.
Pese a todo, la cocción no puede eliminar todos los elementos nocivos que se
hallan acumulados en la carne, principalmente aquellos que han sido ingeridos
por el animal al mismo tiempo que su alimento. Esto es cierto para todos los
insecticidas o herbicidas empleados en el campo a fin de proteger los cultivos y
cuyos rastros quedan en los granos e incluso en el forraje que se utiliza para
alimentar al ganado.
La carne, ya sea de pollo, de ternera, de buey o de no importa cuál otro animal,
se halla pues «cargada» de materias peligrosas, como las focas y los pingüinos
de los que hablábamos un poco más arriba y que habían sido contaminados por el
D.D.T.
Hay ahí un peligro cierto, que sin embargo no conviene exagerar. Por supuesto,
han sido detectados casos de intoxicaciones alimenticias graves, principalmente
tras el consumo de pescados o mariscos cuya carne contenía cantidades elevadas
de mercurio o de cobalto. Los metales pesados como éstos no pueden ser
eliminados por un organismo vivo. Por el contrario, se van acumulando en los
tejidos, donde permanecen, y cuando se consume un pescado o un molusco
contaminado, lo que se ingiere es la suma total de las cantidades
infinitesimales recogidas a lo largo de los días. Es esta suma global la que,
naturalmente, es peligrosa para el hombre.
Este mecanismo acumulativo es hoy en día bien conocido y, como consecuencia de
algunos dramas recientes —en particular en el Japón—, todos los países
industrializados han dictado reglamentaciones, tanto en lo que se refiere a la
localización de los lugares de pesca como al vertido en el mar de residuos
industriales, para que tales accidentes, muy raros después de todo, no puedan en
principio volver a producirse.
Más insidiosa en cambio es la contaminación microbiana consecutiva a una mala
conservación de los alimentos. El pescado, como se sabe, está particularmente
expuesto a ella, pero la carne no está exenta. Así, es preferible desconfiar en
principio de la carne picada y las hamburguesas, en las cuales los gérmenes han
tenido tiempo de desarrollarse, así como los bistecs (bifes) pasados por el
ablandador. Este aparato, que desgarra las fibras para quitarles su dureza,
introduce evidentemente a través de sus dientes gérmenes peligrosos hasta el
corazón mismo de la carne. Si ésta no es consumida inmediatamente, estos
microbios pueden desarrollarse y provocar un principio de putrefacción. En
consecuencia es esencial exigir del carnicero que pique o ablande la carne ante
los ojos de su cliente, en el mismo momento de la venta.
En cuanto al pescado, el problema es distinto y está en relación con los tiempos
de almacenaje. En efecto, ya no estamos en una época en la cual «la marea»
necesitaba varios días para alcanzar las grandes ciudades. Hoy en día, los
camiones refrigerados hacen de noche el trayecto entre los lugares de pesca y
los grandes centros urbanos. Se puede pues decir que todos los pescados
presentados en los puestos de venta son en principio pescados frescos. Pero tan
sólo en principio, ya que hay que tener en cuenta el volumen de las ventas, que
no siempre permite al comerciante agotar inmediatamente su stock. Así, los
pescados pueden efectuar durante varios días consecutivos el trayecto entre el
expositor y la heladera, lo cual perjudica considerablemente su frescor. En
estas condiciones, parece preferible orientarse hacia los pescados congelados
directamente en los lugares de pesca. Éstos, al menos, presentan toda clase de
garantías de salubridad.
La desconfianza que manifiestan aún demasiadas amas de casa hacia los alimentos
congelados no tiene absolutamente ninguna razón de ser en lo que se refiere al
pescado. Apenas un poco más caro que la carne, y tan rico como ella en
proteínas, presenta la ventaja de contener menos lípidos y, en consecuencia, ser
más digestivo, con la ventaja de que la congelación no le priva, evidentemente,
de ninguna de sus cualidades.
La misma desconfianza conduce a mirar mal a las carnes en conserva, de las que
se imagina han perdido todas sus propiedades esenciales. Nada es más falso, y la
mayor parte de ellas presentan incluso garantías bacteriológicas superiores a
las que pueden hallarse en las vitrinas de las carnicerías.
Otra forma de conserva: la charcutería (fiambrería), cuya utilización
«intensiva» debería en cambio estar prohibida. En primer lugar porque su
contenido en colesterol es importante, pero sobre todo debido a su fabricación
industrializada, que hace que se encuentren en ella una importante cantidad de
conservantes y de colorantes químicos.
El mismo problema de frescor se plantea en lo que se refiere a huevos y
derivados lácteos, todos los cuales son muy ricos en proteínas.
Ricas en proteínas son también las leguminosas, como las lentejas, al igual que
los cereales. Hasta tal punto que habría que recomendar a los sedentarios que
evitaran las primeras, dejándoselas a los deportistas y a los trabajadores
manuales que ejercen oficios duros. Los cereales, por su parte, raramente son
consumidos en su estado natural, sino más bien bajo la forma de productos
elaborados tales como las pastas alimenticias o el pan. Este pan que, durante
siglos, fue considerado como el alimento por excelencia.
Con el aceite y el vino, encontramos el fundamento mismo de la civilización
mediterránea. En Roma, la plebe se sublevó para que se le distribuyera pan y se
organizaran juegos. Las mayores conquistas del Imperio fueron emprendidas para
abastecer de cereales la insaciable metrópoli. Más tarde, en la Edad Media, una
mala cosecha de trigo era anuncio seguro de hambre y de trastornos. La misma
Revolución Francesa fue en parte provocada por el hecho de que en París faltaba
el pan, y es célebre la famosa réplica de María Antonieta, ¡que para calmar a
los insurrectos proponía una distribución de brioches (panes de Viena)!
En 1870, durante el sitio de París, mientras la población se veía reducida a
comerse los caballos, cuando no las ratas, se fabricaba un pan en el cual se
mezclaban elementos tan heteróclitos como la bala de avena, el aserrín e
incluso, algunas veces, un poco de harina...
De esta mística del pan nos han quedado gran número de expresiones proverbiales
del tipo «ganar el pan con el sudor de su frente», «ser bueno como el pan
blanco», «quitarle a uno el pan de la boca», etc. Así como una obsesión que hace
que las mujeres hermosas, preocupadas por su línea, huyan incluso del más
pequeño trozo.
Pero, si bien ha adquirido blancura a lo largo de los siglos, el pan ha perdido
al mismo tiempo la mayor parte de sus cualidades nutritivas. La barra «fantasía»
que consumimos hoy en día apenas tiene nada en común con el pan que se
fabricaba, no hace aún mucho tiempo, en los hornos campesinos. La
industrialización de la panadería, por supuesto, ha permitido incrementar la
producción, evitando así el racionamiento o el alza de los precios, pero no ha
podido hacerlo más que en detrimento del propio producto.
Existen pues, notables diferencias entre el pan ligeramente moreno de antaño,
cuya dorada corteza estaba salpicada de manchas de salvado, y nuestras pálidas
imitaciones de hoy en día. Al nivel del material básico en primer lugar, de la
harina, por supuesto.
Actualmente, el trigo es molido en molinos que separan los distintos elementos
constitutivos del grano. Así, el salvado y el germen son retirados, cuando en
realidad constituyen los elementos vitales del trigo. Una harina muy blanca, una
harina flor, como se la llama, ha sido cernida en un 75%, es decir que un 25% de
sus elementos básicos han sido retirados, mientras que si el cernido no se
hubiera efectuado más que a un 90% —es decir si se hubiese eliminado tan sólo un
10% de estos elementos— se habría conservado una parte del salvado y del germen.
Así pues, la harina blanca no encierra más que almidón, gluten y una pequeña
proporción de sales minerales.
«Uno puede preguntarse —escribe Marcel Rouet (La Santé dans votre assiette)— por
qué no se utiliza la harina completa a un 100 %. Esto proviene del gusto de los
consumidores, que exigen un pan blanco, y de los inconvenientes que presenta el
pan completo que, demasiado cargado de celulosa, se vuelve impenetrable a los
jugos gástricos, hace pesada la digestión, irrita el intestino y, según los
últimos trabajos científicos, se opone parcialmente a la asimilación de las
proteínas.»
Aceptemos pues el pan blanco, ya que es imposible hacer otra cosa. Pero lo que
resulta lamentable es que, como para todos los productos industrializados o semi
industrializados, sea necesario añadirle diversos productos químicos para que
pueda fermentar y conservarse.
En el procedimiento tradicional, el germen de la levadura —que, como su nombre
indica, contiene todos los principios nutritivos de la levadura, es decir,
aumento de tamaño— tenía por finalidad desarrollar los fermentos que,
destruyendo la glucosa, desprendían anhídrido carbónico. Con la cocción, estas
pequeñas burbujas de gas se dilataban, dando así a la miga su aspecto aéreo, al
mismo tiempo que hacían estallar los granos de almidón. Se obtenía así un
alimento ligero y digestivo, al tiempo que muy nutritivo.
El pan de hoy en día, atiborrado de ácido ascórbico, que se seca apenas es
cortado, pierde toda nobleza, de tal modo que parece normal que en los países
industrializados —y por lo tanto ricos— se tenga tendencia a dejarlo de lado en
provecho de alimentos más sabrosos.
Las pastas alimenticias, que continúan siendo uno de los constituyentes básicos
de los menús italianos, tienen un valor nutritivo superior en aproximadamente un
tercio al de este pan blanco desnaturalizado. Esto se refiere esencialmente a la
calidad de las harinas que son empleadas para su fabricación, ya que, incluso
cuando el envoltorio precisa que son «al huevo», estos últimos no entran más que
en un muy pequeño porcentaje en su preparación.
Finalmente, las papas, estos preciosos tubérculos gracias a los cuales el mundo
occidental ha podido escapar a las grandes hambrunas de los tiempos antiguos,
contienen también una fuerte proporción de almidón, pero tienen la ventaja de
ser relativamente ricas en vitamina C. Según el doctor Guierre, la papa contiene
«quince veces más vitamina C en 100 gramos que la carne, la mitad de la de un
zumo (jugo) de limón y tanta como la de un jugo de tomate». He aquí pues un
producto precioso, aunque, para que conserve todas sus propiedades, debe ser
cocido correctamente.
Sumergida en el aceite de freír o en el agua hirviendo, la papa pierde
prácticamente todas sus vitaminas. La mejor manera —y también la más sabrosa,
además de no estropearla— de prepararla es asarla sobre las cenizas o en el
horno rodeándola con papel de aluminio. Si, de todos modos, uno no sabe pasarse
sin las papas fritas, hay que cuidar bien de escurrirlas antes de servirlas,
incluso si es necesario secar el excedente de aceite con un papel de seda y,
siempre, utilizar un aceite puro que no se recaliente más de cinco veces.
La cocción, en efecto, debe venir en ayuda de la digestión y no contrariarla. Lo
cual hace escribir a Marcel Rouet (op. cit.): «... Es perjudicial calentar a más
de 90° los alimentos que contengan vitaminas y sales minerales, a fortiori las
diastasas, que no resisten temperaturas inferiores. Estos alimentos no se hallan
tan sólo representados por las verduras y las frutas; los cereales, la carne, la
leche, etc., poseen también preciosas sustancias cuya destrucción hay que
evitar. Por supuesto, la cocción en las ollas a presión, que se produce a una
velocidad récord, disloca los principios nutritivos, destruye irremediablemente
las vitaminas; el ama de casa que las utiliza prepara para su familia y para sí
misma, sin darse cuenta, el camino de la enfermedad consumiendo alimentos sin
vida».
He aquí pues reglado el problema de las ollas-minuto que, para ser prácticos, no
son más que una especie de hornos crematorios en cuyo seno perecen la mayor
parte de los principios nutritivos de los alimentos.
Queda el hervido. Un cierto número de vitaminas son hidrosolubles, es decir que
se disuelven en el agua. Este es el caso de la vitamina C, de las vitaminas B 1,
B 2, B 3, B 4, B 5, B 6, B 9, B 12, H 1 e I. Conviene pues evitar meter en ella
las papas, la col (repollo), el perejil, la soja, las acelgas, las berenjenas,
los berros, el cardillo, la acedera, el apio, la lechuga y las lentejas, que las
contienen.
De hecho, la mejor manera de cocer las verduras parece ser «estofadas», es decir
en una olla cerrada, sobre un fuego muy suave. Así los alimentos no se oxidan al
contacto con el aire; no teniendo ningún contacto con un agua hirviendo, no
pierden sus jugos; puestos al fuego sin cuerpos grasos, no producen sustancias
tóxicas; finalmente, siendo el calor siempre inferior a 90°, las preciosas
vitaminas no resultan destruidas.
Para la carne, los dos mejores métodos de cocción son el asado y la parrilla. En
efecto, las grasas animales cocidas son extremadamente indigestas y pueden
incluso convertirse en tóxicas. Varios médicos sostienen además que el abuso de
las frituras confeccionadas con estas grasas, que irritan las vías digestivas,
podrían ser el origen de algunos cánceres. La cocción al asador o sobre la
parrilla, al permitir que las grasas se viertan de la manera más natural
posible, evita pues este riesgo.
Y volvemos así a los buenos viejos métodos de nuestras abuelas, que dejaban
cocer a fuego lento sus platos durante horas y más horas en un rincón de su
cocina y empalaban sus piernas de cordero y sus pollos entre los morillos de sus
chimeneas.
Lo que en cambio no conocían es una leguminosa milagro, nacida en Extremo
Oriente, pero cuyo cultivo intensivo se efectúa hoy en día en los Estados
Unidos: la soja.
Su introducción, bajo múltiples formas, en la alimentación humana podría
constituir una especie de revolución comparable a la que fue la vulgarización de
la papa, y probablemente al precio de las mismas dificultades. Por supuesto, no
veremos a los productores de soja hacer proteger sus campos por el ejército,
como hizo Parmentier para picar la curiosidad de sus contemporáneos y hacerles
comprender que el tubérculo que estaba creciendo allí era de lo más precioso.
Pero se puede apostar a que, siendo como son nuestros hábitos alimentarios,
costará hacerle admitir al consumidor que el «budín de soja», el «paté de soja»
o las «conchas de soja» tienen el mismo valor nutritivo y, lo que es más, el
mismo sabor que el cerdo, el conejo o el pescado.
Habrá que acudir a ella, sin embargo, debido a la multiplicación de los
individuos a los que debe alimentar el planeta. Hoy en día, teniendo en cuenta
el hecho de que el aporte proteico en la alimentación proviene casi
exclusivamente de un origen animal, se ha calculado que el habitante de un país
industrializado consume aproximadamente 70 gramos diarios, mientras que el de un
país llamado subdesarrollado tiene que contentarse con 7 gramos. Gracias a la
soja, de un precio claramente mucho menos elevado que la carne, esta
desproporción podrá ser absorbida, para el mayor bien de la humanidad.
De hecho, la soja no es la única leguminosa que contiene proteínas, pero sí es
la que las contiene en una mayor proporción fácilmente utilizable por el
organismo. Se calcula que su grano contiene por término medio un 18% de aceite y
un 82% de proteínas y de ácidos aminados.
Debido a ello, se empezó a utilizar el orujo sobrante después de la producción
de aceite de soja para la alimentación animal. Luego se ha pensado que este
«intermediario» no era obligatorio, que de hecho era casi inútil, y que el
hombre podía consumir directamente con mayor provecho las proteínas de la soja
sin hacerlas digerir y transformar previamente por los animales.
Los chinos, que conocen esta planta desde hace casi cuatro mil años, habían
pensado ya en ello mucho tiempo antes que nuestros químicos, puesto que desde
tiempos inmemoriales saben fabricar una leche gracias a la cual reemplazan a la
leche materna cuando esta falla, quesos y galletas de soja.
Tres grandes laboratorios se han dedicado a la transformación de este verdadero
concentrado de proteínas que constituye el orujo de la soja. General Milis en
los Estados Unidos, Courtaulds en Gran Bretaña, y Rhóne-Poulenc en Francia, han
puesto a punto dos procedimientos que permiten fabricar prácticamente no importa
qué a partir de este orujo.
El primer método, el más extendido, permite obtener un «extrudado» que se
presenta ya sea bajo la forma de una harina, ya sea bajo la de cubos esponjosos
que se hinchan en el agua. Estos productos son entregados tal cual a la
industria alimentaria, que los transforma a su gusto y los aromatiza. Se ha
calculado que en los Estados Unidos los niños comen aproximadamente veinte mil
toneladas de soja extrudada. En Francia, una reciente ley precisa que no se
puede añadir más de un 30 % de soja extrudada a un producto y que, cuando se
realiza esta aportación, el producto en cuestión debe llevar un nombre nuevo,
distinto del que llevaba en su origen.
Más interesante es el segundo método, que permite obtener un «hilado» de soja.
Se construyen así cubos que, mientras el extrudado conservaba algunos rastros de
impurezas, contienen un 95% de proteínas puras. Estos cubos, perfectamente
neutros al gusto, son luego sazonados y preparados de tal modo que constituyen
un auténtico sucedáneo de producto animal, que posee su mismo sabor, su mismo
color y su mismo valor nutritivo.
En una entrevista concedida al semanario Le Point, Bernard Favre, un técnico de
Rhóne-Poulenc, explica cómo se produce esto: «En toda esta cadena de
transformación, no entra ningún producto de síntesis, ninguna de estas
"químicas" corrientes en la charcutería (fiambrería) tradicional. Para colorear
los cubos, se emplean productos naturales como la remolacha. Para darles aroma,
se utilizan concentrados de i residuos consumibles de pescados o de carnes».
Y añade: «La soja ofrece muchas ventajas: se conserva, se congela, se cuece sin
problemas, puesto que no contiene ningún producto extraño. Pero el hilado debe
someterse a todos los ensayos, todas las experiencias. Lo que se halla en juego
es otro tipo de alimentación calculado para todos los regímenes, mejor
equilibrada en ácidos aminados, en materias grasas, en azúcares».
Henos aquí pues, gracias a la soja, en vísperas de una auténtica revolución
alimentaria que debería permitir no tan sólo aportar una alimentación lo
suficientemente rica a todos los habitantes del planeta, sino también
condicionar ésta de tal modo que sea rigurosamente equilibrada para amoldarse lo
más exactamente posible a nuestras necesidades. Y todo esto sin que la
gastronomía deba sufrir por ello, lo cual no es lo menos importante.
Mientras aguardamos, debemos de todos modos contentarnos con lo que poseemos y
establecer nosotros mismos nuestro régimen, puesto que los sabios no lo
condicionan aún en sus cubos de soja hilada. Puesto que, digámoslo
inmediatamente, no existe ningún régimen-milagro, que pueda convenir a todo el
mundo, sin discriminaciones de medio, de ocupación o de constitución. La forma
de alimentarse es tanto función de los esfuerzos físicos que se deben soportar,
como de la morfología y del país donde se vive, según sea más o menos cálido.
Aquí también, el mejor medio de sentirse en forma, si no se tiene la paciencia
de examinar minuciosamente las tablas dietéticas ni el valor de atenerse a sus
prescripciones, es siempre apelar a la experiencia de los hombres del pasado.
Nuestros antepasados, como hemos dicho, se levantaban temprano; luego, tras una
rápida colación destinada a llenar un poco el estómago durante la hora que
ocupaban en dedicarse a los primeros trabajos de la granja, se sentaban a la
mesa ante un sólido desayuno. En la actualidad tenemos una tendencia excesiva a
no dar importancia a esta primera comida del día. La publicidad nos ha enseñado
—¡y por una vez no se equivoca!— que el famoso «desfallecimiento de las once» es
debido a la pobreza de nuestro desayuno.
Lo cierto es que una taza de té o de café es insuficiente por la mañana, y que
es necesario darle a nuestro organismo un combustible suplementario para que
pueda aguantar hasta la comida del mediodía. No hay pues que vacilar en
acompañar nuestra bebida matinal con un panecillo de pan completo, untado con
mantequilla o mermelada según los gustos, así como algunos frutos, frescos o
secos. Si añadimos un vaso grande de jugo de frutas —de naranja o de pomelo—,
podemos estar seguros de que nos hallamos preparados para afrontar la mañana sin
problemas.
Llega la hora de la comida, y empiezan las disputas. En efecto, no todos los
médicos dietéticos están de acuerdo sobre el lugar que debe ocupar la comida
principal en el transcurso de la jornada. Para algunos, es conveniente tomarla
al mediodía, con riesgo de tener pesadez de estómago después; para otros, es
preferible hacerlo por la noche, incluso si esto puede perturbar ligeramente las
primeras horas de sueño. Ahí también, la sabiduría no nos llega de los
resultados de las investigaciones científicas, por extensas que sean, sino de la
experiencia.
Para aquellos que nos han precedido, lo que nosotros llamamos almuerzo, y que
ellos simplemente denominaban comida, era un ágape copioso a pesar de la
colación ya tomada, sobre todo en período de esfuerzos intensos. Lo que no
impedía de ningún modo que la cena fuera también relativamente considerable.
Ni demasiado al mediodía, pues, ni demasiado poco por la noche, parece ser la
regla que hay que seguir para asegurarse la plena posesión de sus medios y un
sueño apacible.
Una vez dicho esto, ¿cómo elaborar menús capaces de respetar este equilibrio? La
presencia de carne, como hemos visto, no es indispensable en todas las comidas.
Sin embargo, nuestros hábitos de habitantes de un país rico hacen que la
consumamos al menos una vez por día. En estas condiciones, parece que el momento
preferible de servirla es al mediodía, y con la mayor frecuencia posible en
forma de parrilladas o de trozos asados. Lo cual permite además reservar para la
noche platos más ligeros y más digestivos.
Si uno puede pasarse muy bien varios días sin carne, no ocurre lo mismo con las
verduras crudas, que deben estar presentes en todas las comidas. Al respecto es
conveniente tomar partido en una controversia que opone a los defensores de la
ensalada al inicio de la comida, como se practica en algunas provincias
francesas como el Delfinado, o al final, como lo exige la tradición de la región
parisiense. Son los habitantes de la capital los que tienen razón. Hemos visto
más arriba que la celulosa contenida en las verduras frescas era difícilmente
digerible, y que constituía un lastre intestinal —indispensable, por supuesto—que
atraviesa sin esfuerzo alguno las vías digestivas. Si comenzamos pues con
algunas hojas verdes, que el estómago tendrá problemas en asimilar y evacuar,
bloqueamos la digestión del resto de la comida, que deberá esperar, antes de
proseguir su camino, a que esta molesta ensalada haya despejado el camino. De
hecho, todo ocurre como un domingo por la tarde en la autopista, donde algunos
«tardones» provocan embotellamientos de varios kilómetros. Se concibe, en estas
condiciones, que sea mucho mejor consumir la ensalada al final de la comida, a
fin de que tenga tranquilamente tiempo de efectuar su trayecto, sin por ello
bloquear el de los demás alimentos.
Este razonamiento es válido para todos los alimentos crudos que, siendo
indispensables en razón de su contenido en vitaminas frescas, contienen
igualmente una fuerte proporción de celulosa. Desgraciadamente, y siempre en
relación con nuestros hábitos alimenticios, es muy difícil servir unos pepinos o
unos rábanos al final de una comida, y entonces se hace necesario poner a la
mala suerte... buen estómago.
No hay que olvidar tampoco que las plantas aromáticas son un precioso
catalizador de la digestión, al mismo tiempo que favorecen el trabajo de algunas
glándulas, principalmente aquellas que condicionan la actividad sexual.
Sin sobrecargar los platos de pimienta, tomillo, y otras hierbas, conviene no
olvidarlas tampoco.
Una vez planteado todo esto, he aquí ahora, sin entrar en el detalle de las
distintas preparaciones culinarias, algunos ejemplos de menús típicos que pueden
valer para toda la familia.
DOMINGO
Comida
— Ensalada
— Pierna de cordero al spiedo (al ast)
— Judías verdes (CHAUCHAS) cocidas al vapor
— Fruta
Cena
— Medio pomelo
— Gratinada delfinesa de leche y huevos
— Queso
— Huevos con leche
LUNES
Comida
• Fiambres (servir muy de tarde en tarde)
• Bistec (bife) a la brasa con hierbas
• papas cocidas en las cenizas Ensalada
Cena
Potaje de verduras (sopa de verduras) Tortilla con tomate Queso Fruta
MARTES
Comida
—Paté
— Pollo asado
— Ensalada de berros
Queso
Cena
— Sopa de cebolla
— Endivias estofadas
— Queso
— Fruta
MIÉRCOLES
Comida
— Entremeses (entradas) de pescados
(con aceite, en escabeche, ahumados)
Salteado de ternera
Jardinera de verduras
— Ensalada
— Queso
Cena
— Sopa de soja
— Huevos al plato (con o sin tocino)
— Ensalada
— Queso
JUEVES
Comida
— Ensalada mixta
— Rustido de cerdo (cerdo al horno)
— Judías blancas (POROTOS) estofadas
— Crema helada
Cena
— Huevos al plato
— Berenjenas salteadas
— Ensalada
— Queso
VIERNES
Comida
— Mariscos
— Filetes de pescado con acedera
— Ensalada
— Fruta
Cena
— Sopa de pescados, con pan frito al ajo y roya
— Tomates a la provenzal
— Queso
— Huevos a punto de nieve
SÁBADO
Comida
— Huevos duros con mayonesa
— Rosbif con papas fritas
— Ensalada
— Sorbete (helado de agua)
Cena
— Arroz a la española
— Ensalada
— Mousse de chocolate a la corteza de naranja
Estos menús, naturalmente, no tienen más que un valor indicativo. Corresponde a
cada ama de casa el inspirarse, satisfaciendo el gusto particular de su «mesa»
al tiempo que la sacia, para elaborar comidas que respeten un cierto equilibrio
y, sobre todo, aporten cada día a cada organismo todos los elementos —sales
minerales, lípidos, prótidos, vitaminas— que necesita.
Lo más importante es no servir comidas pantagruélicas, de las que se dejaría la
mitad y cuyas excesivas grasas serán mal asimiladas. Lo esencial es
proporcionarle al cuerpo los «carburantes» que necesita para que se desarrolle
armoniosamente y permita al individuo hacer frente a todas sus tareas
cotidianas.
«Hay que comer para vivir y no vivir para comer.» Quien escribió esto fue
Moliere y, aunque en boca de Harpagón esta sentencia tomó una entonación cómica,
de tal modo revelaba la sórdida avaricia del personaje, el precepto sigue siendo
válido.
Los alimentos son indispensables para la vida. Consumámoslos razonablemente y
viviremos bien, en todos los sentidos de la expresión.
UNA FARMACIA EN LA COCINA
Acodado a la barandilla, el hombre contempla tristemente las pequeñas olas que
chapotean al pie del estrave. De tanto en tanto, levanta los ojos hacia las
velas que cuelgan fláccidas al extremo de sus vergas. Hace ya días y días que la
nave se halla en plena calma chicha, prisionera de una mar de aceite. Y el
hombre sueña en su país, que tal vez no vuelva a ver. En Amsterdam la hermosa,
en La Haya la industriosa donde le aguardan su esposa y sus hijos. En esa
Holanda donde el viento que viene del mar hace girar los molinos y ondular los
campos de tulipanes.
Es mejor esto, de todos modos, que pensar en su estómago que le tortura, en el
hambre que va corroyendo sus fuerzas, y sobre todo en el escorbuto que le acecha
como a todos sus camaradas. Dos marinos han sido alcanzados ya, y uno no puede
hacer más que compadecerse por ellos, ya que todavía no existe ningún remedio
contra esta terrible enfermedad que ataca a los navegantes.
Dentro de poco, como la víspera, deberá contentarse con un trozo de galleta
rancia, ya que el pañol está vacío y el capitán ha racionado los víveres.
Entonces el hombre se revuelve. Aprovechándose de que nadie lo mira, se desliza
en la bodega con la esperanza de tener la suerte de capturar una rata. Sin hacer
ruido, se desliza por entre los fardos de tubérculos que la nave trae del Nuevo
Mundo para mayor alegría de los horticultores de la Frisia o del Brabante. Son
la debilidad de los roedores. Lo sabe, y se pone al acecho. Y, mientras aguarda,
una idea se abre camino en su mente. Puesto que a las ratas les gusta esta cosa
extraña, que no se utiliza todavía más que para producir unas flores muy
decorativas, esto quiere decir que es comestible. Así pues, ¿por qué no roer una
para engañar un poco al hambre?
Entonces el hombre saca su gran cuchillo de marinero, revienta uno de los
fardos, elige un tubérculo bien firme y corta con un gesto rápido la nacarada
carne. Cuando va a llevarse a los labios el pedazo tiene un momento de duda. ¿Y
si aquello va a envenenarle, puesto que todo el mundo sabe muy bien que la
propia planta es venenosa? Pero se tranquiliza. Si esta raíz no fuera
comestible, las mismas ratas estarían todas muertas.
Durante algunos minutos, mastica la jugosa carne, y finalmente se decide a
engullirla. El primer trozo cuesta que pase, pero el resto desciende mejor.
Cuando vuelve al puente, se ha comido una papa entera.
Durante la noche siguiente no puede dormir. Crispado en su coy, aguarda los
primeros síntomas del envenenamiento. Cuando llega su turno de trabajo, todavía
no se ha producido nada. Se tranquiliza. Durante los siguientes días, realiza
frecuentes visitas a la bodega, en compañía de sus mejores amigos, a los cuales
ha revelado su secreto. Cuando finalmente llega el viento, sólo los que han
hecho como él se hallan en condiciones de maniobrar la nave. Todo el resto de la
tripulación está abatida por el escorbuto.
Al capitán, que quiere saber lo ocurrido, le explican su latrocinio. Toma buena
nota y, de regreso a su puerto de amarre, comunica el fruto de sus observaciones
a las autoridades. Naturalmente, aún se ignora que es la vitamina C contenida en
la Solanum tuberosum —más vulgarmente conocida como papa— lo que ha protegido a
esos hombres, pero en esos tiempos se confía más en el valor de la experiencia,
de modo que se aprovisiona ampliamente con este tubérculo a todas las
tripulaciones que efectúan trayectos largos.
¿Aventura romántica, relato puramente imaginario? Evidentemente. La historia no
ha retenido el nombre del primero que se dio cuenta de que la papa cruda era un
potente antiescorbútico, ni las circunstancias de su descubrimiento. Sin
embargo, fue preciso que un día un hombre, un holandés, lo descubriera, dando
así a su país el medio de asegurarse la supremacía marítima de los viajes
largos. Como fue necesario también, casi un siglo más tarde, que un británico
observara que la lima, una variedad de linón de las Indias, poseía efectos aún
más radicales, al tiempo que se conservaba de una forma mucho más cómoda.
Este descubrimiento fue considerado incluso tan importante que fue clasificado
inmediatamente como «secreto militar» por el Almirantazgo. Lo que le valió a la
Navy destronar a la flota holandesa.
Los limones y las papas es algo que todas las amas de casa conservan hoy en día
en su heladera o en su despensa. Como almacenan también un cierto número de
verduras de as que tan sólo conocen sus cualidades alimenticias, sin sospechar
en lo más mínimo que puedan poseer, además, virtudes curativas. Así es, sin
embargo, y vamos a examinarlas metódicamente, por orden alfabético, antes de
pasar a las propiedades de las plantas aromáticas, para terminar con las de las
frutas.
VERDURAS
ACEDERA: Atención, esta verdura es peligrosa. En efecto, el ácido oxálico que
contiene puede conducir, si se abusa de él, a la formación de cálculos de
oxalato de calcio, o dicho de otro modo a la formación de arenilla. A evitar
pues si uno padece de cólicos nefríticos e incluso de reumatismos.
Su consumo sin embargo, en infusión por ejemplo,
favorece la eliminación de residuos.
ALCAUCIL (ALCACHOFA): Este descendiente del cardo es reputado con toda justicia
como un medio eficaz para combatir las enfermedades del hígado. Lo que se sabe
menos es que era utilizada en el siglo XVII para «calentar y excitar a Venus y
para engendrar el maslo», una vez cocida en vino.
Nuestros deplorables hábitos alimentarios hacen que hoy en día no se consuman
más que las cabezuelas y el fondo, mientras que sus principios más activos se
hallan en el leñoso tallo y en las hojas, que pueden ser utilizadas en decocción
para combatir las insuficiencias hepáticas y renales, así como algunos
reumatismos. Además, el agua de cocción de los alcauciles, aunque menos activa,
constituye un excelente estimulante del hígado.
APIO: Su poderoso sabor no gusta a todos los paladares, y es una lástima, ya
que, tomado como entrante, constituye un excelente aperitivo. Además, por sus
cualidades diuréticas, puede constituir la base de un régimen adelgazante.
ARROZ: He aquí otro alimento completo cuyas propiedades bienhechoras para la
sangre, propiedades que nuestros modernos especialistas en dietética acaban de
descubrir de huevo, eran ya conocidas en el siglo XVIII. Actualmente, os médicos
lo recomiendan en los casos de hipertensión y en algunas uremias, cuando la
sangre se carga de nitrógeno y de urea.
Desde siempre, el arroz —o mejor, el agua de arroz— la sido considerado como uno
de los remedios más eficaces contra la diarrea. Las personas de intestinos
frágiles tienen mes la ventaja de prepararse, tres o cuatro veces por semana, un
plato de arroz, ya sea para acompañar a una carne, ya sea azucarado en forma de
postre.
Preparación del agua de arroz: hacer hervir durante aproximadamente una hora 30
gramos de arroz en un litro de agua. Colar a través de un paño. Consumir natural
o azucarada.
BERENJENA: Su mayor mérito es, sin ninguna duda, reforzar el lastre intestinal
y, por lo tanto, favorecer la eliminación natural de los residuos. Además,
algunos autores le reconocen también propiedades estimulantes del hígado y del
páncreas.
BERRO: Hipócrates veía en él uno de los mejores estimulantes y expectorantes;
Dioscórides le prestaba virtudes afrodisíacas; Ambroise Paré lo recetaba para
luchar contra a sarna de los niños; hoy en día, el profesor León Binet, tras
experimentarlo con ratas, ve en él un medio de retrasar la aparición de algunos
cánceres. Una vez más, pues, nos encontramos frente a lo que podríamos llamar
una «verdura todo uso». Con plenos méritos.
Contiene cantidades excepcionales de vitaminas A, B 1, B 2, C, E y PP, y es
además más rica en hierro que las espinacas y posee más cantidad de caroteno. En
estas condiciones, se comprende que sea preferible saborearlo crudo, en ensalada
o como guarnición de carnes.
Añadamos a esto que su jugo, obtenido por presión, detiene la caída del cabello,
y que se pretende incluso que, mezclado con miel, constituye una pomada
insuperable
contra las pecas.
Tiene, sin embargo, un defecto. Creciendo como lo hace en un medio acuático, es
muy sensible a todo tipo de contaminaciones y en particular a la duela, un
temible parásito transmitido por los excrementos de los animales. Es pues —una
vez no hace costumbre— mucho más prudente preferir el berro cultivado que el
silvestre.
CALABAZA (ZAPALLO): Esta buena y gruesa dama, así como su primo el calabacín (zapallín),
forma una plácida familia que destila calma. Nada mejor, pues, para asegurarse
una buena noche, que degustar un plato de ellas para cenar, gratinadas por
ejemplo. Sobre todo teniendo en cuenta que ambos tienen la reputación de atenuar
sensiblemente los ardores amorosos.
Nos equivocaríamos, sin embargo, con respecto a la calabaza, fiándonos demasiado
ciegamente de esta apariencia tranquila. También sabe mostrarse enérgica, sobre
todo cuando se trata de expulsar a un huésped tan indeseable como la tenia. Pero
se trata entonces de una pasta preparada a partir de sus semillas lo que
conviene emplear, antes que tomar un purgante fuerte. En realidad, numerosas
especialidades farmacéuticas contra el parasitismo intestinal están preparadas a
base de semillas de calabaza.
CARDILLO: El nombre francés de esta planta, pissenlit, dice mucho más que el
español acerca de la principal de sus cualidades. Pero no es tan sólo un
diurético potente: los científicos han observado que el extracto de cardillo
dobla, cuadruplica incluso, el volumen de la bilis excretada en media hora.
Además, el cardillo atempera el exceso de colesterol. No hay pues ninguna razón
para privarse de esta deliciosa ensalada, que puede acompañarse de huevos duros
o de tocino, pero a condición de no contentarse tan sólo con la porción blanca
de la planta, la que crece bajo el suelo. La mayor parte de los principios
activos se hallan por el contrario en la hoja verde, un poco más dura quizás, un
poco más amarga también, pero mucho más eficaz.
CEBOLLA: Posee sus adoradores que se reúnen en el mayor secreto en algún bosque
de los alrededores de París, pero, y esto es mucho más serio, fue divinizada por
los egipcios, que la hacían entrar en buen número de sus preparaciones
medicinales. Ya que, como la col (repollo) o el berro, constituye ella sola una
auténtica farmacia. Diurética, estimulante, antiescorbútica, afrodisíaca, tiene
además la reputación de secundar poderosamente las curas de adelgazamiento al
tiempo que favorece la longevidad.
La mejor manera de comerla es, naturalmente, cruda. Algunas personas no
consiguen sin embargo soportar su poderoso aroma. Pueden sin embargo sacar
provecho de todas sus cualidades regalándose con una sopa muy reconstituyente.
CEREALES: Naturalmente, es bastante raro que uno tenga en su cocina un saco de
trigo o de avena. Sin embargo, quizá no resultara inútil proveerse de ellos,
debido a los numerosos efectos bienhechores que puede esperarse de su
utilización. A condición, por supuesto, de que las plantas hayan sido cultivadas
en condiciones «biológicas», y que sus espigas no hayan sido manchadas por los
insecticidas.
La avena, en primer lugar, cuya agua de maceración se revela como un poderoso
diurético y depurativo.
El trigo a continuación, que, cuando está germinado, es un reconstituyente de
primer orden, al mismo tiempo que estimula las funciones sexuales.
Triturados juntos en un molinillo, el trigo y la avena permiten además preparar
un caldo insuperable contra la gastroenteritis de los niños de pecho y que ayuda
poderosamente a los convalecientes a recuperar sus fuerzas.
COL (REPOLLO): El doctor Blanc la llamaba el «médico de los pobres», y es exacto
que la col, tanto la normal como la lombarda, es una especie de panacea. Así,
Alain Rollat escribe de ella que «fortifica, corta el camino a los microbios,
elimina los gusanos intestinales, purifica el conjunto del organismo, regulariza
el trabajo del estómago, del hígado, del intestino, equilibra el sistema
nervioso, calma los dolores gástricos e intestinales, favorece la regeneración
celular,
etc.».
Añadamos que es insuperable contra los dolores, los reumatismos y la artrosis,
al mismo tiempo que da cuenta de las ronqueras más rebeldes.
¿Cómo aprovechar tales beneficios? Comiendo repollo, naturalmente, y a ser
posible cruda. Cortada en laminillas finas, se adapta muy bien a las sazones
tipo vinagreta.
Cocida, esta preciosa verdura conserva aún una gran parte de sus cualidades, y
se puede recuperar una voz clara tomando algunas tazas grandes de su caldo. La
«buena sopa de repollo» no es ninguna leyenda.
Si se trata de terminar con un reumatismo rebelde, se empleará una cataplasma de
la cual Vincent d'Auffray da la receta en su libro titulado Guide pratique des
plantes medicinales (Productions de París): «Retirar del repollo las grandes
hojas exteriores, escaldarlas y aplanarlas con una botella o un rodillo de
pastelero. Colocar varias hojas una sobre otra para formar una cataplasma, tras
haberlas empapado de nuevo en agua muy caliente».
ESPÁRRAGO: Sus puntas son sabrosas, y su tallo leñoso constituye, en decocción,
un excelente diurético. Es conveniente sin embargo utilizarlo con moderación,
sobre todo quien esté sujeto a cistitis o prostatitis. La preparación, en
efecto, resulta muy irritante para el epitelio, y abusar de ella podría provocar
un accidente.
ESPINACA: Debemos las espinacas a los árabes, pero fue Popeye el Marino, el
pequeño personaje norteamericano de historietas, el que las hizo célebres.
Imaginar que puedan proporcionar una fuerza hercúlea, sobre todo cuando son
consumidas en lata, es pura fantasía. Lo que sí es exacto, en cambio, es que son
ricas en hierro y en ácido fólico, lo cual hace de ellas un excelente
reconstituyente.
GIRASOL: No se trata de una verdura propiamente dicha, sino de una flor que
proporciona una semilla de la que se extrae un aceite ligero, particularmente
recomendado para todos aquellos que sufren del colesterol o de arteriesclerosis.
HINOJO: Egipcios, griegos y romanos lo incorporaban ya a sus preparaciones
culinarias, tanto por el sabor que les proporciona como porque
Purga el estómago, aumenta la vista,
De la orina fácilmente provoca la salida.
Y del fondo de los intestinos hace salir los vientos,
como dirán más tarde los doctos médicos de la escuela de Salerno. Sus tallos a
la brasa pueden servir para confeccionar sabrosos gratinados, aunque pueden
también presentarse simplemente como guarnición para un pescado, como la famosa
lubina al hinojo del Mediodía francés.
Sus semillas también son preciosas. Cocidas con leche, permiten confeccionar una
tisana que resuelve todos los empachos gástricos o intestinales. En decocción,
eliminan las migrañas.
JUDÍA (POROTO): Verdes (chauchas), las judías secundan la acción del hígado y
del páncreas; secas, no sirven en principio más que para preparar excelentes
fabadas. Sin embargo, en el campo, se cuidan mucho de tirar las vainas tras
haberlas desgranado. Secas y hervidas en agua, permiten obtener una bebida muy
diurética que soluciona todas las dolencias de los riñones.
LECHUGA: Levin Lemnius escribía de ella que «comerla mucho y a menudo apaga el
ardor de la lujuria: aquellos que son propensos a la vida fuera del matrimonio y
que quieren guardar su castidad deben usarla a fin de apagar el ardor del deseo
carnal».
Eso, por supuesto, puede no convenir a todo el mundo.
Es bueno sin embargo saber también que esta ensalada ayuda a combatir el
insomnio pero que, para este uso, es infinitamente mucho más eficaz en
decocción.
MAÍZ (CHOCLO): Demasiado a menudo se tiene tendencia a creer que no sirve más
que para la alimentación del ganado. En los Estados Unidos, por ejemplo, es
considerado como un dulce, y se sirve acaramelado, o frito para acompañar las
famosas barbacoas (parrillas). Sin embargo, no es el grano comestible del maíz
lo que contiene los principios medicinales más eficaces, sino la barba que
corona la espiga. Conviene pues conservarla cuando se tiene la oportunidad de
conseguir espigas enteras.
Desecada, esta barba sirve para hacer una decocción que es capaz de multiplicar
por cuatro el volumen de la orina excretada en veinticuatro horas.
NABO: Víctima de una mala reputación completamente injustificada, el nabo es un
fortificante. En cuanto al jugo, que por su color constituye el origen de su
descrédito se obtiene ya sea vaciando el tubérculo y echando en el hueco un poco
de azúcar en polvo, ya sea aplastando el nabo crudo con azúcar. Este jugo,
además de constituir un jarabe de delicado sabor, calma las irritaciones
pulmonares y las toses rebeldes.
ORTIGA: Podría parecer paradójico incluir la ortiga entre las verduras. Nada más
lógico sin embargo, ya que, si bien no se halla corrientemente a la venta en las
verdulerías, las madres de familias campesinas la utilizan aún para preparar
sabrosas sopas, que presentan al mismo tiempo la ventaja de ser diuréticas y de
facilitar la digestión.
Además, no hay que temer el pincharse al cogerlas, teniendo en cuenta que su
jugo es hemostático y vasoconstrictor.
Finalmente, si creemos a Petronio, las sacerdotisas del culto priápico
flagelaban con ellas «por encima del ombligo, en los ríñones y en las nalgas a
los viejos, en los cuales esta parte del cuerpo es más fría que la nieve».
Tratamiento utilizado también por otro lado por cierta dama citada por Marcel
Rouet, que iba a «recoger ortigas a fin de ofrecérselas a su amante, el cual,
provisto de guantes, la flagelaba con ellas...» Uno no sabe qué admirar más, si
el valor de esta dama o la prudencia de su amigo, que tomaba toda clase de
precauciones para no pincharse él las manos.
Sea como sea, el autor añade que este tratamiento es también muy eficaz contra
la celulitis, lo que podría empujar a algunas damas melindrosas a verificar sus
virtudes.
PAPA (PATATA): Muy a menudo asociada al puerro en los potajes (sopas), hemos
visto que contenía una importante cantidad de vitamina C. Su fécula es además
rica en potasio.
Cocidas en agua, las papas reemplazan con ventajas al pan en los regímenes
adelgazantes. Es conveniente, sin embargo, no conservar más de veinticuatro
horas las papas hervidas, ya que entonces resultan atacadas por un bacilo que es
exactamente igual al que desencadena las putrefacciones animales.
PUERRO: Pierre Brasseur, tomando en ello ejemplo de Nerón, parece ser que
realizaba con él curas regulares a fin de aclarar su voz. Pero lo cierto es que
no es tan sólo éste el beneficio que debía obtener, ya que la sabiduría popular
sostiene que «una cura de puerros vale lo que una cura en Vichy», debido a lo
poderosas que son las cualidades diuréticas de esta verdura.
De hecho, sus propiedades se acercan sensiblemente a las de la cebolla. Como
ésta, es una «planta para todo» que se puede consumir de muchas formas, con la
diferencia de que tan sólo se come cocido, pero sin olvidar beber el caldo.
RÁBANO Y RÁBANO BLANCO: El primero puede ser considerado como una verdura usual,
y el segundo como un condimento específico de las regiones del Este de Francia.
Sus propiedades son sin embargo tan parecidas que es difícil estudiarlos
separadamente.
Ambos, pues, son poderosos expectorantes y tónicos respiratorios. Así, Jean
Palaiseul (Nos grand-méres sa-vaient, ediciones Robert Laffont) aconseja
masticarlos varias veces al día para combatir la tos ferina. Pero añade que,
comidos poco a poco por la mañana, algunos rábanos rosas alivian también a
aquellos que se ven afectados de ictericia o urticaria.
REMOLACHA: Rica en azúcar, es particularmente recomendada para los adolescentes
en pleno crecimiento y para los deportistas. En cambio, y precisamente debido a
esta riqueza, es desaconsejada para los diabéticos.
SALSIFÍ: Potente diurético, el salsifí favorece la eliminación de los residuos y
contribuye también a combatir algunos trastornos sanguíneos, así como los
reumatismos y la gota.
SOJA: No nos extenderemos sobre las cualidades de esta planta milagrosa, de la
que hemos hablado ya en el capítulo consagrado a la dietética. Recordemos
simplemente que su riqueza en proteínas y en vitaminas hace de ella un alimento
muy completo y muy energético, particularmente recomendado para los
adolescentes, los deportistas, las mujeres encintas, así como a aquellos que
efectúen trabajos pesados.
TOPINAMBUR: Trae muchos malos recuerdos a todos aquellos que, en Francia, han
conocido la Ocupación y las cartillas de racionamiento. Así, por una injusta
inversión de las cosas, este tubérculo, emparentado con el boniato, ha ido
siendo abandonado cada vez más. Sin embargo, su valor nutritivo es sensiblemente
igual al de la papa y, como sea que favorece las secreciones lácteas, se muestra
como un alimento precioso para las madres que dan el pecho a sus hijos.
ZANAHORIA: El profesor Binet ha escrito de ella que «da sangre al organismo», y
recientemente se ha descubierto que participaba en el aumento de los glóbulos
rojos, al tiempo que fortificaba el hígado. Pero la acción benéfica de la
zanahoria no se limita —si puede decirse— a esto. El viejo proverbio que
sostenía que proporcionaba «unos hermosos ojos y volvía rosados los muslos» es
también perfectamente justificado. El caroteno, ha sido constatado
científicamente, es en efecto precioso para la vista. Finalmente, las virtudes
diuréticas de esta verdura, favoreciendo la eliminación, contribuyen a aclarar
la tez.
Entre todas las verduras que acabamos de ver, hay un cierto número que poseen
cualidades muy parecidas. Lejos de nosotros el quejarnos por ello, al contrario,
hay que considerar que se trata de un regalo de la naturaleza, que nos permite
así, al tiempo que variamos nuestros menús, continuar de algún modo nuestro
«tratamiento» para conseguir el resultado buscado.
Sobre todo teniendo en cuenta que los distintos condimentos y aromatizantes que
se hallan a disposición de los cocineros, además de permitir dar a los platos
sabores especiales, vienen a reforzar, a menudo de modo muy poderoso, la acción
de las verduras.
CONDIMENTOS Y AROMATIZANTES
AJEDREA: Los alemanes la llaman Bohnenkraut, es decir la «hierba de las judías
(porotos-chauchas)», lo cual dice mucho sobre sus cualidades digestivas. Pero
los antiguos le atribuían otras virtudes muy distintas, y el hecho de que su
nombre científico de Satureja halle su raíz en el latín satyrus indica bien
cuáles eran.
Hoy, sin embargo, la mayor parte de los tratados de fitoterapia —excepto los de
Maurice Mességué, el cual le da el sobrenombre de «hierba de la felicidad»—
desprecian esta cualidad, esencial sin embargo a los ojos de algunos. Y es que
la ajedrea, que estimula potentemente el estómago, apacigua los espasmos,
regulariza las contracciones intestinales, al tiempo que impide las
fermentaciones favoreciendo la evacuación de los gases, tiene un papel
considerable en el buen desarrollo de la digestión.
El mejor modo de aprovechar sus efectos benéficos es consumirla cruda,
acompañando a algunas ensaladas (judías blancas - POROTOS- a la vinagreta,
espolvoreadas con ajedrea y perejil, acompañadas de algunas rodajas de cebolla,
constituyen un auténtico regalo, digestivo y tonificante); o bebería en infusión
para decuplicar sus efectos.
AJO: Se dice que lo primero que hizo el abuelo de Enrique IV tras el nacimiento
del futuro rey de Francia, fue frotarle los labios con un diente de ajo antes de
untárselos con algunas gotas de jurançon, un vino blanco de Béarn fuerte y
oloroso. El viejo cumplía así con una muy vieja costumbre destinada a proteger
al recién nacido contra los malos espíritus. Pero, al mismo tiempo, le hacía
tomar su primer fortificante y su primer vermífugo. Ya que éstas son dos de las
más importantes propiedades de esta liliácea, que posee también muchas otras.
Si hay que creer a Robert Landry, es a los chinos a quienes corresponde el
mérito de su descubrimiento, puesto que el ajo sería originario de Djungaria, en
el Asia Central. Sea como sea, su uso intensivo se ha extendido desde la más
remota antigüedad por toda la cuenca mediterránea, que continúa, observémoslo de
paso, consumiéndolo abundantemente.
Los egipcios lo habían elevado al rango de una divinidad. Trenzaban con él
collares, que suspendían inmediatamente al cuello de sus hijos para protegerlos
de las lombrices intestinales. Se dice que Keops hizo distribuir abundantes
raciones de él entre los esclavos que construían su pirámide, tanto para darles
fuerzas como para protegerlos de las epidemias.
Más curiosa era su utilización, revelada por el papiro de Kahun, para comprobar
si una mujer era definitivamente estéril o no. Tras haber pelado y limpiado
cuidadosamente un diente de ajo de buen tamaño, el médico lo introducía antes de
la hora de acostarse por la parte más íntima de la anatomía de su paciente. Le
bastaba, a la mañana siguiente, verificar si los potentes efluvios del
condimento habían aprovechado la noche para alcanzar la boca de la consultante.
Si éste era el caso, podía esperar aún a ser madre; si no, debía renunciar para
siempre a la descendencia, y corría así el riesgo de ser repudiada.
Pese a todas sus virtudes, el ajo tiene un defecto capital: impregna de tal modo
las mucosas que es difícil, tras haberlo consumido, librarse de su olor. Los
antiguos se las arreglaban bastante bien masticando una rama de perejil o
comiéndose a mordiscos una manzana. Hoy en día, una pastilla de chicle permite
obtener el mismo resultado.
Es este aroma poderoso lo que le valió, entre los griegos, el sobrenombre de
«rosa hedionda», lo que no impidió en absoluto que los helenos, y en particular
los atenienses, lo consumieran abundantemente, sobre todo en el transcurso de
los Juegos Olímpicos, a fin de darse fuerza y valor, de doparse en cierto modo.
La misma actitud se halla entre los romanos, los cuales, además, mezclaban ajo
picado en la comida de sus gallos de pelea a fin de aumentar su agresividad.
Más cerca de nosotros, Carlomagno, en sus capitulares, recomienda su cultivo.
Los monjes se apresuraron a obedecer, y sus jardines estuvieron abundantemente
provistos de él durante toda la Edad Media, lo que redundaba en bien de su salud
y de la de sus visitantes.
Sabiendo esto, y antes de ver los múltiples beneficios que pueden esperarse de
él, veamos primero sus contraindicaciones. Hay que evitar en efecto tomarlo si
uno está afectado por una enfermedad de la piel como el eccema, cuyas
manifestaciones podría agravar. También hay que evitar dárselo a las mujeres que
alimentan a sus hijos, ya que altera su leche, con lo que podrían provocar
cólicos a los bebés lactantes.
Puestas aparte estas dos excepciones, el ajo conviene a todos y tiene efectos
benéficos sobre casi todo. Estimula el corazón, hace bajar la tensión arterial y
activa la circulación de la sangre, facilita la digestión, se opone a la
proliferación de los microbios, hace caer la fiebre, ayuda a la eliminación de
los parásitos y facilita incluso la expectoración, lo cual le vale el ser
considerado como un antídoto del tabaco.
La mejor forma de consumirlo —la más sabrosa además—, es por supuesto
incorporándolo, preferentemente crudo, a las salsas. Se puede también
espolvorear con él las carnes, las piernas de cordero o los rosbifs. Para
incorporarlo a los platos cocidos a fuego lento, Robert Landry aconseja «echar
en la sartén los dientes de ajo sin pelar, simplemente aplastados con un
puñetazo sobre la mesa de la cocina».
Si se buscan unos efectos más rápidos y profundos, hay otras preparaciones más
específicas que resultan más recomendables. He aquí algunas de ellas,
preconizadas por Jean Palaiseul (op. cit.):
«Para hacer bajar la tensión: un diente aplastado y puesto en maceración por la
noche en un vaso de agua, a beber por la mañana en ayunas».
«Para abortar un catarro nasal: respirar varias veces al día un diente de ajo
aplastado o cortado a trozos...»
«Para facilitar la digestión, suprimir las fermentaciones y los gases
intestinales: una infusión ligera (5 a 10 gramos por litro de agua), añadiendo
un poco de melisa o de angélica, una taza después de cada comida.»
«Contra las lombrices intestinales y también la hidropesía: dos veces al día,
una decocción de 25 gramos de ajo para un vaso de agua o de leche (dejar cocer a
pequeños hervores durante 20 minutos.»
«Contra la tos ferina, la tos, el catarro bronquial y, en general, las
afecciones pulmonares: echar 250 gramos de agua hirviendo sobre una cantidad
variable de ajo picado (para los adultos, de 50 a 60 gramos; para los niños
hasta un año, 15 gramos; hasta cinco años, 25 gramos; hasta doce años, 40
gramos). Dejar macerar durante doce horas; a tomar cada dos horas, con las dosis
siguientes: una cucharada de café hasta cinco años, una cucharada de postre
hasta doce años, una cucharada sopera más allá de
los doce años...»
Y finalmente, esta última receta, también de Jean Palaiseul: «Contra la
extinción de la voz: comer un diente de ajo cuatro o cinco veces al día...»
ALBAHACA: Es el segundo componente de la sopa al pistou (Sopa típica provenzal,
hecha a base de ajo y de tomates asados), pero su papel culinario no se queda
ahí. Se puede utilizar igualmente para aromatizar los platos de ensalada. Además
del delicado sabor que confiere a las distintas preparaciones, permite también
digerirlas con toda quietud. Es quizá por esta razón que los hindúes, que habían
divinizado esta planta, le consagraban ofrendas de arroz, el alimento por
excelencia.
ALCARAVEA: Robert Landry escribe que un «cordon-bleu, incluso principiante,
deberá saber distinguir siempre el comino de la alcaravea... El comino es un
tono cálido de la cocinera... La alcaravea es más bien un medio tono culinario».
De hecho, este estimulante de las funciones digestivas se encuentra
principalmente en nuestras preparaciones europeas, tales como la choucroute o el
Irish Stew, mientras que el primero interviene en platos mucho más exóticos
tales como el curry, el couscous, etc.
ANÍS: Los granos de esta planta de la familia de las umbelíferas son utilizados
sobre todo en forma de esencia para aromatizar los productos de pastelería. De
todos modos, no puede olvidarse que jugaban un papel preponderante en la
preparación del ajenjo, el terrible «verde» que tanto daño hizo a finales del
siglo pasado, y por lo tanto no utilizarlo más que con precaución. Sin embargo,
unas pocas gotas de esta esencia tomadas sobre un terrón de azúcar terminan
rápidamente con las náuseas y los vértigos.
APIO SILVESTRE: Las amas de casa del Mediodía francés utilizan esta planta de la
familia de las umbelíferas, prima del apio, para aromatizar su sopa al pistou.
Las «comadres» italianas le dan el mismo uso en su minestrone. Obtienen, gracias
a él, unos caldos altamente diuréticos y, al parecer, afrodisíacos. Pero esto
permanece en el secreto de las propias familias, y es ahí donde hay que ir a
buscar la clave de la fuerte natalidad que caracteriza a esa zona.
CANELA: Los chinos utilizaban ya la corteza del canelero de Ceilán dos mil
setecientos años antes del nacimiento de Cristo, ya que se halla citada en el
más antiguo tratado de botánica que existe en todo el mundo, la recopilación de
Shen-nung. Lo que no precisa la obra es si era utilizada entonces debido a sus
virtudes sudoríficas o antitúsicas. A menos que el refinamiento del Extremo
Oriente la empleara ante todo por sus virtudes afrodisíacas.
Sea como sea, todas estas propiedades hacen que, tomada con una bebida hirviendo
(un caldo de carne o un vino muy caliente), la canela permita luchar contra
todos los ataques del invierno.
CLAVO: En el lenguaje popular, el botón de la flor del clavero es apodado el
«clavo del amor», lo que no deja ninguna duda acerca de la principal de sus
virtudes. Sin olvidar, naturalmente, su delicado sabor, que se comunica
tanto a las salsas como a las carnes.
Asociado con la canela y la nuez moscada, en la preparación del vino caliente,
el clavo permite obtener una bebida a la vez tónica y bienhechora.
ENEBRO: De él se extraen, o con él se aromatizan, algunos alcoholes, en
particular en los países nórdicos. Gracias a lo cual a los bebedores de ginebra,
de aquavit o de schiedam se les supone que ignoran la gota y los reumatismos. De
todos modos, si se quieren evitar algunos otros pequeños fastidios, es
preferible limitar la cura a las bayas que condimentan algunos platos como la
choucroute, algunos fiambres y otras conservas. Se beneficiará uno también, sin
peligro, de sus virtudes diuréticas y antisépticas.
ESTRAGÓN: El profesor Binet estimaba que él solo podía reemplazar a la vez la
sal, la pimienta y el vinagre. Recomendaba a los enfermos del estómago o
aquellos que debían seguir un régimen sin sal que lo utilizaran para sazonar sus
platos y verduras crudas.
Esto no es todo. Esta planta, de origen mongol o tártaro, introducida en Europa
por los moros cuando conquistaron España, encierra igualmente un aceite esencial,
el estragol, cuya acción aperitiva es incontestable. No es pues por azar si, muy
a menudo, sirve de acompañamiento a los entremeses (entradas).
GENCIANA: Las decocciones extraídas de su imponente rizoma han hecho la fortuna
de algunos fabricantes de aperitivos ya que, aumentando las secreciones de las
glándulas salivales y gástricas, abren naturalmente el apetito. Como además se
disipan los espasmos y tonifican los nervios, son un buen preámbulo para una
comida.
GUINDILLA: Es en cierto modo un revulsivo interno que ayuda a luchar contra la
somnolencia.
JENGIBRE: «El hombre sin jengibre pierde a la vez sus Tuerzas y su mujer»,
pretende un viejo proverbio chino que debe ser completamente cierto puesto que,
pese al cambio de régimen —¡político!—, se continúa consumiendo en grandes
cantidades en las orillas del Yang-tse-kiang. Y es que los hijos del Celeste
Imperio conceden una muy gran importancia al ejercicio de su virilidad, el cual
es poderosamente secundado por esta planta. Pero esto no es todo. Se sabe que
China es un país inmenso donde las comunicaciones no son siempre tan rápidas
como se querría, en particular para los productos alimenticios. El jengibre
tiene la propiedad de neutralizar los nefastos efectos de una carne o de un
pescado cuyo frescor deja que desear.
LAUREL: Las pitonisas del templo de Apolo, en Delfos, masticaban sus hojas
frescas antes de pronunciar sus oráculos. Los romanos, por su parte, coronaban a
sus generales vencedores con ellas, y el emperador Tiberio se hacía una toca
para protegerse... del trueno. Algunos árabes del desierto las utilizan todavía
para aromatizar su té, y nuestros actuales bachilleres se sorprenderían si se
les dijera que el nombre de su diploma proviene del hecho de que, durante la
Edad Media, se colocaba sobre la cabeza de los recién graduados una corona
trenzada de laurel con sus bayas... bacca laurea.
Todas estas funciones prestigiosas no deben hacer olvidar sin embargo el sabroso
aroma que confiere a las preparaciones culinarias, ni sus virtudes medicinales,
que son numerosas.
En primer lugar, es precioso como ingrediente en preparaciones a veces muy
pesadas, las cuales ayuda a digerir. Luego, en infusión, ayuda a terminar con
las bronquitis crónicas. Finalmente, el aceite que se extrae de sus bayas
constituye un bálsamo excelente contra los reumatismos.
MEJORANA: Esta flor toma su nombre de la desventura ocurrida a un príncipe de
Chipre, gran experto en perfumes, que había conseguido elaborar uno tan suave
que los dioses se sintieron celosos. Para castigar al imprudente que había
tenido la audacia de realizar una obra tan perfecta como la de ellos, golpearon
a Amarcus con una borrachera mortal en el mismo momento en que respiraba los
efluvios de su creación. Atormentados por los remordimientos, hicieron luego que
sobre su tumba creciera esta planta de suave aroma.
Sea o no de origen divino, la mejorana posee muchos poderes, principalmente
contra las afecciones nerviosas. Así, termina con los insomnios más rebeldes y
con los dolores de estómago o las afecciones de hígado de origen
nervioso.
Tomada en infusión, permite igualmente calmar los tics, el asma, los catarros
agudos o crónicos, las bronquitis o los accesos de tos.
MENTA: Si se cree en la mitología, la menta habría nacido de una cólera de
Proserpina que, no apreciando en absoluto la relación que había unido al rey de
los Infiernos, Plutón, su esposo, con la hermosa Minthes, transformó a ésta,
método habitual en aquella época, en flor.
Lo que sí es cierto en cambio es que tanto los griegos como los hebreos extraían
de ella un perfume tan embriagador que incluso los escribas llegaban a olvidar
los deberes de su cargo en su afán de procurárselo, cosa que desató las iras de
Jesús.
Los romanos, por su parte, se contentaban con perfumar con él su vino; en cuanto
a las matronas, confeccionaban una especie de pasta —el chicle de la época—, que
masticaban a fin de disimular el olor del vino que iban a beber a escondidas.
En la actualidad, se la utiliza aún en Oriente para aromatizar el té, y los más
potentes emires no salen jamás sin llevarse un ramillete, que respiran tanto
para luchar contra los olores nauseabundos como para mantener su ardor viril.
En cocina, se la puede añadir a distintas salsas, entre ellas la bearnesa.
Consumida así, permite paliar las insuficiencias sexuales, la inapetencia, la
fatiga intelectual, etc. Pero hay que hacer notar que su acción resulta
decuplicada cuando es tomada en infusión.
Tampoco hay que echar de lado el alcohol de menta, del que algunas gotas tomadas
sobre un terrón de azúcar permite sobreponerse a los desvanecimientos o las
dificultades digestivas.
MOSTAZA: Parece que hace más de tres mil años que los chinos la conocen, pero en
Francia se ha hecho famosa la que se prepara en la región de Dijon. Mezclada con
vinagre y algunos otros aromatizantes, acompaña en todas las mesas del país a
todo tipo de carnes y entra en la composición de un enorme número de salsas.
Este empleo resulta perfectamente justificado en la medida en que, preparada
así, facilita la digestión y estimula el funcionamiento del páncreas, así como
el de las glándulas suprarrenales. Sin embargo, hay que ir con cuidado de no
abusar de ella, puesto que entonces «se sube a la nariz» y echa a perder el
estómago.
De todos modos, es tan sólo un daño relativo si se utiliza una mostaza
perfectamente natural. Las cosas empeoran cuando hay que enfrentarse con un
producto de origen químico. En este caso los daños pueden ser considerables.
Así, algunos países del Mercado Común, Alemania en particular, obtienen un gran
negocio con estos sucedáneos que de mostaza no tienen más que el nombre. Hay que
desconfiar de ellos.
Utilizada en sinapismo, la harina de mostaza es un remedio eficaz contra los
enfriamientos y los dolores, pero a condición de añadirle tres veces su peso de
harina de lino para evitar quemarse gravemente la piel.
NUEZ MOSCADA: La nuez moscada, que hemos visto ya asociada con el clavo y con la
canela en la preparación del vino caliente, es un estimulante del estado general
y de las funciones digestivas.
PAPRIKA: Se le llama también guindilla suave, y se le presta la facultad de
devolver un poco de memoria a los amnésicos, al tiempo que ayuda poderosamente a
aquellos que, por exceso de trabajo o de preocupaciones, llegan incluso a
olvidar el nombre de sus interlocutores.
PEREJIL: Antes de brotar de la tierra, se dice, debe rendir siete veces visita
al diablo, y no puede escapar a su influencia más que a condición de que quien
lo haya plantado sea un hombre bueno y justo. Esto explica quizá las múltiples
cualidades de esta planta de la familia de las umbelíferas que, en el transcurso
de sus diferentes periplos subterráneos, tiene ampliamente ocasión de cargarse
de sales minerales y vitaminas. Sea como sea, todo el mundo se pone de acuerdo
en reconocer que, rico en hierro, en calcio, en diversos oligoelementos, así
como en vitamina C, es, para utilizar las palabras de Lucie Randouin, «uno de
los alimentos de seguridad más preciosos» que la naturaleza pone a nuestra
disposición.
Pero en cambio es muy frágil y se oxida muy rápidamente a la luz. Es por esto
por lo que se aconseja consumirlo en la hora siguiente a la recolección, o
conservarlo envuelto en papel de aluminio. Con lo cual se pueden aprovechar
completamente sus propiedades diuréticas, tónicas y afrodisíacas.
PERIFOLLO: La cocción le hace perder todo su sabor; es por eso por lo que las
amas de casa se cuidan bien de escaldarlo antes de aromatizar sus salsas con él.
Sin embargo, es en infusión o en decocción donde se muestra más activo.
De treinta a cuarenta gramos de esta planta echados en un litro de agua
hirviendo dan como resultado una tisana excelente contra los trastornos de la
circulación, las afecciones hepáticas, la ictericia, el catarro crónico, las
obstrucciones linfáticas, los trastornos urinarios, las obstrucciones
viscerales.
En cuanto a la decocción, permite preparar compresas que alivian las oftalmias y
la inflamación de los párpados.
PIMIENTA: La mejor y la peor de todas las cosas, según el empleo que se haga de
ella. Abusar de ella amenaza no sólo con desgastar las papilas gustativas, sino
también provocar lesiones estomacales. Aunque es conveniente observar que las
cocinas tropicales, que hacen un uso casi inmoderado de las especias, se
corresponden perfectamente con los climas bajo las cuales son consumidas.
En nuestros países templados, no hay ninguna necesidad de intensificar las
raciones de pimienta para empujar la digestión y luchar contra algunos
parásitos. Sin embargo no hay que despreciar tampoco sus efectos afrodisíacos,
aunque sin olvidar que el hábito es el peor de los antídotos.
ROMERO: Para los cristianos, el arbusto ofreció un poco de sombra a la Virgen
María cuando huía de Egipto para evitar que su hijo sufriese la suerte reservada
a todos los recién nacidos masculinos de Israel. Incluso ésta se tomó un poco de
tiempo para lavar algo de ropa y colgó los pañales del niño Jesús a secar en sus
ramas.
Los romanos, menos prosaicos, estimaban que la planta traía la felicidad a los
vivos y permitía a los muertos gozar de una apacible estancia en el más allá.
Para nuestro siglo XX, las virtudes de esta planta son esencialmente culinarias.
Y es cierto que unas ramitas de romero realzan agradablemente el aroma de
cualquier salsa. En cambio, lo que menos se sabe es que esta labiácea ayuda
poderosamente a la digestión, y que aromatizar con ella una carne pesada —un
asado de cerdo, por ejemplo—, evita dificultades gástricas. Pero esta planta
tiene también muchas otras cualidades que hacen de ella, al igual que el perejil
o la cebolla, una especie de panacea.
Antirreumática y vigorizante, favorece tanto la eliminación de los gases
intestinales como la de la orina. En las mujeres, ayuda a la regulación del
ciclo menstrual. Paralelamente, empuja la sudación, combate la infección y, por
el mismo motivo, ayuda a la cicatrización de las heridas. Algunas
investigaciones han demostrado que modifica también el proceso de secreción de
la bilis, aclarándola al tiempo que aumenta su volumen.
Hay que convenir que todas estas ventajas no son de despreciar. Sobre todo
teniendo en cuenta que, para aprovecharse de ellas, ni siquiera es necesario
dedicarse a realizar preparaciones especiales. Como hacían nuestros antepasados
de la alta Edad Media, podemos degustar algunas hojas —las más tiernas— crudas,
por la mañana en ayunas. Esto perfuma el aliento y, al parecer, aumenta la
agudeza visual. Pero sobre todo uno puede contentarse con adornar con él los
platos y las salsas, a menos que se prefiera preparar un vino (200 gramos de
hojas frescas, 60 gramos de hojas secas, maceradas durante quince días en un
litro de vino) diurético y fortalecedor, o un elixir de belleza procediendo del
mismo modo pero con alcohol.
SALVIA: Puede parecer extraño situar la salvia en medio de los aromatizantes y
los condimentos. Sin embargo, es uno de ellos, y excelente, aunque las cocineras
lo ignoran la mayor parte de las veces debido a su difícil empleo.
En primer lugar, tomando una frase de Robert Landry, porque, «en esa gran ópera
que es la cocina, la salvia representa una diva susceptible y caprichosa. Exige
permanecer sola, o casi, en escena...»
Luego, porque su grado de cocción tiene una extrema importancia. Sólo con
rebasar el umbral, la salvia, en lugar de aromatizar delicadamente el plato, le
confiere un excecrable sabor amargo. Esto no impide sin embargo que las amas de
casa del Mediodía francés envuelvan con salvia sus asados de cerdo o de ternera
para hacerlos más digeribles, ni a algunos grandes chefs incluirla en sus
preparaciones. Estos últimos, sin embargo, no la mezclan a sus condimentos
culinarios más que en el último minuto, evitándole «el contacto con un fuego
demasiado intenso y un aceite hirviendo».
Además, la salvia presenta otra ventaja que no deja de hacer recordar las
propiedades del jengibre. Combatiendo esta temible toxina que es la cadaverina,
retrasa considerablemente la putrefacción de las carnes y de los pescados, lo
cual la convierte en algo precioso para quien no posee refrigerador.
No es sin embargo por esta razón por la que los romanos la habían bautizado la
«hierba sagrada», sino porque la antigüedad le atribuía la facultad de facilitar
la concepción. Del mismo modo que los druidas galos yendo a recoger el muérdago,
los sacerdotes de la Roma antigua iban a recogerla vestidos de lino blanco, tras
proceder a una ceremonia especial, y no la cortaban más que con instrumentos de
los cuales estaba ausente todo rastro de hierro. No se sonrían. Recientes
investigaciones han demostrado que las sales de hierro son incompatibles con la
salvia, ¡cuyas cualidades desnaturalizan!
Volvamos a nuestros romanos. «Están persuadidos —escribe Jean Palaiseul (op.
cit.)—, de que no solamente protege la vida, sino que también ayuda a darla;
retiene lo que es concebido, dicen, por lo cual es aconsejada a las mujeres
encintas y a aquellas que desean concebir. Éstas últimas deben permanecer cuatro
días sin compartir el lecho conyugal, beber una buena ración de jugo de salvia,
luego "habitar carnalmente con el hombre", e, infaliblemente, concebirán.»
En apoyo de esta receta, el autor cita el caso —sin duda legendario— de una
ciudad de Egipto «donde las mujeres fueron obligadas "por aquellos que quedaron
de una gran peste que sobrevino" a engullir la misma poción y, gracias a ello,
dicha ciudad fue repoblada de niños».
Actualmente, se le reconocen a la salvia una serie de virtudes más prosaicas y
menos espectaculares, como las de activar la circulación sanguínea y sostener el
corazón, lo cual la hace muy indicada para las mujeres con problemas menstruales
y que están atravesando el delicado período de la menopausia. Pero su acción más
sorprendente es sin duda la inhibición de la transpiración, que se manifiesta
aproximadamente a las dos horas de su absorción. Este efecto es de todos modos
muy efímero, lo cual impide aconsejarla como antitranspirante o desodorante a
las mujeres jóvenes. Explica sin embargo una prescripción que relata Jean
Palaiseul (op. cit.): «Cuando un bebé, desahuciado por el médico, está perdido y
nadie comprende la enfermedad que se lo está llevando, prepare una decocción de
salvia y hágasela tomar a cucharaditas cada cinco minutos: se asistirá a la
resurrección del niño». Precisemos inmediatamente que los médicos de los que se
habla son los de la época de Moliere, que tendrían problemas en aplicar a los
recién nacidos sus sanguijuelas y sus lavativas habituales. En algunos casos
pues, la salvia, bloqueando la sudoración, conseguía hacer disminuir la fiebre
—¿no se sumerge, aún hoy, a un bebé con fiebre en un baño frío para obtener una
rápida mejoría de su estado?— y salvar así al pequeño paciente.
Queda por descubrir el mejor medio de obtener provecho de todas las virtudes de
la salvia. Se puede por supuesto emplear en la preparación de platos, con todas
las precauciones que hemos enumerado. Pero se puede también beber en infusión,
ya que no hay que olvidar que esta planta lleva también el sobrenombre de «té de
Provenza». Algunos incluso consideran el aroma del brebaje así obtenido mucho
más fino que el del propio té, y estiman sus propiedades digestivas superiores a
las del café. Además, los chinos, unos auténticos expertos, llegaron incluso a
dar dos fardos de su mejor té a cambio de un solo saco de salvia.
Otra manera de utilizar la salvia es fumar sus hojas secas a modo de tabaco para
aliviar las crisis de asma.
SERPOL: Si la salvia es el «té de Provenza», el serpol es el «té campesino»,
como el tomillo es el «antibiótico del pobre». De hecho, las propiedades de
estas dos plantas aromáticas son sensiblemente parecidas.
TOMILLO: Nació, dice la leyenda, de las lágrimas derramabas por la hermosa
Helena tras la conquista de Troya. Lo que sí es cierto es que crece naturalmente
y de una forma abundante por todo el contorno de la cuenca mediterránea, y que
es utilizado desde la más lejana antigüedad. Egipcios y etruscos lo utilizaban
para preparar aceites con los que embalsamar a sus muertos. Griegos y romanos,
además de aromatizar con él sus platos, inciensaban el altar de sus dioses con
su humo purificador. Una vez más, los antiguos habían descubierto empíricamente
propiedades que nuestros sabios modernos no han encontrado más que después de
innumerables análisis.
En efecto, ha quedado demostrado hoy en día que esta planta —y con ella el
serpol— encierra un aceite esencial, el timol, del cual Vincent d'Auffray (op.
cit.) dice que es «un antiséptico veinte veces más activo que el fenol, sin
ninguno de sus inconvenientes». Además, hoy se ha demostrado que un bacilo no
resiste más de treinta y cinco a cuarenta minutos la acción de la esencia de
tomillo.
Naturalmente, no es la pequeña rama del bouquet garni (Ramillete de hierbas
aromáticas utilizado en Francia como condimento y compuesto por perejil, tomillo
y laurel) lo que remedia todas las afecciones sobre las que triunfa el tomillo.
Sería ilusorio creerlo, pero también sería vano despreciar el hecho de que esta
presencia ínfima, asociada a los otros componentes de este aromatizante,
facilita la digestión de algunas salsas un poco pesadas.
Es en infusión —una o dos ramas por cada taza de agua hirviendo— donde el
tomillo es más eficaz. Consumido de este modo, alivia, según Jean Palaiseul (op.
cit.), «las digestiones penosas, las fermentaciones intestinales, los gases, las
hinchazones de vientre, la falta de apetito, las debilidades cardíacas, la
anemia, la fatiga física o intelectual, las angustias, la neurastenia, los
accesos convulsivos de tos, las afecciones de los bronquios (asma, bronquitis),
la gripe, los enfriamientos, los insomnios, los trastornos hepáticos o de la
menstruación, y las infecciones de las vías urinarias».
Hundir una mano en un cesto de frutas es arriesgarse a desencadenar una grave
polémica. Buen número de personas, en efecto, no pueden comer una manzana, un
melocotón (durazno) o una pera sin haberlo previamente pelado. En cuanto a
algunas otras, sostienen con tesón que las frutas crudas son perfectamente
indigestas, y que no deben ser consumidas más que cocidas o en forma de compota.
«Uno se pregunta —escribíamos en una obra precedente—, por qué un problema tan
sencillo levanta tales polémicas en las familias. Ya que es evidente que una
fruta debe ser comida cruda si se quieren aprovechar todas las vitaminas que la
atiborran y que, salvo casos excepcionales, no debe ser pelada por la misma
razón. Hay, por supuesto, casos particulares. El de los bananas, las naranjas
o... los cocos, pero dejando aparte todos los productos cuya corteza no es
comestible, se puede encontrar un complemento apreciable en la piel de las
manzanas, de las peras o de los melocotones. A condición naturalmente de haber
tomado la precaución de limpiarlas o lavarlas bien, ya que es necesario, como
con la uva, eliminar los productos químicos depositados durante las distintas
fases de su cultivo.»
Por supuesto, una cierta conveniencia heredada del siglo XVIII quiere que la
fruta sea pelada y, siempre, de una forma muy refinada que dista mucho de ser
cómoda. Pero, aunque es conveniente respetar tales costumbres en el restaurante
o «en sociedad», se pueden de todos modos consentir algunas libertades
completamente compatibles con la simplicidad de una comida familiar.
Una vez reglado este «affaire Dreyfus del frutero», veamos ahora lo que podemos
esperar de las distintas frutas que se nos ofrecen en todas las estaciones.
FRUTAS
AGUACATE (PALTA, AVOCADO): Contiene, él solo, casi tantas calorías como una
comida dietética. Es pues un alimento particularmente nutritivo y energético,
recomendable para los aquejados de exceso de trabajo o las personas debilitadas.
DAMASCO (ALBARICOQUE): Pocos autores lo citan, y sin embargo su carne amarilla y
firme se revela como un excelente reconstituyente. Se puede pues recomendar a
los niños en pleno crecimiento y a los convalecientes que tienen necesidad de
remontar su salud.
ALMENDRA: Hay dos clases de almendras, las dulces y las amargas, pero ambas son
comestibles. Las últimas, sin embargo, contienen un producto peligroso, el ácido
cianhídrico, que se halla concentrado a razón de aproximadamente un miligramo
por fruto. Esto es lo que permitió a Schauenberg y Paris afirmar que: «Si un
niño que pesara veinte kilos se comiera veinte de una vez, se envenenaría».
Pero estos dos sabios reconocen por otro lado que la misma cantidad absorbida a
lo largo de veinticuatro horas no haría ningún daño al pequeño glotón.
La almendra dulce debe a su delicado aroma el ser utilizada en pastelería, así
como también, y esto es menos trivial, en cosmetología. Los vegetarianos
integrales, a quienes no les faltan recetas precisamente, la utilizan incluso
para montar mayonesas sin huevo, utilizando así al máximo su principal cualidad,
que es ser laxante.
ANGÉLICA: Es un dulce que ha conseguido su reputación en la región de Niort y,
si la asimilamos a las frutas, es debido a que entra, con muchas otras frutas
confitadas, en la preparación de numerosos pasteles. Como muchas otras plantas,
la angélica tuvo su época gloriosa en el Renacimiento, donde los médicos la
apodaron la «raíz del Espíritu Santo». Paracelso sostiene incluso que gracias a
ella se pudo detener la epidemia de peste que asoló Milán el año 1510.
No iremos tan lejos y nos contentaremos con reconocerle virtudes digestivas, ya
sea bebida bajo forma de infusión o, mezclada con otras plantas, en un vaso de
chartreuse.
. CEREZA: En una obra precedente (op. cit.), recordábamos el caso de aquel
periodista «muy célebre en la inmediata postguerra, que fue apodado "rabo de
cereza" por sus compañeros, que se burlaban así amistosamente de las infusiones
que consumía muy regularmente, con la finalidad de combatir los efectos de una
gula a toda prueba». Y es que, en efecto, la tisana de rabos de cereza es un
poderoso diurético que, ayudando a eliminar el agua de los tejidos, evita la
celulitis y, arrojando los excesos de ácido úrico y de urea, preserva de la
gota, enfermedad que ataca esencialmente a los buenos vividores.
Pero los pedúnculos del delicioso fruto importado de Asia Menor por el célebre
gastrónomo romano Lúculo no son los únicos que poseen virtudes medicinales. Las
pequeñas bolitas rojas que cuelgan de ellos, jugosas y deliciosamente
aromáticas, activan igualmente las secreciones renales. Son pues recomendables
para los pletóricos, los gotosos y los reumáticos.
CIRUELA: Fresco o seco, el fruto del ciruelo es renombrado por sus virtudes
laxantes, reconocidas incluso por Moliere, que hizo comer a su «Enfermo
imaginario» algunas «ciruelas pequeñas para soltar el vientre».
Servida como guarnición con carnes un poco pesadas —asado de cerdo, pato,
morcilla—, permite ofrecer platos que no amenazan con lastrar el estómago de los
invitados.
Preparadas con vino, constituyen un postre refinado que halaga el gusto
conservando el conjunto de las cualidades de la fruta.
FRAMBUESA: Como la fresa (frutilla), que sigue a continuación, no es en absoluto
contraindicada para los diabéticos, a quienes aporta la levulosa y la vitamina
C.
FRESA (FRUTILLA): Esta pequeña fruta roja, de apariencia tan frágil, es en
realidad muy rica en hierro y en ácido salicílico, que tiene una acción
bienhechora sobre el hígado, los ríñones y las articulaciones. Una cura de
fresas (frutillas) con azúcar —realzadas con un jugo de naranja— es pues
particularmente recomendada a los convalecientes y, sin azúcar, a los reumáticos
y a los gotosos. Linneo, el célebre botánico, afirmaba además haberse librado
definitivamente de una gota tenaz sin usar ningún otro medicamento que éste. En
cuanto a Fontenelle, que, como todos saben, murió centenario, atribuía su
longevidad a las fresas que consumía en grandes cantidades.
Hay que añadir que las pequeñas pepitas que adornan el fruto, no siendo
digeribles, irritan en cierto modo el intestino, que intensifica sus
contracciones a fin de expulsarlas. Contribuyen así a regularizar las funciones
de eliminación. Si se añade a esto sus propiedades diuréticas —reforzadas cuando
se toma la precaución, tras haber comido los frutos, de prepararse una decocción
con las hojas— se puede decir que la fresa es un verdadero bocado de salud.
GROSELLA NEGRA: Un autor del siglo XVIII escribía de ella que
es «un excelente elixir de vida, que mantiene la salud y que hace que las
personas de edad parezcan más jóvenes de lo que son». Es cierto que en aquella
época los viejos eran siempre saludables por la simple razón de que sólo los
individuos más vigorosos triunfaban de una considerable mortalidad infantil, lo
cual les daba todas las posibilidades de terminar sus vidas en una saludable
edad avanzada. Una constatación que, de todos modos, no quita nada a las
cualidades de la grosella negra, las cuales quedaron por otro lado palpablemente
demostradas de una forma incuestionable por el aspecto del canónigo Kir, el
pintoresco diputado-alcalde de Dijon, que dejó su nombre al vino blanco cassis
(El nombre francés de la grosella negra es precisamente cassis).
Iniciemos pues nuestro estudio de esta maravillosa planta por el principio, es
decir por el fruto que todo el mundo conoce. Esta pequeña baya está provista
abundantemente de vitamina C y vitamina P. Consumida al natural, constituye pues
un excelente reconstituyente. Macerada en un peso igual de aguardiente, permite
también, tras añadirle azúcar, obtener un licor que se puede mezclar, como hacía
nuestro canónigo, con el vino blanco para obtener una bebida muy diurética.
Las hojas, tomadas en infusión, proporcionan una tisana excelente contra los
reumatismos y la retención de orina. En cambio, si se las deja macerar durante
una quincena de días en un vino blanco semiseco, permiten obtener un «vino de
cassis» eminentemente aperitivo y diurético.
HIGO: ¿Le debía Platón a esta fruta su excepcional seguridad de juicio? Es
posible, puesto que él mismo apodó a los higos los «amigos del filósofo»,
atribuyéndoles la facultad de «reforzar la inteligencia». Un punto de vista que
comparten por otro lado nuestros modernos médicos dietéticos que los recomiendan
en caso de astenia nerviosa.
Sea como sea, algunos autores estiman que el primer vestido humano no fue la
hoja de parra como se cree generalmente, sino la hoja de higuera, gracias a la
cual Adán y Eva ocultaron su desnudez.
Frescos o secos, los higos se revelan en cualquier caso como un alimento muy
rico (100 calorías por cada 100 gramos, en el primer caso; 250 calorías por cada
100 gramos, en el segundo), y facilitan la eliminación de los desechos, luchando
contra el estreñimiento.
LIMÓN: La costumbre de decorar los platos de pescado con rodajas de limón, o
echarle un chorro de limón a las ostras y a los mariscos, se remonta a una época
en la que el frescor de los productos del mar no podía ser siempre garantizado.
Su poder desinfectante —confirmado por análisis que han establecido que mataba
irremediablemente, incluso en dosis mínimas, a los bacilos del cólera, de la
difteria y de la fiebre tifoidea, y que en un cuarto de hora eliminaba de las
ostras el 92% de todas sus bacterias— evitaba pues lamentables accidentes... y
sigue evitándolos.
Hemos visto igualmente que sus propiedades antiescorbúticas, preservadas como un
secreto militar por los ingleses, le valieron el reemplazar a la papa cruda en
la alimentación de los marinos en viajes largos. Resulta sin embargo que los
británicos, aunque hicieran alarde durante mucho tiempo de este descubrimiento,
no hacían más que volver a utilizar la muy antigua receta de los cruzados que,
partiendo a la reconquista de la Tierra Santa, chupaban rodajas de limón, tanto
para apagar su sed como para conservar todos sus dientes.
Esta propiedad, sabemos, es debida a la fuerte concentración de vitamina C que
lo caracteriza. Es esta misma concentración lo que hace de él un excelente
preventivo contra la gripe. En la estación fría, dos vasos grandes de limón
exprimido por día son mejores que todas las vacunas. Cuando no se ha tomado esta
precaución y se experimentan los primeros síntomas del mal, una cura de jugo de
limón acompañado de agua hirviendo y azúcar corta inmediatamente la evolución de
la enfermedad.
En cuanto a los elegantes que desean recuperar su línea, pueden seguir una cura
de limón de veinte días dividida en dos tiempos. Durante la primera mitad de la
cura, aumentando cada día un fruto (primer día: un limón; segundo día: dos
limones; tercer día: tres limones, etc.). Al llegar al décimo día, se aplica un
método inverso y se disminuye un limón diario hasta el final de la cura.
MANZANA: Fue la causante, se dice, de la perdición de la humanidad, induciendo a
la tentación a Adán y Eva. Es quizá para rehabilitarse que contiene tantos
principios benéficos, hasta tal punto que los ingleses no vacilan en afirmar que
una manzana al día permite prescindir del médico.
Sin ir tan lejos, anotemos que termina con las infecciones intestinales, que
alivia los reumatismos y la gota, combate el agotamiento físico e intelectual,
la anemia y la desmineralización, el colesterol y el infarto.
El mejor medio de aprovechar al máximo sus virtudes consiste en consumirla
cruda, por la mañana en ayunas, y con su piel, tras haberla limpiado
cuidadosamente, y tomando la precaución de masticarla bien para evitar cualquier
problema de digestión.
MELOCOTÓN (DURAZNO): El fruto en sí mismo, si es fino y delicado, no posee
ninguna propiedad que no posea cualquier otra fruta fresca. Las flores del
melocotonero, en cambio, permiten fabricar una tisana que calma a los niños
coléricos, y un jarabe sedante.
MEMBRILLO: Su carne es excelente para combatir los vómitos y las diarreas, pero
a condición de que el fruto haya sido recogido después de las primeras heladas,
si no, existe el peligro de que se produzca el efecto inverso. En cuanto a sus
pepitas, permiten preparar una emulsión que calma tanto las hemorroides como las
grietas del seno y las afecciones de la boca.
MIRTILO: Según el doctor Debuigne, fue «Dioscórides quien lo prescribió por
primera vez para combatir la disentería y apretar el vientre. Arnaldo de
Vilanova, célebre médico de la Edad Media, le concede virtudes antihemorróideas
y, por su parte, Artault de Vevey, en el siglo XIX aprovechaba las propiedades
astringentes del mirtilo utilizándolo contra las estomatitis, las aftas, la
estomatitis micósica de los niños».
En cocina, esta suculenta baya permite preparar tartas de una notable finura,
que los canadienses se empecinan en bautizar, no se sabe exactamente por qué,
«tarta de acianos».
MORA: Originariamente, la morera negra fue introducida en Francia por Olivier de
Serres para servir de alimento al gusano de seda. Sin embargo, pronto se observó
que su extracto fluido era excelente contra la diabetes.
En cambio, bien nuestros son los frutos de la zarza silvestre que crece a lo
largo de nuestros caminos. Devorados allí mismo o, mejor, preparados en
confitura, suavizan la garganta y las mucosas, aliviando las ronqueras de todo
tipo.
Tanto las moras como los jarabes extraídos de ellas son excelentes contra la
diarrea o, peor, la disentería.
NARANJA: He aquí la manzana de oro del jardín de las Hespérides, que el valeroso
Hércules fue obligado a ir a buscar más allá de las columnas a las cuales dio su
nombre.
Sin embargo, no todos los autores están de acuerdo en la interpretación que
conviene dar a esta leyenda. Lo que sí es seguro es que el naranjo es originario
de China y que, si hoy saboreamos sus frutos, es gracias a los cruzados, puesto
que fueron ellos quienes lo introdujeron en la cuenca mediterránea, al mismo
tiempo que el limón.
Sea como sea, su riqueza en vitaminas A y C 1 hacen de ella un excelente
preventivo de la gripe, que refuerza al mismo tiempo las encías.
Además, todo es utilizable en el naranjo. Las hojas en primer lugar, que
proporcionan una tisana excelente contra las palpitaciones y el insomnio. Las
flores a continuación, doblemente preciosas, puesto que son el símbolo de la
pureza y permiten fabricar, por destilación, una esencia que detiene las
palpitaciones cardíacas y elimina los malestares de todo tipo. La corteza de las
naranjas, finalmente, macerada en aguardiente diluido con vino, proporciona un
aperitivo eficaz y sano.
NUEZ: «Una nuez, ¿qué hay en el interior de una nuez?», se preguntaba Charles
Trenet hace algunos años. Para el fítoterapeuta, la respuesta es sencilla: hay
elementos tónicos y reconstituyentes.
Pero, más que los frutos, son las hojas del nogal las que son utilizadas en la
medicina por las plantas.
En decocción, combaten el estreñimiento y la infección, así como la inflamación
de las mucosas, al mismo tiempo que hacen descender la concentración de azúcar
en la sangre.
OLIVA: Los latinos le daban el nombre de olea, del que hemos extraído la palabra
oleaginoso, que significa «capaz de dar aceite». Esto indica hasta qué punto es
la oliva un fruto precioso. Su aceite, sabroso, es al mismo tiempo un
medicamento maravilloso con tal de que sea «virgen», es decir, que haya sido
obtenido por una primera presión en frío de los frutos y sea conservado sin
aditivos químicos.
Una cucharada diaria de este aceite permite en efecto paliar las insuficiencias
hepáticas, combatir el estreñimiento, incluso retardar los efectos del alcohol
cuando se prevé que habrá abundantes libaciones.
PIÑA (ANANÁ): Facilita también la digestión, y sus fibras leñosas pueden,
llegado el caso, ayudar a la evacuación de un pequeño cuerpo extraño tragado
accidentalmente. Es también diurética, y ayuda poderosamente al tratamiento de
la arteriosclerosis, de la artritis y de la gota, a condición naturalmente de
consumirla fresca, lo cual afortunadamente es hoy en día posible gracias a la
rapidez de los transportes.
UVA: Blanca o negra, contiene un azúcar directamente asimilable por el
organismo, lo cual la hace preciosa para los diabéticos, que pueden así comer
una fruta que no presenta ningún peligro para ellos.
Se trate de aromatizantes, de frutas o de verduras, cada ama de casa posee pues
en su cocina todos los ingredientes necesarios para curar, al tiempo que prepara
deliciosos platos a aquellos que acudan a sentarse a su mesa. El resultado es
tan sólo asunto de dosificación, de sensibilidad.
Alimentarse únicamente de pan o de papas, apartar sistemáticamente las carnes o
los pescados del menú, hacerse el delicado ante alimentos de una simplicidad
demasiado evidente, es privarse de muchas cosas y en primer lugar de una
alimentación equilibrada, prueba esencial de una salud sin problemas, y además
de un buen número de placeres gastronómicos, ya que los mejores platos no son
siempre los más elaborados.
HERIDAS Y ERUPCIONES
Atareada alrededor de sus cazos y ollas o inclinada sobre el huerto en un rincón
de su jardín, esta abuela cuyo recuerdo evocaba un poco más arriba tenía siempre
una amplia sonrisa para recibirme al regreso de mis peligrosas expediciones, y
sabía calmar con una palabra tierna mis lágrimas de aventurero arañado por las
zarzas o asaetado por los aguijones de las avispas.
Estas pequeñas heridas no me preocupaban, como tampoco me preocupaban las
enfermedades benignas de las que son víctimas a menudo los niños. Nunca la vi
molestar al «señor doctor» para acudir en mi ayuda. Poseía las recetas
suficientes como para prescindir de él.
Vamos a mirar el «libro», decía ella, limpiándome los ojos con una esquina de su
delantal. Y, tras hojear su precioso cuaderno, preparaba enseguida una decocción
o un emplasto, que me aliviaban casi instantáneamente.
Aún es posible hacer como ella, y si las «recetas» que siguen no son las de mi
abuela, podrían haberlo sido, tan sencillas y eficaces son.
AMPOLLAS: Son el resultado de las largas caminatas y el tributo que hay que
pagar muy a menudo por unos zapatos
nuevos.
—Tomar algunas hojas hermosas de repollo, limpiarlas con agua fría y cocerlas en
medio litro de leche. Dejar enfriar y aplicar la pasta así obtenida sobre la
parte afectada. La ampolla debe reabsorberse sin que la epidermis caiga, dejando
en vivo la dermis.
ANGINAS: Se curan esencialmente por medio de gargarismos, y hay que hacer notar
que las preparaciones que indicamos son recomendables también en casos de
pérdida de la voz.
—Exprimir un limón entero en un vaso de agua tibia, azucarar ligeramente y
utilizar como gargarismo.
Jean Palaiseul (op. cit.) aconseja también aplicar sobre la garganta compresas
de jugo de limón salado.
—Hacer hervir durante una decena de minutos tres o cuatro higos secos en medio
litro de leche. Utilizar como gargarismo.
—Hacer hervir un buen pellizco de hojas de salvia secas en medio litro de agua.
Filtrar y utilizar como gargarismo.
ÁNTRAX, FURÚNCULOS Y PANADIZOS: Estos grandes botones deben madurar a fin de que
el absceso pueda vaciarse. Varias cataplasmas naturales pueden ayudar a ello.
—Tomar algunas hojas de repollo, lavarlas cuidadosamente; quitar la nervadura
central, luego aplastarlas con el rodillo de pastelero de modo que puedan soltar
su jugo. Hacer un emplaste, que se aplicará sobre el botón.
—Es Jean Palaiseul (op. cit.) quien da este medio de apresurar la maduración de
estas grandes erupciones extremadamente dolorosas: «Hacer cocer bajo las
cenizas, durante quince a veinte minutos, un blanco de puerro envuelto en papel
mojado o en una hoja de repollo; aplastarlo con manteca de cerdo no salada y
aplicarlo como cataplasma, que deberá renovarse varias veces al día».
ASMA: Esta afección de las vías respiratorias debe, evidentemente, ser objeto de
un tratamiento médico. Sin embargo, puede obtenerse una sensible mejoría
fumando, como si fuera tabaco, hojas de salvia secas y ligeramente picadas.
CAÍDA DEL CABELLO: Es una de las preocupaciones principales de los hombres una
vez pasada la treintena. Algunos se lo toman a risa... falsa la mayor parte de
las veces; otros se arruinan comprando lociones de una eficacia que lo es todo
menos efectiva. Las dos preparaciones que siguen tienen sobre todo la ventaja de
ser perfectamente naturales, de poder ser confeccionadas en casa y, finalmente,
de poseer una acción que, si bien no es espectacular, no deja de ser real a
condición de que el tratamiento dure el tiempo suficiente.
—Aplastar la carne de algunas nueces hasta obtener una especie de pasta con la
cual se untará el cuero cabelludo en el momento de acostarse, eliminándola por
la mañana con un lavado del cabello. (Si se desea no manchar la almohada, o no
molestar a la persona que duerme con uno, es preferible envolverse la cabeza
tras la aplicación.)
—Hacer hervir un puñado de tomillo fresco en un litro de agua, filtrar, y
utilizar como loción.
CALLOS: Son dolorosos y molestos. Todos aquellos que los sufren no piensan más
que en una cosa: librarse de ellos. Desgraciadamente, no siempre les resulta
fácil acudir al pedicuro. Sin embargo, no deben desesperarse por ello, ya que,
una vez más, pueden hallar en la despensa algo con lo que aliviarse e incluso
curarse.
—Cortar una rodaja de ajo lo suficientemente gruesa pero del tamaño del callo.
Aplicarla por la noche y sujetarla con un pequeño vendaje. Quitarla en el
momento de volver a colocarse los zapatos. La operación debe repetirse hasta la
caída del callo.
—Hacer macerar durante veinticuatro horas varias hojas de puerro en vinagre de
vino, y aplicarlas sobre el callo, que se extirpará luego muy delicadamente con
un instrumento no cortante y cuidadosamente desinfectado.
COMEZÓN: No hay nada más crispante que estas irritaciones cutáneas que
sobrevienen sin razón aparente y que impulsan irresistiblemente a rascarse, a
veces hasta llegar a hacerse sangre. Pueden ser calmadas rápidamente mediante la
aplicación de compresas embebidas en una decocción de achicoria silvestre (10
gramos aproximadamente por cada litro de agua).
CONTUSIONES: ¿Qué niño, incluso el más juicioso, no vuelve algún día a casa
luciendo un hermoso chichón o una moradura de buen tamaño? El mejor medio de
secar sus lágrimas sigue siendo el aliviarle rápidamente. He aquí dos recetas
tan sencillas como eficaces.
—Triturar unas hojas de almendro frescas y hacer con ellas una cataplasma.
—Hacer un emplasto con hojas frescas de angélica.
DOLOR DE MUELAS: Una higiene precaria, una nutrición mal equilibrada, el
resultado es que la gran mayoría de nuestros contemporáneos sufre de las muelas
y, desgraciadamente. muy pocos de entre ellos se animan a acudir al dentista.
Por supuesto, es un error, ya que un diente que duele es obligatoriamente un
diente enfermo. Sea como sea, mientras se aguarda la intervención del
especialista, algunos pequeños trucos pueden permitir calmar el dolor sin tener
que acudir a ciertos analgésicos químicos potentes que, para conseguir el mismo
resultado, atacan al sistema nervioso, lesionan las mucosas gástricas o
perturban el ritmo cardíaco.
—Tomar sin tragarlo un sorbo de aguardiente fuerte —50° como mínimo— y bañar con
él el diente enfermo. El efecto es rápido, pero muy limitado en el tiempo.
—Hacer hervir 5 ó 6 higos en medio litro de leche durante algunos minutos.
Utilizar como baño bucal.
—Echar en medio litro de agua hirviendo un pellizco de hojas y de flores de
morera secas. Utilizar como baño bucal para combatir la infección.
—Empapar un algodón con jugo de perejil y colocarlo en el oído correspondiente
al lado donde se encuentra el diente que nos hace sufrir.
ESGUINCES: Este pequeño accidente, banal pero doloroso, no debe ser tomado nunca
a la ligera, y conviene en cada ocasión hacerlo verificar por un médico, a fin
de comprobar que no haya una lesión más grave ocultándose bajo su aparente
benignidad. Cuando se haya constatado que no existe ningún traumatismo profundo,
las cataplasmas de perejil son tan eficaces como cualquier otro bálsamo,
ungüento o pomada vendidos en farmacia.
—Hacer cocer un manojo de perejil en medio litro de vino. Dejar enfriar, luego
componer una cataplasma con las hojas de la planta. Renovar tres a cuatro veces
al día.
GRIPE: Lo esencial, desde las primeras manifestaciones del mal, es transpirar
abundantemente a fin de eliminar las toxinas lo más rápidamente posible para
expulsar la fiebre, que de hecho es una reacción de defensa del organismo. Es
conveniente pues beber en abundancia preparaciones muy calientes, generalmente a
base de limón, que es reconocido como un poderoso febrífugo.
—Durante el día, limón exprimido caliente muy azucarado, o ponches compuestos
del siguiente modo: el jugo de un limón, una cucharada sopera de ron, agua
hirviendo, azúcar o miel a voluntad.
—Por la noche, antes de meterse en la cama: un limón exprimido rebajado con una
taza grande de café hirviendo muy azucarado.
HEMATOMAS: Algunas personas tienen la piel muy frágil, y el menor golpe las
señala con una moradura no siempre de buen efecto. Otras no son sensibles más
que a golpes más violentos, pero, en ambos casos, el dolor es comparable y el
resultado estético igual de desastroso. Una divertida tradición pretende que un
bistec (bife) de ternera aplicado inmediatamente sobre el «punto de impacto»
calma el dolor e impide la formación de un hematoma. El remedio quizá sea
eficaz, pero no deja de ser caro, por lo que nosotros preferimos dos cataplasmas
preparadas a partir de una simple manzana.
—Rallar una manzana cruda con su piel; aplicar en el lugar del golpe, ya sea
envolviéndola en una gasa ligera, ya sea directamente sobre la epidermis.
—Hacer cocer una manzana al horno, pelarla, y aplicar la pulpa sobre el punto
del choque.
HEMORRAGIAS NASALES: Se desencadenan sin el menor aviso y sin que se sepa
exactamente por qué, a menos por supuesto que sean consecuencia de un golpe, en
cuyo caso es importante acudir a un médico para que verifique que no hay ningún
hueso fracturado. Se pueden parar de una forma casi radical por varios
procedimientos:
—Introducir en la fosa nasal correspondiente un pequeño tampón de algodón
embebido en jugo de limón;
—Proceder del mismo modo con jugo de ortiga;
—Aplastar algunas hojas de tomillo o de serpol secos y aspirarlas como si fueran
rapé.
HERIDAS: No se trata de dar aquí los medios de cicatrizar las heridas
importantes, que deben ser tratadas obligatoriamente por un médico. Se trata de
rozaduras o pequeños cortes, cuya curación puede apresurarse al tiempo que se
impide la infección sin tener que verse obligado por ello a abusar de algunos
desinfectantes.
—Lavar la herida con una decocción obtenida haciendo hervir 25 gramos de
centaurea menor en un litro de agua.
—Aplicar una cataplasma de hojas de repollo preparada del mismo modo que para
los ántrax. «Atención —escribe Alain Rollat (Cuide des médecines par alíeles,
Calmann-Lévy, éditeur), recomendando este tratamiento—, la acción de las hojas
de repollo sobre una herida abierta, rápida, se manifiesta al principio por una
aparente agravación del mal; la herida "duele" más debido a que la cataplasma
atrae más toxinas». Última precaución: cambiar la hoja de repollo desde el
momento mismo en que empiece a ennegrecerse.
—Hacer hervir un puñado de consuelda mayor en un litro de agua. Filtrar y
aplicar en compresa sobre la herida.
—Machacar algunas hojas frescas de zarza y frotar con ellas la rozadura para
detener la hemorragia.
—Picar unas hojas grandes de salicaria fresca y hacer con ellas una cataplasma
que facilitará la cicatrización.
—Hacer hervir una treintena de gramos de tomillo en un litro de agua. Aplicar en
compresa sobre las heridas.
HERPES: Las preparaciones capaces de resolver esta desagradable afección son
numerosas. Hemos tenido pues que efectuar una selección, y las que indicamos, si
bien no son las más fáciles de realizar —los ingredientes necesarios obligan a
visitar al herbolario—, sí se hallan entre las más eficaces.
—Aplicar una cataplasma de hojas frescas de bardana.
—Hacer hervir un puñado de hojas o de fragmentos de corteza de abedul en un
litro de agua. Filtrar y aplicar en compresa.
—Hacer hervir una veintena de gramos de dulcamara en un litro de agua. Colar y
utilizar como una loción.
—Hacer una decocción utilizando 100 gramos de plantaina para un litro de agua.
Utilizar como una loción.
—Preparar una infusión utilizando en cantidad igual las flores y las hojas
frescas de la salvia (50 gramos aproximadamente por litro de agua). Utilizar ya
sea en loción, ya sea en compresa.
—Echar en un litro de agua hirviendo 50 gramos de corteza de saúco. Aplicar como
una loción o sobre compresas.
HÍGADO (CRISIS DE): La mayor parte de las veces son provocadas por excesos en la
mesa o libaciones inconsideradas. De modo que no deben ser confundidas con la
ictericia y otras formas de hepatitis, verdaderas enfermedades cuyo tratamiento
es responsabilidad exclusiva del médico.
Siendo frecuentes estas indisposiciones, cada familia posee su o sus «recetas»
para solucionarlas. No vamos pues a enumerarlas todas aquí. Nos limitaremos en
consecuencia a algunas preparaciones sencillas cuyo efecto es innegable.
—Echar sobre un limón sin pelar, cortado a rodajas, un litro de agua hirviendo;
dejar en infusión; azucarar si es posible con miel. Beber tibio.
Este tratamiento puede ser seguido durante varios días sin inconvenientes a
condición de que se tome la precaución de preparar la infusión diariamente.
—Hacer una decocción con el tallo leñoso de un alcaucil y las primeras hojas que
la protegen. Dejar enfriar y beber a razón de un buen litro diario.
—Hacer macerar durante unos quince días el tallo, las hojas y las raíces de un
alcaucil en medio litro de aguardiente. Colar y conservar el líquido así
obtenido en un lugar fresco al abrigo de la luz. A cada crisis, administrar a
razón de seis a diez gotas, varias veces al día, en una taza de té o de infusión
de menta.
—Hacer una infusión con un puñado de boldo (de venta en todas las
herboristerías) en un litro de agua. Azucarar abundantemente la infusión con
miel muy aromatizada o mezclarla con otras tisanas para combatir el amargor de
la planta.
Algunas tisanas a base de boldo, ya listas para usar, han sido lanzadas al
comercio con gran aparato publicitario. Podrían ser prácticas pero,
desgraciadamente, su preparación industrial, así como su envasado y
almacenamiento, hacen perder sus principales cualidades a las plantas que las
componen. De todos modos, es cierto que el consumo regular de tales infusiones
no puede hacer ningún daño y es incluso preferible a la del café o del té. Sin
embargo, no hay que esperar de ellas unos resultados espectaculares.
—Hacer una infusión con un pellizco de menta seca en una taza de agua hirviendo.
Beber muy azucarada tras cada comida.
—La infusión de flores de «pie de gato» (de venta en herboristerías)
descongestiona la glándula hepática y regulariza las secreciones biliares. Es
pues recomendable, a razón de aproximadamente un litro diario, en los casos de
crisis agudas.
—Hacer hervir 100 gramos de cardillo fresco, con las raíces, en un litro de
agua, durante 5 minutos; dejar en infusión durante aproximadamente un cuarto de
hora; colar, beber a razón de dos o tres tazas entre las comidas.
HIPO: No hay nada más desagradable que hipar sin poder detenerse. En la mayor
parte de los casos, el vaso de agua bebido sin respirar o el taparse la nariz
hasta casi la asfixia se muestran fastidiosamente inútiles. Se puede entonces
comer una almendra, cuidando de masticarla muy prolongadamente.
INFLAMACIÓN DEL OÍDO: Ocurre a veces que nos duele el oído, sin que por ello se
trate de una otitis o de una afección grave de este tipo. Se puede entonces
calmar muy fácilmente el dolor aplastando algunas hojas frescas de albahaca para
recoger el jugo e introducir éste en el oído enfermo.
Sin embargo, hay que evitar el no dar importancia a esta advertencia de la
naturaleza y, una vez pasada la sensación de dolor, es conveniente verificar con
un médico que no se trata del síntoma de una enfermedad más importante si no tan
sólo de un simple accidente.
INSOMNIO: Como con las crisis de hígado, las preparaciones que permiten combatir
el insomnio son impresionantes en número. Ello es debido a que la mayor parte de
las plantas medicinales, así como un gran número de verduras, poseen virtudes
calmantes. Cada cual es pues libre de preferir tal o cual receta de las que
indicamos, o cualquier otra, en función de su gusto particular o de sus
tradiciones familiares. Dicho esto, el mejor medio de enfrentarse a este temible
enemigo de nuestro reposo es, en primer lugar, no alimentarlo, privándolo de
algunos auxiliares tales como la mayor parte de los «excitantes».
Se evitará pues tomar café por la tarde, o té, o abusar de algunos alcoholes
fuertes —en dosis masivas «atontan», pero un vasito de coñac nunca ha ayudado a
nadie a encontrar el sueño— o atiborrarse con platos picantes. En cambio, hemos
visto que una ensalada de lechuga ligeramente sazonada con limón relajaba al
tiempo que calmaba los ardores eróticos. Constituye pues un plato ideal para
rematar una cena.
Quedan, por supuesto, los insomnios rebeldes, que es preferible tratar por medio
de plantas más que con todos los calmantes, tranquilizantes y somníferos de los
que tienen tendencia a abusar muchos de nuestros ciudadanos agobiados.
—Hacer una infusión, en las mismas proporciones que el té, con un pellizco de
aspérula olorosa (en herboristerías) en una taza grande de agua hirviendo;
azucarar, con miel si es posible, y beber al acostarse.
—Hacer hervir una lechuga a fuego suave en medio litro de agua durante una
veintena de minutos. Tomar un gran bol de la decocción así obtenida en el
momento de acostarse.
—Machacar una lechuga en un mortero para extraer su jugo; beberlo puro o
mezclado con alguna otra tisana antes de meterse en la cama.
—Echar de 40 a 50 gramos de flores de mejorana secas en medio litro de agua
hirviendo; dejar en infusión durante unos diez minutos. Beber una taza grande
antes de irse a dormir.
—Hacer macerar una cincuentena de gramos de mejorana fresca en un litro de buen
vino de Burdeos. Tras esperar unos quince días, filtrar el líquido. Beber un
vaso de jerez antes de irse a la cama.
—Pulverizar unas flores de mejorana secas hasta obtener un polvo fino. Mezclar
con miel o confitura. Tomar una cucharada sopera antes de acostarse.
—La pasionaria, según Leclerc, «presenta la gran ventaja de provocar un sueño
parecido al normal y no arrastrar consigo ningún efecto de depresión nerviosa,
ninguna obnubilación de los sentidos ni de la mente». Se utiliza en una
decocción ligera obtenida haciendo calentar a fuego suave 50 gramos de hojas y
de flores secas en medio litro de agua. Dejar hervir la preparación, luego
aguardar unos diez minutos antes de bebería, preferentemente en el momento de
acostarse.
—Un pellizco de flores de tila, frescas o secas, echado en una taza de agua
hirviendo, relaja al tiempo que ayuda a encontrar el sueño.
—Hacer macerar 10 gramos aproximadamente de raíz de valeriana en una taza de
agua fría durante medio día. Colar y beber, caliente o fría, una hora al menos
antes de irse a la cama.
LUMBAGO: Lo dobla a uno en dos en el momento más inesperado, y hace sufrir
horriblemente. He aquí dos remedios sencillos para terminar de una manera
efectiva con él.
—Hacer hervir dos hojas de repollo, previamente lavadas, en leche, y dejar
reducir hasta que la preparación tenga el aspecto de una compota. Utilizar la
pasta así obtenida mientras aún quema y hacer una cataplasma, que se aplicará a
los ríñones. Meterse en la cama y conservar el emplasto durante unas doce horas.
—Hacer cocer al horno un manojo de puerros enteros. Machacarlos y mezclarlos con
manteca de cerdo. Aplicar en cataplasma durante medio día.
MAL ALIENTO: El mal aliento no sólo es molesto para aquellos que se nos acercan.
Es también signo de un desarreglo más profundo que puede ser de origen gástrico,
hepático o dental. No se puede pues, para hacerlo desaparecer, contentarse con
masticar efluvios, sino que, por el contrario, hay que buscar y curar, una vez
disimulado, el mal que lo provoca.
—Mal aliento provocado por algunos alimentos (ajo, cebolla, etc.): Maurice
Mességué aconseja masticar una ramita de perejil o algunos granos de café. Estos
dos remedios pueden ser también útiles cuando el olor desagradable es provocado
por el mal funcionamiento de un órgano o una caries dental, pero su efecto es
muy limitado en el tiempo.
MAREOS EN LOS VIAJES: ¿Quién no se ha visto afectado por este famoso mal de los
transportes, que se manifiesta la mayor parte de las veces en coche, pero en
algunas ocasiones también en avión? Para evitarlos, la cantante Mick Micheyí,
que es también una notable magnetizadora, recomienda sujetarse en la piel del
estómago, con ayuda de un trozo de tela adhesiva, un manojo pequeño de hojas de
perejil.
MIGRAÑAS: Éste era el recurso de las hermosas marquesas, que lo utilizaban y
abusaban de él para librarse de los cortejadores inoportunos. Actualmente ya no
es una excusa, puesto que todo el mundo sabe que bastan algunos comprimidos para
hacerlas desaparecer. Pero nuestro ritmo de vida hace que las migrañas sean cada
vez más frecuentes, y en consecuencia se necesitan más y más pastillas para
calmarlas. Lo cual nos conduce a envenenarnos poco a poco, mientras que algunas
sencillas tisanas serían muchas veces tanto o más eficaces.
—Preparar una infusión echando una cucharada de café de granos de anís en una
taza de agua hirviendo. Embeber con ello dos compresas. Tenderse de espaldas y
relajarse aplicándose las compresas sobre cada sien.
—Hacer una infusión, en una taza de agua hirviendo, con 5 gramos de hojas y
flores de calaminta. Beber tras las comidas.
—Machacar algunas cerezas hermosas y bien maduras. Hacer con ellas un emplasto,
que se aplicará sobre la frente, mientras se permanece tendido.
—Machacar una rodaja de limón bastante gruesa, y mezclarla con una taza de café.
Beber el resultado.
—Preparar una compresa con el jugo de un limón ligeramente salado, y aplicarla
sobre la frente.
—Cortar dos buenas rodajas de limón. Aplicarlas sobre las sienes y mantenerlas
durante un cuarto de hora.
—Hacer una infusión con un litro de agua y 30 gramos de hojas o de flores de
melisa. Beber fresca. Esta poción presenta además la ventaja de ayudar a las
digestiones difíciles, que a veces pueden ser causa de migrañas.
—Hacer una infusión con 10 gramos de hojas de naranjo y flores de azahar en
medio litro de agua. Beber caliente o fría.
—Tomar sobre un terrón de azúcar algunas gotas de agua de azahar.
—Cortar dos buenas rodajas de papa y aplicarlas sobre las sienes del mismo modo
que las rodajas de limón.
—Hacer una infusión con un pellizco de romero en una taza de agua. Beber
caliente o tibia.
—Hacer una infusión con 15 gramos de tomillo en un litro de agua. Beber
aromatizándola con un alcohol ligero o, mejor, con algunas gotas de agua de
azahar.
OBJETOS TRAGADOS: Es el terror de las madres cuyos niños se lo llevan todo a la
boca. Por supuesto, si el objeto en cuestión es de un cierto tamaño, es
preferible prevenir inmediatamente al médico, como también si es particularmente
cortante o acerado. Si no, no hay de qué alarmarse. Basta simplemente con
proporcionarle al imprudente los medios de envolver el cuerpo extraño de modo
que pueda atravesar todo el organismo sin crear ninguna lesión y ser evacuado
por las vías naturales. Éstos pueden ser:
—tallos de espárragos, cuyas fibras leñosas se enrollarán alrededor del intruso;
—pequeños copos de algodón embebidos en aceite;
—hojas de puerro.
PICADURAS DE INSECTOS: ¿Qué niño —o qué adulto—, recorriendo el campo durante un
fin de semana, no ha sido víctima de un pequeño animal volador o reptador que le
ha dejado, a menudo durante varias horas, el recuerdo de un agudo dolor? Sin
embargo, estas pequeñas picaduras no deberían estropear nunca un día de
descanso, puesto que es muy fácil calmar rápidamente el dolor que provocan.
—Cortar un limón en dos y friccionar vigorosamente el enrojecimiento que señala
el lugar de la picadura. La sensación de ardor desaparece instantáneamente.
—Friccionar, como para las quemaduras, la región dolorida con una mezcla de
clara de huevo y aceite de oliva.
—Machacar algunas hojas de perejil y embadurnar con ellas la picadura. Se pueden
emplear también hojas machacadas como cataplasma.
—Cortar una cabeza de puerro en dos y frotar con ella el lugar donde ha
penetrado el aguijón.
—Echar sobre el lugar dolorido algunas gotas de jugo de ajedrea.
—Se da por descontado que todos estos pequeños trucos son válidos tan sólo en el
caso en que el paciente ha sido víctima de una sola, o como máximo de unas pocas
picaduras. No hay que olvidar que los insectos son portadores de veneno, y que
éste, inyectado en fuertes dosis, puede ser peligroso. En caso de ataque por un
enjambre, es absolutamente necesario acudir a un médico.
—Además, si se trata de picaduras de abeja, estos diferentes remedios no podrán
aportar alivio más que a condición de que antes de aplicarlos se haya tomado la
precaución de retirar el aguijón, si es que se ha quedado clavado en la capas
superficiales de la piel.
PICOR EN LOS OJOS: Este picor puede ser debido al cansancio, al humo, incluso a
la falta de humedad en el aire. Puede calmarse muy rápidamente gracias a una
loción, obtenida a base de hacer una infusión de algunas hojas de aciano en
medio vaso de agua; aplicar en compresas tibias.
QUEMADURAS: Son el tributo de todas las cocineras, y también de los jóvenes
imprudentes. Afortunadamente, a excepción de la azucena, que no se encuentra más
que en las floristerías, cerca de la cocina está todo lo necesario para calmar
rápidamente el dolor.
—Hacer macerar unos pétalos de azucena en aceite de oliva o alcohol. Empapar un
algodón con esta preparación y untar con ella la quemadura.
—Partir en dos una papa y aplicarla sobre la parte dolorida.
—Mezclar dos cucharadas de aceite de oliva con una clara de huevo y aplicar
sobre la piel.
REUMATISMOS: Las crisis agudas deben, por supuesto, ser objeto de un tratamiento
médico a menudo de larga duración. Pero los ataques más benignos pueden ser muy
bien curados en casa, sin ayuda de nadie.
—Hacer una decocción de camomila. Empapar con ella unas compresas y aplicarlas
tibias sobre la parte dolorida.
—Tomar las hojas grandes de una repollo. Quitar el nervio central, luego
machacarlas ligeramente con ayuda de un rodillo de pastelero. Calentarlas sobre
una fuente de calor —un radiador, por ejemplo—, y aplicarlas, en varias capas,
sobre la articulación afectada. Mantener en su sitio mediante un vendaje.
—Picar cinco puñados grandes de salvia fresca. Mezclar la pasta obtenida con 500
gramos de mantequilla. Hacer hervir durante unos quince minutos a fuego suave.
Colar. Dejar enfriar la preparación, que puede conservarse luego en un tarro de
cerámica. Apenas aparezcan los primeros dolores, masajear la región afectada
haciendo penetrar el ungüento.
SABAÑONES Y GRIETAS: Son provocados por el frío. La mayor parte de las veces son
los labios los que resultan más afectados, en primer lugar porque su piel es muy
frágil, en segundo porque están húmedos muy a menudo. Pero las grietas pueden
atacar igualmente a los dedos de las manos y de los pies, los cuales duelen
entonces terriblemente.
—Tomar arcilla seca y reducida a polvo. Mojarla con aceite de oliva hasta que
recupere la consistencia de la pasta de modelar. Aplicar en cataplasma sobre las
extremidades afectadas.
—Hacer hervir 20 gramos de brotes de álamo en 100 gramos de manteca de cerdo
durante una media hora. Dejar enfriar. Aplicar la pomada así obtenida sobre las
partes enfermas.
Este bálsamo, que es particularmente adecuado para los labios y las comisuras de
la boca, puede también ser empleado como preventivo en lugar de otras
preparaciones que se venden en farmacias. Su eficacia, además, es claramente
superior a la del lápiz labial.
—Tomar un buen pellizco de flores de caléndula secas, echarlas en agua hirviendo
y dejarlas allí durante un buen cuarto de hora. Filtrar y hacer un masaje con el
líquido.
TOS (ACCESOS DE): Hay fumadores impenitentes que, mientras se ponen a toser
encienden otro cigarrillo. El milagro reside en que generalmente, después de
algunas chupadas, su tos cesa. Se trata sin duda de lo que se llama curar el mal
por el mal, aunque tal ejemplo no sería recomendado por nadie. Es preferible
recurrir a la receta, además deliciosa, que indica Jean Palaiseul en Nos grand-méres
savaient (op. cit.): «Cortar en rodajas dos o tres manzanas grandes no peladas
en un litro de agua fría; añadir algunos trozos de regaliz, y hacer hervir
durante un cuarto de hora; filtrar, beber a discreción, sin azucarar».
VERRUGAS: ¡Cuántos tratamientos costosos y más o menos dolorosos, cuando no se
trata de auténticas operaciones quirúrgicas, para librarse de estas pequeñas
excrecencias carnosas indeseadas! ¿Pero por qué ir a buscar tan lejos lo que la
naturaleza nos pone al alcance de la mano?
—La celidonia, por ejemplo, que crece al borde de los caminos y en las viejas
paredes, y cuyo amarillento jugo que rezuma cuando se corta su tallo quema las
verrugas en tan sólo unos días.
—Los guisantes (arvejas) también, cuyas vainas contienen en su interior un jugo
que las ataca.
—Las papas, finalmente, que una vez ralladas y aplicadas en cataplasma dan el
mismo resultado.
No hay ninguna erupción pequeña, ninguna heridita, que no pueda ser aliviada y
curada utilizando simplemente los remedios que la naturaleza pone cotidianamente
al alcance de la mano del ama de casa. Ya se trate de verduras, de
aromatizantes, incluso de especias, todas estas plantas que hallamos cada día en
nuestro plato nos ayudan a vivir mejor, evitándonos el tener que atiborrarnos de
medicamentos que, si bien tienen un efecto benéfico al primer momento, pueden
ser peligrosos a largo plazo.
Éste es, por ejemplo, el caso de la aspirina. Ciertamente, todos los médicos
están de acuerdo en reconocer que constituye un remedio precioso, sin duda uno
de los mejores. Pero todos admiten también que, consumida a fuertes dosis, llega
a provocar ulceraciones gástricas que pueden ser graves. No deja de ser
tentador, cuando uno tiene dolor de cabeza o de muelas, cuando se siente venir
la gripe, acudir al tubo de comprimidos. No se piensa en ese momento en las
consecuencias ulteriores de este gesto repetido demasiado a menudo, ya que tan
sólo se espera de él un resultado rápido y radical.
Es sin embargo casi tan sencillo curarse con una de las preparaciones a base de
limón que hemos indicado, o con cualquier otro «remedio casero», aunque haya que
esperar un poco más de tiempo los resultados y soportar el dolor unos pocos
minutos más. Sin embargo, ¡qué garantías de futuro se hallan disimuladas bajo
este pequeño calvario suplementario!
EL ETERNO FEMENINO
Incontestablemente, la señora de Brézé, condesa de Maulévrier, era sin la menor
duda la mujer más hermosa de su tiempo. Pero, lo que es mejor, supo seguir
siéndolo durante toda su vida, en una época en la cual, las mujeres aún más que
los hombres, envejecían aprisa y mal. Puesto que aquella mujer cuyo recuerdo ha
guardado la historia bajo el nombre de Diana de Poitiers no olvidaba ningún
cuidado para conservar intacta esta belleza que la suerte le había prodigado
desde su nacimiento ni para protegerla del deterioro de los años.
Sus recetas, desgraciadamente han permanecido secretas, y se sabe tan sólo que,
como Cleopatra, tomaba baños de leche que conservaban su piel tersa y
aterciopelada. Por lo demás, debemos contentarnos con conjeturas, puesto que
sirvientes y doncellas no han desvelado nunca la misteriosa alquimia que
permitía a su dueña parecer gozar de una eterna juventud.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que todas sus lociones, todos sus bálsamos,
todos sus ungüentos eran a base de plantas. Y de plantas muy comunes. Lo cual no
le fue nada mal, puesto que, tras haber llamado la atención de Francisco I —al
cual se resistió victoriosamente, pese a las calumnias de Víctor Hugo en El rey
se divierte—, se convirtió en la amante de su hijo, el futuro Enrique II, en
cuyo corazón reinó hasta su muerte.
El flechazo se produjo un hermoso día de 1536. El joven príncipe acababa de
cumplir los diecisiete años. ¡Diana tenía veinte años más que él! Durante
treinta años, iban a vivir un idilio fuera de lo común, en medio de torbellinos
e intrigas, sin que su amor resultara jamás marcado ni por la edad, que terminó
finalmente señalando a la hermosa duquesa, ni por las tortuosas intrigas de los
grandes señores, que veían con mal ojo el que aquella «vieja dama» condicionara
la política de su país.
Cuando ella murió, a los sesenta y siete años, se hallaba aún en plena
florescencia de su belleza.
Se trata por supuesto de un caso excepcional, y muy pocas mujeres, incluso en
nuestros días, podrían vanagloriarse de una tal longevidad de su seducción, ni
siquiera tras haber utilizado todos los recursos y todos los artificios de la
cirugía o de la cosmetología moderna. De todos modos, no hay que preocuparse; si
una mujer de hoy en día no puede ofrecerse un «peeling», un «lifting» o un
remodelaje del seno por medio del poliestireno, no tiene tampoco por qué
desesperarse. Sin llegar a ser una Diana de Poitiers, cualquier mujer puede
descubrir en su cocina, a fin de cuentas su reino particular, todos los
ingredientes necesarios para realizar eficaces mascarillas de belleza o para
confeccionarse pequeños remedios que terminarán con sus pequeños males.
ACNÉ: Esta enfermedad de la juventud hace muy desgraciadas a las mujercitas que
se ven afectadas por ella. He aquí, para consolarlas, un tratamiento que, al
menos, tiene el mérito de no limpiar mucho sus bolsillos al tiempo que hace
desaparecer sus estigmas.
En primer lugar, no utilizar cualquier tipo de jabón para lavarse. Se elegirá
preferentemente uno azufrado, y no se vacilará en frotar vigorosamente.
En segundo lugar, vigilar el régimen alimenticio, aprovechando al máximo las
propiedades diuréticas de algunas verduras de las que ya hemos hablado.
Finalmente, en cada comida, es conveniente masticar un nabo crudo. Es excelente,
sobre todo si se toma la precaución, cada día, de aplicar sobre las espinillas
del acné un tomate fresco cortado en dos.
Se pueden aplicar también sobre el rostro cataplasmas de harina de maíz.
ACNÉ ROSÁCEO: Es provocado por una inflamación de las glándulas cutáneas del
rostro. Su aparición se produce por otro lado de una forma muy insidiosa, puesto
que empieza con pequeños puntos rojos prácticamente invisibles que se
transforman poco a poco en pústulas, las cuales se extienden, ganan terreno y,
finalmente, se reúnen para formar una red inextricable de manchas rojas.
De acuerdo, el acné rosáceo es una enfermedad que afecta esencialmente a los
alcohólicos. Pero las mujeres más sobrias pueden también ser sus víctimas,
principalmente cuando superan la difícil etapa de la menopausia. Es conveniente
pues, desde la aparición de los primeros enrojecimientos, reaccionar sin
tardanza.
La decocción de hojas de lechuga, aplicada por la mañana y por la noche, es un
excelente remedio, que presenta además la ventaja de atenuar las quemaduras de
las insolaciones. Pero, si se puede preparar una decocción con las semillas de
lechuga y no solamente con sus hojas, se obtendrá un agua aún más eficaz.
ARRUGAS: El limón, como sabemos, posee un efecto astringente sobre la piel. Es
pues muy útil para combatir las arrugas si se aplica en rodajas sobre las partes
amenazadas, a menos que se utilice su jugo en compresa, alrededor de los ojos en
particular, para evitar los desagradables picores.
Una decocción de flores de romero (hacer hervir 50 gramos de estas flores en
medio litro de agua o de vino blanco; dejar en infusión un cuarto de hora, luego
filtrar) tiene las mismas propiedades, sin presentar los mismos inconvenientes.
CABELLOS: La calvicie es una afección típicamente masculina. Sin embargo, ocurre
que algunas mujeres pierden sus cabellos, y es comprensible que esto las
desconsuele. En la mayor parte de los casos, es simplemente porque no saben
cuidarlos; ya sea que utilizan champús que no les convienen, ya sea que abusan
de las «permanentes» o de los rizos, que hacen que los cabellos se vuelvan
frágiles y quebradizos.
Para aquellas que pierden sus cabellos —o que quieren evitar que su marido se
vuelva completamente calvo...—, he aquí una receta muy antigua y que al parecer
es excelente.
Picar en un mortero un buen manojo de berros para exprimir su jugo. Colar y
diluir el líquido obtenido con alcohol de 90 °. Aromatizar con una esencia de
flores. Realizar, por la mañana y por la noche, fricciones con ayuda de esta
loción.
En el siglo XVI, se obtenía el mismo resultado aplicando sobre el cráneo
cataplasmas de nueces trituradas. No iremos tan lejos como eso, pero no por ello
debemos olvidar el nogal, cuyas hojas permiten obtener una decocción que da a
los cabellos un hermoso reflejo cobrizo.
Para reforzar los cabellos y devolverles su flexibilidad, se puede también
untarlos, antes de lavarlos, con una loción compuesta por aceite de oliva, jugo
de limón y algunas gotas de alcohol... coñac, armagnac o ron. Los cabellos secos
ganarán con ello en volumen y flexibilidad; en cuanto a los otros, obtendrán un
nuevo vigor.
Siempre para luchar contra la calvicie, pero también para dar un nuevo brillo a
los cabellos, las decocciones de romero o las fricciones con la famosa «agua de
la reina de Hungría» son muy recomendadas por los fitoterapeutas.
El tomillo, finalmente, que en decocción tiene sensiblemente las mismas
propiedades, presenta además la ventaja de hacer brillar los cabellos y
facilitar su desenredado.
CANSANCIO: Es el peor enemigo de la belleza, todas las mujeres lo saben bien. El
mejor remedio para apartar sus estigmas es, evidentemente descansar.
Desgraciadamente, raras son las mujeres que pueden decidir tomarse unas
vacaciones en el momento en que lo desean, es decir cuando más necesidad tienen
de ellas.
Para apartar el cansancio, es conveniente pues adaptar los tiempos de descanso
de que se dispone, de modo que una pueda sacar el máximo provecho de ellos.
Sabemos ya que el mejor sueño, el más profundo, el más reparador, es aquel que
se toma antes de la medianoche. Aunque no sea siempre muy fácil, las mujeres de
tez pálida conseguirán una buena ventaja acostándose lo más pronto posible, y
levantándose temprano.
No hay que olvidar también que el cansancio se ve agravado por el desequilibrio
en el régimen alimenticio. Se evitará pues abusar del alcohol, del tabaco, así
como de algunas especias que, fomentando un cierto nerviosismo, perjudican la
calidad del reposo.
Finalmente, se intentará equilibrar los menús de la semana, aprovechando al
máximo las propiedades energéticas de los distintos alimentos que hemos
enumerado ya. Se podrá también secundar útilmente esta acción de los alimentos
con algunas preparaciones como éstas:
— Exprimir una naranja y un limón; mezclar los jugos; azucarar con miel; beber
por la mañana en ayunas.
— Extraer el jugo de 500 gramos de espinacas y 500 gramos de berros; conservar
el líquido obtenido en el refrigerador; beber un vaso de licor del mismo por la
mañana, antes del desayuno.
CASPA: Da miedo a los hombres, y enriquece a los peluqueros, que recomiendan
siempre tratamientos complicados, caros y la mayor parte de las veces
completamente ineficaces. Una receta muy sencilla y perfectamente económica
consiste en preparar, tras cada lavado del cabello, una loción con el jugo de un
limón, que se completará con un enérgico masaje del cuero cabelludo a fin de
desprender de él todas las pieles muertas.
CICATRICES: Un grano rascado, un corte pequeño, un arañazo, dejan durante
algunos días unas huellas de un color rosado más o menos oscuro y nunca muy
agradables. Podrán ser atenuadas si se les dan aplicaciones diarias con una
decocción obtenida a base de hacer hervir una mezcla a partes iguales de salvia,
de geranio y de lavanda.
COSMÉTICOS: En la actualidad las mujeres ya no preparan por sí mismas sus
cosméticos. La cosmetología moderna ha hecho progresos considerables, y todos
los maquillajes que se encuentran hoy en día en las perfumerías se hallan
acondicionados de tal modo que cualquiera puede encontrar el que mejor convenga
a la textura de su piel.
Para las jovencitas que desean jugar a maquillarse y no se atreven a hurgar en
el armario de mamá, he aquí una receta que les permitirá colorear sus mejillas
como los mayores: cortar en dos una remolacha cocida: frotar y dejar secar:
reanudar la operación tras haber cortado una rodaja de la remolacha en el lugar
donde se ha partido si el color rosa obtenido no es lo suficientemente vivo.
CULEBRILLA: Como el acné, la culebrilla es a menudo una enfermedad de juventud,
pero esto no significa en absoluto que los adultos no puedan verse afectados.
Generalmente, su aparición es provocada por un régimen alimenticio
desequilibrado, demasiado rico en alcohol, en platos «pasados», como la caza, y
en especias. Para combatirla, es pues necesario volver en primer lugar a una
alimentación más sana. Paralelamente, se procederá a aplicaciones de compresas
empapadas en una infusión de tomillo o, simplemente, a fricciones con rodajas de
pepinos frescos.
DIENTES: Una sonrisa deslumbrante es una de las primeras armas de la seducción.
Desgraciadamente, nuestros dientes son frágiles. Se cubren de sarro, se vuelven
amarillentos y, bajo los efectos del tabaco, a veces se rayan.
Para que sigan siendo blancos, se puede naturalmente acudir con regularidad al
dentista, para que proceda a una limpieza. Es además una excelente precaución,
ya que el especialista aprovechará la ocasión para verificar que no exista
alguna pequeña caries en formación. Sin embargo, no se debe abusar de estas
limpiezas, que terminan por desgastar el esmalte. Entre dos visitas al dentista,
se puede conservar toda la blancura de los dientes cepillándolos una vez por
semana con bicarbonato sódico, o, mejor, frotándolos con un cuarto de limón.
Este segundo método, además de eliminar el sarro y las manchas amarillas que
deslustran el esmalte, desinfecta y refuerza las encías.
EDAD: Diana de Poitiers no fue la única en combatir victoriosamente el desgaste
de los años. Tuvo una antecesora en la persona de la reina de Hungría que,
gracias a un elixir cuya receta le fue comunicada por un ángel, volvió a
encontrar pasados los setenta años el vigor y el resplandor de su juventud, se
libró de sus reumatismos y estuvo a punto de conquistar finalmente un nuevo
esposo.
He aquí la receta de esta agua, tal como la relaciona Jean Palaiseul (op. cit.),
que la ha copiado a su vez de una obra extremadamente antigua e inencontrable.
«Yo, Doña Isabela, reina de Hungría, de setenta y dos años de edad, inválida de
los miembros y gotosa, he utilizado durante todo un año la presente receta, la
cual me fue entregada por un eremita al que jamás había visto, y al que no he
vuelto a ver después, y que hizo tanto efecto sobre mí, que, al mismo tiempo
curé y recuperé de mis fuerzas, y parecí de nuevo hermosa a todo el mundo, y el
rey de Polonia quiso casarse conmigo; lo cual rechacé por amor a Nuestro Señor
Jesucristo, creyendo que esta receta me había sido dada por un ángel: Tomad de
espíritu de vino destilado cuatro veces (alcohol rectificado) 30 onzas
(aproximadamente 950 gramos), de flores de romero, 20 onzas (aproximadamente 600
gramos); colocadlo todo en una jarra bien tapada por espacio de cincuenta horas,
luego destiladlo en un alambique al baño maría. Tomad una vez por semana, por la
mañana, una dracma (aproximadamente 5 gramos) con algún otro licor o bebida, o
bien con carne, y lavaos con ella todas las mañanas, y frotad el mal de los
miembros inválidos».
El resultado, aunque «histórico», puede no ser tan espectacular.
Es dudoso por otro lado que la actual «agua de la reina de Hungría», tal como la
fabrica un perfumista inglés (Crabtree and Evelyn, 38, Saville Row, London Wl),
sea elaborada según esta receta. El propio fabricante aconseja además limitar al
uso externo la utilización de su producto.
Alberto Magno, el célebre alquimista del siglo XIII da otra versión:
«Metéis en un alambique una libra y media de flores de romero bien frescas,
media libra de flores de poleo, media libra de flores de mejorana, media libra
de flores de lavanda, y sobre todo esto tres buenas pintas de aguardiente. Una
vez bien tapado el alambique para impedir la evaporación, lo colocáis durante
veinticuatro horas en digestión en estiércol de caballo muy caliente. Luego lo
destiláis al baño maría.
El uso de esta agua es tomar de una a dos veces a la semana, por la mañana en
ayunas, la cantidad aproximada de una dracma de ella, con algún otro licor o
bebida, y lavarse el rostro y todos los miembros allá donde se sienta algún
dolor y debilidad.
Este remedio renueva las fuerzas, aclara el espíritu, disipa las
fuliginosidades, conforta la vista y la conserva hasta la vejez decrépita
(sic.), haciendo parecer joven a la persona que lo usa. Es admirable para el
estómago y el pecho, frotándola sobre ellos.
Este remedio no quiere ser calentado, ya se sirva de él para pociones o para
fricciones.
Esta receta es la auténtica que fue entregada a Isabel, reina de Hungría.»
ESPINILLAS: Estos parientes cercanos del acné pueden bastar para estropear una
velada o el efecto de una cuidada toilette. Desgraciadamente casi no hay medios
que permitan hacerlas desaparecer rápidamente. Lo más cómodo sigue siendo pues,
disimularlas bajo el artificio de un maquillaje.
Pero las espinillas no son tan sólo irritantes desde el punto de vista estético.
En muchos casos son también dolorosas, producen ardores o picazón. Puede
solucionarse fácilmente esta pequeña molestia mojándolas con una compresa
empapada en jugo de limón o en agua avinagrada.
HERPES: Demasiado a menudo se cree que no se trata más que de una «enfermedad
psicosomática», que desaparece cuando los problemas psicológicos que han
provocado su aparición hayan desaparecido a su vez. Es un error. En realidad, el
herpes es debido a un virus que hay que destruir, y sólo el médico está
capacitado para prescribir los medicamentos necesarios.
Sabido esto, el virus del herpes pasa por períodos de actividad y de
somnolencia, reapareciendo ante un estado de debilitamiento físico o de
trastornos psíquicos. La mayor parte de las veces, este despertar es anunciado
por un enrojecimiento, por una picazón y por un prurito generalizados. Las
lesiones del herpes se producen siempre en los mismos lugares —en las mucosas y
en el rostro—, de modo que estos signos anticipadores no pueden pasar
inadvertidos, y puede detenerse la evolución de la enfermedad desinfectando con
alcohol yodado las regiones amenazadas.
LABIOS: Hemos encontrado varias recetas para suavizar los labios agrietados,
pero tanto en belleza como en medicina es preferible prevenir que curar. Para
impedir pues que la piel de los labios se cuartee por la acción del frío, hay
que evitar en primer lugar humedecerlos o mordisquearlos cuando nos hallamos en
el exterior. Quienes no emplean lápiz de labios pueden protegerlos con barras
protectoras preparadas que se venden en las farmacias y que pueden ser incoloras
o ligeramente teñidas. Pero hay que saber también que una simple fricción con un
algodón embebido en aceite de oliva posee exactamente el mismo efecto.
LÍNEA: Mantener la línea o recuperarla es la constante preocupación de gran
número de mujeres. Para conseguirlo, es muy difícil evitar el régimen
alimenticio, incluso aunque esto plantee a veces problemas a los glotones. Hemos
visto, al estudiar las diversas verduras, que un cierto número de ellas permiten
preparar comidas energéticas sin sobrecargar el organismo en grasas superfluas.
Sabemos igualmente que la sal, fijando el agua en los tejidos, se muestra
nefasta para el contorno del talle. Para evitar engordar, pues, es necesario
limitar su empleo, así como el de alimentos preparados como el pan, por ejemplo,
que puede ser reemplazado con ventaja por una papa hervida. Para disimular la
ausencia de sal, se pueden utilizar verduras y condimentos de aroma
suficientemente poderoso, como el apio o el perejil. Un buen número de verduras
son también muy diuréticas. Facilitando la eliminación del agua y de los
residuos, ayudan a adelgazar, al tiempo que purifican la tez. La mayor parte de
las frutas —la pina fresca o en conserva y en particular las cerezas frescas—
tienen las mismas propiedades.
Este régimen sin dolor podrá ser completado cada día con un vaso pequeño de vino
de cebollas preparado del siguiente modo:
—Picar muy finas cuatro o cinco cebollas grandes; ponerlas a macerar en un litro
de vino blanco —preferentemente tipo Aisacia—, en el cual se habrán disuelto 100
gramos de miel; aguardar dos días agitando frecuentemente la mezcla; filtrar y
conservar al fresco en una botella bien tapada.
MANCHAS ROJAS: No hay que confundirlas con el acné rosáceo, puesto que se
eliminan mucho más fácilmente. Una mascarilla de hielo picado, contrayendo los
vasos sanguíneos, ayuda a hacerlas desaparecer. Rodajas finas de pepino,
aplicadas directamente sobre la piel, tienen el mismo efecto.
MANOS: Cuando se trabaja, cuando se cocina, se lavan los platos, la ropa, es
difícil conservar unas manos hermosas. Se pueden por supuesto «limitar los
daños» no empleando más que detergentes reputados por su «suavidad». Algunas
casas han centrado por otro lado toda su publicidad en el hecho de que sus
productos eran tan suaves para las manos como para la ropa o los platos.
No hay que dejarse engañar por estos argumentos aparentes. Un detergente es un
detergente y, para terminar con la suciedad, debe llevar un cierto número de
elementos que atacan la piel al mismo tiempo que la mugre.
Siendo el mal inevitable, cada ama. de casa debe mentalizarse de que posee en su
cocina —y por lo tanto al alcance de la mano— el antídoto a todos los
detergentes que atacan sus manos.
El limón en primer lugar, gracias al cual se puede preparar una loción que
conservará toda su suavidad pese a los trabajos más duros. Mezclar a cantidades
iguales el jugo de limón, la glicerina y el agua de rosas. Masajearse
abundantemente las manos cada noche para hacerla penetrar en la piel.
El aceite de oliva, a continuación, con el cual se pueden bañar las manos cada
quince días aproximadamente. A notar que el efecto de este baño será aún más
eficaz si se ha tomado la precaución de entibiar antes el aceite.
MAQUILLAJE Y DESMAQUILLAJE: Los cosméticos, bases de color y otros productos de
belleza fatigan la piel. En consecuencia es necesario quitarlos muy
cuidadosamente por la noche antes de acostarse e hidratar la piel antes de
cubrirla con los distintos productos de belleza. Evidentemente, se pueden
encontrar en todas las perfumerías productos específicos para cada una de estas
operaciones pero, como nada reemplazará nunca una preparación enteramente
natural, he aquí una receta de una leche muy fácil de realizar y que puede
servir tanto como desmaquilladora que como base de maquillaje.
—Pelar un pepino grande muy maduro y vaciarlo, pero conservando las pepitas.
Aplastar la pulpa mezclándola con media botella de agua, algunas gotas de agua
de rosas o de azahar, un buen vaso de alcohol de 90° y dos claras de huevo
batidas. Echar la preparación sobre las pepitas del pepino y dejar reposar
durante todo un día. Filtrar con una tela muy fina y conservar en un tarro bien
tapado.
OJERAS: No siempre son el indicio de una velada demasiado agitada, sino que
pueden ser provocadas también por un estado intenso de fatiga general. En este
caso, por supuesto, sería vano esperar que una simple noche de sueño devolviera
al rostro su frescor y su resplandor. Por el contrario, se debe atacar el mal en
profundidad, «restablecerse» gracias a menús equilibrados y descanso. Mientras
se aguardan los resultados de este tratamiento a largo plazo, las mujeres
preocupadas por su belleza pueden atenuar estos feos síntomas aplicándoles
compresas de té muy fuerte.
Madame du Barry, la favorita de Luis XV, utilizaba otro remedio. Tras haber
cocido algunas manzanas —con agua o al horno—, aplastaba su pulpa hasta obtener
una cataplasma que aplicaba bajo sus párpados. Así conservó durante mucho tiempo
los ojos más hermosos de la corte, evitando que las agitadas noches que le
imponía su real amante marcasen su encantador rostro.
PÁRPADOS: Acabamos de ver cómo hacer desaparecer las ojeras. He aquí ahora
algunos métodos para conseguir deshinchar los párpados cansados.
—Hacer una infusión con algunas ramas de romero en agua de rosas. Filtrar y
aplicar como loción.
—Diluir el jugo de un limón en un poco de agua tibia. Aplicar en loción.
—Aplicar durante aproximadamente un cuarto de hora una compresa de tomillo
tibia.
—Lavar cuidadosamente los párpados con una infusión de camomila.
PECAS: Desesperaban a Poil de Carotte, pero hicieron la fortuna de Marlene
Jobert, hasta tal punto que las mujeres que no tienen se las dibujan hoy en día
con un lápiz de maquillaje. Pero, para que den este aire juvenil y travieso que
tan bien va a la actriz, es necesario que limiten su terreno al contorno de los
ojos y a las aletas de la nariz. En cualquier otro lado, son consideradas como
muy molestas.
Para eliminarlas nada mejor que las lociones de jugo de limón; o bien lociones a
base de decocción de cardillo o de perejil.
PIEL: Tradicionalmente, se distinguen dos tipos de pieles que, naturalmente,
reclaman cuidados distintos.
PIELES GRASAS: Los poros se hallan dilatados, y en general son propicias a la
aparición de puntos negros. Se puede cerrar la textura de una piel grasa
aplicándole compresas de té muy fuerte. En cuanto a los excesos de secreciones,
que hacen que las mejillas, la nariz y los pómulos aparezcan relucientes, pueden
absorberse, como una mancha de grasa sobre un tejido, con un papel de seda.
PIELES SECAS: Tienen también sus inconvenientes, sobre todo el principal de
arrugarse mucho más aprisa que las otras. La leche de almendras dulces les
devuelve su flexibilidad y evita que se formen arrugas, a condición de que se
tome la precaución de no agravar su desecamiento friccionándolas con colonias
demasiado alcoholizadas.
Numerosas hortalizas permiten preparar leches y lociones que sirven para todo
tipo de pieles, incluso aquellas que no tienen problemas, pero que de todos
modos hay que cuidar si se quiere evitar que se deterioren.
La leche de almendras es particularmente recomendada, como hemos visto, para el
tratamiento de las pieles secas. Se prepara machacando medio kilo de almendras
dulces, luego mezclando el aceite así obtenido con medio litro de leche. Esta
preparación se conserva muy bien en un frasco cerrado, sin ninguna otra
precaución.
El jugo de alcaucil, obtenido machacando las cabezuelas de esta gran planta, es
recomendable para las pieles grasas, cuyas secreciones regulariza.
La pulpa de aguacate (PALTA), muy rica en aceite, puede en cambio ser aplicada
con mucho éxito como mascarilla sobre las pieles secas, a las cuales devuelve su
flexibilidad.
Lo mismo cabe decir de la carne del plátano, que se utiliza en los mismos casos
y de una forma idéntica.
La infusión de lavanda permite limpiar a fondo los poros dilatados de las pieles
grasas y eliminar, al mismo tiempo que el polvo que se acumula en ellos, los
excesos de secreciones cutáneas.
Con el aceite de oliva se puede confeccionar el mejor y el más natural de los
bronceadores. Basta para ello con mezclar unos 250 gramos de aceite con el jugo
de un limón y unas pocas gotas de tintura de yodo. Unciones regulares de esta
preparación, antes de cada exposición al sol, evitarán en primer lugar las
quemaduras, y ayudarán luego a la piel a tomar este color dorado tan apreciado
por todas aquellas mujeres que van de vacaciones a las playas.
Los masajes con coral de erizo de mar dan resultados sorprendentes. Cargado de
yodo y de principios minerales, esta «golosina» apreciada por todos los amantes
de los mariscos restablece el pH de la piel y facilita la renovación de las
células. Gracias a la acción de este bálsamo viviente. puede verse cómo las
arrugas se atenúan y el grano de la epidermis se ablanda.
Mezclando la pulpa de algunas ciruelas machacadas con una cucharada de almendras
dulces, se obtiene una mascarilla de belleza que conviene perfectamente a las
pieles grasas.
Una decocción de hojas de laurel es una excelente loción que suaviza las pieles
secas.
La pulpa del membrillo se utiliza como mascarilla para revitalizar las pieles
grasas.
El limón, el indispensable limón, está destinado evidentemente a las pieles
grasas. Aplicado en compresa, su acción astringente cierra los poros dilatados.
Mezclado con claras de huevo batidas a punto de nieve, permite componer una
mascarilla que posee el mismo efecto.
Para todas las pieles, una mascarilla a base de pulpa de uva, blanca o negra,
eso no importa, será un tonificante excelente.
El tomate, finalmente, cuyo jugo, tan rico en vitamina C, constituye un
excelente alimento para las células de la epidermis. A fin de aprovecharlo
completamente, basta con cortar en dos un fruto muy maduro y muy rojo y
friccionarse enérgicamente con él.
PUNTOS NEGROS: Sabemos que encuentran asilo la mayor parte de las veces en las
pieles grasas. Contrariamente a lo que imaginan algunas jóvenes que utilizan sus
uñas como pinzas quirúrgicas, por no decir como instrumentos de tortura, es muy
peligroso extirpar los comedones —éste es su nombre científico— de este modo. El
resultado puede ser una infección, que no arreglará nada puesto que simplemente
amenaza con reemplazar un feo punto negro con una cicatriz que no será menos
fea.
La primera precaución que hay que tomar es pues, cuando se tiene una piel grasa,
tratarla del modo que acabamos de indicar. Si, pese a las mascarillas y las
lociones, aparecen puntos negros, no se extirparán más que mediante una pinza
especial —de venta en todas las farmacias— y tras haber tratado el rostro con
una loción hecha a base de una infusión de tomillo o de té muy caliente.
REGLAS: Numerosas mujeres sufren un verdadero martirio una vez al mes, y se
quejan de hinchazones de vientre que afean su silueta. Tisanas de salvia o de
romero, regularizando la función menstrual, harán desaparecer al mismo tiempo
los dolores y las hinchazones.
SENOS: Un seno, incluso joven, necesita ser tonificado. La creciente moda actual
entre las mujeres de prescindir del sujetador, hay que decirlo, ha tenido
efectos desastrosos. Arrastrados por el peso de la glándula mamaria, los
músculos tienen tendencia a aflojarse y el seno cae. Esto no significa de ningún
modo que haya que encorsetarlo de una manera excesivamente apretada, ya que
entonces los mismos músculos, no teniendo ya ningún trabajo que efectuar,
tenderían a atrofiarse, y el resultado sería estrictamente el mismo.
Para afirmar un seno, pues, que empieza a presentar un ligero aflojamiento, se
puede recurrir a una forma de ducha escocesa muy localizada, cuya acción se
reforzará mediante compresas de jugo de limón.
TRANSPIRACIÓN: Es tan desagradable para una misma como para los demás.
Desgraciadamente, es muy difícil detenerla en los días de mucho calor. Las
farmacias están hoy en día repletas de antitranspirantes y antiperspirantes,
pero uno no puede hacer más que desconfiar de estos productos que bloquean una
secreción natural cuyo papel depurador es extremadamente importante.
Para transpirar menos, no hay pues más que una solución, y es beber menos,
incluso aunque esto parezca difícil en verano. Una fricción de agua con adición
de jugo de limón, cierra los poros, limita igualmente el exceso de sudor al
mismo tiempo que da a la piel un perfume acidulado que disimula el de la
transpiración.
UÑAS: Al igual que la piel de las manos, las uñas sufren con los pesados
trabajos del ama de casa. Se mellan, se rompen, se abren, y pueden incluso
volverse tan frágiles que es imposible mantenerlas largas.
Cuando se llega a este estadio, sin duda es a causa de una carencia alimentaria
que las priva de los elementos necesarios para su crecimiento. Conviene pues,
antes que nada, revisar el régimen. Tras lo cual se puede buscar fortificarlas
con los mismos productos que hemos encontrado un poco antes para el cuidado de
las manos.
—Meter durante una decena de minutos aproximadamente, mañana y noche, el extremo
de los dedos en un jugo de limón.
—Meter las uñas cada noche en un bol pequeño de aceite de oliva tibio para
evitar que se abran.
La acetona pura, utilizada como disolvente para quitar el esmalte, seca las uñas
y las vuelve quebradizas. Para paliar este inconveniente, se puede mezclar con
un volumen igual de aceite de oliva y la mitad de este volumen de éter. Se
obtiene entonces un disolvente graso particularmente eficaz y que presenta la
ventaja de secarse muy rápidamente.
Así, gracias a unas recetas sencillas —todas las que hemos indicado no son tan
complicadas de preparar como la famosa agua de la reina de Hungría—, y con
productos que pueden encontrarse normalmente en la cocina, cada mujer puede
realizar por sí misma verdaderas mascarillas de belleza. Así que no es necesario
gastar fortunas en los institutos de belleza para seguir siendo hermosa. Diana
de Poitiers, cuyo recuerdo evocamos al principio de este capítulo, tal vez
recorrería hoy en día los institutos de belleza y las clínicas especializadas en
cirugía estética. Sin embargo, no es muy seguro que lo hiciera, puesto que esta
dama, que sabía «guardar siempre razón», incluso en política, lo cual no es
decir poco, probablemente no confiara más que en estos pequeños trucos, estas
recetas que acabamos de dar y que sin duda eran las suyas propias.
COCINA PARA UNA PAREJA FELIZ
Las parejas felices, como los pueblos pacíficos, jamás deberían tener historia.
Este no es sin embargo el caso, ya que la búsqueda de la felicidad es menos
fácil de lo que parece, y los hogares más unidos atraviesan todos períodos
agitados, por no decir dramáticos. Así ocurrió con aquel notario, cuya historia
cuenta Paúl Vincent en L'Amour et les guérisseurs (La Pensée moderne), que fue a
consultar a León Vallat, un magnetizador, a fin de que éste le ayudara a
recuperar su potencia viril.
Casado desde hacía veinticinco años, padre de tres hijos, el notario constataba
amargamente que ya le era imposible proporcionar a su esposa esas pruebas de
amor que otros se obstinan en llamar el «deber conyugal». Pero el hombre era
fiel, y ni por un momento pasó por su mente que una pequeña mancha en el
contrato matrimonial pudiera tal vez volver a poner las cosas en su sitio.
«Sigo queriendo a mi mujer, le confió al curandero, pero ya no la deseo y, como
no deseo engañarla, me he vuelto impotente. Tenemos tres hijos, añadió, el
último de los cuales tiene once años. Los dos primeros fueron deseados. El
tercero fue, si puede decirse, "combinado". Tener niños es un pretexto para
espaciar el deber conyugal. Llega quizá un momento en que uno le hace hijos a su
esposa con tal de deshacerse de ella. Pero tan sólo tengo cuarenta y tres años;
creo ser aún sólido, tener el cuerpo joven, y sin embargo hace más de tres años
que decepciono a Simone.»
«El caso de este enfermo —explica León Vallat—, es psíquico. Desgraciadamente,
no es único. Tras un cuarto de siglo —o menos— de existencia conyugal, más de la
mitad de los hombres ya no sienten nada hacia sus esposas y, en consecuencia, se
vuelven incapaces de realizar lo que es peor que una carga: un acto extraño a
ellos mismos. Les queda entonces el recurso de la infidelidad —si se consigue— o
de la resignación —si les contenta—...»
De hecho, éste es el gran miedo de las parejas, el que vuelve a los hombres
adúlteros y hace desgraciadas a las mujeres, que hace, como escribe Paúl
Vincent, «que dos esposos que se adoraban se conviertan poco a poco en hermano y
hermana y ya no se amen más».
Para vencer este desencanto, romper este hábito que arruina los años de
felicidad, hombres y mujeres han dispuesto, desde los tiempos más lejanos, de la
ayuda de los brujos. En las misteriosas cabañas, los iniciados preparaban bajo
encargo filtros y pociones que por aquel entonces se juzgaban infalibles. He
aquí unas cuantas recetas extraídas de Alberto Magno.
«No le basta —escribe el filósofo—, al hombre el hacerse amar pasajeramente y
por una vez tan sólo por la mujer; es preciso que esto continúe y que el amor
sea indisoluble. Y, para ello, debe conocer algunos secretos para que la mujer
no cambie ni disminuya su amor.
»Para ello tomaréis la médula que hallaréis en el pie izquierdo de un lobo,
haréis con ella una especie de pomada, y la haréis oler de tanto en tanto a la
mujer, que os amará cada vez más».
Y añade: «Como sea que podría suceder que la mujer se cansara del hombre que no
sea robusto en la acción de Venus, este tal hombre debe cuidarse no sólo con
buenos alimentos, sino también utilizando algunos secretos que los antiguos y
modernos buscadores de maravillas de la naturaleza han experimentado.
»Es preciso, dicen éstos, componer un bálsamo con la ceniza del estelión, aceite
de hipérico y de algalia, y untarse con él el dedo gordo del pie izquierdo y los
riñones, una hora antes de entrar al combate, con lo que saldréis de él con
honor y satisfacción».
Todavía otra «receta», para «protegerse de los cuernos»: «Tomad la punta del
miembro genital de un lobo, el pelo de sus ojos y el que se halla en su garganta
en forma de barba, reducidlo todo a polvo por calcinación y hacédselo tragar a
vuestra mujer sin que ella lo sepa, y estaréis seguros de su fidelidad. La
médula de la espina dorsal del lobo posee el mismo efecto».
Hoy en día, y nadie se lamenta de ello, los brujos casi han cerrado sus tiendas.
¡Además, cada vez se hace más difícil encontrar en libertad un lobo del que
poder extraer todos los ingredientes necesarios para tales preparaciones! Pero
no por ello ha disminuido la laxitud conyugal o la infidelidad, y frecuentemente
se descubren anuncios publicitarios alabando las virtudes de tal o cual
producto, generalmente exótico, gracias al cual los maridos estarán protegidos
contra los desfallecimientos y sus esposas, satisfechas de este modo, protegidas
de la tentación.
Sin embargo, no es necesario en absoluto ir tan lejos para buscar los medios de
la felicidad amorosa. Nuestros huertos están repletos de verduras tan
afrodisíacas como el ginseng o el cuerno de rinoceronte molido; los especieros
están repletos de condimentos que tienen el mismo efecto y, a fin de cuentas, un
plato preparado con ternura tendrá siempre más éxito con el hombre al que se ama
que no importa cuál píldora.
Así pues, para evitar que la vida de la pareja se sumerja en la monotonía, que
sufra la esclerosis del tristemente famoso «metro-trabajo-cama», en medio del
cual no debe olvidarse el intercalar la televisión, basta con un pequeño
esfuerzo. Un mantel blanco, dos velas, una botella de champán, hacen de la más
sencilla cena una auténtica fiesta, aunque no sea Navidad, aunque nada lo
justifique. Mejor aún si nada lo justifica, excepto el simple placer de hacer
feliz al otro. La sorpresa será aún mejor y los resultados más concluyentes,
sobre todo si la esposa, como cocinera astuta, ha tomado cuidado en mezclar a
sus preparaciones culinarias algunas de estas verduras o aromatizantes de los
que hemos hablado antes indicando que aportaban un precioso estímulo al deseo
amoroso.
«Se puede intentar—escribe Marcel Rouet (op. cit.)—, operar una especie de
segregación entre las plantas con propiedades estimulantes y aquellas que poseen
una acción directamente afrodisíaca, considerando que las primeras refuerzan los
efectos de las segundas. Las primeras son demasiado numerosas para poder
enunciarlas todas, pero citemos la albahaca, el laurel, el perejil, el tomillo,
el romero, la salvia, de las que algunos principios, según el doctor Jean Valnet,
tendrían un poder dinamizante sobre las corticosuprarrenales. Las segundas, de
efectos más específicos, son entre otras: el ajo, el apio, la cebolleta, el
cilantro, el jengibre, la menta, la ajedrea...»
Todos estos alimentos deliciosamente perfumados tienen por segunda ventaja
mantener el entendimiento conyugal. Pero atención: no hay que estropear su
efecto benéfico regando demasiado copiosamente estas cenas suaves, brindando
demasiado por la felicidad reencontrada. Tomado en pequeñas cantidades, el
alcohol es también un estimulante de primer orden, pero más allá de una cierta
dosis, trae consigo resultados estrictamente inversos. Los buenos bebedores son
raras veces unos grandes amantes, demasiado ocupados, cuando finalmente se
acuestan, en digerir sus excesos. Dos copas de champán, unos vasos de vino o un
pequeño cóctel hacen brillar los ojos, enrojecer las mejillas, y traen consigo
una cierta euforia. Pasado este límite, aparece el abatimiento, la triste
fatiga, por no decir el disgusto. Como en las inundaciones, hay un umbral, un
punto de alerta que debe evitarse franquear si se quieren evitar las
decepciones.
De todos modos, desgraciadamente, no todas las cenas pueden ser cenas de fiesta.
Ya que además habría que temer, si éste fuera el caso, que estas cenas
terminaran por tener consecuencias opuestas a las buscadas.
Hemos visto, en el primer capítulo de esta obra, que una alimentación
equilibrada era el testimonio de una vida sana y feliz. Pero hemos visto también
que el volumen de la ración alimenticia, así como su composición, debían variar
en función de la edad o de la actividad del comensal. De hecho, el régimen debe
evolucionar a medida que pasan los años, de modo que siempre tenga en cuenta la
ineluctable reducción de las actividades metabólicas. ¡Lo cual no facilita la
tarea de un ama de casa que encuentra regularmente alrededor de su mesa a un
marido y unos niños, a los que se añaden a veces un abuelo o una abuela!
La solución, por supuesto, es componer menús equilibrados como los que citábamos
en el primer capítulo, y permitir que cada uno los complete en función de su
organismo.
Los niños, sobre todo, tienen necesidad de estos complementos. El período del
crecimiento es un momento crucial en el cual la menor carencia alimentaria puede
tener consecuencias catastróficas y engendrar enfermedades, incluso
deformaciones, irreversibles. Es pues indispensable secundar la comida familiar
con un desayuno copioso, rico en productos lácteos y en jugos de frutas, así
como una merienda sustanciosa, que satisfaga tanto la gula como el apetito.
Muchos adolescentes, en cambio, se niegan a tomar esta merienda, cuando en
realidad la necesitan más que nunca. De hecho se trata de una reacción normal
que señala su voluntad de emancipación, su deseo de mostrar que han salido de la
infancia, de la cual es símbolo esa merienda. Por ello, más que forzarles a
tomar esta merienda de media tarde que no les gusta, es preferible tomar en
cuenta sus aspiraciones proponiéndoles, al final de la comida principal, los
elementos nutritivos que les son necesarios.
«Los glúcidos deben dominar ampliamente la ración calórica en el período de la
pubertad, que se entiende de los doce a los catorce años para los niños, y de
los diez a los doce años para las niñas, así como durante todo el crecimiento»,
precisa Marcel Rouet (op. cit.).
«La asociación de frutos secos y oleaginosas: ciruelas, ciruelas pasas, damasco,
uvas, nueces, avellanas, almendras, olivas, puede constituir por su riqueza en
azúcares, lípidos, proteínas y vitaminas un completo fortificante que reemplace
con ventaja al pastelito de mantequilla del glotón...»
He aquí pues los alimentos que, presentados bajo la forma de golosinas, pueden
constituir excelentes postres que aporten a los organismos jóvenes todos los
elementos necesarios para un desarrollo armonioso.
No volveremos a insistir en la alimentación de los adultos, cuyos principios de
base hemos dado ya en nuestro primer capítulo. Baste con recordar que debe ser
armoniosamente equilibrada, ni exclusivamente vegetariana ni exclusivamente
carnívora, y que su volumen está condicionado por la actividad física y el gasto
energético más o menos importante que traiga consigo.
«Parece que la frugalidad es una condición primordial de la longevidad humana
—escribe Marcel Rouet (op. cit.)—; no se ven centenarios gordos».
Esto es totalmente exacto, pero la naturaleza es lo suficientemente sabia como
para hacer que las personas de edad limiten inconscientemente, y sin que ello
les proporcione una sensación de privación, el volumen de sus comidas. Su
apetito se hace menos vivo. Las necesidades energéticas de su organismo se ven
limitadas por la falta de actividad, y debido a ello los alimentos demasiado
ricos ya no les tientan, y acuden así a un régimen reducido que les conviene
perfectamente.
Por supuesto, algunas contingencias económicas pueden agravar esta tendencia
natural y, entonces, las consecuencias de la malnutrición se vuelven graves. Es
también Marcel Rouet quien anota que «la supresión de la carne le quitaría al
viejo este estímulo necesario a su apetito, que a menudo se vuelve perezoso. La
carne, por su aroma, su sabor y las preparaciones que permite, influye por
acción refleja en las mucosas del estómago y favorece la secreción de los jugos
digestivos. Convirtiéndose cada vez más en un gourmet, el anciano llegará muy
pronto a buscar la calidad de los alimentos en detrimento de la cantidad».
He aquí una sabia recomendación que permite a todas las madres de familia cuidar
sin remordimientos y sin temores acerca de su salud a los abuelos que viven bajo
su mismo techo.
Pero la cocina de la felicidad no es tan sólo una cuestión de abundancia, es
también toda una atmósfera. Como decíamos más arriba, una cena sencilla a la luz
de unas velas, una vez acostados los niños, puede hacer olvidar buen número de
malentendidos conyugales. Y lo que es cierto para estas cenas excepcionales lo
es también para todas las demás comidas que se toman dos veces al día. El
nerviosismo, los reproches, los enfurruñamientos, perjudican tanto la digestión
como la armonía familiar. Y un hombre —¡o una mujer!— que digiere mal se vuelve
fácilmente irascible. Hay que tomarse pues su tiempo para comer, al igual que el
ama de casa se ha tomado su tiempo para preparar la comida. Además, sería
ofenderla no saborear sus platos y empujarla a la vía de la facilidad que
consiste, en lugar de cocinar, en echar el contenido de una lata de conservas en
una cacerola con un poco de mantequilla derritiéndose al fondo.
De hecho, ya no le concedemos la importancia que se merecen a las comidas, o por
el contrario les concedemos demasiada.
Demasiada importancia a estas comidas de negocios, pretextos para
desbordamientos casi bulímicos que no justifican en absoluto las pretensiones
gastronómicas de los chefs, que parecen ignorar que esta gastronomía a la que
dicen servir es un arte lleno de finura y de comedimiento.
Demasiada poca a las comidas familiares y, en particular, a la tradicional
comida del domingo, que reunía antiguamente a toda la familia en torno a la
misma mesa.
Hoy, nos preocupamos de terminar rápidamente con esta formalidad para no
perdernos la película de televisión o los resultados de los partidos de fútbol.
Y es una lástima.
El hombre tiene la ventaja sobre el animal de haber sabido transformar la
necesidad de alimentarse en un placer. Actualmente está perdiendo esta
supremacía en provecho de unas diversiones que no compensan, ni de lejos, con
respecto a lo que uno se priva voluntariamente.
La cocina de la felicidad, la que condiciona la armonía de las parejas, no es
tan sólo aquella que contiene los alimentos que enumerábamos más arriba. Es
también aquella que restablece las posibilidades de comunicación entre personas
que las han perdido por culpa de su forma de vida. Saborear un plato es darle
las gracias a aquella que se ha tomado su tiempo en prepararlo; felicitarla por
él es decirle que se ha comprendido que además de los ingredientes palpables,
las verduras, las carnes, las especias, se ha sabido encontrar allí la ternura,
la voluntad de dar placer, el deseo de complacerle que se hallan subyacentes.
Comer, comer bien, es un placer sensual. Muy a menudo es el preludio de otras
«satisfacciones», y los grandes seductores no ignoran la ayuda preciosa que
aporta una buena comida, en un marco agradable, a su empresa. La gastronomía es
casi inseparable de los primeros encuentros, de los balbuceos amorosos. ¿Por
qué, en estas condiciones, es inevitable que la mayor parte de los hombres —y
también de las mujeres— imaginen que se vuelve superflua una vez consumado el
matrimonio? Como durante el noviazgo, constituye al contrario un factor de
entendimiento, un elemento de aproximación, en una palabra una de las
condiciones de la felicidad.
SE LAS LLAMA MEDICINALES
Se llamaba Francois Domenach y, a principios del siglo XX, enseñaba los
rudimentos de la gramática y del cálculo a los niños de Arles-du-Tech, en los
Pirineos Orientales. Como todo maestro de aquella época, François Domenach era
un hombre curioso hacia las cosas de la naturaleza. Sus ratos de ocio, sus
vacaciones, los pasaba recorriendo el campo, recogiendo hierbas, observando los
animales y los insectos, completando cada día sus conocimientos a través de las
lecciones de las cosas permanentes.
Sus alumnos, por supuesto, eran los primeros en beneficiarse de todas estas
observaciones, aunque no tomaran gran placer en ellas y pocos obtuvieran un
auténtico provecho. Pero el azar quiso también que François Domenach cayera
enfermo. Fue algo que comenzó con una serie de dolores insidiosos en los ríñones
y luego, muy aprisa, el pobre maestro empezó a sufrir un auténtico martirio.
Cuando experimentó enormes dificultades en orinar, supo que tenía cálculos
renales.
En aquella época no se conocía más que las curas en balnearios o la operación
para acabar con una tal enfermedad. Ninguna de estas soluciones convenía a
nuestro hombre. La primera debido a que era demasiado cara y la segunda
simplemente porque atentaba a su integridad física. Ante la carencia de la
medicina oficial, François Domenach resolvió pues acudir en busca de ayuda a sus
buenas viejas amigas las plantas, que conocía tan bien desde hacía tanto tiempo.
Tras algunas investigaciones, descubrió que se consideraba a la albura del tilo
como un excelente diurético, y pensó que bajo la corteza de este árbol quizá se
ocultara el remedio a sus sufrimientos.
Se llama albura a la madera tierna y blanquecina que se halla entre la corteza y
el corazón de un árbol, formando cada año un nuevo círculo en torno a este
corazón.
Tras varios años de investigaciones, durante los cuales experimentó sobre sí
mismo las diferentes pociones que iba preparando, François Domenach consiguió
finalmente determinar sobre qué árboles convenía retirar la preciosa materia, en
qué momento preciso del año había que hacerlo, cómo debía conservarla y la mejor
forma de prepararla.
Para resumir en algunas pocas palabras sus trabajos, podemos precisar que la
mejor albura de tilo se recoge en el Rosellón, en árboles que crecen entre los
900 y los 1000 metros de altura, cuando se produce la subida de la savia. Las
placas de albura deben ser secadas inmediatamente al aire libre antes de ser
cortadas en bastoncitos finos, que pueden ser entonces distribuidos a los
herbolarios.
Habiendo pues descubierto empíricamente este método, y tras curar totalmente,
nuestro maestro siguió experimentando sobre sus amigos, sus conocidos e incluso
los padres de sus alumnos. Cada vez los resultados se mostraron concluyentes, y
pudo conseguir que una mayoría de enfermos pudiera aprovecharse de su
descubrimiento. En 1916, pues, tras varios meses de trabajos, hacía llegar a la
Academia de Ciencias de París una memoria donde resumía sus observaciones y sus
experiencias, proponiendo poner gratuitamente su descubrimiento a disposición de
los médicos.
No se le respondió nunca. Muchos años más tarde, cuando sus herederos, como era
su derecho, quisieron reclamar el documento, se les negó incluso su devolución,
bajo los pretextos más falaces.
Pero, ante el silencio de las autoridades médicas François Domenach había tomado
sus precauciones, y explicado en detalle a su hermano todo lo que sabía sobre la
albura del tilo del Rosellón. Este hermano transmitió a su vez estas
informaciones al nieto del maestro, y gracias a esta tradición familiar este
último, Paúl Domenach, puede hoy en día seguir recolectando estas laminillas de
madera para alivio de las personas que sufren cálculos de la vejiga.
Las desventuras de François Domenach frente a los detentadores de la ciencia
oficial no son, desgraciadamente, la excepción. En las altas esferas de la
medicina, se olvida fácilmente que el arte de curar comenzó con el conocimiento
de las plantas, y que un producto químico, si bien puede parecer más eficaz a
corto plazo, no reemplazará jamás a una cura a base de ingredientes naturales,
los cuales no arrastran consigo efectos secundarios.
Ya que nadie puede negar que la medicina nació el día en el que uno de nuestros
lejanos antepasados, habiendo descubierto por casualidad que una planta aliviaba
tal o cual mal, empezó a consumirla regularmente y a aconsejarla a aquellos que
sufrían de la misma enfermedad que él.
Hoy en día, se estima que el uso organizado de las hierbas con fines
terapéuticos se remonta a los prehomínidos, pitecantropos, sinantropos o
africantropos. Estos seres, a medio camino aún entre el hombre y el animal, eran
esencialmente cazadores y recolectores. No cultivaban, pero en cambio sabían
discernir perfectamente en la naturaleza cuáles eran las plantas comestibles y
cuáles no lo eran. Guiados por el mismo instinto que empuja hoy en día a
nuestros perros y gatos a purgarse con algunas hierbas en particular, extraían
de la naturaleza los vegetales que mejor les convenían. Poco a poco, aprendieron
a discernir aquellos que no podían ser utilizados más que con fines alimenticios
y aquellos que contenían virtudes medicinales. Pero lo más notable fue sin duda
que comprendieron —¿tras cuántas infructuosas experiencias?—- que si bien podían
cultivar los primeros para aumentar el rendimiento y suprimir los azares de la
recolección, los segundos perdían casi todo su poder desde el instante mismo en
que eran exilados de su habitat natural.
Es sin duda debido a esto que los primeros médicos, es decir los primeros
hombres que poseyeron un conocimiento profundo de las plantas y de sus
propiedades, fueron los brujos. En el secreto de las iniciaciones se transmitían
no solamente las fórmulas mágicas de encantamiento, sino también los «mapas» de
los lugares de recolección, así como el calendario de las mismas.
Haciendo que el medicamento sea independiente de estas contingencias geográficas
y estacionales, la ciencia ha hecho ciertamente mucho en pro del bienestar
del.... médico, que ya no tiene que preocuparse por las fechas
—salvo, por supuesto, para comprobar que el producto no está caducado— ni por
los lugares de fabricación. Pero, dicho esto, ¿qué son pues nuestros modernos
terapeutas sino «iniciados» que han recopilado, en el transcurso de largos años
de estudios, el fruto del saber de sus predecesores?
Sea como sea, es evidente que hoy en día, en algunas regiones de África o de las
Antillas, brujos y «encantadores» siguen ejerciendo su oficio y, como herederos
de esta ciencia milenaria, obtienen sin Codex ni quimioterapia complicada
notables resultados. Esto es tan cierto que, desde hace algunos años, varios
grandes laboratorios americanos y alemanes han enviado junto a ellos equipos de
especialistas que se esfuerzan, a duras penas, en penetrar sus secretos.
¿Qué ocurrirá con sus observaciones? ¿Servirán simplemente para poner a punto
sus equivalentes químicos o, por el contrario, representarán el golpe de timón
hacia un verdadero regreso a las medicinas naturales? Nadie puede decirlo, y lo
único que se puede hacer es desear que la segunda hipótesis sea la buena.
Pero volvamos a nuestros prehomínidos que, de cazadores y nómadas, se han
convertido en sedentarios y agricultores. Con su organización en comunidad
aparecen los primeros medios de una tradición escrita: signos cabalísticos
destinados tanto a apaciguar los espíritus como a transmitir a las futuras
generaciones el fruto del saber. Y, muy lógicamente, tras las prescripciones
culturales son las indicaciones médicas de las plantas lo que se graba o pinta
sobre la piedra, la madera o lo que hace las veces de papel. Tanto en China como
a orillas del Mediterráneo, hacen su aparición los primeros tratados de
medicina. Es por ejemplo el famoso papiro de Ebers, redactado bajo la XVIII
dinastía faraónica, unos quince siglos antes del nacimiento de Cristo.
Durante milenios, el arte médico permaneció profundamente ligado a la religión.
Así, entre los antiguos griegos, se consideraba a Chiron el centauro, hijo de
Cronos, dios del Tiempo, y de una ninfa, «el primer herbolario y boticario
famoso por sus conocimientos de las plantas medicinales». La cita es de Plinio
el Viejo.
El mérito de haber codificado estos descubrimientos dispersos y haber
transformado unos conocimientos empíricos en una verdadera ciencia corresponde a
Hipócrates y a Galeno, su sucesor.
El primero, que siempre ha sido considerado, y sigue siéndolo, como el «padre de
la medicina» —¿acaso los futuros doctores no pronuncian su juramento antes de
poder ejercer?—, vivió en Grecia, en el siglo IV antes de Jesucristo. La
leyenda, siempre ella, afirma que era hijo de Esculapio, dios de los médicos, y
de una mortal. De origen divino o no, dejó tras él una obra importante, entre la
que hay que destacar en primer lugar el Corpus hippocratus, donde se hallan
reunidas una cantidad enorme de observaciones sobre el tratamiento de las
enfermedades por los vegetales, así como sobre la alimentación de los
convalecientes.
Galeno, por su parte, vivió seis siglos más tarde —es decir, en el siglo II de
nuestra era— en Roma, aunque también era de origen griego. No siempre estuvo de
acuerdo con el gran maestro cuyos trabajos emprendió la tarea de completar, y
sus desacuerdos crearon incluso una expresión proverbial que sirve para señalar
las incertidumbres de la medicina: «¡Hipócrates dice sí y Galeno dice no!»
Una constante se mantiene sin embargo en las concepciones de los dos hombres: el
papel irreemplazable de las plantas en el tratamiento de las enfermedades. Esto
es tan cierto que se siguen llamando «preparaciones galénicas» a los
medicamentos compuestos a base de plantas medicinales, por oposición a los
remedios químicos, que la Edad Media bautizó como «espagíricos» o «herméticos»,
debido a su origen misterioso y a su preparación alquímica.
Las compilaciones de estos dos hombres iban a ser, durante siglos, la base de
todos los tratamientos médicos, y se puede decir incluso que constituyen el
origen de la farmacia. Iban a beneficiarse sin embargo (gracias a la conquista
romana, lo cual prueba que a veces algunos males son buenos) de la inestimable
aportación que representaban los conocimientos de los druidas galos,
considerados también como maestros en el arte de utilizar las plantas.
En efecto, contrariamente a una leyenda difundida demasiado a menudo, nuestros
lejanos antepasados celtas eran excelentes médicos que habían sabido constituir
una farmacopea muy completa y que practicaban incluso algunas operaciones tan
complicadas como la trepanación y el injerto. Una planta, en particular, ocupaba
un lugar preeminente en su arsenal terapéutico. Era el muérdago, la baya sagrada
que aún hoy en día entra en buen número de preparaciones estrictamente
farmacéuticas.
Estos hombres, que el invasor romano se apresuró a presentar como unos salvajes
impenetrables a toda cultura, conocían también perfectamente las propiedades de
las fuentes termales, y las utilizaban en abundancia. De hecho, fueron los
legionarios venidos del otro lado de los Alpes los que se iniciaron e,
imitándoles, aprendieron a su vez a beneficiarse de las cualidades de las aguas
mineralizadas.
Luego, Europa va a sumergirse en lo que mucha gente se empecina en llamar «la
noche de la Edad Media», olvidando las catedrales y la organización
político-administrativa que, en buena ley, puede ser considerada como una de las
más perfectas... y en consecuencia de las más complicadas.
La expansión de la fitofarmacia es entonces considerable. Los chinos y los
egipcios nos enseñan las propiedades del opio, de la granada, del ruibarbo.
Los griegos y los romanos han definido la utilización de las semillas del
ricino, del eléboro, de la raíz de tapsia, de la belladona y de la misteriosa
mandrágora. Los galos han aportado el conocimiento del muérdago, de la verbena,
que era para ellos la «hierba maravillosa», así como la salvia, que era en su
lengua la «hierba sagrada». A ellos les corresponde también el mérito de haber
reconocido las posibilidades de la centaura menor, del corazoncillo y del
beleño.
Esta ciencia es conservada por los clérigos, así como por los alquimistas, lo
cual no resulta siempre incompatible; como lo prueba el ejemplo más célebre de
todos ellos, cuya reputación sigue aún manchada por un relente de azufre.
Alberto Magno, puesto que de él se trata, nació en 1193 en Lauingen, a orillas
del Danubio. Su padre era un alto funcionario de la Corte Imperial. Ordenado
sacerdote, se consagra tanto al estudio y a la filosofía como a su sacerdocio.
Es él, por ejemplo, quien forma a santo Tomás de Aquino, filósofo y prelado cuya
piedad no puede ser negada.
Pero Alberto encuentra también tiempo para escribir, pese a los numerosos
desplazamientos que se ve obligado a efectuar para escapar a las cábalas
desencadenadas por aquellos que le reprochan algunas amistades con el «Maligno».
Evidentemente, las dos recopilaciones que han llegado hasta nosotros —El Gran y
el Pequeño Alberto— evidencian un cierto entusiasmo hacia los procedimientos
«herméticos» y, ¿por qué no decirlo? por la brujería. Pero el segundo libro en
particular demuestra un perfecto conocimiento de las plantas. Para convencerse
de ello basta con leer por ejemplo las primeras líneas del capítulo consagrado
al heliotropo:
«Los caldeos la denominaban hierba ireos, los griegos mutichiol y los latinos
heliotropium. Esta interpretación proviene de helios, que significa «sol», y de
tropos, que quiere decir «cambio», porque esta hierba se gira hacia el sol...»
O esta receta de «bolus purgante», que sigue siendo completamente actual: «Tomad
casia nueva, regaliz selecto medianamente picado, y cuatro granos de canela, y
haced un bolus con azúcar. Lo administraréis por la mañana, tres horas antes de
comer...»
Un poco más tarde, en Salerno, cerca de Nápoles, una escuela de médicos —que
publica en versos sus observaciones— seguirá estudiando y poniendo a punto
remedios a base de plantas. Muy pronto fue imitada por la escuela de
Montpellier, uno de cuyos más célebres alumnos fue François Rabelais, que, antes
de escribir las aventuras de Gargantúa y Pantagruel, sostuvo ante esta asamblea
una tesis doctoral que tenía por tema las plantas medicinales.
Luego vino inmediatamente Pedro Aureliano Teofrastro Bombastus von Hohenheim,
más conocido con el nombre de Paracelso, que iba a revolucionar la medicina con
su teoría de los «idénticos».
El hombre nació en 1493, en Einsiedein, en el cantón de Schwyz, en Suiza,
naturalmente. Muy impresionado por el ocultismo, pensaba que el equilibrio
físico está condicionado por una fuerza «magnal», en resonancia con todas las
fuerzas magnales de la creación. Es ésta una de las ideas-fuerza del ocultismo,
según la cual todas las cosas, vivas o inertes, emiten radiaciones, que se
encuentran entre sí en un plano «astral» y se influencian mutuamente para bien o
para mal.
Paracelso no vaciló en extraer de ello la conclusión de que formas semejantes
debían, según toda probabilidad, emitir radiaciones comparables y capaces pues
de reforzarse en razón de su complementariedad. De ahí su famosa teoría de los
idénticos, fundada sobre el principio de que toda planta parecida a un órgano
era adecuada para tratar las enfermedades de este órgano.
Para él, pues, la nuez, imagen de la caja craneana que alberga el cerebro, era
excelente contra los dolores de cabeza, neuralgias y migrañas; la judía
(poroto-chaucha) indispensable para curar las afecciones de los riñones; ¡el
cólquico soberbio contra los callos de los pies!
Algunos fitoterapeutas, y no de los menos importantes —Maurice Mességué forma
parte de ellos— siguen concediendo todavía un cierto crédito a esta teoría. Sin
embargo, lo hacen de una forma más mesurada que su creador, y si bien la admiten
en algunos casos particulares, no la convierten en un dogma intransgredible.
Deslizándonos así a lo largo de los siglos, llegamos ahora a lo que se ha
convenido en denominar la época moderna; dicho de otro modo aquella que, dejando
a un lado las enseñanzas del pasado, no cree más que en un progreso mal
comprendido, lo cual muy a menudo no es más que una abdicación de la razón
frente a las fórmulas de los químicos. Desde principios del siglo XX, la
fitoterapia perdió su supremacía en beneficio de su rival, la quimioterapia. Por
mucho que, en 1882, se instaló en el número 4 de la avenida del Observatorio, en
París, un museo medicinal que reagrupaba unas 22.000 muestras de plantas, el
reinado de los remedios naturales había pasado.
En un primer tiempo, sin embargo, se contentó con extraer el principio activo
mayor de cada planta y concentrarlo. Una hierba, en efecto, encierra entre
treinta y ciento cincuenta componentes, de los cuales cada uno posee una acción
y una potencia específicas. Por diferentes procedimientos, se obtenían así
medicamentos, todavía naturales, pero claramente más potentes que las
preparaciones clásicas.
El método presentaba sin embargo inconvenientes, el primero de los cuales, y no
el menor, era la necesidad, para la destilación de algunos gramos de esencia, de
un volumen enorme de plantas. Además, el medicamento así obtenido presentaba la
desventaja, en relación con las decocciones antiguas, de no ofrecer al paciente
más que el beneficio de una sola virtud de la planta de la que había sido
extraído, ya que todas las demás habían sido eliminadas en el transcurso de la
fase de concentración.
En estas condiciones, era evidentemente mucho más rentable ir en busca de
productos de síntesis de naturaleza exclusivamente química... lo cual no
tardaron en hacer todos los grandes laboratorios. Lo único en lo que aún no se
había pensado era en que estas preparaciones antinaturales podían desencadenar
en el organismo series de fenómenos de rechazo, incluso envenenamientos. De
hecho, los accidentes fueron numerosos y, sin extendernos en el caso de la
talidomida o del talco Morhange, se puede observar que buen número de enfermos,
curados por la química de una afección benigna, han debido ser tratados
inmediatamente después por afecciones llamadas «secundarias», pero sin embargo
graves, ¡provocadas por los medicamentos que les habían curado!
En 1930, pues, se puede considerar que todo estaba consumado, y que la
quimioterapia había suplantado definitivamente a la fitoterapia. Pero el golpe
de gracia contra esta última iba a ser dado el 11 de setiembre de 1941, cuando
el gobierno de Vichy promulgó en Francia una ley suprimiendo el diploma de
herbolario y estipulando que esta especialidad paramédica desapareciera al mismo
tiempo que el último titular del último diploma expedido antes de esta fecha.
Así, estos especialistas a los cuales miles de pacientes debían el haber
recuperado su salud no eran mejor tratados que... ¡los cosecheros destiladores!
Los pocos herbolarios que subsisten hoy en día son aquellos que han pasado su
examen antes de esta fecha fatídica, es decir hace más de treinta y cinco años.
Son, si puede decirse, los últimos representantes de una «especie en vías de
extinción».
Otros hombres, sin embargo, han tomado el relevo. Desafiando al Consejo de la
orden de médicos, y los procesos que éste no deja de intentar contra ellos,
fitoterapeutas no diplomados tales como Maurice Mességué o Henri Errera siguen
curando por medio de plantas. Algunos de ellos incluso comercializan sus
cosechas. Y no son los médicos quienes se quejan de ello.
Una nueva corriente, una especie de regreso a la naturaleza, está efectivamente
apareciendo entre los médicos jóvenes que, de modo perfectamente legal,
prescriben cada vez más a menudo remedios a base de plantas. Ya que, desde el
instante mismo en que un estudiante ha sostenido con éxito su tesis y
pronunciado el juramento de Hipócrates, adquiere el derecho de elegir la
terapéutica que mejor convenga al paciente que está tratando. Puede así ordenar
un medicamento o, por el contrario, prescribir una «preparación magistral», es
decir un remedio que, en lugar de existir ya listo en una farmacia, será
confeccionado sobre pedido; ya sea siguiendo las indicaciones del Codex, ya sea
según una fórmula indicada por el propio médico.
Es en este momento que los conocimientos del herbolario revisten una importancia
capital. No se prepara una poción a base de plantas del mismo modo que se
condiciona un medicamento químico. Ninguno de los métodos industriales empleados
en los grandes laboratorios podría dar un resultado satisfactorio. Hay que
trabajar paso a paso y muy minuciosamente. Uno de los pocos herbolarios hoy aún
en ejercicio explica el porqué:
«Imaginemos, dice, que se quiere realizar una mezcla de 3 kilos de confeti de
diferentes colores, y se meten desordenadamente un kilo de papelillos amarillos,
un kilo de papelillos azules y un kilo de papelillos rojos. Tras haber agitado
el conjunto tanto tiempo como se crea necesario, se divide el total en montones
de 30 gramos. ¿Creen que será posible encontrar en estas porciones tantos
confeti rojos como azules y amarillos? Seguramente no, a menos que nos
encontremos con una casualidad extraordinaria».
Así, en fitoterapia, la cuestión de las dosificaciones es esencial. Cada planta,
como hemos dicho, tiene una propiedad dominante muy particular, y es la
combinación de estas propiedades dominantes lo que da a una mezcla de plantas la
eficacia buscada.
A esto hay que añadir el que la mayor parte de las plantas censadas como
benéficas a dosis normales pueden tener efectos desagradables, incluso volverse
peligrosas, cuando se abusa de ellas. Así, la «gentil» camomila, si bien
facilita la digestión cuando es bebida moderadamente, se convierte en un potente
vomitivo cuando es tomada con exceso.
Las plantas, como muchas cosas, pueden ser las mejores amigas del hombre o sus
peores enemigas. Es por eso por lo que es conveniente, cuando uno se mete a
herborizar, tomar algunas precauciones. La poca cantidad de tiendas
especializadas existentes empuja en efecto a buen número de personas a
recolectar y a conservar por sí mismas las flores y las hierbas necesarias para
la confección de estas tisanas cuyo secreto conocían nuestras abuelas y de las
que todos hemos guardado la nostalgia. Pero esta recolección no debe ser
efectuada no importa cuándo ni importa de qué modo.
En primer lugar, hay que recordar siempre que la contaminación es un verdadero
azote cuya insidiosa acción hace perder a las «simples» una gran parte de sus
benéficas propiedades. Es pues necesario, para que la recolección sea buena,
tanto en cantidad como en calidad, apartarse de los senderos batidos, huir de
las zonas de cultivos intensivos donde la tierra, regada con insecticidas y
alimentada con abonos químicos, ya no puede producir más que frutos
semienvenenados. Es lejos de las carreteras y de los vapores de gasolina donde
se encuentran las mejores plantas, aquellas que han guardado intactos todos sus
jugos.
A veces hay que andar largo tiempo antes de conseguir llegar a estos lugares
privilegiados, pero ¿quién se lamenta de ello? Al encanto de la recolección se
une entonces el placer del paseo y los beneficiosos efectos de una generosa
oxigenación, lo cual es el mejor modo de comenzar una cura natural.
Los hombres civilizados que somos no deberíamos jamás desprendernos de una
cierta humildad frente a esta naturaleza. Hemos perdido el instinto que guiaba a
nuestros lejanos antepasados y que les permitía discernir, entre dos plantas, la
comestible de la venenosa. En los campos, la mortal cicuta se codea con el
perejil silvestre, y se necesita un ojo ejercitado para diferenciarlas. Para
toda expedición, pues, es prudente proveerse de un catálogo botánico en el que
se hallen descritas todas las plantas y cuyos grabados las muestren tal como
son. Poco a poco, a medida que se vaya adquiriendo la experiencia, se hará más
raro el tener que recurrir a este vademécum, pero sería estúpido creer que uno
puede ser capaz, desde las primeras tentativas, de distinguir el gordolobo o la
bistorta en medio de todas las demás hierbas de un prado.
Además, como toda «expedición», una campaña de recolección de medicinales se
prepara con anticipación. Se puede ciertamente partir a la aventura y recoger lo
que se presente, al azar del paseo, pero éste no es el mejor método. Cada
planta, en efecto, sufre variaciones estacionales, y sus propiedades se
resienten de ello. Todas no deben ser pues recolectadas al mismo momento si se
quieren aprovechar al máximo sus posibilidades curativas. En su obra Guide
pratique des plantes medicinales, Vincent d'Auffray traza un cuadro de las
distintas épocas en las cuales conviene recolectar las medicinales más
corrientes. He aquí lo que preconiza:
En primavera:
En planta entera, la fícaria; las raíces de gariofílea, de bistorta, de
levístico; flores de berenjena, de retama, de prímula, de endrino, de tusilago,
de violeta; brotes de álamo.
En verano:
En plantas enteras, la endrina, el hinojo, el galega, el marrubio; en plantas
florecidas, la anémona pulsatila, la malva, el muguete, el pensamiento
silvestre, la pimpinela, la pulmonaria, la santolina, la hierba cana, la
verónica de los Alpes; las hojas de fresno, de granza, de zarza, de ajedrea, de
tomillo, de tusilago; en hojas y en tallos, el ajenjo, el apio silvestre, el
acónito, la balsamina, la bardana, la belladona, la gariofilea, la borraja, la
consuelda, el berro, la cinoglosa, el malvavisco, el hisopo, la hiedra
terrestre, la melisa, el meninanto, la parietaria, la vincapervinca, el
cardillo; las flores de árnica, de borracha, de celidonia, de madreselva, de
ortiga muerta, de pie de gato, de reina de los prados, de salvia, de escabiosa,
de saúco y de tilo.
En otoño:
En plantas enteras la pequeña menor, la famuaria, la hierba de San Roberto, la
lechuga nociva, la saponaria; en flores, el gordolobo, la buglosa, la lavanda,
la matricaria, el hipérico, el orégano; las hojas de albahaca, de gordolobo, de
digital, de hierba mora, de nogal, de romero, de tanaceto; los frutos de
majuelo, de escaramujo, de agracejo, de enebro, de mirtilo, de aladierna, de
saúco; las semillas de cólquico.
En invierno:
Raíces, rizomas (se trata del tallo subterráneo de la planta que envía raíces
hacia la tierra y tallos hacia el exterior) o bulbos de acónito, de énula
campana, de bardana, de consuelda, de fresera, de retama, de genciana, de
malvavisco, de brusco, de cardillo, de reonía, de rábano blanco, de saponaria,
de sello de Salomón, de valeriana; hojas de muérdago; cortezas de abedul, de
arraclán, de roble, de fresno, de torvisco, de sauce, de saúco; brotes de pino
silvestre.
He aquí lo suficiente como para conseguir una amplia cosecha, pero conviene
saber también cómo recolectar y, sobre todo, saber conservar estas plantas, lo
cual es menos sencillo de lo que parece.
En primer lugar, hay que elegir su día y su hora. Flores, tallos y hojas se
recogen desde el momento en que el rocío que se ha depositado por la mañana, y
se ha evaporado bajo los efectos del sol. Las raíces y los rizomas se recolectan
al caer la noche. Además, se debe evitar absolutamente partir de recolección en
día de lluvia. Las razones son muy sencillas. En primer lugar, porque la lluvia
diluye en cierto modo la fuerza de las hierbas, a continuación porque las
humedece y hace así su secado y su conservación mucho más delicados.
Partir temprano, un día de buen tiempo, y regresar tarde, son los dos primeros
principios del herbolario. Tomarse su tiempo es el tercero. En efecto, no sirve
de nada apresurarse y recoger indiscriminadamente. Por el contrario, hay que
elegir las plantas más verdes, las más vivaces, no tomar más que las flores que
acaban de abrirse y que los insectos aún no han tenido tiempo de deteriorar, y
manipular todo ello, ya que es muy frágil, con mucha delicadeza. Meterlas todas
en una bolsa para poder llevarlas más cómodamente es casi condenarlas al
marchitamiento y al moho. Se deben por el contrario formar manojos, que se
colocarán, al regreso al coche, en el asiento de atrás o en el suelo del
portamaletas. Pero, sobre todo, hay que cuidarse de actuar vandálicamente, de
recoger por recoger, sin medida y mucho más allá de las propias necesidades, por
el simple placer. Algunas plantas, como algunos animales, se hallan en vías de
extinción, y no se debe olvidar que cada tallo cortado no vuelve a reproducirse.
Siempre con la misma preocupación de salvaguardar el futuro, se debe evitar el
arrancar la planta cuando la raíz no es de ninguna utilidad en las preparaciones
que se efectuarán a continuación. Éste sigue siendo el mejor método de
asegurarse la recolección del año siguiente.
Una vez terminada la recogida, viene la delicada operación del secado. De él
dependerá en efecto la buena conservación y, por consiguiente, la eficacia de
las medicinales recogidas.
Este secado puede ser perfectamente natural y progresivo, o aprovechar la ayuda
de radiadores o de toda otra fuente de calor. Debe además ser efectuado a la
sombra, en un local aireado sin rastros de humedad, a una temperatura más o
menos constante de 15°.
Las flores deben ser suspendidas en guirnaldas y las hojas en racimos. Las demás
plantas deben ser dispuestas sobre cañizos en capas lo suficientemente delgadas
como para evitar que la humedad que desprendan ocasione su putrefacción.
Las raíces, más robustas, pueden ser colocadas a secar al sol.
Una vez terminado el secado, las plantas deberán ser almacenadas al abrigo de la
luz, en un lugar seco. Los mejores recipientes siguen siendo aún los buenos
viejos tarros de loza, que presentan además la ventaja de ser muy decorativos.
Desgraciadamente, cada vez son más raros y, por ello, más caros. Se pueden
encontrar sin embargo en el comercio tarros opacos que, aunque sean menos
bonitos, sirven también perfectamente para este cometido.
Los bocales de cristal pueden ser también utilizados, a condición de mantenerlos
encerrados en un armario, de modo que las plantas que contienen permanezcan en
la sombra. En cuanto a los botes de hojalata, no son más que algo para salir del
paso, y no pueden ser recomendados.
Todas estas operaciones pueden parecer muy complicadas. No lo son en absoluto.
Con un poco de costumbre, se llega muy rápidamente a reconocer las buenas
plantas de las malas, a distinguir las mejores y a saber exactamente por qué
lugar conviene cortar su tallo. Para aquellos que viven en el campo y que
disponen de suficiente lugar en su casa, el secado tampoco presenta ningún
problema. Sólo los habitantes de las ciudades, que aprovechan su fin de semana
para ir a efectuar una recolección de plantas de salud, pueden experimentar
algunas dificultades. Pero los modernos apartamentos tienen casi todos un lugar
previsto para tender la ropa, cuya abertura se puede cubrir con tela de saco por
ejemplo, obteniendo así un secadero de plantas perfecto.
Así, eliminados todos los obstáculos, cada cual puede constituir este herbario
que nuestras abuelas utilizaban tan a menudo para mantener en buena salud a
todos los habitantes de la casa.
INFUSIONES Y TISANAS
Estas plantas, recolectadas en el frescor matutino, secadas con mil precauciones
o, más simplemente, compradas en el herbolario, se hallan ahora en sus frascos,
listas para ser utilizadas en confeccionar bienhechores remedios. En verdad, no
es necesario ser un gran fítoterapeuta para curar, con su ayuda, los pequeños
males de todos los días. Servirse bien de las simples es, ante todo, una cosa
muy «simple». Basta, para obtener buenos resultados, con respetar
escrupulosamente las dosificaciones y conocer perfectamente los diferentes modos
de preparación en los cuales pueden entrar, y de los cuales enumeramos a
continuación los principales.
ACEITES: Pueden servir tanto para confeccionar deliciosas ensaladas como para
masajes, fricciones, y a veces incluso es recomendable beberlos a cucharaditas.
Generalmente, un aceite de plantas se prepara con el aceite de oliva virgen
obtenido por primera presión en frío, pero la naturaleza del oleaginoso empleado
puede variar en función de las afecciones que debe tratar.
Para preparar este aceite, conviene emplear el mismo volumen de hierbas, raíces
o cortezas que de líquido. Se deja macerar todo aproximadamente un mes, luego se
decanta, es decir se hace verter con precaución el líquido, evitando que
arrastre consigo las impurezas que se han depositado al fondo del recipiente.
Esta preparación se conserva muy bien a condición de ser almacenada al abrigo de
la luz en una habitación que no esté ni sobrecalentada ni demasiado fría.
AGUARDIENTE DE PLANTAS: Contrariamente a los servidos en los cafés y otros
establecimientos de bebidas, este aguardiente no posee más que efectos benéficos
para el cuerpo. A condición, naturalmente, de no abusar de él, ya que como todas
las preparaciones alcoholizadas puede emborrachar y tener consecuencias
desastrosas para el hígado.
Este aguardiente, pues, se prepara haciendo hervir en aproximadamente un litro
de agua 250 gramos de plantas frescas. Tras haber dejado que el líquido se
reduzca a la ¿mitad y esperado a que se enfríe, se completa lo que se ha
¡evaporado con medio litro de alcohol de 90° y se deja macerar algunos días.
Luego se pasa la mezcla a través de una tela que se apretará fuertemente a fin
de que todo el jugo contenido en las plantas sea recuperado. Como para la
alcoholatura, se deja reposar y se filtra de nuevo, tantas veces como sea
necesario para que el líquido sea perfectamente claro y no contenga ya ningún
fragmento de planta en suspensión.
Luego se toma este delicioso alcohol como un aguardiente normal, un Chartreuse o
un Bénédictine, que de hecho llegan incluso a confundirse con nuestra
preparación.
ALCOHOLATURA: Es un medicamento que se toma a razón de unas pocas gotas
mezcladas con un vaso de agua azucarada, preferentemente con miel. Se prepara
vertiendo sobre las plantas reducidas a fragmentos menudos un peso equivalente
de alcohol de 90°, que normalmente se llama alcohol puro. Se conserva el
conjunto al abrigo de la luz, en una botella bien tapada, aproximadamente una
quincena de días, removiendo diariamente.
Una vez transcurrido este plazo, se filtra la preparación a través de un paño,
presionando bien el «mosto» para exprimir la totalidad del jugo. Después se deja
reposar el líquido, de forma que se decante. Se deposita entonces una especie de
sedimento y basta con volver a pasarla una segunda vez —utilizando un filtro de
papel de los que se usa para el café— para obtener la alcoholatura.
Esta preparación puede conservarse mucho tiempo, a condición de que el
recipiente que la contiene sea colocado al abrigo de la luz y lo suficientemente
lejos de las fuentes de calor.
BAÑO DE HIERBAS: Tónico, relajante, delicadamente perfumado, el baño de hierbas
une a los beneficios de la cura el placer de la relajación. Se puede preparar de
diferentes maneras, ya sea echando en la bañera extractos, esencias o
decocciones de plantas, ya sea componiendo una mezcla en un saquito de gasa que
se sumerge en el agua, del mismo modo en que se infusiona el té en una taza.
CALDO: Algunas buenas cocineras van a creer que las injuriamos explicándoles
cómo preparar un caldo, tanta es su costumbre de hacer cocer así sus verduras.
De hecho, para que un caldo merezca verdaderamente este nombre, es obligatorio
que las plantas hayan sido echadas en agua fría y que ésta haya sido colocada
inmediatamente al fuego. Cuando llega al punto de ebullición, conviene dejarla
hervir unos dos a tres minutos, si se trata de un caldo de flores o de hojas, o
un poco más si son las raíces o las cortezas las que forman la base de la
preparación.
CATAPLASMA: A menudo se la confunde con el sinapismo, cuando este último no es
más que una cataplasma revulsiva compuesta esencialmente por harina de mostaza.
Una vez precisado esto, la cataplasma en general se compone de una harina —de
lino, de salvado o de plantas trituradas— diluida en agua fría hasta la
obtención de una pasta, luego encerrada en una muselina. La preparación debe ser
entonces ligeramente calentada antes de aplicarla sobre la piel. Una cucharadita
de café de vinagre de sidra añadido a la pasta refuerza considerablemente la
acción de todas las cataplasmas.
COMPRESA: Aquí también tenemos una palabra cuyo sentido cree conocer todo el
mundo. Sin embargo es bueno precisar que una compresa debe ser siempre aplicada
tibia, y que debe ser cambiada apenas se ha enfriado.
DECOCCIÓN: Es, con la infusión, una de las formas más corrientes de confeccionar
las tisanas. Para prepararla, se echa la cantidad requerida de la mezcla en agua
fría, que se lleva en seguida progresivamente a la ebullición. Se deja luego
hervir muy suavemente durante una decena de minutos, hasta que aproximadamente
una quinta parte del líquido se haya evaporado. Esta duración puede ser
aumentada para las plantas duras o leñosas, las raíces y las cortezas. Es
igualmente posible preparar la suficiente cantidad de decocción como para poder
utilizarla varios días seguidos, ya que no plantea ningún problema de
conservación.
EMPLASTO: Entre los niños es casi una injuria, y uno se pregunta el porqué. De
hecho, este sinónimo de cataplasma designa más especialmente las aplicaciones
hechas sin la ayuda de una tela para envolver los ingredientes, tal como se hace
por ejemplo con las aplicaciones de hojas de repollo.
ESENCIAS: Estos concentrados aromáticos, llamados también «aceites esenciales»,
son obtenidos por destilación al vapor, incisión, etc., todos ellos
procedimientos que no resulta demasiado cómodo realizar uno mismo en casa. Es
por eso por lo que creemos que es preferible dejar a los especialistas el
cuidado de realizarlos y comprar estas esencias ya preparadas en las tiendas
especializadas. De todos modos hay que tener cuidado y comprobar que se trata
realmente de esencias naturales y no de productos de síntesis realizados
químicamente.
EXTRACTO: Como la esencia, es un concentrado, pero que es obtenido haciendo
evaporar una solución acuosa.
El extracto fluido se obtiene añadiéndole al extracto propiamente dicho una
cierta cantidad de agua o de alcohol, luego haciendo evaporar nuevamente el
líquido hasta que la mezcla tenga el mismo peso que las plantas que fueron
incorporadas a ella al principio.
El extracto blando, en cambio, se obtiene deteniendo la ebullición en el momento
en que la preparación consigue una consistencia comparable a la de la confitura.
El extracto total, finalmente, es el obtenido utilizando no tan sólo las hojas o
las flores, sino también la planta entera. Como las esencias, creemos que es
preferible obtener estas preparaciones en las tiendas especializadas,
verificando bien de todos modos que no contengan ningún aditivo químico.
GARGARISMOS: Consisten en bañar la garganta con ayuda de infusiones,
maceraciones o decocciones, pero lo suficientemente diluidas como para que no
ataquen las frágiles mucosas del fondo de la boca.
HIDROLATO: Se obtiene destilando las plantas en un alambique. Teniendo en cuenta
el hecho de que es bastante raro que uno posea en su casa dicho aparato, creemos
que, como las esencias, es preferible adquirir los hidrolatos en las tiendas
especializadas, tomando siempre las mismas precauciones.
INFUSIONES: Son verdaderas tisanas, y se puede decir que en fítoterapia son las
preparaciones más corrientes. Sólo que la palabra tisana choca un poco; quizá
porque recuerda demasiado a medicamento, por lo que se prefiere hablar de una
infusión de menta o de verbena. A menos que se diga simplemente un té o un café,
los cuales, a decir verdad, no son otra cosa que tisanas de uso corriente, por
no decir viciado.
Una verdadera infusión no se prepara simplemente echando en una taza un pellizco
de hierbas y vertiendo encima agua a punto de hervor —nunca hirviendo—. Hay que
cubrir además la taza y aguardar una buena decena de minutos a que las plantas
que se han colocado en ella hayan entregado al agua todos sus jugos.
Se puede, por supuesto, preparar una ración familiar de infusión utilizando una
tetera, pero si uno se siente individualista basta con procurarse tazas
especiales para infusiones, provistas de tapadera, que pueden hallarse en el
comercio.
INHALACIONES: La palabra expresa lo suficientemente claro lo que quiere decir.
Pueden tomarse con ayuda de un aparato especial, que forma como una especie de
embudo por encima del recipiente que contiene el agua hirviendo, en la cual las
plantas desprenden sus vapores. Este conducto lleva directamente a la nariz las
emanaciones de la preparación.
Cuando no se posee este dispositivo, puede contentarse con inclinar la cabeza
por encima de una cacerola que contiene la preparación hirviendo, aislándose del
exterior gracias a una toalla colocada sobre la cabeza y que cuelgue a ambos
lados de la cara.
Las inhalaciones secas, por su parte, se obtienen haciendo quemar sobre las
brasas de una chimenea o de una parrilla plantas aromáticas, cuyos efluvios se
respiran así por toda la habitación.
Añadamos para terminar que el hecho de fumar algunas plantas, sobre todo para
combatir el asma, puede ser considerado como inhalaciones.
INTRACTO: Se prepara de una forma comparable a la que hemos indicado ya para el
extracto. La diferencia esencial entre los dos productos reside en la forma en
que han sido conservadas las plantas utilizadas. Una vez más, estimamos que,
antes que lanzarse a complicadas operaciones, es mucho más razonable procurarse
este producto en un especialista.
JARABES: Básicamente, este nombre designa una solución de azúcar —o mejor de
miel— en agua destilada. Se le añaden luego maceraciones de plantas, a fin de
proporcionarle sus propiedades específicas.
LAVATIVAS: Es con mucho la forma más desagradable de hacer una cura, pero hay
ocasiones en las que uno debe doblegarse. No nos extenderemos en la forma de
tomarlas ni en el aparato utilizado para ello. Precisaremos simplemente que las
lavativas son generalmente a base de infusiones o de decocciones y que, según
los casos, deben ser administradas calientes (aproximadamente 35°) o frías.
LINIMENTO: Todos los deportistas conocen bien este aceite de masaje que les
permite calentar sus músculos antes de la competición o calmar los dolores
provocados por un esguince o una elongación. El linimento se prepara como el
aguardiente de plantas, con la única diferencia de que, puesto que no está
destinado a ser bebido, no tiene ninguna utilidad el proporcionarle un buen
sabor.
LOCIONES: No son ni más ni menos que decocciones enfriadas y coladas para
eliminar los fragmentos de plantas que han servido para realizarlas. Las
lociones son utilizadas para masajear el cuero cabelludo, el rostro o el cuerpo,
como productos de belleza principalmente.
MACERACIONES: Como indica su nombre, implican una larga permanencia de las
plantas en el líquido que será luego utilizado. De hecho, éstas pueden ser
puestas a macerar entre un día y varios meses, según el tipo de preparación.
Generalmente, esta maceración se hace en un jarro de vidrio, al abrigo de la
luz, en un armario o alacena donde la temperatura, ni demasiado elevada ni
demasiado baja, permanezca constante.
POLVOS: Todas las hierbas, una vez secas, pueden ser reducidas a polvo y ser
utilizadas como condimento, tales como la pimienta, el curry o la paprika.
TINTURA ALCOHÓLICA: Es obtenida dejando macerar las plantas durante al menos
tres semanas en aproximadamente cinco veces su peso de alcohol de 90°.
UNGÜENTOS: Son parecidos al linimento, aunque se presentan casi siempre en forma
sólida. Se obtienen mezclando las esencias o las decocciones de plantas a
mantequilla o a manteca no saladas.
VINOS DE PLANTAS: Pueden ser blancos o tintos, según se les exija tener virtudes
diuréticas o astringentes, y es posible atenuar su grado alcohólico rebajándolos
con agua en el momento en que son mezclados a las plantas que deben macerar.
Pese al delicioso aroma que les proporcionan las hierbas, siempre es preferible
utilizar un buen vino —pero no forzosamente un «gran» vino— para hacer esta
preparación. Si se trata de vino blanco, se preferirá un tipo alsacia, cuyas
propiedades diuréticas no hace falta demostrar. En cambio, si se utiliza un
tinto, la elección deberá decantarse hacia un tipo burdeos, más tónico y más
reconstituyente que el tipo borgoña.
Última recomendación a propósito de los vinos de plantas: al igual que con los
aguardientes de plantas, es importante no dejarse llevar por el placer del
paladar y consumir más de lo conveniente, ya que entonces se corre el riesgo de
convertirse en alcohólico creyendo estarse curando.
JUGO DE HIERBAS: Son en todo punto comparables a los jugos de frutas frescas,
tanto a causa de sus propiedades como a causa de su forma de prepararlos.
Tradicionalmente, se obtenían machacando las plantas en un mortero antes de
prensarlas en una tela para exprimir sus jugos. Hoy en día, los pequeños robots
de cocina son de una gran ayuda, sobre todo teniendo en cuenta que, siendo la
operación lo suficientemente rápida, las plantas trituradas, al no permanecer
más que un tiempo muy breve en contacto con el metal, no pierden ninguna de sus
cualidades esenciales.
Ahora que dominamos mejor todos estos términos técnicos, es tiempo de pasar a
los trabajos prácticos propiamente dichos, confeccionando algunas de estas
aguas, estas tisanas o estas tinturas que siempre es bueno tener en la farmacia
familiar. Empezaremos pues con las aguas, puesto que son las primeras dentro del
orden alfabético:
AGUA DE BROCHIERI: Los hombres que todavía utilizan navaja para afeitarse, con
la cual les ocurre a veces que pueden llegar a cortarse, apreciarán enormemente
este hemostático indoloro y con un delicado aroma a pino.
Hacer macerar durante tres o cuatro días un volumen de virutas de madera de pino
en dos volúmenes de agua, agitando de tanto en tanto. Dejar decantar y filtrar.
AGUA DE MELISA: Era un poco el remedio milagroso de nuestras abuelas, que lo
utilizaban tanto contra los vómitos como contra los espasmos cardíacos, cuando
no era para desinfectar una herida. Su eficacia es tan reconocida que aún hoy en
día, en la época de los antibióticos y de las píldoras, se la encuentra ya
preparada en las farmacias. Uno puede utilizar esta cómoda solución, pero por
supuesto es mucho más preferible prepararse uno mismo este alcoholato, que de
hecho no pide más que un poco de cuidado para resultar completamente logrado.
Reducir a trozos pequeños 100 gramos de flores de melisa, 50 gramos de cortezas
de limón frescas, 80 gramos de canela, 80 gramos de clavo, 80 gramos de nuez
moscada, 50 gramos de cilantro y 50 gramos de raíz de angélica. Dejar macerar el
conjunto durante una semana en 5 litros de alcohol de 90°. Filtrar y conservar
en un lugar fresco.
El agua de melisa se consume mezclada con agua azucarada —siempre con miel, a
ser posible—, o puede ser empleada para apresurar la cicatrización de las
heridas.
AGUA DE MENFIS: He aquí otro after-shave que presenta sobre el citado
anteriormente la ventaja de ser no sólo hemostático, es decir detener las
pequeñas hemorragias sanguíneas, sino de ser también antiséptico, es decir,
desinfectar. Es cierto que su preparación es un poco más complicada, pero los
resultados compensan.
Hacer una infusión, en dos litros de agua como mínimo, de 50 gramos de hojas de
nogal, 50 gramos de agrimonia, la misma cantidad de centaurea, de eupatorio, de
hojas de zarza, de corazoncillo, de menta, de albahaca, de romero, de tomillo,
de salvia y de calamento. Añadir 10 gramos de pétalos de rosa, de caléndula y de
árnica. Incluir también en la preparación 100 gramos de corteza de roble, lo
mismo de corteza de granada y el mismo peso de brotes de álamo. Terminar esta
mezcla de plantas incorporando 50 gramos
de raíces de genciana. Filtrar y conservar en una botella bien tapada.
AGUA DE ZARCILLOS: Recomendada para los enjuagues bucales, se prepara haciendo
macerar, en 700 gramos de alcohol de 90°, 120 gramos de hojas frescas trituradas
de codearía, 120 gramos de hojas frescas trituradas de berros, 30 gramos de
canela, 10 gramos de clavos triturados, 30 gramos de cortezas de limón picadas,
y 15 gramos de pétalos de rosa. Tras una semana, filtrar el líquido para
eliminar los residuos de las plantas.
AGUA VULNERARIA ROJA: Debe su color —y por lo tanto su nombre— a las flores de
corazoncillo que entran en su composición, bastante complicada a fin de cuentas
aunque las dosificaciones sean las mismas para todas las plantas que entran en
ella. Cicatriza las heridas.
Hacer macerar 30 gramos de cada una de las siguientes plantas en un litro de
alcohol de 90°: flores de lavanda y de corazoncillo, hojas de albahaca, de
calamento, de hisopo, de mejorana, de melisa, de menta picante, de orégano, de
romero, de ajedrea, de salvia, de tomillo, de serpol, de ajenjo, de tanaceto, de
angélica, de ruda y de hinojo. Filtrarlo todo al cabo de una semana.
Es evidente que siendo la composición de este remedio bastante compleja, es
interesante prepararlo en gran cantidad; sobre todo teniendo en cuenta que se
conserva perfectamente bien. Es suficiente entonces, para hallar las
proporciones exactas, multiplicar el peso de las plantas por la misma cifra que
los litros de alcohol utilizados (para 2 litros, multiplicar por dos, 3 litros
por tres, etc.).
BÁLSAMO DEL SAMARITANO: El Buen Samaritano, nos dice el Evangelio, compartió su
manto con un pobre. Sin duda no se trata de la misma persona que dio su nombre a
esta preparación; más bien el autor fue un hombre de guerra, puesto que su
principal propiedad es ayudar a la cicatrización de las heridas.
Mezclar en una botella el mismo volumen de aceite y de vino. Mezclar el conjunto
hasta obtener una precipitación homogénea. Aplicar inmediatamente sobre la
herida, que quedará desinfectada y protegida.
BÁLSAMO OPODELDOCH: Como el Bálsamo Tranquille, que sigue a continuación, es
utilizado para calmar los dolores reumáticos, y también para reducir los
esguinces. He aquí la receta, tal como se la encuentra en Les Bienfaits des
plantes (Dargaud editor):
«Disolver al baño maría 300 gramos de jabón rallado en dos litros y medio de
alcohol de 90°, añadiéndole 240 gramos de alcanfor, así como 60 gramos de
esencia de romero, 20 gramos de esencia de tomillo y 100 gramos de amoníaco.
Mezclar bien el líquido, luego filtrar en caliente y echar inmediatamente en un
recipiente de cuello ancho para ser conservado. Se solidifica parcialmente.
Aplicarlo en fricciones sobre los reumatismos, esguinces, etc.»
BÁLSAMO TRANQUILLE: Excelente contra los reumatismos, debe su nombre al buen
abate que lo puso a punto.
En un litro de aceite de oliva, cocer suavemente algunas hojas frescas de
belladona, de beleño, de hierba de mora, de tabaco, de dormidera y de estamonio.
Al cabo de aproximadamente una hora, se constata que el aceite ha tomado una
hermosa tonalidad verde, y ya es tiempo de detener la cocción. Se filtra
entonces el líquido obtenido y se almacena, tras haberle añadido algunas gotas
de esencia de ajenjo, de hisopo, de mejorana, de menta, de ruda, de salvia y de
tomillo.
ELIXIR DE GARUS: Precioso para la digestión, se obtiene haciendo macerar durante
dos a tres días 5 gramos de áloe, 5 gramos de clavo, 5 gramos de azafrán, 5
gramos de mirra, 10 gramos de nuez moscada y 50 gramos de canela en 5 litros de
alcohol de 90° a los cuales se habrá incorporado 200 gramos de agua de azahar.
Tras filtrarlo, se añade al líquido obtenido una vaina de vainilla para darle
mejor sabor, y 500 gramos de jarabe de culantrillo para suavizarlo.
JARABE DE ARTEMISA: Todas las mujeres que tienen reglas difíciles deberían
tenerlo en su botiquín. En efecto, este jarabe regulariza la función menstrual,
al mismo tiempo que atenúa los dolores y devuelve el vigor a aquellas que se
sienten agotadas por estas indisposiciones periódicas.
Echar en un kilo de miel, al que se habrán mezclado 2,5 kilos de azúcar, unos
200 gramos de flores de artemisa, la misma cantidad de menta poleo, de
nepetacataria; añadir 100 gramos de mejorana, de matricaria, de albahaca y de
ruda; añadir también 20 gramos de raíces de énula campana, de hinojo, de anís y
de canela. Hacerlo calentar todo hasta obtener un líquido ligeramente espeso.
Filtrar y conservar al abrigo de la luz.
Una cucharada sopera de esta preparación por la mañana y otra por la noche
ayudan a atravesar este período difícil para muchas mujeres.
JARABE DE RUIBARBO: Ha ayudado a generaciones de niños a no tener problemas
intestinales, y podrá continuar aún durante mucho tiempo cumpliendo con este
papel.
Hacer una infusión, en un litro de agua, con 200 gramos de ruibarbo y 20 gramos
de canela. Filtrar y añadir 1,5 kilos de azúcar.
Recuperar el ruibarbo y la canela y añadirles 20 gramos de raíces y 300 gramos
de hojas de achicoria, 100 gramos de fumaria, 100 gramos de hojas de
escolopendra y 50 gramos de bayas de alquequenje. Echarlo todo en 5 litros de
agua hirviendo. Dejar macerar durante medio día, pasar, y añadir 2 kilos de
azúcar al líquido. Mezclar los dos jarabes y filtrar de nuevo.
Una cucharada sopera de este jarabe tomada por la noche tendrá unos efectos
incontestables a la mañana siguiente.
JARABE DEPURATIVO: Se trata, de hecho, de un jugo de hierbas obtenido
machacando, en cantidades iguales, hojas frescas de achicoria, de fumaria, de
berro y de lechuga.
Para mejorar su sabor y para que la preparación merezca verdaderamente su nombre
de jarabe, se le puede añadir tanta miel como se desee.
POCIÓN DE TODD: Los aficionados a las bebidas exóticas podrían pensar que se
trata de un ponche. De hecho, es un precioso estimulante para combatir las
depresiones consecutivas a los estados gripales.
Echar 30 gramos de jarabe de azúcar en aproximadamente 50 gramos de ron.
Aromatizar con 5 gramos de tintura de canela y diluir ampliamente con agua.
POLVO IMPERIAL DE LÉMERY: Se halla perfectamente en su lugar en todas las
preparaciones que recomendábamos en el capítulo dedicado a la cocina de la
felicidad, en la medida en que ayuda a la digestión al tiempo que despierta los
ardores amorosos. Para fabricarlo, la cocinera picará 40 gramos de canela, 30
gramos de jengibre, la misma cantidad de clavo, 10 gramos de nuez moscada y, si
puede obtenerlo, 70 gramos de almizcle. Tras lo cual le bastará echar una
pulgarada pequeña sobre el bistec (bife) del hombre de su vida para que éste
recuerde de pronto que siempre la ha encontrado muy deseable.
POLVO PARA FAVORECER LA EXPULSIÓN DE LOS GASES INTESTINALES:
Espolvoreado a pequeñas dosis sobre las carnes, a las cuales proporciona un muy
buen sabor, este polvo puede evitar tanto las hinchazones como los dolores de
vientre. Se obtiene machacando 50 gramos de granos de anís, la misma cantidad de
cilantro y de hinojo, 10 gramos de canela, la misma cantidad de cortezas de
limón secas y de cortezas de naranja, 50 gramos de clavo y la misma cantidad de
ruibarbo.
TÉ DE SAINT-GERMAIN: ¿Tenía el conde de Saint-Germain la edad que pretendía?
Algunos lo siguen creyendo, pero es dudoso que una longevidad tan excepcional
como la suya pudiera ser debida a la tisana que aún lleva su nombre y que era
apodada igualmente «polvo de larga vida».
Hacer macerar durante algunos días 10 gramos de hojas de sena en alcohol de 90°.
Luego hacer evaporar este alcohol y recoger el polvo obtenido. Reducir
igualmente a polvo 5 gramos de flores de saúco secas, la misma cantidad de
granos de anís, así como de hinojo. Componer con ello una infusión y preparar
como un auténtico té.
TINTURA DE ÁRNICA: Diluida en un vaso de agua, estimula poderosamente la
vesícula biliar, y facilita así la digestión y la asimilación de los alimentos.
Hacer macerar durante un mes un puñado de flores de árnica, canela, y granos de
anís, en alcohol de 90°. Pasar y conservar al abrigo de la luz en una botella
bien tapada.
TISANA REAL: Si, como se dice, los reyes hicieron Francia, también consiguieron
la reputación de hacer buenas comidas, lo cual no dejó de ocasionarles algunos
empachos. Hasta tal punto que un herbolario, cuyo nombre se ha perdido
desgraciadamente, compuso para ayudarles una tisana que, aún hoy en día, es
llamada real.
Hacer macerar durante veinticuatro horas 20 gramos de sena, 20 gramos de hojas
de perejil y 20 gramos de sulfato sódico en un litro de agua. Añadir a la
preparación 5 gramos de cilantro y 5 gramos de granos de anís, así como
un limón cortado a rodajas. Filtrar y beber antes de acostarse.
VINAGRE DE LOS CUATRO LADRONES: Eran, dice la leyenda, cuatro hombres sin
escrúpulos que aprovecharon una epidemia de peste para entrar a saco en Toulouse
y robar sin ninguna vergüenza las casas de los desgraciados enfermos. Lo más
sorprendente es que nunca resultaron contaminados, y que luego pudieron gozar
apaciblemente del producto de sus rapiñas.
La historia podría resultar inmoral hasta el final si nuestros cuatro ladrones,
para evitar la horca, no hubieran dado a conocer el secreto que les había
preservado, para mayor provecho de la doliente humanidad. Simplemente
embadurnaban sus cuerpos, antes de cada expedición, con una preparación cuya
receta es la siguiente:
Hacer macerar en 4 litros de vino blanco, durante una semana, 50 gramos de
flores de ajenjo mayor, 50 gramos de ajenjo póntico, 50 gramos de romero, 50
gramos de lavanda, 50 gramos de salvia, 50 gramos de ruda, 10 gramos de canela,
la misma cantidad de clavo, así como de rizoma de ácoro, de nuez moscada y de
ajo. Pasar luego todo ello y añadirle al líquido así obtenido medio litro de
vinagre de alcohol en el cual se habrán disuelto 20 gramos de alcanfor.
De acuerdo, las epidemias de peste son cada vez más raras. El vinagre de los
cuatro ladrones, excelente desinfectante, mantiene sin embargo toda su utilidad,
ya que ayuda también a eliminar las contusiones. Añadamos a ello que su poderoso
olor lo hace a menudo preferible a las clásicas sales para reanimar a una
persona desvanecida.
Vinagre de los cuatro ladrones, tisana real, té de Saint-Germain, bálsamo del
Samaritano, he aquí nombres poéticos para preparaciones muy eficaces. Nombres
además mucho más atractivos que los horribles neologismos con que son
etiquetadas nuestras modernas especialidades farmacéuticas.
Los médicos de Molière consideraban una cuestión de honor el utilizar un latín
de cocina —¡en su caso la expresión adquiría todo su sentido!— que les servía
tanto para impresionar a sus pacientes como para disimular su ignorancia. Sus
sucesores, si bien son sin la menor duda más competentes, no por ello emplean
menos un lenguaje tan incomprensible como el suyo para el profano, como si fuera
absolutamente necesario que el arte médico se disimule tras una pantalla de
fórmulas abstrusas para ser operacional.
¡Qué encanto podrían tener en cambio sus recetas si prescribieran algunas de las
preparaciones que acabamos de estudiar!
A CADA MAL SU REMEDIO
El divino Aquiles iba a morir. Tendido bajo su tienda, se masajeaba sin descanso
el talón donde se había clavado la flecha disparada por París, o más bien por el
propio Apolo, el cual, para abatir al héroe, había tomado la apariencia del
troyano.
Pues no era fácil alcanzar al guerrero griego. A su nacimiento, Tetis, su madre,
lo había sumergido en el Estix, el río de los Infiernos, a fin de que ninguna
herida pudiera serle nunca infligida. Pero, como había sido necesario que lo
sostuviera, lo había sujetado por ese famoso talón, el cual, no habiendo gozado
de la protección de las aguas malditas, era su único lugar vulnerable.
Era allí donde había disparado el dios del Sol, a fin de vengar a Héctor, cuyo
cuerpo, sujeto detrás del carro de su vencedor, había sido arrastrado por tres
veces alrededor de las murallas de la orgullosa Ilion. Ahora era el turno del
griego sufrir, mientras aguardaba a que el veneno en que había sido untado el
dardo que lo había golpeado hiciera finalmente su efecto.
Fue entonces cuando el herido recordó una planta maravillosa cuyas virtudes le
había enseñado su maestro, el centauro Chiron. Envió a un esclavo, que hizo una
gran recolección. A su regreso, ordenó la confección de emplastos, que aplicó
sobre la herida. Muy pronto la hemorragia cesó, y los dolores desaparecieron.
Desgraciadamente, la aquilea —puesto que desde entonces esa hierba aromática
lleva el nombre del valeroso soldado— no podía servir de antídoto al veneno que
ya se había extendido por todo el cuerpo del moribundo, y Aquiles fue a reunirse
con los dioses. Lo cual prueba que, si bien se pueden pedir muchas cosas a la
fítoterapia, no se le puede pedir lo imposible; es decir que, puesto que cada
planta tiene virtudes muy particulares, no se puede pedir de ellas que
constituyan un remedio universal.
Así, tras haber analizado las propiedades de las diferentes verduras, vamos a
estudiar del mismo modo las de las plantas medicinales propiamente dichas, tanto
de todas aquellas que puede recolectar uno mismo como de aquellas otras que
únicamente pueden encontrarse en una herboristería.
ABEDUL: La Edad Media lo había apodado el «árbol de la sabiduría», ya que eran
sus flexibles ramas lo que utilizaban los maestros para corregir a sus alumnos
(tanto como sus deberes).
Pero las cualidades del abedul no se limitan ahí, sino que en la primavera
proporciona una savia diurética y excelente contra las enfermedades de la piel.
Las hojas, una vez secas, permiten preparar líquidos que tienen sensiblemente
las mismas propiedades.
Así, en decocción, proporcionan baños excelentes contra las enfermedades de la
piel. En infusión (de 30 a 50 gramos por litro de agua), combaten los cólicos
nefríticos, la gota, los reumatismos y la hidropesía.
La corteza, finalmente, permite preparar un vino febrífugo. Para obtenerlo,
basta con dejar macerar de 50 a 60 gramos de esta corteza en un litro de vino
durante ocho días, filtrarlo, y aromatizarlo al gusto.
ACEBO: Este arbusto siempre verde es un excelente febrífugo y, en las regiones
pantanosas, se inmuniza contra las fiebres intermitentes con el siguiente vino:
Hacer macerar 50 gramos de hojas de acebo frescas machacadas en medio litro de
aguardiente; añadirle un litro de vino blanco seco, dejar macerar de nuevo
durante veinticuatro horas; filtrar.
ÁCORO: Fueron los tártaros quienes, en el siglo XIII hicieron descubrir a la
Europa oriental las propiedades de esta caña. Quizá fue él quien les ayudaba a
lanzar su potente grito de guerra, tan terrible para sus enemigos, ya que su
principal virtud es la de aclarar la voz.
Se le encuentra en las zonas pantanosas, como todas las cañas, pero es su raíz
la que hay que recolectar para confeccionar con ella las decocciones utilizadas
en gargarismos.
ACHICORIA SILVESTRE: No seguiremos a los «creativos» de las grandes agencias
publicitarias cuando afirman que la raíz de la achicoria torrefactada reemplaza
ventajosamente al café, además de eliminar sus propiedades perjudiciales. De
hecho no consigue más que desnaturalizar su sabor sin aportar nada nuevo a la
salud, si no es hacer amarillear la tez hasta tal punto que aquellos que abusan
de ella llegan a dar la impresión de sufrir de ictericia.
Las hojas, en cambio, tienen notables virtudes tonificantes, depurativas y
diuréticas. Su amargor, lejos de ser desagradable, realza por el contrario las
ensaladas un poco sosas como la lechuga, y un buen medio de hacer una cura es
mezclarlas con las comidas.
AGRACEJO: Este arbusto proporciona unas bayas comestibles gracias a las cuales
puede componerse una decocción, un jarabe, una jalea, una confitura y un vino.
Todas estas preparaciones permiten hacer bajar la fiebre y terminar con algunas
afecciones pulmonares. Las personas que sufren trastornos de la circulación
sanguínea, así como aquellas cuyo hígado y vesícula biliar se hallan obstruidas,
pueden también conseguir un alivio seguro con esta cura.
El vino de agracejo se prepara poniendo a macerar durante varios días de 50 a 60
gramos de bayas trituradas en un litro de vino. Tras haberlo filtrado, se
aromatiza según el gusto y se toma un vaso antes de cada comida.
La corteza de las raíces permite realizar una decocción (una cucharada sopera
por cada taza de agua) sin duda más eficaz que el vino cuya composición acabamos
de indicar.
AGRIMONIA: Ya mencionada en el famoso papiro de Eberg, «publicado» en Egipto
veintiséis siglos antes de Jesucristo, fue considerada por todos los autores
clásicos, de Galeno a
Matthiole, pasando por Dioscórides, como una especie de panacea.
En todo caso es indudable que se revela excelente contra todas las afecciones de
la boca y de la garganta, y que sus propiedades diuréticas la convierten en un
remedio apreciado contra los cólicos nefríticos y los trastornos del riñón.
Muy corriente en el sur de Europa, yergue sus tallos rojizos y velludos a lo
largo de las laderas y en los bosques. Sus flores amarillas con cinco pétalos se
presentan dispuestas en espiga en lo alto de ese tallo.
Es utilizada en gargarismos haciendo hervir aproximadamente 50 gramos de la
planta entera en un litro de agua, o en infusión (de 15 a 20 gramos por litro de
agua).
AJENJO: En la Biblia, simboliza las pruebas de la vida, tan grande es su
amargor. Esto no impidió a nuestro siglo XIX extraer de él una bebida,
aperitiva, evidentemente, pero que causaba tales estragos —y no solamente entre
los poetas— que en 1915 tuvo que ser promulgada una ley prohibiendo su
fabricación.
Crece al borde de los caminos y en el monte bajo, seco y guijarroso. Sus hojas
son de un color gris blanquecino, recubiertas de un vello sedoso. Las flores
amarillas, pequeñas y globulosas, se reúnen en racimos.
Galeno la tenía ya por un tónico poderoso. Los médicos de la escuela de Salerno
la recomendaban contra el mareo, añadiendo que tenía el poder de alejar a las
serpientes —lo cual es posible— y también el de atenuar los efectos del veneno,
lo cual es menos cierto ya que no precisaban qué tipo de veneno. Aún hoy en día
se le atribuyen propiedades antifebriles, aperitivas —esto lo sabemos—,
digestivas, hepáticas, vermífugas y emenagogas, es decir que facilitan las
reglas.
Puede prepararse de varias maneras, en infusión (5 gramos por litro de agua), en
cerveza y finalmente en vino. Preferimos este último método que, además de
disimular el amargor de la planta, es tan conveniente para curar el hígado como
para expulsar las lombrices intestinales o ayudar a las mujeres a tener
fácilmente sus reglas.
En un litro de vino blanco, hacer macerar durante una semana 120 gramos de
flores secas de ajenjo, 30 gramos de rosas de Provins secas y 5 gramos de
canela. Filtrar a través de un paño apretando bien para exprimir todos los jugos
y aromatizar con 400 gramos de miel.
Tomar un vaso de licor antes de las comidas.
ALQUEQUENJE: Sus frutos en forma de farolillo veneciano le han valido numerosos
sobrenombres y también el ser considerada por los sostenedores de la teoría de
los idénticos como uno de los mejores remedios contra las afecciones de la
vejiga. Es perfectamente exacto que se trata de un potente diurético capaz de
aliviar la gota, los dolores articulares, los reumatismos, y ayudar a evacuar
los cálculos del riñón o de la vejiga.
Se prepara en decocción (tomar veinte bayas frescas o cincuenta bayas secas y
echarlas en un litro de agua. Dejar hervir a fuego suave durante veinte minutos.
Esta ración es conveniente para un tratamiento de veinticuatro horas).
ALQUIMILLA: Se dice que debe su nombre a los alquimistas, que acudían con gran
secreto a recoger el rocío que cubría sus hojas. Pero la Antigüedad le atribuía
otras virtudes, entre las cuales la más preciosa era restituir su virginidad a
las jóvenes imprudentes que se habían dejado galantear con demasiado entusiasmo
antes de su matrimonio. Es cierto que su fuerte contenido en tanino hace de ella
un astringente de primer orden... Sea como sea, si se sigue utilizando aún en
ginecología no es precisamente con esta finalidad.
La alquimilla crece en los prados húmedos y los bosques. Se reconoce por sus
hojas en dientes de sierra y por sus flores verdosas.
Una decocción realizada con 100 gramos de planta entera en un litro de agua
permite realizar inyecciones ginecológicas desinfectantes.
En infusión (20 gramos de planta seca por litro de agua), se revela tónica,
depurativa y febrífuga, al mismo tiempo que calma las inflamaciones del estómago
y del intestino.
AMAPOLA: Pertenece a la familia de la adormidera y no hay que sorprenderse si su
principal cualidad es la de calmar, principalmente las toses rebeldes.
Son los pétalos de la amapola los que se utilizan para preparar tisanas sedantes
que son perfectamente adecuadas para los niños. Su recolección es delicada y, si
se quiere evitar que se ennegrezcan, es preferible ponerlos a secar cerca de una
fuente de calor tras haberlos extendido sobre un papel de seda.
AQUILEA: No volveremos al alivio que aportó a Aquiles, excepto para precisar que
esta leyenda es invalidada por otros relatos mitológicos según los cuales el
héroe griego la habría utilizado no para curarse, sino para curar las heridas de
sus compañeros.
Sea como sea, la aquilea, a la que se llama también milenrama, hierba de los
carpinteros o hierba de los soldados, crece un poco por todas partes en Francia,
en los prados y en los bosques. Se reconoce por su gran número de hojas, así
como por sus pequeñas flores blancas agrupadas en racimos al extremo del tallo.
Además de su acción hemostática, es considerada como un remedio específico
contra los trastornos de la circulación sanguínea y de las mucosas.
Para detener una hemorragia benigna y activar la cicatrización, basta con
aplicar sobre la herida un emplasto de hojas trituradas. Compresas embebidas en
infusión (20 gramos de aquilea para medio litro de agua) alivian igualmente los
dolores producidos por las hemorroides.
ÁRNICA: He aquí una planta que no hay que recomendar a las mujeres encintas, si
es que desean conservar su hijo. Ya que, contrariamente a la artemisa, la
árnica, que tomada en dosis excesivas provoca náuseas, convulsiones e incluso
formas atenuadas de parálisis, es un auténtico abortivo. De todos modos, su
tintura, diluida en al menos tres veces su volumen de agua, alivia las
contusiones y evita la formación de hematomas.
ARO: Esta maravillosa flor puede ser utilizada para preparar emplastos
excelentes contra los abscesos y los forúnculos.
Hacer cocer al horno un peso igual de hojas de aro y de acedera envolviéndolas
en hojas de repollo. Machacarlo todo e incorporar el polvo así obtenido a un
bloque de manteca de cerdo para obtener una pasta maleable. Aplicar por la
mañana y por la noche.
ARTEMISA: Fue Artemisa la cazadora, diosa de la Luna para los griegos y también
protectora de las mujeres, quien le dio su nombre. El hecho es que, como su
primo el ajenjo, ayuda a regularizar las funciones femeninas. Se sostenía
incluso, en la Edad Media, que tomada a fuertes dosis podía tener efectos
abortivos. Es cierto que también se le atribuía la facultad de traer la fortuna,
de alejar el rayo y de proteger a los viajeros.
Se la encuentra en los barrancos, en las laderas y en el borde de los
riachuelos, donde levanta su alto tallo (más de un metro de alto) de flores muy
recortadas.
Las mujeres que tienen algunos pequeños problemas menstruales notarán alivio
realizando una vez al mes, en el momento difícil, una cura de su infusión (30
gramos de flores secas para un litro de agua).
ARRACLÁN: Es la corteza de este arbusto lo que se utiliza, pero únicamente
después de haber sido secada, ya que, fresca, se muestra como un potente
vomitivo. Desde hace varios años, en cambio, es utilizada como purgante en
decocción ligera (aproximadamente 100 gramos del producto para un litro de agua,
que se llevará a ebullición durante una decena de minutos para dejar reposar
luego durante varias horas a fin de que los principios activos de la planta se
disuelvan bien).
ASPÉRULA OLOROSA: ¡Curiosa florecilla, que debe su nombre a un perfume que no
desprende más que después de estar muerta y seca! Crece y florece en primavera
en el interior de los bosques húmedos, donde forma, según palabras de un
botánico un poco poeta, «vías lácteas en miniatura».
Muy buscada antiguamente en Alsacia y en Alemania, donde era utilizada para
fabricar el Maitrank, o «vino de mayo», hoy en día no es utilizada más que en
infusión como diurético y en decocción para combatir las enfermedades de la
mujer.
Para obtener este famoso vino de mayo, hacer macerar durante una semana un buen
puñado de aspérulas frescas en un litro de vino ligero, luego filtrar. Esta
bebida perfumada es particularmente refrescante, siendo además muy tónica.
Para una infusión, echar algunas briznas de la planta entera fresca, en el
momento en que apenas acaba de florecer, en una taza de agua. No dejar
infusionar más de cinco minutos.
En decocción, utilizar 50 gramos de planta seca por un litro de agua.
Administrar en inyecciones vaginales para combatir la metritis.
AZUCENA: Todos los heráldicos están de acuerdo en que no es la azucena la que,
estilizada, se halla representada en los escudos de armas de la familia de
Francia, sino el lirio amarillo. Esta usurpación de nombre fue hecha en favor de
una contracción que, de «flor de Louis» —fue el rey Luis VII el Joven quien
introdujo la planta en su blasón— dio «flor de lis».
El verdadero lirio blanco o azucena no pierde nada con esta precisión histórica,
ya que sus propiedades medicinales, en uso externo principalmente, han sido
siempre reconocidas.
Para curar los abscesos y los furúnculos, hacer cocer al horno o bajo las
cenizas un bulbo previamente envuelto en papel mojado, luego en una hoja de
papel de aluminio. Machacar e introducir en una tela fina para confeccionar así
una cataplasma. Se puede también cocer el bulbo en leche.
Los emplastos de pétalos de azucena macerados en aguardiente aceleran la
cicatrización de las pequeñas heridas.
BARDANA: Hace la delicia de los niños, que se bombardean con sus frutos, los
cuales se enganchan tanto en sus ropas como en sus cabellos. Pero es también un
remedio muy apreciado desde que el rey Enrique III se vio libre, gracias a ella,
de una sífilis que le corroía. Buen número de autores han puesto en duda esta
curación, estimando que las virtudes antibióticas de la planta, por reales que
sean, no eran lo suficientemente potentes como para conseguir tal resultado.
Parece sin embargo que se hallan en un error, ya que Jean Palaiseul (op. cit.)
indica que el doctor Cazin consiguió, únicamente con la ayuda de una cura de
bardana, resolver un caso de sífilis terciaria.
De todos modos, si uno se ve afectado por esta temible enfermedad, es con mucho
preferible acudir al médico antes que al herbolario.
En cambio, los emplastos de raíz fresca reducida a pulpa curan muy rápidamente
los furúnculos. En decocción, hace desaparecer las enfermedades de la piel; en
alcoholatura, calma rápidamente las crisis de gota.
BOJ: En las regiones donde no crece el olivo, son las ramas de este arbusto las
que son utilizadas el día de Ramos, y se descubren frecuentemente entre las
familias creyentes hojas de boj bendito colgadas a la cabecera de la cama. Como
planta medicinal, es utilizada principalmente en decocción (de 20 a 30 gramos de
hojas frescas o secas para un litro de agua) a fin de reemplazar la quinina para
hacer bajar los accesos de fiebre, palúdica o no.
BOLDO: He aquí una planta que nadie podrá descubrir en las praderas de nuestra
vieja Europa, ya que crece exclusivamente en Chile, en la zona central del país.
Pero todos los buenos herbolarios están abundantemente provistos de él, con gran
fortuna de aquellos que sufren del hígado.
En infusión (algunas hojas en medio litro de agua), combate las insuficiencias
hepáticas, al tiempo que el aparato genitourinario se beneficia de su poder
antiséptico. A notar que el boldo, siendo relativamente amargo, conviene
mezclarlo con otras plantas para obtener una infusión que sea bebible, o al
menos endulzarla abundantemente con una miel muy aromatizada.
BORRAJA: Fueron los cruzados quienes introdujeron su uso en Occidente y, además,
su nombre original árabe significa «padre del sudor». Durante siglos ha sido
utilizada como planta medicinal y también como verdura, y su sabor recuerda, al
parecer, el del pepino.
En infusión (una cucharadita de café de flores secas por taza), combate las
inflamaciones de las vías respiratorias, así como las nefritis.
BREZO: Proporciona la madera con la que se fabrican las pipas, y sus flores
secas, tomadas en infusión (de 30 a 40 gramos para un litro de agua) son un
poderoso diurético al mismo tiempo que un excelente desinfectante de las vías
urinarias, a utilizar para eliminar las secuelas de algunas enfermedades
venéreas tales como la blenorragia.
CALÉNDULA: Esta planta, llamada también maravilla, «que mantiene sus flores
hasta bien entrado el invierno», como escribía Olivier de Serres, es adecuada
tanto para el tratamiento interno como para la aplicación externa.
En infusión (de 30 a 40 gramos de flores por un litro de agua), cura las
obstrucciones del hígado, las ictericias y los trastornos de la menstruación.
Machacadas, sus flores frescas constituyen una excelente cataplasma contra los
sabañones o para ayudar a las pequeñas heridas a cicatrizar.
CAMOMILA: Esta florecilla blanca o amarilla, según tenga derecho al calificativo
de romana o de alemana, es una verdadera panacea. Se puede, en efecto, contar
con ella para aliviar los retortijones de estómago, facilitar las digestiones
penosas, atenuar los espasmos gástricos, devolver el apetito, recuperar las
fuerzas en caso de fatiga general, facilitar la aparición y el desarrollo de las
reglas, calmar las neuralgias y los accesos de fiebre periódicos. Cura también
las ulceraciones de la piel, los panadizos, las cortaduras y las aftas.
Reabsorbe finalmente los esguinces, las torceduras, y combate la inflamación de
los párpados.
El mejor medio de aprovechar todas estas virtudes sigue siendo aún tomarla en
infusión a razón de diez flores secas aproximadamente por cada taza de agua.
El aceite de camomila, utilizado en masajes en caso de contusión, se obtiene
haciendo macerar en caliente, al baño maría, 100 gramos aproximadamente de
flores en medio litro de aceite de oliva. Pasar al cabo de dos horas.
La decocción, finalmente, que se aplica en compresa sobre los párpados
irritados, se prepara con 20 a 30 gramos de flores secas para un litro de agua.
CASTAÑO DE INDIAS: Fue un médico, el doctor Bachelier, quien lo aclimató en
Francia, a principios del siglo XVII. El intracto que se obtiene de sus frutos
entra en la composición de más de cincuenta especialidades farmacéuticas, todas
ellas destinadas al sistema circulatorio. Su corteza, tónica, amarga y
astringente, posee, en un grado menor, las mismas propiedades que su fruto, del
que es conveniente sin embargo desconfiar, ya que se revela tóxico al morderlo.
Para reforzar la resistencia de los vasos sanguíneos y aliviar las hemorroides,
tomar una decocción compuesta con 10 gramos de castañas trituradas y 30 gramos
de corteza para un litro de agua.
CAPUCHINA: Cuando los conquistadores la trajeron de los confínes de la
cordillera de los Andes, se le dio el nombre de berro de Indias, tanto para
recordar su origen exótico como para indicar que era un alimento apreciado en
ensalada. Más tarde se observó que era un maravilloso antibiótico natural,
presentando sobre sus competidores químicos la ventaja de no destruir la flora
intestinal. En infusión (doce flores frescas para un cuarto de litro de agua),
cura rápidamente las gripes y los enfriamientos.
CARRASPIQUE: Su fruto triangular y, sobre todo, muy aplastado, evocaba a
nuestros antepasados las bolsas que los campesinos llevaban a la cintura y que,
desgraciadamente para ellos, raramente estaban repletas. Pero este signo externo
de pobreza no debe hacer dudar de las propiedades de esta pequeña crucífera, muy
abundante en las paredes viejas y las ruinas.
La primera, la más notable, es sin duda ser uno de los hemostáticos naturales
más potentes que se puedan encontrar. Su acción sobre la fibrina de la sangre,
que favorece la coagulación, la hace pues recomendable como cura regular para
los hemofílicos, al igual que en tratamientos puntuales para detener las
hemorragias anormales, tales como las hemorragias nasales o las hemorroides.
El mejor modo de consumirla sigue siendo aún hacer macerar un centenar de gramos
de plantas frescas cortadas a trozos pequeños en un litro de vino tinto durante
ocho días, luego pasarlo y beber a razón de una cucharada sopera cada hora.
CELIDONIA: Es preferible desconfiar de esta planta, cuyo jugo puede matar a un
perro de buen tamaño. De modo que tan sólo la señalamos por su savia amarillenta
que rezuma al romper el tallo y que corroe las verrugas.
CENTAUREA (MENOR): Quirón el centauro, herido por Heracles, la utilizó para
cicatrizar sus heridas, lo cual le valió durante siglos la reputación de ser una
hierba mágica. Hoy en día se tienen más en cuenta sus propiedades antifebriles y
tónicas.
La infusión se prepara con 30 gramos de plantas enteras para un litro de agua.
CENTINODIA: No todos los autores están de acuerdo sobre la forma de utilizar
esta planta trepadora. Algunos de ellos no consideran más que su rizoma, otros
sus tallos, sus hojas y sus flores. Sin tomar partido en la disputa, anotemos
simplemente que, sea cual sea la solución elegida, las indicaciones son siempre
las mismas, es decir, la diarrea, las leucorreas, los esputos de sangre y las
hematurias.
Para combatirlos, los sostenedores de la utilización de la raíz preconizan la
maceración del rizoma. Los de la planta prefieren una decocción obtenida con 30
gramos de tallos frescos o 50 gramos de tallos secos para medio litro de agua.
COLA DE CABALLO: Es un verdadero almacén de sílice, puesto que sus cenizas lo
contienen hasta en un 80% y, examinando sus hojas con una lupa, pueden
apreciarse pequeños fragmentos brillantes. Es pues un notable remineralizador,
superior incluso al calcio.
Para combatir el raquitismo o ayudar a la resoldadura de una fractura, beber,
entre las comidas, una decocción de 100 gramos de colas de caballo que hayan
hervido durante una media hora en un litro de agua.
Contra las incontinencias urinarias y las hematurias (orina sanguinolenta),
tomar una decocción más concentrada (150 gramos de colas de caballo para un
litro de agua).
CONSUELDA (MAYOR): La historia ocurre en la Edad Media. Una sirvienta, un poco
voluble, acababa finalmente de encontrar marido, y deseaba que él no se enterara
de sus aventuras pasadas. Decidió pues, para recuperar una virginidad perdida
hacía ya mucho tiempo, bañarse en una preparación a base de consuelda.
Permaneció un cierto tiempo en el baño, luego se fue a hacer los preparativos de
su boda, olvidando vaciar la tina.
Su dueña, viendo aquella agua tibia, se sintió tentada a su vez por las alegrías
del baño y se metió en ella. Se dice que su marido, cuando se reunió con ella
por la noche en la cama, creyó verdaderamente en un milagro al constatar que la
madre de sus hijos se había vuelto de pronto «doncella»...
Ciertamente, el propio nombre de consuelda deja entender bien que se trata de
una planta capaz de «soldar», pero de ahí a creer que pueda poseer tales efectos
hay un gran paso, que no pensamos franquear.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que su raíz, seca y diluida en agua, permite
preparar compresas que activan la cicatrización de quemaduras y pequeñas
heridas. Igualmente, las maceraciones de esta raíz (150 gramos para un litro de
agua dejados en maceración al menos durante tres horas), tomadas a razón de tres
o cuatro tazas al día, favorecen la regeneración de las mucosas gástricas
atacadas por las úlceras.
CORAZONCILLO: Su perfume de incienso le había valido, en la Edad Media, el
sobrenombre de «arrojadiablos», pero su verdadero combate es contra la infección
más que contra los malos espíritus. El doctor Leclerc anota en efecto que «la
esencia y la resina que albergan los remates floridos de la planta son un
antiséptico muy útil en el tratamiento de las heridas, de las úlceras y de las
quemaduras». Y el autor da la composición del aceite que es conveniente utilizar
en estos distintos casos: «Hacer macerar durante tres días 500 gramos de remates
floridos recién cogidos y cortados en una mezcla de 1.000 gramos de aceite de
oliva y de 500 gramos de vino blanco; hacer hervir inmediatamente al baño maría
hasta consumir el vino. Si no pueden disponer de plantas frescas, añade, hagan
macerar más tiempo —de 6 a 8 días— 200 gramos de plantas secas y remuevan la
mezcla dos veces al día. Filtren luego e introduzcan en varios frascos este
aceite, que tomará aún más rápidamente una hermosa tonalidad rojiza si
entretanto lo han expuesto al sol».
DULCAMARA: En el campo, los niños mastican su tallo que, amargo al principio, se
vuelve dulce como el regaliz. Es una imprudencia, ya que esta planta contiene
alcaloides que pueden ser tóxicos. Nos limitaremos pues a recomendarla en
aplicaciones externas para aliviar las hemorroides que no sangren.
Preparar una decocción utilizando 50 gramos de tallos secos para un litro de
agua. Aplicar en compresa.
EGLANTINA: Esta hermosa flor silvestre del escaramujo, llamada también gavanza,
recibe el sobrenombre de «rosa perruna» debido a que, en la Antigüedad, se creía
que podía curar a las personas mordidas por un perro rabioso. Produce un fruto
de nombre bárbaro: el cinorrodón. Está compuesto por una cápsula roja que
contiene como un plumón —utilizado como picapica por los niños— que rodea el
auténtico fruto o aquenio.
Según Jean Palaiseul (op. cit.), este plumón «es un vermífugo ideal contra los
ascárides lombricoides, parásitos que viven en el intestino delgado del hombre y
del cerdo: administrado en ayunas en dosis de 15 centigramos, envuelto en miel,
actúa inmediata y mecánicamente sobre las lombrices, a las que mata sin provocar
la menor irritación de la mucosa intestinal y sin ningún peligro para el
sujeto».
Más agradable es la confitura realizada con la envoltura carnosa que rodea este
plumón, y que se revela como un excelente reconstituyente. Recientes análisis
han demostrado en efecto que 100 gramos de esta envoltura contienen tanta
vitamina C como un kilo de limones.
Fabrice Bardeau, en La Pharmacie du Bon Dieu, da la receta de esta confitura,
que ha descubierto en una obra del siglo XVIII
«Tomar los frutos bien maduros y cuidadosamente desprovistos de su plumón y
corazón interno. Se cortan en trozos pequeños, luego se rocían con un poco de
vino tinto. Se cubre el recipiente y se deja macerar durante veinticuatro horas
en un lugar fresco. Después se tritura todo en un mortero para obtener la pulpa,
que se pasa por el tamiz a fin de eliminar la corteza.
»Para 500 gramos de esta pulpa, convendrá prever 750 gramos de azúcar ,que se
hará cocer sólo hasta formar un jarabe. Se diluye luego en él la pulpa, dejando
cocer unos breves instantes. Se dejará enfriar un poco antes de meter en
tarros».
ERYSIMUM: Es la providencia de los cantantes, de los actores, de los abogados y,
en general, de todos aquellos que necesitan tener una voz clara. Para aliviar
las cuerdas vocales, pues, o hacer desaparecer una ronquera, tomar de 4 a 5
tazas diarias de una tisana compuesta del siguiente modo: echar en un litro de
agua tibia una cincuentena de gramos de hojas secas; dejar macerar toda una
noche, filtrar, y beber tibia azucarando con miel.
ESPINO BLANCO: El «hermoso espino blanco» tan caro al poeta, tiene una larga
carrera tras de sí. ¿No se dice acaso que la zarza ardiente junto a la cual
Moisés se entrevistó por primera vez con su dios era un espino blanco, y que la
corona de espinas de Cristo estaba hecha con sus ramas?
Tanto en Grecia como en Roma, el arbusto era considerado como un amuleto. Los
caballeros de la Edad Media veían en él un testimonio de esperanza y, antes de
tomar la ruta de las cruzadas, todos ellos ofrecían una rama a la dama de sus
pensamientos a fin de que ella recordara siempre a aquel que estaba guerreando
lejos.
Todo esto, por supuesto, no es más que anécdota y superstición. Lo que sí es
cierto, en cambio, es que los sabios norteamericanos acaban de descubrir que
esta planta normaliza la tensión y combate la arritmia cardíaca, así como la
taquicardia. Hubieran podido ahorrarse largas investigaciones, ¡puesto que ya
Dioscórides decía lo mismo hace varios siglos, aunque formulándolo de otro modo!
De hecho, todo es bueno en el espino blanco: las flores, por supuesto, los
frutos, las hojas, e incluso la corteza de las ramillas.
Contra las variaciones de la tensión y los trastornos cardíacos, se preferirá la
infusión de flores (una cucharadita de café por cada taza de agua hirviendo).
Para hacer bajar la fiebre, se recurrirá a una decocción preparada con la
corteza de las ramillas.
Finalmente, para parar una diarrea, algunas tazas de infusión de frutos secos
serán excelentes.
EUCALIPTO: Importado de Australia, merece doblemente su sobrenombre de árbol de
la fiebre puesto que, siendo muy ávido de agua, contribuye a desecar las
regiones en las cuales es plantado, evitando así la proliferación de los
mosquitos responsables de la transmisión de algunas enfermedades febriles, y
además se revela en algunos casos como un febrífugo más potente que la quinina.
Alivia también los catarros nasales, las bronquitis, las afecciones gripales, y
destruye además las bacterias. Fumado como cigarrillo, calma las crisis de asma.
La decocción de eucalipto se prepara haciendo hervir una veintena de gramos de
hojas de este árbol durante un minuto en un litro de agua, luego dejándolas
durante un buen cuarto de hora.
FRESNO: Este gran árbol era considerado antiguamente como el enemigo jurado de
las serpientes, las cuales, fuera cual fuese la hora del día, huían de su
sombra. Más serias son sus cualidades diuréticas, de las que cualquiera puede
aprovecharse plenamente gracias a una deliciosa bebida, que no deja de recordar
a la sidra espumosa, y que se fabrica aún en algunas zonas rurales.
Para obtener 5 litros de este brebaje, se necesitan 5 gramos de hojas de fresno
secas, 5 gramos de achicoria silvestre, 6 gramos de levadura de cerveza, 3
gramos de ácido tártrico (de venta en todas las farmacias) y 250 gramos de
azúcar cristalizado.
Echar las hojas de fresno en un litro y medio de agua hirviendo y dejar en
infusión durante tres horas. Disolver también el azúcar en un litro y medio de
agua, pero fría. Echar otro litro y medio de agua hirviendo sobre la achicoria y
disolver el ácido tártrico en el medio litro de agua restante.
Echar a continuación en un barrilito primero el jarabe de azúcar, luego la
infusión de fresno pasada por el tamiz, el agua de achicoria, también pasada, la
solución del ácido tártrico, y finalmente la levadura de cerveza disuelta en un
vaso de agua tibia. Durante once días, se deja fermentar la mezcla, tomando buen
cuidado de retirar la espuma que aparecerá por el canillero del barrilito,
completando el volumen con un poco de agua fresca cada vez que se proceda a esta
operación. Pasado este lapso se mete el líquido en botellas que se cierran muy
herméticamente, almacenándolas de pie en una bodega que sea fresca. Quince días
más tarde, la bebida de fresno está lista para ser consumida.
FUMARIA: El origen de su nombre es discutido, pero importa poco el que sea
debido al hecho de que los antiguos imaginaban que esta planta nacía de los
humos de la tierra o de que su jugo hacía brotar lágrimas de los ojos como el
humo. Lo que sí cuenta son sus propiedades, que le permiten curar la hepatitis
al tiempo que estimulan el apetito y ayudan a enriquecer la composición de la
sangre. Es conveniente sin embargo prestar mucha atención a su utilización ya
que, si la cura de fumaria dura más de una decena de días, sus consecuencias se
invierten, y se convierte en calmante e hipnótica.
La decocción se prepara echando 50 gramos de plantas frescas —o el doble de
plantas secas— en un litro de vino o de agua. En este último caso, la tisana
debe ser consumida en las veinticuatro horas siguientes, mientras que, en el
primero, un vaso de vino antes de cada comida es suficiente para que el remedio
produzca todos sus efectos.
GARIOFILEA: Los soldados del ejército del Rin, que debían conquistar Europa al
mando de Napoleón Bonaparte, le deben mucho. En el año IV de la República, en
efecto, la quinina era rara, y los remedios para hacer bajar la fiebre eran por
aquel entonces prácticamente todos a base de esta planta. Fue entonces cuando un
médico, recordando sin duda las tisanas de su pueblo natal, tuvo la idea de
utilizar la raíz de esta pequeña rosácea. Los resultados fueron excelentes, y
sus colegas le imitaron muy pronto, en beneficio de gran número de soldados.
Además de sus propiedades febrífugas, la gariofílea es también un potente
andidiarreico si es tomada en infusión, y su decocción se revela excelente para
el lavado de las úlceras varicosas.
GERANIO: No nos equivoquemos, no se trata en absoluto de las hermosas flores que
decoran tantos balcones, tanto en la ciudad como en el campo. Esas geraniáceas
son de hecho pelargonios, parientes próximos del geranio Robertianum que nos
interesa aquí, pero que no tienen ninguna propiedad terapéutica.
Este geranio, llamado también hierba de San Roberto, crece en estado silvestre,
en los viejos muros y en los setos. Sus flores machacadas desprenden un perfume
que recuerda en cierto modo el nauseabundo olor que desprenden los chivos a su
alrededor. Pero, pese a este fétido pelente, un emplasto de hojas reducidas a
pasta basta para detener las hemorragias pequeñas. Igualmente, las cataplasmas
de hojas frescas —esta vez no machacadas— ayudan a eliminar la obstrucción de
los senos en las madres que dan el pecho a sus hijos.
En decocción (50 gramos de planta entera seca para un litro de agua), el geranio
Robertianum combate eficazmente las úlceras gástricas, las hemorragias internas,
la gastroenteritis y la diabetes.
GORDOLOBO: Conocido desde Hipócrates, el gordolobo es una planta de flores
amarillas cuyas hojas están cubiertas por un ligero vello blanquecino, que aún
hoy es utilizada para calmar el catarro bronquial, contra el cual sus
propiedades ligeramente narcóticas hacen maravillas.
En Irlanda se sostiene que, hervido con leche, es capaz de curar la
tuberculosis. La misma preparación sirve además para hacer cataplasmas que
activan la maduración de abscesos y de furúnculos. Resulta por otra parte
aconsejable no contentarse con aplicar las hojas sobre el absceso, sino beber
también la leche en la cual se han cocido, cuya acción depurativa ayudará a la
eliminación de las toxinas y, por ello, acelerará el proceso de curación.
GRAMA: Diurética, sedante y antiséptica a la vez, esta «mala» hierba es de hecho
una de las mejores amigas del hombre, que la ha utilizado durante mucho tiempo
para combatir las consecuencias de algunos encuentros amorosos que por aquel
entonces se llamaban púdicamente «la patada de Venus». Hoy en día se recurre a
los antibióticos para cumplir este papel, que por otro lado realizan muy bien.
La grama ya no es pues utilizada más que como un diurético desinfectante.
La decocción de grama, debido al vigor de su raíz y al amargor que desprende, se
prepara en dos tiempos. En primer lugar, se remojan los rizomas durante algunas
horas, luego, una vez ablandados, se sacan del agua para aplastarlos
ligeramente. Esta primera agua de remojo, muy amarga, es desechada, y se vuelven
a sumergir las raíces en un litro y medio de agua, que se lleva a ebullición
durante una veintena de minutos. Ya no queda más que dejar reposar la decocción
y pasarla antes de bebería tibia. Es sin embargo aconsejable aromatizarla, con
miel por ejemplo, para atenuar el amargor que persiste pese a estas
precauciones.
HELECHO MACHO: Luis XVI pagó 1.800 francos a doña Nouffer, una curandera suiza,
por la receta siguiente, que es excelente para expulsar la solitaria: «Tomar 12
gramos de polvo de raíz de helecho macho y disolverlos en 190 gramos de agua de
tila. Hacer beber la preparación al paciente, el cual, la víspera, no habrá
comido más que una sopa de pan. Administrarle dos horas más tarde un purgante».
Tras haber hecho verificar por varios médicos la eficacia del remedio, el rey
encargó a su ministro Turgot hacerlo divulgar por entre el pueblo. Fue una sabia
decisión, puesto que aún hoy en día se utiliza el extracto de helecho macho,
pero asociado con el éter en vez de con la tila, para expulsar a los huéspedes
indeseados.
HELENIO: Esta planta, según la leyenda, nació de las lágrimas derramadas por la
hermosa Helena cuando fue raptada por Paris. Hipócrates, Dioscórides y Galeno,
más médicos que poetas, la estimaban principalmente por su bienhechora acción
sobre el útero, las vías urinarias y el aparato respiratorio. Hoy en día se
sigue utilizando por las mismas razones.
Es la raíz de esta gran flor amarilla la que se utiliza, una vez secada y
triturada, y de 20 a 30 gramos de esta preparación en un litro de agua permiten
preparar una infusión capaz de calmar las toses y las bronquitis más rebeldes.
El vino de helenio, por su parte, estimula la acción del hígado y de los
riñones. Se prepara haciendo macerar, durante ocho días, aproximadamente, 80
gramos de raíces trituradas en un litro de buen vino tinto.
En cuanto a la decocción (10 gramos en 100 gramos de agua), alivia las pequeñas
enfermedades estrictamente femeninas.
HIEDRA: El profesor Binet estima que posee «sobre el organismo humano un temible
poder de destrucción de los glóbulos rojos». En estas condiciones, es, pues,
preferible reservarla a un uso externo, aunque se puede servir de ella para
hacer tisanas purgantes muy enérgicas.
En cambio, sus hojas, que presentan la inestimable ventaja de permanecer verdes
todo el año, una vez trituradas, constituyen excelentes emplastos para fundir la
celulitis y calmar los dolores reumáticos.
Jean Palaiseul (op. cit.) las recomienda igualmente para hacer desaparecer los
callos.
«Tras un baño caliente prolongado, escribe, aplicar una hoja previamente
remojada durante dos o tres horas en jugo de limón o macerada de uno a dos días
en vinagre;
recubrir con un vendaje, esto cada día, hasta que el callo esté listo para
desprenderse en un baño caliente.»
HIEDRA TERRESTRE: Llamada comúnmente así debido a sus largos tallos rampantes,
no tiene sin embargo ningún punto en común con la precedente, excepto una vaga
semejanza. Excelente remedio contra las afecciones pulmonares, durante mucho
tiempo ha sido el medicamento específico de la tisis. Se la sigue empleando para
calmar los catarros bronquíticos y las toses «abundantes», tanto en infusión (5
gramos aproximadamente para una taza de agua) como en jarabe.
Para obtener este último, picar en un mortero diez buenos puñados de plantas
frescas, rociándolas con la infusión precedente. Dejar luego macerar durante
media jornada en un recipiente cubierto. Pasar por una tela fina apretando muy
fuerte para exprimir todos los jugos, luego hacer hervir el líquido así
obtenido. Añadir el azúcar y hacer cocer hasta obtener la consistencia deseada.
Conservar en una botella bien tapada.
HIERBA CANA: Esta planta es un notable regulador de la circulación sanguínea, y
es completamente adecuada para las mujeres que sufren ausencia de menstruaciones
o reglas dolorosas. Tres o cuatro tazas diarias de una cocción realizada con 50
gramos de plantas frescas o secas por litro de agua pueden poner fin a todos
estos males. Conviene sin embargo no abusar de ella, ya que la hierba cana
contiene un alcaloide, la senecionina, que puede ser peligroso.
Aplicada en cataplasma tras haber sido cocida, alivia las hemorragias, así como
la obstrucción mamaria de las madres lactantes.
HISOPO: Tal como lo indica San Juan en su Evangelio, fue al extremo de una rama
de hisopo que el soldado tendió a Jesucristo la esponja empapada en vinagre. Hoy
en día, esta planta, tomada en infusión, es utilizada como expectorante para
liberar los bronquios. El doctor H. Leclerc precisa sin embargo «que hay que
administrarla con una cierta prudencia, sobre todo a los sujetos cuyo sistema
nervioso es particularmente impresionable».
LAVANDA: Siempre ha sido utilizada como antiséptico. Los cazadores mediterráneos
machacaban sus hojas para dar unos toques a sus perros mordidos por una
serpiente; los soldados romanos utilizaban su aceite para desinfectar sus
heridas; las matronas frotaban con ella la cabeza de sus hijos para
despiojarlos.
«Una vez más, escribe Jean Palaiseul (op. cit.}, los análisis modernos han
mostrado que el empirismo había visto certeramente que el aceite esencial
extraído de la lavanda es un poderoso antiséptico (en dosis ínfimas —de 0,5 a
0,2%— mata al bacilo de la difteria, al de la tifoidea, al bacilo de Koch, así
como al estreptococo y al neumococo), al mismo tiempo que un notable
neutralizador del veneno...»
Para eliminar la migraña, ayudar a las digestiones difíciles, curar la gripe, el
asma o la bronquitis, tomar tres o cuatro tazas diarias de una infusión obtenida
con aproximadamente 5 gramos de flores secas para una taza de agua.
Para las contusiones, los esguinces, las úlceras, algunas dermatosis y las
grietas, aplicar la maceración siguiente:
Hacer macerar durante quince días 100 gramos de flores secas en medio litro de
alcohol de 30°, removiendo bastante a menudo. Al cabo de este tiempo, filtrar a
una botella bien tapada.
LINO: Los hombres del neolítico lo utilizaban ya para tejer sus telas. Los
pintores, por su parte, apreciaban su aceite, que daba a sus telas un agradable
brillo.
Es su semilla lo que interesa a los fitoterapeutas, que la recomiendan, en
maceración (de 15 a 20 gramos en un litro de agua fría), contra todas las
afecciones de las vías digestivas y urinarias e incluso contra la blenorragia.
Pero son las cataplasmas realizadas a partir de la harina que se extrae de ella
las que son más conocidas. Por otro lado, lo mejor es que uno mismo machaque las
semillas para obtener esta harina, y no hacerlo más que a medida de las
necesidades. Mal conservada, fermenta y produce ácido cianhídrico, que provoca
erupciones cutáneas.
Las cataplasmas, que deben ser aplicadas relativamente calientes, pero no
quemando, son indicadas para curar las bronquitis y los dolores musculares.
LÚPULO: Antiguamente a la cerveza no se le incorporaba lúpulo. Pero las cosas
han ido cambiando, y hoy en día esta bebida refrescante se ha convertido en un
brebaje saludable, diurético, depurativo, y capaz de calmar los ardores amorosos
excesivos. A condición, por supuesto, de no abusar de ella...
El lúpulo puede ser preparado en infusión (20 gramos de planta seca por un litro
de agua) para devolver el apetito a aquellos que lo han perdido, hacer bajar la
fiebre y calmar el nerviosismo. En dosis más fuerte, ayuda igualmente a
encontrar el sueño. A notar por otra parte que en algunos países nórdicos se
tapan las orejas con conos de lúpulo y que, dicen, ésta es la mejor forma de
asegurarse una noche tranquila.
MALVA (MAYOR Y MENOR): Las hojas de esta planta bisanua recuerdan las de la
hiedra, pero, así como la malva mayor puede alcanzar hasta 50 centímetros de
altura, la menor no crece más que tendida sobre el suelo.
En infusión (15 gramos de flores secas por litro de agua) cura las bronquitis y
calma las inflamaciones de las vías urinarias. En decocción (30 gramos de hojas
secas por litro de agua), proporciona un gargarismo excelente contra la
amigdalitis y una loción que hace desaparecer las pequeñas irritaciones de la
piel.
MALVAVISCO: Muy curiosamente, no entra en absoluto en el famoso pastel de miel
que hace las delicias de los niños al mismo tiempo que calma su tos. En cambio,
era muy utilizada en la Edad Media por aquellos que debían sufrir el «juicio de
Dios» y que, antes de prestarse a la prueba del fuego, se embadurnaban las manos
con un ungüento a base de ella a fin de no mostrar inmediatamente más que
quemaduras ligeras, insuficientes para establecer su culpabilidad.
Afortunadamente, ya no nos hallamos en esas circunstancias, y si hoy en día aún
se utiliza es para suavizar males más corrientes.
Contra los abscesos, furúnculos, irritaciones de la piel y de las mucosas,
utilizar una maceración obtenida echando en agua caliente la raíz triturada.
Algunas flores en infusión en esta maceración permiten obtener un calmante
pectoral muy eficaz que permite también curar, en gargarismos o en baños
bucales, los males de la garganta y las aftas.
MANDRÁGORA: Es la raíz de los alquimistas, la que crecía al pie de las horcas,
engendrada por el semen de los ajusticiados. Los brujos acudían a recolectarla
en las noches sin luna, escoltados por un perro negro, para intentar
inmediatamente insuflarle la vida y hacer de ella un homúnculo capaz de realizar
todos sus deseos.
En realidad, y puesto que hay que separar la realidad de la imaginación, la
mandragora, si bien existe realmente, no crece en nuestras latitudes. Necesita
un clima más cálido. Lo que sí es cierto, en cambio, es que su voluminosa raíz
adopta vagamente la forma de un ser humano, y se comprende a raíz de ello todas
las malinterpretaciones que su apariencia ha podido inspirar.
Desde el punto de vista estrictamente médico, apenas posee ninguna cualidad,
excepto una acción vagamente narcótica y analgésica.
MARRUBIO BLANCO: Esta planta, que sirve tanto para los bronquíticos como para
los asmáticos, a los enfermos afectados por debilidad cardíaca que a los que son
víctimas de un acceso de paludismo, a las mujeres que sufren reglas dolorosas
que a los hepáticos, se halla en abundancia al borde de los caminos, en los
pedregales y en los terrenos baldíos. Se puede preparar de diversas formas sin
jamás quitarle ninguna de sus propiedades, por lo que la elección no es de hecho
más que una cuestión de gusto.
Jarabe: 3 gramos de extracto de marrubio para 200 gramos de azúcar.
Vino: hacer macerar durante una semana 50 gramos de plantas secas en un litro de
vino blanco o tinto. Azucarar ligeramente.
Infusión: 30 gramos de plantas enteras secas para un litro de agua.
MELILOTO: Su nombre proviene del griego meli, que significa miel. Ello es debido
al aprecio que tienen las abejas hacia sus flores blancas o de color amarillo
vivo, que caen en racimos a lo largo de su alto tallo.
Su infusión (50 gramos de flores secas para un litro de agua) calma la
excitación nerviosa y ayuda a encontrar el sueño, al mismo tiempo que activa el
trabajo de los riñones y desinfecta las vías urinarias.
MELISA: Si el nombre de la planta anterior tenía una raíz griega que significaba
miel, ésta ha tomado el suyo del griego melissa, que se traduce por «abeja».
Ambas se hallan pues muy próximas.
De hecho, la melisa es famosa sobre todo por el agua que lleva su nombre, y cuya
composición hemos dado más arriba. Pero se puede fabricar también un vino de
melisa haciendo hervir durante un cuarto de hora 200 gramos de hojas en un litro
de vino blanco suave. Tomado a pequeñas dosis, atenúa los vértigos y los
espasmos cardíacos.
MUÉRDAGO: Contrariamente a la leyenda, el muérdago no crece en los robles, a los
que haría reventar, sino sobre los manzanos y los álamos. Desde la más remota
Antigüedad, esta planta ha sido considerada como una panacea. Lo cual no es
sorprendente, puesto que muy recientes investigaciones han demostrado que
constituye un excelente remedio contra la hipertensión y la arteriesclerosis. Un
sabio suizo, Rudolf Steiner, ha puesto incluso a punto una terapéutica contra el
cáncer en la que el muérdago es un elemento esencial.
Para obtener el mayor provecho de todas sus propiedades, hacer macerar 50 gramos
de hojas de muérdago finamente cortadas en un litro de vino blanco seco. Filtrar
y beber antes de cada comida.
OLMO: Se emplea la segunda corteza de las ramas jóvenes para confeccionar una
decocción (100 gramos de corteza seca por un litro de agua) que, aplicada en
compresa sobre las herpes y las placas de eccema, las hace desaparecer.
PARIETARIA: Se parece a la ortiga, crece como ella en las viejas paredes, pero
no pica. Su infusión (30 gramos de planta fresca para un litro de agua) favorece
la diuresis y permite pues curar la litiasis al tiempo que calma los cólicos
nefríticos que la acompañan.
PASIONARIA: Es originaria de las regiones cálidas de América y, si se la
denomina así, es debido a que su flor se parece —simbólicamente, se entiende— a
todos los instrumentos de la Pasión de Cristo. Con un poco de imaginación, en
efecto, puede verse en su corola la corona de espinas, los clavos en su triple
pistilo, el martillo en sus estambres, las lanzas romanas en sus puntiagudas
hojas y, finalmente, el látigo en los pequeños zarcillos que surgen de su tallo.
Sus propiedades son esencialmente calmantes, y las personas ansiosas, nerviosas
o simplemente afectadas por el insomnio hallarán alivio bebiendo, antes de
acostarse, una taza grande de agua en la cual se habrá hecho infusionar durante
un cuarto de hora 5 gramos de hojas secas.
PIE DE GATO: Crece en los pastos alpinos y florece en mayo. Una infusión de sus
flores secas (una pulgarada para una taza de agua) descongestiona la vesícula
biliar.
PINO SILVESTRE: Es bien sabido lo conveniente que es el aire de las pinedas y de
los abetales para los asmáticos, que encuentran allí la alegría de respirar
libremente. Las preparaciones a base de pino son pues particularmente
recomendadas a todos aquellos que sufren de los bronquios o de los pulmones.
Contra la gripe o la bronquitis, se utilizará una infusión de brotes (50 gramos
aproximadamente para un litro de agua), cuya acción será reforzada por
inhalaciones de la siguiente mezcla: 1 gramo de esencia de lavanda, 2 gramos de
esencia de pino, 2 gramos de esencia de tomillo. 4 gramos de esencia de
eucalipto, todo ello diluido en 150 gramos de alcohol de 90°.
Se puede también confeccionar un jarabe que tendrá el mérito de suavizar la
garganta al tiempo que calma la tos: hacer macerar durante media hora 50 gramos
de brotes de pino en el mismo peso de alcohol de 60°; echar esta preparación en
un litro de agua hirviendo; dejar macerar de nuevo durante seis horas; filtrar y
añadir un peso equivalente de azúcar en polvo. Colocarlo todo a reducir al baño
maría hasta obtener la consistencia deseada.
Para el baño, preparar una decocción haciendo hervir en 15 litros de agua y
durante dos horas, 2 kilos de agujas, de pinas y de ramitas de pino trituradas.
Añadir esta decocción al agua del baño, cuyos vapores liberarán las vías
respiratorias, mientras que los principios activos calmarán los dolores
reumáticos y curarán las enfermedades de la piel.
PLANTAINA: Alimenta a los pájaros y cura al hombre de más de veinte
enfermedades, si hay que creer a Plinio. Sin ir tan lejos, se puede retener el
que sus hojas frescas machacadas ayudan a las heridas pequeñas a cicatrizar muy
rápidamente.
Una infusión concentrada de sus hojas (100 gramos de hojas frescas o secas para
un litro de agua durante un cuarto de hora) detiene las diarreas. Aplicada en
compresas, esta infusión calma igualmente la inflamación de los párpados.
POTENTILLAS: Son tres hermanas, primas de la fresera. La primera, bautizada
anserina, es trepadora. La segunda, quinquefolio, igualmente trepadora, posee
como su nombre indica cinco hojas. En cuanto a la tercera, tormentilla, levanta
diríamos que penosamente sus 40 centímetros de altura en medio de los prados.
Pero todas proporcionan un rizoma que se recolecta al final del verano y que
sirve para fabricar una decocción (30 gramos de raíces trituradas en un litro de
agua) excelente contra la diarrea.
PRIMAVERA: Es la mensajera de la primavera, el cuclillo de color amarillo dorado
que anuncia el regreso de los buenos días. Santa Hildegarda la juzgaba capaz de
curar las parálisis benignas. Parece que fue demasiado optimista. Es exacto en
cambio que esta planta posee virtudes antiespasmódicas, diuréticas, laxantes y,
sobre todo, expectorantes.
Para facilitar la eliminación de la orina, tomar una infusión de 20 gramos de
flores para un litro de agua.
La decocción de raíces secas y trituradas (15 gramos para un litro de agua)
ayuda, por su parte, a despejar las vías respiratorias.
PULMONARIA: Este calificativo le viene del aspecto de sus hojas, ovaladas y
ligeramente puntiagudas, llenas de agujeros, como un pulmón enfermo. Los
sostenedores de la teoría de los idénticos llegaron pues a la conclusión de que
estaba destinada a tratar la tuberculosis y las afecciones similares. No se
equivocaron mucho, puesto que ha quedado evidenciado que hace maravillas contra
los abscesos del pulmón cuando se la toma en infusión (50 gramos de hojas
frescas para un litro de agua) a razón de varias tazas al día.
QUINQUINA: Originaria de América latina, esta planta, que no ha podido ser
aclimatada a Europa, proporciona la preciosa quinina. Pero su corteza permite
también preparar un delicioso vino aperitivo y reconstituyente aconsejable para
las personas que sufren de falta de apetito, así como de astenia intelectual o
física.
Hacer macerar 15 gramos de corteza a trozos en 80 gramos de aguardiente durante
treinta y seis horas. Añadir un litro de vino de oporto o del rosellón y dejar
macerar de nuevo durante una quincena de días. Filtrar y beber un vaso de licor
antes de cada comida.
REGALIZ: Los escitas, estos temibles caballeros de las estepas que aterrorizaron
a las poblaciones establecidas a las orillas del Mediterráneo, le debían,
pretende la leyenda, el poder permanecer días enteros en sus sillas de montar
sin beber ni comer. Sin duda es más exacto pensar que la utilizaban para
purificar su aliento, emponzoñado por la carne cruda, «ahumada» entre su silla y
el lomo del caballo, de la que se alimentaban en el transcurso de sus
incursiones.
Sea como sea, esta raíz, que hace las delicias de los niños y que aromatiza
agradablemente otras preparaciones fítoterapéuticas muy amargas, posee un efecto
saludable sobre los bronquios. Para aprovecharla plenamente, pulverizar 300
gramos de raíz seca y hacer macerar en un litro de agua; filtrar y añadir 300
gramos de azúcar, removiendo.
REINA DE LOS PRADOS: Si alguien les dice que esta gran flor que, desde lo alto
de su metro y medio de altura, domina la pradera, contiene salicilato de metilo,
esto les podrá parecer que carece de importancia. Si les añade que la oxidación
del aldehido salicílico —presente en esta flor— da el ácido salicílico, no
habrán adelantado mucho. Y si les precisa además que partiendo de este ácido el
médico estrasburgués Charles-Frédéric Gerhardt descubrió, en 1853, el ácido
acetilsalicílico, estarán ustedes en su derecho de pensar que, esta vez, estamos
exagerando. Sin embargo, este ácido acetílsalicílico es algo que utilizan
ustedes a menudo —y a veces incluso abusan de él— bajo el nombre de...
¡aspirina!
A partir de ahí, las indicaciones medicinales de la reina de los prados se hacen
evidentes. Con el ligero «detalle» de que, contrariamente a la aspirina, las
preparaciones hechas a base de ella no atacan las mucosas gástricas.
Contra la gripe, pues, contra los estados febriles, contra algunas neuralgias,
una infusión de sus flores (un pellizco por taza) será siempre bienvenida. Sobre
todo teniendo en cuenta que esta planta es también diurética, lo cual la hace
preciosa en todas las afecciones del riñón o de la vejiga, en cuyo provecho
puede realizar su doble acción.
Para terminar con las retenciones de agua, la celulitis, los reumatismos, la
uremia y la arteriosclerosis, Vincent d'Auffray (op. cit.) recomienda además el
siguiente jarabe:
«Hacer hervir dos litros de agua. Tras enfriarlos a aproximadamente 90°, echar
encima 250 gramos de remates floridos y dejar en contacto durante doce horas en
un recipiente tapado; pasar exprimiendo, y hacer disolver en la alcoholatura el
doble de su peso en azúcar. Este jarabe debe ser tomado a razón de 100 a 200
gramos diarios».
RETAMA: Si es usted mordido por una víbora —o por una cobra, aunque esto es
mucho menos frecuente en nuestras latitudes—, y ha sido atacado por la serpiente
en las proximidades de una mata de retama, está usted salvado. «Basta» entonces
con hacer una incisión en la mordedura de modo que brote la sangre, y luego
aplicar sobre la herida un emplasto de tallos machacados del arbusto, para que
el efecto del veneno quede neutralizado. Claro que siempre es más prudente
acudir a continuación a consultar al médico para hacerse administrar una buena
dosis de suero...
Esta curiosa propiedad de una planta que pasaba por maldita fue descubierta por
los campesinos, que habían constatado que sus ovejas eran mucho menos sensibles
al veneno de los reptiles cuando habían ramoneado retama. Recientes
investigaciones, que pusieron en evidencia la presencia de esparteína en esta
planta, vinieron a confirmar esta observación completamente empírica.
Pero la retama no es tan sólo un antiveneno. Es también tónica para el corazón,
y poderosamente diurética. Así, gracias a ella, la muy célebre Madame Fouquet
consiguió, en el siglo XVII, curar al mariscal de Saxe, rompecorazones de moda y
accesoriamente vencedor en Fontenoy, de una hidropesía tan rebelde que ningún
remedio de la época había conseguido terminar con ella. La receta que esta
conocida curandera nos ha legado es la siguiente:
«Tomad un haz de retama verde y hacedla arder en un lugar limpio donde no haya
más que las propias cenizas de la retama; tomad estas cenizas y tamizadlas,
metedlas en un paño, liadlo bien y remojadlo por espacio de veinticuatro horas
en dos pintas —aproximadamente dos litros— de buen vino blanco. Dádselo a beber
al enfermo tan pronto como lo pueda tomar; hacedle meter en su cama y cubridlo
bien para hacerle sudar; no lo habrá bebido tres veces que ya estará curado».
Hoy en día, Jean Palaiseul, que estima las dosis un poco fuertes, recomienda
hacer una infusión en frío de 60 gramos de cenizas de retama durante cuarenta y
ocho horas en un litro de vino blanco y administrar tan sólo de 60 a 90 gramos
por día antes de las comidas.
Las flores de la retama pueden servir también para preparar una tisana excelente
contra la celulitis, la retención de agua, las nefritis, la artritis y los
reumatismos crónicos. Sin embargo hay que tomar la precaución, para que sean
eficaces, de recolectarlas antes de que se hayan abierto completamente. La
infusión se hace a razón de 25 gramos de flores secas por cada litro de agua.
ROBLE: Los druidas le deben su nombre, que es un derivado de la palabra celta
deru, los romanos trenzaban con él coronas para honrar a los generales
vencedores, y San Luis se instala a su sombra para impartir justicia. En
medicina, es su corteza la que se utiliza, debido a su fuerte contenido en
tanino que lo convierte en un notable astringente.
ROMAZA: Se trata de un fortificante. Su raíz tiene la propiedad de asimilar el
hierro del suelo, fijarlo y transformarlo en hierro orgánico. Resulta pues muy
utilizada, sobre todo para la preparación de un vino tónico y reconstituyente
cuya receta es la siguiente:
Tomar 200 gramos de raíces secas trituradas, un poco de regaliz y de enebro, y
hacerlo macerar todo en 2 litros de vino tinto azucarado. Hacer hervir al cabo
de veinticuatro horas hasta la reducción de un tercio aproximadamente. Filtrar,
luego conservar en un frasco bien tapado.
RUDA: Las hermosas romanas la utilizaban —no siempre con éxito— como abortivo.
Luego se ha confirmado que esta hierba produce una congestión sanguínea y una
estimulación de las fibras musculares del útero que pueden, a veces, provocar la
expulsión del feto. Es pues desaconsejable para las mujeres encintas. Una vez
indicada esta precaución esencial, hagamos notar que en infusión da excelentes
resultados en los casos de amenorrea, es decir cuando las reglas son raras o
inexistentes, lo cual, naturalmente, puede darle a una mujer la impresión de que
está esperando un niño.
RUIBARBO: Todo el mundo conoce las deliciosas compotas que se hacen con sus
venillas, puesto que las hojas en sí son tóxicas. Se cita menos a menudo, en
cambio, el vino de ruibarbo, del que Jean Palaiseul (op. cit.) da la receta:
«Hacer macerar durante cuarenta y ocho horas en un litro de buen vino tinto o
blanco, de 60 a 80 gramos de raíz de ruibarbo triturada, de 10 a 15 gramos de
raíz de genciana, de 8 a 10 gramos de raíz de angélica; pasar exprimiendo a
través de un paño».
Tomada a pequeñas dosis, esta bebida es tónica. Se vuelve purgante cuando se
aumenta la cantidad, y no conviene hacerlo más que con prudencia, si se desean
evitar algunos desarreglos.
SALICARIA: Son los sauces, a cuya sombra medra, quienes le han dado su nombre.
Astringente y hemostática, sirve, en decocción, (50 gramos de plantas secas para
un litro de agua), para tratar las inflamaciones de la mucosa gastrointestinal y
las diarreas.
SAPONARIA: Esta «hierba jabón» lo limpia todo, desde la ropa hasta el organismo.
Los médicos árabes la recomendaban contra la lepra. Hoy en día se han encontrado
otros remedios mejores, lo cual es de agradecer. Queda el hecho de que sus
hojas, y más aún sus raíces, poseen propiedades depurativas y diuréticas
innegables, que hacen de ella un remedio contra los reumatismos y las
enfermedades de la piel tales como el acné. Se prepara en infusión utilizando 25
gramos de hojas o de raíces secas para un litro de agua.
SAÚCO: He aquí otro arbusto del que todas sus partes, las hojas, las flores, los
frutos e incluso la corteza, pueden ser utilizados.
Los frutos, en primer lugar, cuyas propiedades laxantes son conocidas desde la
edad de las cavernas. Las hojas a continuación, diuréticas y depurativas, que
permiten fabricar un «té» caro al abate Kneipp. «Tomad de seis a ocho hojas de
saúco, escribía el siglo pasado, cortadlas a trozos pequeños, como se hace con
el tabaco, y hacedlas hervir durante aproximadamente diez minutos. Todas las
mañanas, una hora antes de vuestro desayuno, tomaréis una taza de este té
durante toda la duración de vuestra cura primaveral. Este simple té depurativo
limpia la máquina del cuerpo humano de una forma excelente...»
Las flores, después, que una vez secas proporcionan en infusión un remedio
contra la gripe y las fiebres infantiles.
La corteza, finalmente, de la que se extrae una decocción excelente en caso de
hidropesía.
TANACETO: De la misma familia que el ajenjo, es utilizado principalmente como
vermífugo. Beber por las mañanas en ayunas una infusión de flores (5 gramos
aproximadamente para una taza de agua), o administrar en lavativa (30 gramos de
flores en infusión en un litro de agua hirviendo salada).
TILO: Conocemos ya las propiedades de la albura del tilo, pero sus flores poseen
cualidades que tampoco son de despreciar. Frescas o secas, permiten preparar
infusiones calmantes particularmente recomendadas en casos de insomnios, de
dolores de cabeza, de palpitaciones y de angustias.
TUSÍLAGO: Es una planta extraña, cuyas flores se abren antes de que hayan
aparecido las hojas, lo que no impide de ningún modo el que se puedan utilizar
indiferentemente las unas y las otras, puesto que sus propiedades son idénticas.
En infusión (de 30 a 40 gramos para un litro de agua), curan las bronquitis
crónicas, los resfriados y la sinusitis. En decocción (las proporciones son
idénticas), proporcionan un gargarismo desinfectante, notable contra las
anginas.
VALERIANA: Es un poderoso calmante que es adecuado tanto en los casos de
histeria, de epilepsia, de depresión nerviosa, de convulsiones, como para curar
las migrañas y
los calambres.
De hecho, es el rizoma lo que se utiliza, ya sea para preparar infusiones (100
gramos para un litro de agua), ya sea para confeccionar decocciones que se
añaden al agua del baño.
VERBENA: Era la hierba mágica por excelencia, utilizada por los druidas para
perfumar el agua con la cual lavaban sus altares. Hoy en día, se consume en
infusión, y se revela particularmente benéfica para las mujeres encintas, a las
que tonifica el útero, y para las madres lactantes, a las que aumenta las
secreciones lácteas.
Contra los lumbagos y las ciáticas, permite realizar cataplasmas que calman muy
rápidamente el dolor.
VIOLETA: A los habitantes de la ciudad les cuesta imaginar que esta hermosa
florecilla, delicadamente perfumada, sea la base de unas tisanas expectorantes
particularmente eficaces. 5 ó 6 gramos de violetas secas en un litro de agua
hacen más para curar los resfriados y las bronquitis que muchos otros remedios
complicados.
VULNERARIA: Una planta vulneraria, en el lenguaje de los fitoterapeutas, es una
planta que ayuda a la cicatrización de las heridas, y ésta hace honor a su
nombre. Pero permite también preparar un vino recomendado para las mujeres que
tienen problemas menstruales.
Hacer macerar 50 gramos de flores secas en un litro de vino blanco seco. Filtrar
y conservar en una botella bien tapada. Tomar un vaso de vino antes de cada
comida.
ZARZAPARRILLA: Los «Pitufos», estos encantadores personajillos de historieta, la
encuentran deliciosa. De hecho, durante mucho tiempo se ha creído que esta
planta, originaria de México y pariente próxima de la enredadera picante de
Europa, curaba las enfermedades venéreas y, en particular, la blenorragia y la
sífilis. Eso no es en absoluto cierto, pero sus cualidades, al mismo tiempo
diuréticas y desinfectantes, hacen de ella un excelente auxiliar de los
tratamientos químicos de estas enfermedades.
Y SIEMPRE LA BELLEZA
—Dime, primo, si te lo pidiera con insistencia, ¿harías el amor con la persona
que hay aquí? —preguntó Erzsebeth, con un estallido de risa.
—¡Por supuesto que no! —respondió el agraciado caballero—. Ni que me fuera en
ello la cabeza. Es demasiado fea y vieja.
Respuesta que no podía ser más funesta, ya que la vieja mujer la oyó. Irguiendo
penosamente su arqueada espalda, miró fijamente a Erzsebeth Bathory a los ojos y
le lanzó:
—No te burles, condesa, porque un día tú también serás como yo, y entonces
notarás mucho más que yo la ausencia de los hombres.
La joven, sin embargo, estaba todavía en lo más esplendoroso de su belleza.
Descendiente de una de las más antiguas familias de Hungría, emparentada con los
Habsburgo de Austria, se había casado hacía algunos años con Ferenc Nadasky,
cinco años mayor que ella y, además, inmensamente rico. Tras los primeros días,
ella había empezado a engañarle, principalmente con Ladislas Bende, que
cabalgaba cerca de ella. Todo aquello debería haberla tranquilizado. Sin
embargo, la aterró. Regresó con las bridas sueltas a su castillo de Csejthe, una
impresionante y siniestra fortaleza erigida sobre un espolón rocoso de los
Cárpatos. Con un gesto, rechazó a su atractivo amante y corrió a refugiarse en
una habitación extraña, cubierta de espejos, que había hecho instalar hacía unos
meses. Allí, completamente desnuda, espió durante varias horas las acechanzas de
la edad sobre su magnífico cuerpo.
La hermosa condesa tenía pánico a envejecer. Desde hacía ya mucho tiempo
utilizaba todos los elixires y todas las pomadas que le preparaban con gran
secreto médicos y alquimistas. Desde hacía tiempo, tenía el convencimiento de
que la sangre fresca de alguna joven virgen sería sin duda mucho más eficaz. La
réplica de la vieja mujer la hizo penetrar en la locura. Ayudada por Dorko, un
enano monstruoso, y de Jo liona, su nodriza, hizo, en una decena de años, matar
en las más horribles condiciones a más de novecientas jóvenes.
Para recoger su sangre, inventó los más abominables instrumentos de tortura,
entre los cuales, una jaula erizada de púas. Encerraba allí a sus víctimas,
completamente desnudas, y luego hacía izar la jaula hasta el techo. Tras lo cual
Jo liona y Dorko, armados con un largo atizador calentado al rojo, obligaban a
las desgraciadas a debatirse para que se hirieran con los hierros. Muy pronto,
era una auténtica ducha de sangre lo que caía sobre su dueña.
El segundo invento de la condesa maldita era una especie de autómata que tenía
la apariencia de una mujer joven. Nada faltaba en él, ni los cabellos ni los
ojos de porcelana. Pero esta virgen de hierro estaba hueca y, cuando se
encerraba en ella a una mujer, largos puñales entraban en movimiento, lacerando
su carne hasta que la sangre empezaba a fluir y, siguiendo un canal practicado
en el suelo, iba a llenar la bañera donde aguardaba Erzsebeth.
Y esto duró diez años, hasta la llegada al castillo de liona Harczy, una joven
cantante vienesa de dieciséis años. Erzsebeth la había invitado a Csejthe a fin
de que pudiera reposar su voz en el aire puro de las montañas. La noche de su
llegada, tras haberle cosido los labios para impedirle gritar, trababa
conocimiento con la virgen de hierro. A la mañana siguiente, su anfitriona
anunciaba que había muerto súbitamente durante la noche, y ordenaba que se
celebraran unos magníficos funerales.
La desaparición de una joven de la buena sociedad pasó menos desapercibida que
la de las pequeñas campesinas. El pastor Ponikenus, que al principio se había
negado a celebrar el servicio fúnebre, para terminar luego accediendo a
condición de que se desarrollara de la manera más sencilla, no dejaba de pensar
que, el día de su llegada, la cantante no parecía en absoluto enferma. Expuso
sus temores a György Thurzo, gran paladín de la alta
Hungría.
Este último tenía ya sus dudas. Decidió intervenir y ordenó la entrada de la
policía en el castillo. El 2 de enero de 1611, descubría en él los instrumentos
de tortura puestos a punto por Erzsebeth. Inmediatamente, ordenó el arresto de
Dorko y de Jo liona, así como de una decena de otros servidores, que no tardaron
en confesar las horribles cosas de las que habían sido cómplices. Fueron
condenados a muerte y, el mismo día de su ejecución, los albañiles emparedaron
todas las salidas de Csejthe, donde permanecía encerrada la condesa. Iba a
sobrevivir todavía tres años, pese a la soledad, pese a la falta de alimentos.
¿De qué modo consiguió resistir? Nadie lo sabe.
Lo que Erzsebeth Bathory había pedido a la sangre humana hubiera hecho mucho
mejor buscándolo en la de las plantas, en su savia, en sus jugos, que contienen
todos los principios vitales capaces de preservar la belleza y de impedir, en la
medida de lo posible, por supuesto, que la piel envejezca. Éste es
principalmente el caso de todas las aguas de Smith, de Colonia o de miel.
AGUA DE BOTOT: Esta agua dentífrica se obtiene haciendo macerar en alcohol de
60° caliente algunos gramos de canela, de clavo y granos de anís. Aromatizar
tras el filtrado con algunas gotas de esencia de menta.
AGUA DE COLONIA: Es sin duda la más célebre de las aguas de belleza. Se fabrica
mezclando 10 gramos de esencia de bergamota con 10 gramos de esencia de limón,
10 gramos de esencia de sidra, 5 gramos de esencia de romero, 5 gramos de
esencia de azahar, 5 gramos de esencia de lavanda, 2,5 gramos de canela y 1
litro de alcohol de 90°. Añadir al conjunto 150 gramos de agua de melisa y 100
gramos de alcohólate de romero. Dejar macerar una semana y filtrar.
AGUA DE MIEL: Esta agua muy suave —como la miel— es particularmente conveniente
para limpiar las pieles sensibles y los párpados.
Hacer una primera mezcla de agua de rosas y agua de azahar. Añadir en seguida a
este líquido miel (muy poca), algunos clavos, cilantro, cortezas de limón
ralladas, nuez moscada en polvo y una vaina de vainilla. Las proporciones en las
cuales conviene mezclar estos distintos ingredientes son variables y dependen
del gusto de cada uno. Dejar macerar una semana y filtrar.
AGUA DE RAMILLETE: Esta agua de belleza delicadamente perfumada limpia la piel
en profundidad, pero exige una preparación minuciosa, debido a lo complejo de
los
ingredientes que la componen.
Mezclar 65 gramos de agua de miel {ver más arriba), 30 gramos de alcoholato de
clavo, 125 gramos de agua sin par {ver más abajo), 35 gramos de alcoholato de
jazmín, 30 gramos de alcoholato de lirio y veinte gotas de esencia de azahar.
AGUA SIN PAR: También limpia la piel en profundidad, desinfectándola al mismo
tiempo.
Puede ser fabricada fácilmente en casa mezclando 5 gramos de esencia de limón, 4
gramos de esencia de cidra, 4 gramos de esencia de bergamota y 100 gramos de
alcoholato de romero en un litro de alcohol de 90°.
AGUA DE SMITH: También desinfectante, al mismo tiempo que agradablemente
perfumada, se obtiene mezclando, en un litro de alcohol de 90°, 60 gramos de
esencia de lavanda, 30 gramos de tintura de ámbar y 500 gramos de agua de
Colonia.
Y, puesto que estamos con las aguas, he aquí una, la más natural que se pueda
encontrar tras la de los manantiales. Es, simplemente, la savia de abedul.
«En todo el norte de Europa, escribía el doctor Percy, cirujano de los ejércitos
de Napoleón, comenzando en nuestros departamentos del Rin y hasta los confines
de Rusia, el agua de abedul es la esperanza, la felicidad y la panacea de los
habitantes, ricos y pobres, grandes y pequeños, señores y siervos. Las
enfermedades de la piel, las espinillas, los herpes, el acné rosáceo, etc.,
raramente le resisten...»
Esta agua se recolecciona en la primavera, antes de que las primeras hojas hayan
tenido tiempo de agotar la savia que sube. De acuerdo, no resulta muy fácil,
sobre todo hoy en día, conseguirla, pero se puede reemplazar por una decocción
de hojas de abedul secas (50 gramos para un litro de agua) que tiene,
sensiblemente, las mismas propiedades.
Más «fuerte» es esta preparación, excelente para limitar la transpiración de los
pies y, en todo caso, para eliminar su olor: hacer macerar 500 gramos de cola de
caballo en medio litro de alcohol de 60° durante quince días, removiendo el
frasco de tanto en tanto, luego filtrar.
Tras la piel, los cabellos. He aquí algunas recetas de champús y lociones
capilares que podrán realizar muy económicamente en su casa y de las que pueden
estar seguros de que son enteramente naturales.
CHAMPÚS:
—Anticaspa: Hacer macerar un buen pellizco de saponaria en medio litro de
infusión de capuchinas.
—Cabellos secos: Echar algunas gotas de aceite de oliva sobre una yema de huevo
y remover como para hacer una mayonesa, incorporando al mismo tiempo el
contenido de un vaso de licor de ron.
—Cabellos grasos: Echar un buen pellizco de saponaria en medio litro de
decocción de hojas de repollo.
—Cabellos normales: Preparar medio litro de infusión de camomila y añadirle una
pulgarada de saponaria. Esta preparación es conveniente para los cabellos
rubios. Para los cabellos castaños o negros, reemplazar la infusión de camomila
por una decocción de hojas de nogal.
LOCIONES:
—Contra la caída del cabello: Tomar 100 gramos de hojas, de flores y de semillas
frescas de capuchina, 100 gramos de hojas de ortiga igualmente frescas, 100
gramos de hojas de boj también frescas. Picar todas estas plantas y hacerlas
macerar en 500 gramos de alcohol de 90° durante una quincena de días. Filtrar y
perfumar con una esencia a elegir.
—También contra la caída del cabello: Mezclar 25 gramos de alcohol de lavanda,
25 gramos de éter, y un vaso de agua destilada.
—Contra la caspa: Frotar el cuero cabelludo con el interior de una corteza de
limón a fin de arrancar las pieles
muertas.
—Contra la seborrea: Hacer hervir juntos en medio litro de agua una lechuga y un
puñado de perejil. Filtrar y utilizar tibio.
El baño ahora, que es también un precioso auxiliar de la belleza... y no es
Diana de Poitiers quien hubiera dicho lo contrario, ella que, a semejanza de
Cleopatra, se bañaba en leche de burra. Hoy en día, por supuesto, resulta muy
difícil hacer como ella, a menos que se sea millonario. ¿Quiere esto decir que
los baños de leche son prohibitivos para las mujeres? Por supuesto que no,
puesto que existe... la leche en polvo, que no es más cara que cualquier otra
sal o aceite de baño vendidos habitualmente en los comercios.
Para todos los demás baños, se tomará en primer lugar la precaución de preparar
una decocción muy concentrada de la planta —o plantas— elegida, que se echará en
la bañera al mismo tiempo que un puñadito de saponaria.
Estas pocas recetas de belleza, estos trucos, son tan viejos como la femineidad.
Desde el día en que Eva, arrancando una hoja —¿de parra?— para ocultar su
desnudez, se dio cuenta de que la naturaleza podía proporcionarle todas las
armas de la seducción, las mujeres no han dejado de aprovecharse de esta enorme
despensa, cada una a su manera y en función de las necesidades de su piel.
Las plantas no han cambiado, son las mujeres quienes ya no confían en ellas. Sin
embargo, cocinan con ellas, beben tisanas de ellas, aunque la simple idea de
confiar su belleza a estas hierbas que tan a menudo consumen les hace
estremecerse. Es como para dudar de la lógica femenina...
PEQUEÑO LÉXICO BOTÁNICO
BAYA: Pequeño fruto carnoso con pepitas que es, en realidad, la semilla de la
planta.
BROTE: Llamado también yema, aparece en primavera, principalmente sobre los
árboles y los arbustos, y puede estar recubierto de escamas o guarnecido por una
pelusilla. En el interior de su caparazón se hallan los embriones de las hojas
y, algunas veces, de los tallos.
BULBO: Se le llama más comúnmente la «cebolla» y, de hecho, la propia cebolla es
un bulbo. No hay que confundirlo con el rizoma ni con las raíces que brotan del
bulbo para hundirse en la tierra.
CABEZUELA: El Larousse en dos volúmenes la define como un «tipo de
inflorescencia de varias flores sin pedúnculo e insertadas las unas al lado de
las otras sobre el receptáculo».
CORTEZA: Es la piel, la envoltura de los árboles y de algunos
frutos.
FOLÍCULO: Fruto seco en forma de saquito que se abre en su madurez por una
hendidura única que pasa exactamente entre las dos hileras de semillas que
contiene.
PÉTALOS: Laminillas blancas o coloreadas que forman la corola de las flores.
REMATE: Parte de una planta, que comprende lo alto del tallo y la flor.
RIZOMA: Es un tallo subterráneo de donde parten las raíces que se hunden en el
suelo y el tallo que asciende hacia la luz.
SEMILLA: Es ella la que asegura la reproducción de la especie. Es pues, la parte
activa del fruto —granos,
pepitas o núcleo—, mientras que la pulpa no es más que la parte inerte,
destinada ya sea a proteger, ya sea a alimentar la semilla.
TALLO: Corresponde al tronco de los árboles. Tubérculo: No hay que confundirlo
ni con el bulbo ni con el rizoma. El tubérculo no desprende raíces, sino que se
forma sobre las raíces o las partes aéreas de la planta. De hecho, contiene las
reservas nutritivas de esta planta. Umbela: «Tipo de inflorescencia», para tomar
las palabras del Larousse, en la cual los pedúnculos de cada flor se hallan
insertados en un mismo punto. Vaina: Fruto seco como el folículo, pero que se
abre por dos hendiduras opuestas.
LÉXICO FITOTERAPÉUTICO
La acción de las plantas se define por palabras muy particulares. He aquí,
comunicadas por Henri Errera, los principales términos de este lenguaje técnico.
ABORTIVO: Que amenaza con provocar el aborto.
AFRODISÍACO: Que favorece la actividad sexual.
AMARGAS: Dícese de las plantas como la achicoria o la genciana, cuya principal
característica es el amargor.
ANAFRODISÍACO: Que atenúa el deseo carnal.
ANALÉPTICO: Que posee propiedades fortificantes, que estimula y da nuevas
fuerzas.
ANALGÉSICO: Que atenúa el dolor.
ANTÁLGICO: Sinónimo de analgésico.
ANTIASTÉNICO: Que combate la astenia, que estimula las fuerzas en caso de
deficiencia nerviosa o psíquica.
ANTIBIÓTICO: Sustancia, producida por un ser vivo, que combate la infección.
ANTIDIARREICO: Que elimina la diarrea.
ANTÍDOTO: Que combate los efectos del veneno.
ANTIESCORBÚTICO: (Es decir la vitamina C). Que impide o cura el escorbuto.
ANTIESPASMÓDICO: Que calma los espasmos y calambres.
ANTILECHOSO: Que detiene la subida de la leche.
ANTIPIRÉTICO: Que elimina la fiebre.
ANTIPÚTRIDO: Que detiene la putrefacción.
ANTISÉPTICO: Que destruye los microbios o impide que se desarrollen.
ANTITÉRMICO: Que baja la temperatura.
ANTITÚSICO: Que calma la tos.
APERITIVO: Que abre el apetito.
AROMÁTICO: Que desprende un perfume agradable gracias al cual se puede
enmascarar el gusto amargo de algunas preparaciones.
ASTRINGENTE: Que contrae y afirma los tejidos, ayuda a las heridas a cerrarse y
detiene las hemorragias sanguíneas.
BACTERICIDA: Que mata las bacterias.
BACTERIOSTÁTICO: Que detiene la multiplicación de las bacterias.
BALSÁMICO: Que desprende un olor a resina y calma la tos o despeja las vías
respiratorias.
BÉQUICO: Que calma la tos, pero no huele obligatoriamente tan bien como el
precedente.
CARDIOTÓNICO: Que tonifica el corazón.
CARMINATIVO: Que reabsorbe o facilita las fermentaciones intestinales.
CÁUSTICO: Que tiene poder corrosivo y quema la piel.
COLAGOGO: Que aumenta las secreciones biliares.
COLERÉTICO: Sinónimo del precedente.
CORDIAL: Que fortifica o que estimula.
CUTÁNEO: Que tiene una acción sobre la piel.
DEPURATIVO: Que purifica la sangre.
DETERSIVO: Que limpia la epidermis o las heridas.
DIAFORÉTICO: Que hace transpirar abundantemente.
DIGESTIVO: Que facilita la digestión.
DIURÉTICO: Que estimula la diuresis, es decir la producción de orina por los
riñones.
DRÁSTICO: Que purga enérgicamente.
EDULCORANTE: Que endulza un producto demasiado alcoholizado o amargo.
EMENAGOGO: Que provoca y regulariza el volumen de las menstruaciones.
EMÉTICO: Que hace vomitar.
EMOLIENTE: Que disminuye las inflamaciones locales.
ESTIMULANTE: Que provoca una excitación general.
ESTOMACAL: Que estimula el estómago y facilita la digestión.
ESTORNUTATORIO: Que hace estornudar.
ESTUPEFACIENTE: Que adormece los centros nerviosos y provoca una sensación de
euforia que crea hábito.
ESTROGÉNICO: Que estimula la función ovárica.
EUPÉPTICO: Sinónimo de digestivo.
EXCITANTE: Que tiene un efecto estimulador sobre las glándulas y el sistema
nervioso.
EXPECTORANTE: Que ayuda a evacuar las mucosidades de los bronquios o de los
pulmones, es decir a expectorar.
FEBRÍFUGO: Que hace bajar la fiebre.
GALACTÓGENO: Que favorece e incrementa las secreciones lácteas.
HEMOLÍTICO: Que destruye los glóbulos rojos.
HEMOSTÁTICO: Que detiene las hemorragias sanguíneas.
HEPÁTICO: Que cura el hígado.
HIPERTENSOR: Que aumenta la tensión arterial.
HIPNÓTICO: Que favorece o produce el sueño.
HIPOGLICÉMICO: Que hace bajar el índice de azúcar en la sangre.
HIPOTENSOR: Que disminuye la tensión arterial.
LAXANTE: Que activa la evacuación intestinal.
LENITIVO: Que ablanda.
MUCÍLAGO: Sustancia viscosa de origen vegetal que disminuye las irritaciones de
los tejidos.
NARCÓTICO: Que provoca el sueño.
NECROSANTE: Que provoca una necrosis, es decir la muerte de los tejidos.
NEFRÍTICO: Relativo a los riñones.
PECTORAL: Que actúa sobre la función respiratoria.
PERISTÁLTICO: Que favorece las contracciones del intestino.
PURGANTE: Que libera el intestino.
REFRESCANTE: Que posee efectos laxantes y depurativos.
RESOLUTIVO: Que disipa las inflamaciones y hace desaparecer las obstrucciones.
REVULSIVO: Que provoca una congestión local para curar otra.
RUBEFACIENTE: Que hace enrojecer la piel y activa la circulación en los pequeños
vasos sanguíneos.
SEDATIVO: Que calma.
SINÉRGICO: Que asocia la acción de dos o más plantas.
SOPORÍFICO: Que hacer dormir.
SUDORÍFICO: Que hace transpirar.
TENÍFUGO: Que expulsa la tenia.
TÓNICO: Que hace desaparecer la fatiga y reconstituye las fuerzas.
TÓPICO: Que atrae la sangre a flor de piel.
VASOCONSTRICTOR: Que constriñe los vasos sanguíneos.
VASODILATADOR: Que dilata los vasos sanguíneos.
VENENOSO: Que contiene veneno.
VERMÍFUGO: Que expulsa las lombrices.
VESICANTE: Que provoca hinchazones en la piel.
VULNERARIO: Que favorece la cicatrización de las heridas.
TABLA DE EQUIVALENCIAS
Algunos de los productos indicados en el presente texto tienen diversa
denominación en varios países de habla hispana. Para los lectores de dichos
países, damos a continuación las equivalencias, así como las de algunas
expresiones.
Aguacate: palta, avocado
Albaricoque: damasco, chabacano
Alcachofa: alcaucil
Al ast: al spiedo
Aliñar: condimentar, aderezar
Barbacoa: parrilla
Bistec: bife
Brioche: pan de Viena
Calabaza: zapallo
Calabacín: zapallito, zapallito italiano
Charcutería: fiambrería
Col: repollo, berza
Despojos: achuras, chunchules
Embutidos: fiambres
Entremeses: entradas
Fresa: frutilla
Guisantes: arvejas, chicharros
Judías blancas: porotos, frijoles
Judías verdes: chauchas, ejotes, bajocas, porotos verdes,
vainas
Mahonesa: mayonesa
Maíz: choclo, abatí
Melocotón: durazno
Nabo: cayocho
Nevera: heladera, refrigerador
Patata: papa
Plátano: banana
Piña: ananá
Potaje: sopa de verdura
Rustido de cerdo: cerdo al horno
Sorbete: helado de agua
Tomate: jitomate
Zumo: jugo
Este es el cuaderno secreto de la abuela del autor, donde la buena mujer
consignaba las recetas largamente experimentadas que le habían sido legadas por
la tradición y que eran elaboradas con autenticidad.
La abuela conocía un gran número de remedios naturales y caseros que
precisamente constituyen la base de este libro. Tenía recetas para todo: dolores
de barriga, migrañas, verrugas, heridas, indisposiciones, resfriados, que con
sus recetas y tisanas se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos.
¿Desdeñar los remedios caseros? Gracias a este cuaderno y a otras
investigaciones, todo el tesoro y las virtudes de las plantas, de las verduras,
de las frutas, de las pociones ya no tienen secretos para Jean Michel Pedrazzani
ni, leyendo este libro, para ninguno de nosotros.
LOS REMEDIOS
DE LA ABUELA
Jean Michel Pedrazzani
PRIMERA EDICIÓN 1977
Prólogo
Antaño, el ferrocarril parecía a la mayoría de los mortales una aventura costosa
y llena de peligros, siendo preferida la seguridad de un buen caballo enganchado
al cabriolé familiar. Y, como sea que la sabiduría popular quería que un viajero
sagaz cuidara de su propia montura, se economizaba el animal simplemente
desplazándose poco.
Mi abuela nunca se quejó de ello. Los dos kilómetros que separaban su casa de la
aldea bastaron siempre ampliamente para llenar sus sueños de evasión. Incluso a
veces le ocurría que encontraba el trayecto demasiado largo, cuando, recorriendo
el pedregoso camino con su cesta de provisiones al brazo, no tenía la fortuna de
encontrarse con un vecino lo suficientemente atento como para reservarle un
lugar en la parte de atrás de su carreta.
La buena mujer llegó a centenaria, lo que me valió la alegría de pasar junto a
ella numerosas vacaciones y le permitió enseñarme un montón de cosas.
Naturalmente, jamás pude pedirle que me iniciara en las complejas leyes de la
física, ni que me hiciera penetrar en los sutiles arcanos de la filosofía; pero
en cambio resultó una maravillosa profesora del «saber vivir», en el sentido más
literal del término. Y en el más noble también, ya que me enseñó una auténtica
ética, muy distinta de este sucedáneo, esta «calidad de vida» de la que se habla
hoy en día.
Ecologista antes de tiempo, esa vieja dama que jamás abandonó su aldea, excepto
para asistir a la boda de un primo lejano, reglaba sin forzarse su existencia al
ritmo de la naturaleza, levantándose con el sol y acostándose al mismo tiempo
que sus gallinas. Supe después que un médico alemán, el doctor George-Alfred
Tienes, había elevado esta forma de reposo cotidiano a la altura de una
terapéutica, bautizándola con el nombre de «sueño natural». Lo cual, pese al
éxito innegable, no dejó de provocar la ironía de sus colegas.
En cuanto a las enfermedades, puedo decir que mi abuela prácticamente las ignoró
a todo lo largo de su existencia. Eso no quiere decir que fuera más robusta que
cualquier otra mujer, sino que simplemente se negaba a «escucharse» o a conceder
importancia a cualquier indisposición.
Sobre todo teniendo en cuenta que en aquella época era preciso que el caso fuera
extremadamente grave para decidirse a consultar al médico. Lo cual por otro lado
resultaba lógico, ya que los facultativos, que por aquel entonces conservaban
aún un cierto buen sentido, no acudían más que muy raramente al arsenal
quimioterápico, y se contentaban con recetar remedios naturales que pudiera
administrarse uno mismo.
Y Dios sabe que mi abuela conocía un gran número de estos «remedios caseros»,
tan injustamente desacreditados hoy en día. Tenía recetas para todo. Para los
dolores de barriga, las migrañas, las verrugas, las pupas e incluso las heridas
graves. Gracias a su ciencia, las desolladuras de mis rodillas se curaban sin
dolor; las indisposiciones pasajeras _consecuencia muy a menudo de una gula
desenfrenada— se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos; incluso los
resfriados desaparecían mediante sabrosas decocciones.
Su farmacia consistía en varios tarros de perfume sutil, y su Codex se hallaba
resumido en un viejo cuaderno donde se hallaban, mezcladas, las recetas de
cocina y las tisanas. ¿De dónde le venían sus conocimientos? Habría sido incapaz
de responder a esta pregunta. Como máximo habría podido indicar que tal o cual
preparación había sido puesta a punto por un lejano antepasado, y que los
secretos le habían sido transmitidos por su propia madre. Las demás
correspondían a lo que siempre se había practicado en la región y que ella había
ido anotando de sus conversaciones con sus vecinos.
He recuperado este maravilloso cuaderno. Forma la base de este libro. Es pues a
partir de esta documentación excepcional que he establecido mi plan y orientado
mis investigaciones, con la preciosa colaboración del escritor
Francois Lancel.
J. M. P.
Comer para vivir
El pequeño restaurante, al borde de la carretera nacional, tiene un aspecto
atractivo. La fachada está recorrida por la viña loca. Las contraventanas rojas
y las ventanas blancas han sido repintadas recientemente. Un gran aparcamiento
espera a los vehículos de estos eternos nómadas que son los camioneros. Todos se
paran. Con plena confianza.
Sin embargo, estos forzudos hombres con camiseta color azul que se sientan
tranquilamente ante su plato se sentirían enormemente sorprendidos si se les
dijera que la cocina que están devorando con el apetito de todos aquellos que
efectúan trabajos duros, es la peor enemiga de su salud. Aquí, se sienten como
en su casa. Comen como en su casa y, por definición, esto quiere decir que comen
algo bueno, sano.
Pero las papas fritas que cogen con los dedos de la gran bandeja han sido
cocidas en un aceite recalentado veinte veces, y están tan mal escurridas que
dejan sus labios untados. La ensalada que las acompaña, además de provenir de un
hortelano que practica el cultivo intensivo, ha sido condimentada con un vinagre
de alcohol coloreado; el huevo duro que han tomado en los entremeses (entradas)
estaba adornado con una mayonesa de tubo tan apagada e insípida que ha sido
necesario salarla de nuevo y espolvorearla abundantemente con pimienta para
darle algo de sabor; el flan que se van a tomar dentro de un momento, como
postre, ha sido hecho en una fábrica y se conserva tan sólo gracias a los
aditivos químicos.
En cuanto al pan, que comen a enormes bocados, no vale mucho más que el resto.
Es blanco, de acuerdo, pero esto no es una cualidad. Sobre todo teniendo en
cuenta que se debe al ácido ascórbico y no ya a la levadura que realzaba el pan
de antaño.
El vino con el que llenan sus vasos de pyrex no debe su grado alcohólico más que
a sabias mezclas, cuando no a una alquimia más o menos prohibida que, añadido
tras añadido, lo ha convertido en un líquido que no tiene más que un lejano
parentesco con el producto de la vid.
Cuando se marchen, tras el tradicional café al ron, tendrán la impresión de
haber comido bien, de haber recuperado fuerzas. En realidad, habrán sobrecargado
inútilmente su organismo de aceites y de grasas que deberán eliminar;
deteriorado un poco más el estado de sus mucosas gástricas, ya bastante
corroídas por todos los productos de síntesis que entran hoy en la composición
de los alimentos; comprometido sus reflejos tanto por la difícil digestión que
se prepara, como por los pequeños excesos de alcohol que se han permitido.
Al final del camino, cuando llegue la edad del retiro, encontrarán aguardando el
colesterol, la úlcera, las infiltraciones grasas del hígado. Como aguardarán
también a los hombres de negocios que, entre comidas gastronómicas y cenas de
negocio, ven su silueta redondearse y subir su tensión arterial. O al empleado
de oficina con prisas que, al mediodía, no se concede más que un bocadillo en la
barra del bar de la esquina para tener así tiempo de hacer sus cosas.
Lo más grave es que ni el dueño del restaurante ni el del bar son responsables
de ello. La culpa incumbe a nuestra forma de vivir, a nuestras prisas, a la
superpoblación del planeta que obliga a los cultivadores a utilizar todos los
recursos de la química para aumentar artificialmente el rendimiento de su suelo,
a los pesticidas, a los insecticidas, a los herbicidas, selectivos o no.
Se han efectuado análisis en focas del polo norte y en pingüinos de la
Antártida. Han revelado la presencia, en cantidades relativamente importantes,
de un producto inasimilable y tremendamente peligroso, el D.D.T., cuando estas
regiones nunca han sido objeto de un tratamiento a base de este veneno.
Ésta constituye la prueba de que todo nuestro universo está contaminado, que el
productor más íntegro, que busca honestamente hacer crecer sus verduras
«biológicas», avanza inexorablemente hacia un fracaso. Naturalmente, siempre es
preferible consumir alimentos en los cuales se ha evitado en el mayor grado
posible los contactos con estas sustancias nocivas. Pero es preciso saber que ya
es imposible no encontrar sus huellas, sean cuales sean las precauciones que
hayan sido tomadas.
Más que nunca, «el hombre cava su tumba con sus dientes». Dientes por otro lado
deteriorados, con sus encías debilitadas de tanto masticar pollos de carne
blanda y bistecs (bifes) pasados por el reblandecedor.
La sabiduría, en esta situación, consistiría en intentar minimizar las posibles
consecuencias de este estado de hecho. Pero podemos constatar que no se hace
nada. Peor incluso, parece que todos nos las ingeniamos en agravar aún más sus
efectos no tomando ninguna precaución de higiene alimentaria; tragando no
importa qué, no importa dónde, no importa cómo, sin preocuparnos de las
desastrosas consecuencias que esto puede tener en nuestro organismo. Los
desarreglos que resultan de ello se han vuelto tan comunes, tan corrientes, que
se ha creado una nueva rama de la medicina. Recibe el nombre de dietética, y se
propone simplemente volver a enseñarnos a comer, no solamente para ayudarnos a
mantener «la línea», sino sobre todo para proporcionarnos los medios necesarios
para luchar victoriosamente contra las úlceras, cánceres y otras enfermedades
llamadas «de la civilización».
Numerosos investigadores, pues, se han abocado a examinar lo que consumimos. Han
dosificado las vitaminas y las sales minerales, analizado los menores
componentes y estudiado todas las reacciones químicas que pueden producirse,
tanto al nivel de la cocción como al de la digestión; a resultas de lo cual, han
establecido tablas, verdaderos vademécum de la higiene alimentaria, donde se
hallan relacionadas las calorías y las raciones alimenticias correspondientes en
función de la altura, del peso y de la actividad de los individuos. A partir de
estos documentos, cada cual puede, en principio, determinar el régimen que mejor
le conviene, el que le mantendrá en forma sin hacerle aumentar de peso. Se
llegan a establecer así «menús dietéticos», cuya primera singularidad es
parecerse sorprendentemente a las comidas que confeccionaban nuestros abuelos:
equilibradas, digestivas, y sin embargo muy nutritivas.
A condición naturalmente de no seguir los preceptos de algunos iluminados. Ya
que la dietética, como cualquier otra empresa humana, puede ser a la vez la
mejor y la peor de las cosas.
No nos dejemos deslumbrar por los pretendidos beneficios de la cura vegetariana
integral. Evitemos caer en el error inverso que consiste en no practicar más que
un régimen estrictamente cárnico. Tanto las verduras como la carne contienen
elementos que son indispensables para nuestro equilibrio, ya se trate de
vitaminas o de sales minerales, de lípidos o de prótidos.
Como siempre, la verdad se halla a medio camino entre dos tesis antagónicas. Una
sucinta revisión de los diversos argumentos lo demuestra.
Así, los vegetarianos integrales reprochan en primer lugar que la carne es
extraída de «cadáveres». A lo cual los partidarios del régimen cárnico responden
que una verdura cortada también está muerta. Pero los primeros se apresuran a
añadir que un consumo intensivo de bistecs (bifes) y costillas de cordero
engendra una excitación peligrosa, que es seguida de un estado depresivo que no
puede ser combatido más que engullendo de nuevo un soberbio asado. Así, según
ellos, el consumo de la carne arrastra al hombre a una espiral infernal que lo
lleva a un punto de no retorno. Esto es un error, replican los defensores del
régimen cárnico: la carne aporta al organismo una acidez necesaria que no se
encuentra en absoluto en los productos del campo. Pasarse sin ella es pues
romper un complejo equilibrio y poner en peligro todo el delicado mecanismo de
la digestión.
¿Pero por qué matar para alimentarse, prosiguen los primeros, cuando algunos
vegetales poseen cualidades nutritivas, calóricas en particular, netamente
superiores a las de la carne? Las calorías no lo son todo, ponderan sus
adversarios; las vitaminas también cuentan. Y no están en las verduras. La B 12,
por ejemplo, sólo se encuentra en el hígado, los riñones y algunos despojos
(achuras).
Cierto, admiten los consumidores de soja —que se las arreglan sin la B 12—; pero
la carne, no dejando al organismo más que unos pocos residuos que eliminar,
arrastra consigo una pereza intestinal altamente perjudicial. Menos perjudicial,
en cualquier caso, que las hinchazones de vientre provocadas por una acumulación
de celulosa y por las fermentaciones que arrastra la alcalosis provocada por la
falta de acidez, responden sus detractores.
Tras lo cual, agotados todos los argumentos, cada cual se vuelve a su régimen,
persuadido de tener razón pero sin haber conseguido convencer a nadie. Lo cual
es perfectamente lógico en la medida en que, tanto por una parte como por la
otra, se prescinde voluntariamente del hecho de que el hombre es omnívoro: dicho
de otro modo, que come de todo y que necesita todo lo que come. Estudios
llevados a cabo sobre su dentadura y sobre la organización de su sistema
digestivo lo han probado ampliamente.
Ni enteramente vegetariano, ni exclusivamente cárnico, el régimen ideal debe ser
equilibrado si se quiere que contribuya a mantener el cuerpo en buena salud. De
todos modos, hay que observar que no es necesario consumir carne todos los días
y en todas las comidas, como tenemos tendencia a hacer.
Nuestros antepasados —¡siempre ellos!—, cuyas condiciones de vida eran
infinitamente más penosas que las nuestras, no la incluían en su menú más que
dos o tres veces por semana, y más espaciadamente si remontamos el curso de la
historia. ¿No fue necesario aguardar al «buen rey Enrique» para que el caldo de
gallina se convirtiera en el plato dominical por excelencia? Esto quiere decir,
y de forma muy evidente, que incluso para los campesinos era imposible
sacrificar más a menudo a una de sus gallináceas, lo cual no impedía en absoluto
a esos vegetarianos por obligación vivir hasta edades avanzadas y ser tan
fuertes como los ricos y afortunados por cuyas mesas desfilaban piernas de
ternera y de cordero, pollos y demás aves suntuosamente preparadas.
Se puede objetar por otra parte que las aves en cuestión, criadas naturalmente,
no debían tener ningún punto en común con nuestros tristes pollos de hoy en día,
repletos de hormonas y protegidos de las agresiones microbianas a golpes de
antibióticos. Su valor nutritivo, evidentemente, se resiente de ello. Al igual
que su sabor. Pero la reciente reglamentación que regula el empleo de hormonas,
tanto para el pollo como para la ternera, debería bastar para proteger la salud
del consumidor. En cuanto al empleo de los antibióticos, no tienen por qué hacer
correr un peligro en particular, al menos si creemos al profesor Trémoliere.
En efecto, este eminente sabio había hecho notar que «las dosis empleadas para
curar a un pollo enfermo son del orden de los 50 a 60 miligramos por sujeto en
una intervención; las administradas al hombre para curar una infección
microbiana son del orden de los 500 a 1.000 miligramos diarios...» Lo cual
significa, si nos tomamos la molestia de hacer unos cuantos cálculos, que
deberíamos consumir una tonelada de carne de pollo para asimilar la dosis
reservada a un paciente en tratamiento. Y ello además a condición de que nos
comiéramos esos pollos crudos, ya que, y esto es algo que se olvida demasiado a
menudo, la cocción destruye los antibióticos.
Pese a todo, la cocción no puede eliminar todos los elementos nocivos que se
hallan acumulados en la carne, principalmente aquellos que han sido ingeridos
por el animal al mismo tiempo que su alimento. Esto es cierto para todos los
insecticidas o herbicidas empleados en el campo a fin de proteger los cultivos y
cuyos rastros quedan en los granos e incluso en el forraje que se utiliza para
alimentar al ganado.
La carne, ya sea de pollo, de ternera, de buey o de no importa cuál otro animal,
se halla pues «cargada» de materias peligrosas, como las focas y los pingüinos
de los que hablábamos un poco más arriba y que habían sido contaminados por el
D.D.T.
Hay ahí un peligro cierto, que sin embargo no conviene exagerar. Por supuesto,
han sido detectados casos de intoxicaciones alimenticias graves, principalmente
tras el consumo de pescados o mariscos cuya carne contenía cantidades elevadas
de mercurio o de cobalto. Los metales pesados como éstos no pueden ser
eliminados por un organismo vivo. Por el contrario, se van acumulando en los
tejidos, donde permanecen, y cuando se consume un pescado o un molusco
contaminado, lo que se ingiere es la suma total de las cantidades
infinitesimales recogidas a lo largo de los días. Es esta suma global la que,
naturalmente, es peligrosa para el hombre.
Este mecanismo acumulativo es hoy en día bien conocido y, como consecuencia de
algunos dramas recientes —en particular en el Japón—, todos los países
industrializados han dictado reglamentaciones, tanto en lo que se refiere a la
localización de los lugares de pesca como al vertido en el mar de residuos
industriales, para que tales accidentes, muy raros después de todo, no puedan en
principio volver a producirse.
Más insidiosa en cambio es la contaminación microbiana consecutiva a una mala
conservación de los alimentos. El pescado, como se sabe, está particularmente
expuesto a ella, pero la carne no está exenta. Así, es preferible desconfiar en
principio de la carne picada y las hamburguesas, en las cuales los gérmenes han
tenido tiempo de desarrollarse, así como los bistecs (bifes) pasados por el
ablandador. Este aparato, que desgarra las fibras para quitarles su dureza,
introduce evidentemente a través de sus dientes gérmenes peligrosos hasta el
corazón mismo de la carne. Si ésta no es consumida inmediatamente, estos
microbios pueden desarrollarse y provocar un principio de putrefacción. En
consecuencia es esencial exigir del carnicero que pique o ablande la carne ante
los ojos de su cliente, en el mismo momento de la venta.
En cuanto al pescado, el problema es distinto y está en relación con los tiempos
de almacenaje. En efecto, ya no estamos en una época en la cual «la marea»
necesitaba varios días para alcanzar las grandes ciudades. Hoy en día, los
camiones refrigerados hacen de noche el trayecto entre los lugares de pesca y
los grandes centros urbanos. Se puede pues decir que todos los pescados
presentados en los puestos de venta son en principio pescados frescos. Pero tan
sólo en principio, ya que hay que tener en cuenta el volumen de las ventas, que
no siempre permite al comerciante agotar inmediatamente su stock. Así, los
pescados pueden efectuar durante varios días consecutivos el trayecto entre el
expositor y la heladera, lo cual perjudica considerablemente su frescor. En
estas condiciones, parece preferible orientarse hacia los pescados congelados
directamente en los lugares de pesca. Éstos, al menos, presentan toda clase de
garantías de salubridad.
La desconfianza que manifiestan aún demasiadas amas de casa hacia los alimentos
congelados no tiene absolutamente ninguna razón de ser en lo que se refiere al
pescado. Apenas un poco más caro que la carne, y tan rico como ella en
proteínas, presenta la ventaja de contener menos lípidos y, en consecuencia, ser
más digestivo, con la ventaja de que la congelación no le priva, evidentemente,
de ninguna de sus cualidades.
La misma desconfianza conduce a mirar mal a las carnes en conserva, de las que
se imagina han perdido todas sus propiedades esenciales. Nada es más falso, y la
mayor parte de ellas presentan incluso garantías bacteriológicas superiores a
las que pueden hallarse en las vitrinas de las carnicerías.
Otra forma de conserva: la charcutería (fiambrería), cuya utilización
«intensiva» debería en cambio estar prohibida. En primer lugar porque su
contenido en colesterol es importante, pero sobre todo debido a su fabricación
industrializada, que hace que se encuentren en ella una importante cantidad de
conservantes y de colorantes químicos.
El mismo problema de frescor se plantea en lo que se refiere a huevos y
derivados lácteos, todos los cuales son muy ricos en proteínas.
Ricas en proteínas son también las leguminosas, como las lentejas, al igual que
los cereales. Hasta tal punto que habría que recomendar a los sedentarios que
evitaran las primeras, dejándoselas a los deportistas y a los trabajadores
manuales que ejercen oficios duros. Los cereales, por su parte, raramente son
consumidos en su estado natural, sino más bien bajo la forma de productos
elaborados tales como las pastas alimenticias o el pan. Este pan que, durante
siglos, fue considerado como el alimento por excelencia.
Con el aceite y el vino, encontramos el fundamento mismo de la civilización
mediterránea. En Roma, la plebe se sublevó para que se le distribuyera pan y se
organizaran juegos. Las mayores conquistas del Imperio fueron emprendidas para
abastecer de cereales la insaciable metrópoli. Más tarde, en la Edad Media, una
mala cosecha de trigo era anuncio seguro de hambre y de trastornos. La misma
Revolución Francesa fue en parte provocada por el hecho de que en París faltaba
el pan, y es célebre la famosa réplica de María Antonieta, ¡que para calmar a
los insurrectos proponía una distribución de brioches (panes de Viena)!
En 1870, durante el sitio de París, mientras la población se veía reducida a
comerse los caballos, cuando no las ratas, se fabricaba un pan en el cual se
mezclaban elementos tan heteróclitos como la bala de avena, el aserrín e
incluso, algunas veces, un poco de harina...
De esta mística del pan nos han quedado gran número de expresiones proverbiales
del tipo «ganar el pan con el sudor de su frente», «ser bueno como el pan
blanco», «quitarle a uno el pan de la boca», etc. Así como una obsesión que hace
que las mujeres hermosas, preocupadas por su línea, huyan incluso del más
pequeño trozo.
Pero, si bien ha adquirido blancura a lo largo de los siglos, el pan ha perdido
al mismo tiempo la mayor parte de sus cualidades nutritivas. La barra «fantasía»
que consumimos hoy en día apenas tiene nada en común con el pan que se
fabricaba, no hace aún mucho tiempo, en los hornos campesinos. La
industrialización de la panadería, por supuesto, ha permitido incrementar la
producción, evitando así el racionamiento o el alza de los precios, pero no ha
podido hacerlo más que en detrimento del propio producto.
Existen pues, notables diferencias entre el pan ligeramente moreno de antaño,
cuya dorada corteza estaba salpicada de manchas de salvado, y nuestras pálidas
imitaciones de hoy en día. Al nivel del material básico en primer lugar, de la
harina, por supuesto.
Actualmente, el trigo es molido en molinos que separan los distintos elementos
constitutivos del grano. Así, el salvado y el germen son retirados, cuando en
realidad constituyen los elementos vitales del trigo. Una harina muy blanca, una
harina flor, como se la llama, ha sido cernida en un 75%, es decir que un 25% de
sus elementos básicos han sido retirados, mientras que si el cernido no se
hubiera efectuado más que a un 90% —es decir si se hubiese eliminado tan sólo un
10% de estos elementos— se habría conservado una parte del salvado y del germen.
Así pues, la harina blanca no encierra más que almidón, gluten y una pequeña
proporción de sales minerales.
«Uno puede preguntarse —escribe Marcel Rouet (La Santé dans votre assiette)— por
qué no se utiliza la harina completa a un 100 %. Esto proviene del gusto de los
consumidores, que exigen un pan blanco, y de los inconvenientes que presenta el
pan completo que, demasiado cargado de celulosa, se vuelve impenetrable a los
jugos gástricos, hace pesada la digestión, irrita el intestino y, según los
últimos trabajos científicos, se opone parcialmente a la asimilación de las
proteínas.»
Aceptemos pues el pan blanco, ya que es imposible hacer otra cosa. Pero lo que
resulta lamentable es que, como para todos los productos industrializados o semi
industrializados, sea necesario añadirle diversos productos químicos para que
pueda fermentar y conservarse.
En el procedimiento tradicional, el germen de la levadura —que, como su nombre
indica, contiene todos los principios nutritivos de la levadura, es decir,
aumento de tamaño— tenía por finalidad desarrollar los fermentos que,
destruyendo la glucosa, desprendían anhídrido carbónico. Con la cocción, estas
pequeñas burbujas de gas se dilataban, dando así a la miga su aspecto aéreo, al
mismo tiempo que hacían estallar los granos de almidón. Se obtenía así un
alimento ligero y digestivo, al tiempo que muy nutritivo.
El pan de hoy en día, atiborrado de ácido ascórbico, que se seca apenas es
cortado, pierde toda nobleza, de tal modo que parece normal que en los países
industrializados —y por lo tanto ricos— se tenga tendencia a dejarlo de lado en
provecho de alimentos más sabrosos.
Las pastas alimenticias, que continúan siendo uno de los constituyentes básicos
de los menús italianos, tienen un valor nutritivo superior en aproximadamente un
tercio al de este pan blanco desnaturalizado. Esto se refiere esencialmente a la
calidad de las harinas que son empleadas para su fabricación, ya que, incluso
cuando el envoltorio precisa que son «al huevo», estos últimos no entran más que
en un muy pequeño porcentaje en su preparación.
Finalmente, las papas, estos preciosos tubérculos gracias a los cuales el mundo
occidental ha podido escapar a las grandes hambrunas de los tiempos antiguos,
contienen también una fuerte proporción de almidón, pero tienen la ventaja de
ser relativamente ricas en vitamina C. Según el doctor Guierre, la papa contiene
«quince veces más vitamina C en 100 gramos que la carne, la mitad de la de un
zumo (jugo) de limón y tanta como la de un jugo de tomate». He aquí pues un
producto precioso, aunque, para que conserve todas sus propiedades, debe ser
cocido correctamente.
Sumergida en el aceite de freír o en el agua hirviendo, la papa pierde
prácticamente todas sus vitaminas. La mejor manera —y también la más sabrosa,
además de no estropearla— de prepararla es asarla sobre las cenizas o en el
horno rodeándola con papel de aluminio. Si, de todos modos, uno no sabe pasarse
sin las papas fritas, hay que cuidar bien de escurrirlas antes de servirlas,
incluso si es necesario secar el excedente de aceite con un papel de seda y,
siempre, utilizar un aceite puro que no se recaliente más de cinco veces.
La cocción, en efecto, debe venir en ayuda de la digestión y no contrariarla. Lo
cual hace escribir a Marcel Rouet (op. cit.): «... Es perjudicial calentar a más
de 90° los alimentos que contengan vitaminas y sales minerales, a fortiori las
diastasas, que no resisten temperaturas inferiores. Estos alimentos no se hallan
tan sólo representados por las verduras y las frutas; los cereales, la carne, la
leche, etc., poseen también preciosas sustancias cuya destrucción hay que
evitar. Por supuesto, la cocción en las ollas a presión, que se produce a una
velocidad récord, disloca los principios nutritivos, destruye irremediablemente
las vitaminas; el ama de casa que las utiliza prepara para su familia y para sí
misma, sin darse cuenta, el camino de la enfermedad consumiendo alimentos sin
vida».
He aquí pues reglado el problema de las ollas-minuto que, para ser prácticos, no
son más que una especie de hornos crematorios en cuyo seno perecen la mayor
parte de los principios nutritivos de los alimentos.
Queda el hervido. Un cierto número de vitaminas son hidrosolubles, es decir que
se disuelven en el agua. Este es el caso de la vitamina C, de las vitaminas B 1,
B 2, B 3, B 4, B 5, B 6, B 9, B 12, H 1 e I. Conviene pues evitar meter en ella
las papas, la col (repollo), el perejil, la soja, las acelgas, las berenjenas,
los berros, el cardillo, la acedera, el apio, la lechuga y las lentejas, que las
contienen.
De hecho, la mejor manera de cocer las verduras parece ser «estofadas», es decir
en una olla cerrada, sobre un fuego muy suave. Así los alimentos no se oxidan al
contacto con el aire; no teniendo ningún contacto con un agua hirviendo, no
pierden sus jugos; puestos al fuego sin cuerpos grasos, no producen sustancias
tóxicas; finalmente, siendo el calor siempre inferior a 90°, las preciosas
vitaminas no resultan destruidas.
Para la carne, los dos mejores métodos de cocción son el asado y la parrilla. En
efecto, las grasas animales cocidas son extremadamente indigestas y pueden
incluso convertirse en tóxicas. Varios médicos sostienen además que el abuso de
las frituras confeccionadas con estas grasas, que irritan las vías digestivas,
podrían ser el origen de algunos cánceres. La cocción al asador o sobre la
parrilla, al permitir que las grasas se viertan de la manera más natural
posible, evita pues este riesgo.
Y volvemos así a los buenos viejos métodos de nuestras abuelas, que dejaban
cocer a fuego lento sus platos durante horas y más horas en un rincón de su
cocina y empalaban sus piernas de cordero y sus pollos entre los morillos de sus
chimeneas.
Lo que en cambio no conocían es una leguminosa milagro, nacida en Extremo
Oriente, pero cuyo cultivo intensivo se efectúa hoy en día en los Estados
Unidos: la soja.
Su introducción, bajo múltiples formas, en la alimentación humana podría
constituir una especie de revolución comparable a la que fue la vulgarización de
la papa, y probablemente al precio de las mismas dificultades. Por supuesto, no
veremos a los productores de soja hacer proteger sus campos por el ejército,
como hizo Parmentier para picar la curiosidad de sus contemporáneos y hacerles
comprender que el tubérculo que estaba creciendo allí era de lo más precioso.
Pero se puede apostar a que, siendo como son nuestros hábitos alimentarios,
costará hacerle admitir al consumidor que el «budín de soja», el «paté de soja»
o las «conchas de soja» tienen el mismo valor nutritivo y, lo que es más, el
mismo sabor que el cerdo, el conejo o el pescado.
Habrá que acudir a ella, sin embargo, debido a la multiplicación de los
individuos a los que debe alimentar el planeta. Hoy en día, teniendo en cuenta
el hecho de que el aporte proteico en la alimentación proviene casi
exclusivamente de un origen animal, se ha calculado que el habitante de un país
industrializado consume aproximadamente 70 gramos diarios, mientras que el de un
país llamado subdesarrollado tiene que contentarse con 7 gramos. Gracias a la
soja, de un precio claramente mucho menos elevado que la carne, esta
desproporción podrá ser absorbida, para el mayor bien de la humanidad.
De hecho, la soja no es la única leguminosa que contiene proteínas, pero sí es
la que las contiene en una mayor proporción fácilmente utilizable por el
organismo. Se calcula que su grano contiene por término medio un 18% de aceite y
un 82% de proteínas y de ácidos aminados.
Debido a ello, se empezó a utilizar el orujo sobrante después de la producción
de aceite de soja para la alimentación animal. Luego se ha pensado que este
«intermediario» no era obligatorio, que de hecho era casi inútil, y que el
hombre podía consumir directamente con mayor provecho las proteínas de la soja
sin hacerlas digerir y transformar previamente por los animales.
Los chinos, que conocen esta planta desde hace casi cuatro mil años, habían
pensado ya en ello mucho tiempo antes que nuestros químicos, puesto que desde
tiempos inmemoriales saben fabricar una leche gracias a la cual reemplazan a la
leche materna cuando esta falla, quesos y galletas de soja.
Tres grandes laboratorios se han dedicado a la transformación de este verdadero
concentrado de proteínas que constituye el orujo de la soja. General Milis en
los Estados Unidos, Courtaulds en Gran Bretaña, y Rhóne-Poulenc en Francia, han
puesto a punto dos procedimientos que permiten fabricar prácticamente no importa
qué a partir de este orujo.
El primer método, el más extendido, permite obtener un «extrudado» que se
presenta ya sea bajo la forma de una harina, ya sea bajo la de cubos esponjosos
que se hinchan en el agua. Estos productos son entregados tal cual a la
industria alimentaria, que los transforma a su gusto y los aromatiza. Se ha
calculado que en los Estados Unidos los niños comen aproximadamente veinte mil
toneladas de soja extrudada. En Francia, una reciente ley precisa que no se
puede añadir más de un 30 % de soja extrudada a un producto y que, cuando se
realiza esta aportación, el producto en cuestión debe llevar un nombre nuevo,
distinto del que llevaba en su origen.
Más interesante es el segundo método, que permite obtener un «hilado» de soja.
Se construyen así cubos que, mientras el extrudado conservaba algunos rastros de
impurezas, contienen un 95% de proteínas puras. Estos cubos, perfectamente
neutros al gusto, son luego sazonados y preparados de tal modo que constituyen
un auténtico sucedáneo de producto animal, que posee su mismo sabor, su mismo
color y su mismo valor nutritivo.
En una entrevista concedida al semanario Le Point, Bernard Favre, un técnico de
Rhóne-Poulenc, explica cómo se produce esto: «En toda esta cadena de
transformación, no entra ningún producto de síntesis, ninguna de estas
"químicas" corrientes en la charcutería (fiambrería) tradicional. Para colorear
los cubos, se emplean productos naturales como la remolacha. Para darles aroma,
se utilizan concentrados de i residuos consumibles de pescados o de carnes».
Y añade: «La soja ofrece muchas ventajas: se conserva, se congela, se cuece sin
problemas, puesto que no contiene ningún producto extraño. Pero el hilado debe
someterse a todos los ensayos, todas las experiencias. Lo que se halla en juego
es otro tipo de alimentación calculado para todos los regímenes, mejor
equilibrada en ácidos aminados, en materias grasas, en azúcares».
Henos aquí pues, gracias a la soja, en vísperas de una auténtica revolución
alimentaria que debería permitir no tan sólo aportar una alimentación lo
suficientemente rica a todos los habitantes del planeta, sino también
condicionar ésta de tal modo que sea rigurosamente equilibrada para amoldarse lo
más exactamente posible a nuestras necesidades. Y todo esto sin que la
gastronomía deba sufrir por ello, lo cual no es lo menos importante.
Mientras aguardamos, debemos de todos modos contentarnos con lo que poseemos y
establecer nosotros mismos nuestro régimen, puesto que los sabios no lo
condicionan aún en sus cubos de soja hilada. Puesto que, digámoslo
inmediatamente, no existe ningún régimen-milagro, que pueda convenir a todo el
mundo, sin discriminaciones de medio, de ocupación o de constitución. La forma
de alimentarse es tanto función de los esfuerzos físicos que se deben soportar,
como de la morfología y del país donde se vive, según sea más o menos cálido.
Aquí también, el mejor medio de sentirse en forma, si no se tiene la paciencia
de examinar minuciosamente las tablas dietéticas ni el valor de atenerse a sus
prescripciones, es siempre apelar a la experiencia de los hombres del pasado.
Nuestros antepasados, como hemos dicho, se levantaban temprano; luego, tras una
rápida colación destinada a llenar un poco el estómago durante la hora que
ocupaban en dedicarse a los primeros trabajos de la granja, se sentaban a la
mesa ante un sólido desayuno. En la actualidad tenemos una tendencia excesiva a
no dar importancia a esta primera comida del día. La publicidad nos ha enseñado
—¡y por una vez no se equivoca!— que el famoso «desfallecimiento de las once» es
debido a la pobreza de nuestro desayuno.
Lo cierto es que una taza de té o de café es insuficiente por la mañana, y que
es necesario darle a nuestro organismo un combustible suplementario para que
pueda aguantar hasta la comida del mediodía. No hay pues que vacilar en
acompañar nuestra bebida matinal con un panecillo de pan completo, untado con
mantequilla o mermelada según los gustos, así como algunos frutos, frescos o
secos. Si añadimos un vaso grande de jugo de frutas —de naranja o de pomelo—,
podemos estar seguros de que nos hallamos preparados para afrontar la mañana sin
problemas.
Llega la hora de la comida, y empiezan las disputas. En efecto, no todos los
médicos dietéticos están de acuerdo sobre el lugar que debe ocupar la comida
principal en el transcurso de la jornada. Para algunos, es conveniente tomarla
al mediodía, con riesgo de tener pesadez de estómago después; para otros, es
preferible hacerlo por la noche, incluso si esto puede perturbar ligeramente las
primeras horas de sueño. Ahí también, la sabiduría no nos llega de los
resultados de las investigaciones científicas, por extensas que sean, sino de la
experiencia.
Para aquellos que nos han precedido, lo que nosotros llamamos almuerzo, y que
ellos simplemente denominaban comida, era un ágape copioso a pesar de la
colación ya tomada, sobre todo en período de esfuerzos intensos. Lo que no
impedía de ningún modo que la cena fuera también relativamente considerable.
Ni demasiado al mediodía, pues, ni demasiado poco por la noche, parece ser la
regla que hay que seguir para asegurarse la plena posesión de sus medios y un
sueño apacible.
Una vez dicho esto, ¿cómo elaborar menús capaces de respetar este equilibrio? La
presencia de carne, como hemos visto, no es indispensable en todas las comidas.
Sin embargo, nuestros hábitos de habitantes de un país rico hacen que la
consumamos al menos una vez por día. En estas condiciones, parece que el momento
preferible de servirla es al mediodía, y con la mayor frecuencia posible en
forma de parrilladas o de trozos asados. Lo cual permite además reservar para la
noche platos más ligeros y más digestivos.
Si uno puede pasarse muy bien varios días sin carne, no ocurre lo mismo con las
verduras crudas, que deben estar presentes en todas las comidas. Al respecto es
conveniente tomar partido en una controversia que opone a los defensores de la
ensalada al inicio de la comida, como se practica en algunas provincias
francesas como el Delfinado, o al final, como lo exige la tradición de la región
parisiense. Son los habitantes de la capital los que tienen razón. Hemos visto
más arriba que la celulosa contenida en las verduras frescas era difícilmente
digerible, y que constituía un lastre intestinal —indispensable, por
supuesto—que atraviesa sin esfuerzo alguno las vías digestivas. Si comenzamos
pues con algunas hojas verdes, que el estómago tendrá problemas en asimilar y
evacuar, bloqueamos la digestión del resto de la comida, que deberá esperar,
antes de proseguir su camino, a que esta molesta ensalada haya despejado el
camino. De hecho, todo ocurre como un domingo por la tarde en la autopista,
donde algunos «tardones» provocan embotellamientos de varios kilómetros. Se
concibe, en estas condiciones, que sea mucho mejor consumir la ensalada al final
de la comida, a fin de que tenga tranquilamente tiempo de efectuar su trayecto,
sin por ello bloquear el de los demás alimentos.
Este razonamiento es válido para todos los alimentos crudos que, siendo
indispensables en razón de su contenido en vitaminas frescas, contienen
igualmente una fuerte proporción de celulosa. Desgraciadamente, y siempre en
relación con nuestros hábitos alimenticios, es muy difícil servir unos pepinos o
unos rábanos al final de una comida, y entonces se hace necesario poner a la
mala suerte... buen estómago.
No hay que olvidar tampoco que las plantas aromáticas son un precioso
catalizador de la digestión, al mismo tiempo que favorecen el trabajo de algunas
glándulas, principalmente aquellas que condicionan la actividad sexual.
Sin sobrecargar los platos de pimienta, tomillo, y otras hierbas, conviene no
olvidarlas tampoco.
Una vez planteado todo esto, he aquí ahora, sin entrar en el detalle de las
distintas preparaciones culinarias, algunos ejemplos de menús típicos que pueden
valer para toda la familia.
DOMINGO
Comida
— Ensalada
— Pierna de cordero al spiedo (al ast)
— Judías verdes (CHAUCHAS) cocidas al vapor
— Fruta
Cena
— Medio pomelo
— Gratinada delfinesa de leche y huevos
— Queso
— Huevos con leche
LUNES
Comida
• Fiambres (servir muy de tarde en tarde)
• Bistec (bife) a la brasa con hierbas
• papas cocidas en las cenizas Ensalada
Cena
Potaje de verduras (sopa de verduras) Tortilla con tomate Queso Fruta
MARTES
Comida
—Paté
— Pollo asado
— Ensalada de berros
Queso
Cena
— Sopa de cebolla
— Endivias estofadas
— Queso
— Fruta
MIÉRCOLES
Comida
— Entremeses (entradas) de pescados
(con aceite, en escabeche, ahumados)
Salteado de ternera
Jardinera de verduras
— Ensalada
— Queso
Cena
— Sopa de soja
— Huevos al plato (con o sin tocino)
— Ensalada
— Queso
JUEVES
Comida
— Ensalada mixta
— Rustido de cerdo (cerdo al horno)
— Judías blancas (POROTOS) estofadas
— Crema helada
Cena
— Huevos al plato
— Berenjenas salteadas
— Ensalada
— Queso
VIERNES
Comida
— Mariscos
— Filetes de pescado con acedera
— Ensalada
— Fruta
Cena
— Sopa de pescados, con pan frito al ajo y roya
— Tomates a la provenzal
— Queso
— Huevos a punto de nieve
SÁBADO
Comida
— Huevos duros con mayonesa
— Rosbif con papas fritas
— Ensalada
— Sorbete (helado de agua)
Cena
— Arroz a la española
— Ensalada
— Mousse de chocolate a la corteza de naranja
Estos menús, naturalmente, no tienen más que un valor indicativo. Corresponde a
cada ama de casa el inspirarse, satisfaciendo el gusto particular de su «mesa»
al tiempo que la sacia, para elaborar comidas que respeten un cierto equilibrio
y, sobre todo, aporten cada día a cada organismo todos los elementos —sales
minerales, lípidos, prótidos, vitaminas— que necesita.
Lo más importante es no servir comidas pantagruélicas, de las que se dejaría la
mitad y cuyas excesivas grasas serán mal asimiladas. Lo esencial es
proporcionarle al cuerpo los «carburantes» que necesita para que se desarrolle
armoniosamente y permita al individuo hacer frente a todas sus tareas
cotidianas.
«Hay que comer para vivir y no vivir para comer.» Quien escribió esto fue
Moliere y, aunque en boca de Harpagón esta sentencia tomó una entonación cómica,
de tal modo revelaba la sórdida avaricia del personaje, el precepto sigue siendo
válido.
Los alimentos son indispensables para la vida. Consumámoslos razonablemente y
viviremos bien, en todos los sentidos de la expresión.
UNA FARMACIA EN LA COCINA
Acodado a la barandilla, el hombre contempla tristemente las pequeñas olas que
chapotean al pie del estrave. De tanto en tanto, levanta los ojos hacia las
velas que cuelgan fláccidas al extremo de sus vergas. Hace ya días y días que la
nave se halla en plena calma chicha, prisionera de una mar de aceite. Y el
hombre sueña en su país, que tal vez no vuelva a ver. En Amsterdam la hermosa,
en La Haya la industriosa donde le aguardan su esposa y sus hijos. En esa
Holanda donde el viento que viene del mar hace girar los molinos y ondular los
campos de tulipanes.
Es mejor esto, de todos modos, que pensar en su estómago que le tortura, en el
hambre que va corroyendo sus fuerzas, y sobre todo en el escorbuto que le acecha
como a todos sus camaradas. Dos marinos han sido alcanzados ya, y uno no puede
hacer más que compadecerse por ellos, ya que todavía no existe ningún remedio
contra esta terrible enfermedad que ataca a los navegantes.
Dentro de poco, como la víspera, deberá contentarse con un trozo de galleta
rancia, ya que el pañol está vacío y el capitán ha racionado los víveres.
Entonces el hombre se revuelve. Aprovechándose de que nadie lo mira, se desliza
en la bodega con la esperanza de tener la suerte de capturar una rata. Sin hacer
ruido, se desliza por entre los fardos de tubérculos que la nave trae del Nuevo
Mundo para mayor alegría de los horticultores de la Frisia o del Brabante. Son
la debilidad de los roedores. Lo sabe, y se pone al acecho. Y, mientras aguarda,
una idea se abre camino en su mente. Puesto que a las ratas les gusta esta cosa
extraña, que no se utiliza todavía más que para producir unas flores muy
decorativas, esto quiere decir que es comestible. Así pues, ¿por qué no roer una
para engañar un poco al hambre?
Entonces el hombre saca su gran cuchillo de marinero, revienta uno de los
fardos, elige un tubérculo bien firme y corta con un gesto rápido la nacarada
carne. Cuando va a llevarse a los labios el pedazo tiene un momento de duda. ¿Y
si aquello va a envenenarle, puesto que todo el mundo sabe muy bien que la
propia planta es venenosa? Pero se tranquiliza. Si esta raíz no fuera
comestible, las mismas ratas estarían todas muertas.
Durante algunos minutos, mastica la jugosa carne, y finalmente se decide a
engullirla. El primer trozo cuesta que pase, pero el resto desciende mejor.
Cuando vuelve al puente, se ha comido una papa entera.
Durante la noche siguiente no puede dormir. Crispado en su coy, aguarda los
primeros síntomas del envenenamiento. Cuando llega su turno de trabajo, todavía
no se ha producido nada. Se tranquiliza. Durante los siguientes días, realiza
frecuentes visitas a la bodega, en compañía de sus mejores amigos, a los cuales
ha revelado su secreto. Cuando finalmente llega el viento, sólo los que han
hecho como él se hallan en condiciones de maniobrar la nave. Todo el resto de la
tripulación está abatida por el escorbuto.
Al capitán, que quiere saber lo ocurrido, le explican su latrocinio. Toma buena
nota y, de regreso a su puerto de amarre, comunica el fruto de sus observaciones
a las autoridades. Naturalmente, aún se ignora que es la vitamina C contenida en
la Solanum tuberosum —más vulgarmente conocida como papa— lo que ha protegido a
esos hombres, pero en esos tiempos se confía más en el valor de la experiencia,
de modo que se aprovisiona ampliamente con este tubérculo a todas las
tripulaciones que efectúan trayectos largos.
¿Aventura romántica, relato puramente imaginario? Evidentemente. La historia no
ha retenido el nombre del primero que se dio cuenta de que la papa cruda era un
potente antiescorbútico, ni las circunstancias de su descubrimiento. Sin
embargo, fue preciso que un día un hombre, un holandés, lo descubriera, dando
así a su país el medio de asegurarse la supremacía marítima de los viajes
largos. Como fue necesario también, casi un siglo más tarde, que un británico
observara que la lima, una variedad de linón de las Indias, poseía efectos aún
más radicales, al tiempo que se conservaba de una forma mucho más cómoda.
Este descubrimiento fue considerado incluso tan importante que fue clasificado
inmediatamente como «secreto militar» por el Almirantazgo. Lo que le valió a la
Navy destronar a la flota holandesa.
Los limones y las papas es algo que todas las amas de casa conservan hoy en día
en su heladera o en su despensa. Como almacenan también un cierto número de
verduras de as que tan sólo conocen sus cualidades alimenticias, sin sospechar
en lo más mínimo que puedan poseer, además, virtudes curativas. Así es, sin
embargo, y vamos a examinarlas metódicamente, por orden alfabético, antes de
pasar a las propiedades de las plantas aromáticas, para terminar con las de las
frutas.
VERDURAS
ACEDERA: Atención, esta verdura es peligrosa. En efecto, el ácido oxálico que
contiene puede conducir, si se abusa de él, a la formación de cálculos de
oxalato de calcio, o dicho de otro modo a la formación de arenilla. A evitar
pues si uno padece de cólicos nefríticos e incluso de reumatismos.
Su consumo sin embargo, en infusión por ejemplo,
favorece la eliminación de residuos.
ALCAUCIL (ALCACHOFA): Este descendiente del cardo es reputado con toda justicia
como un medio eficaz para combatir las enfermedades del hígado. Lo que se sabe
menos es que era utilizada en el siglo XVII para «calentar y excitar a Venus y
para engendrar el maslo», una vez cocida en vino.
Nuestros deplorables hábitos alimentarios hacen que hoy en día no se consuman
más que las cabezuelas y el fondo, mientras que sus principios más activos se
hallan en el leñoso tallo y en las hojas, que pueden ser utilizadas en decocción
para combatir las insuficiencias hepáticas y renales, así como algunos
reumatismos. Además, el agua de cocción de los alcauciles, aunque menos activa,
constituye un excelente estimulante del hígado.
APIO: Su poderoso sabor no gusta a todos los paladares, y es una lástima, ya
que, tomado como entrante, constituye un excelente aperitivo. Además, por sus
cualidades diuréticas, puede constituir la base de un régimen adelgazante.
ARROZ: He aquí otro alimento completo cuyas propiedades bienhechoras para la
sangre, propiedades que nuestros modernos especialistas en dietética acaban de
descubrir de huevo, eran ya conocidas en el siglo XVIII. Actualmente, os médicos
lo recomiendan en los casos de hipertensión y en algunas uremias, cuando la
sangre se carga de nitrógeno y de urea.
Desde siempre, el arroz —o mejor, el agua de arroz— la sido considerado como uno
de los remedios más eficaces contra la diarrea. Las personas de intestinos
frágiles tienen mes la ventaja de prepararse, tres o cuatro veces por semana, un
plato de arroz, ya sea para acompañar a una carne, ya sea azucarado en forma de
postre.
Preparación del agua de arroz: hacer hervir durante aproximadamente una hora 30
gramos de arroz en un litro de agua. Colar a través de un paño. Consumir natural
o azucarada.
BERENJENA: Su mayor mérito es, sin ninguna duda, reforzar el lastre intestinal
y, por lo tanto, favorecer la eliminación natural de los residuos. Además,
algunos autores le reconocen también propiedades estimulantes del hígado y del
páncreas.
BERRO: Hipócrates veía en él uno de los mejores estimulantes y expectorantes;
Dioscórides le prestaba virtudes afrodisíacas; Ambroise Paré lo recetaba para
luchar contra a sarna de los niños; hoy en día, el profesor León Binet, tras
experimentarlo con ratas, ve en él un medio de retrasar la aparición de algunos
cánceres. Una vez más, pues, nos encontramos frente a lo que podríamos llamar
una «verdura todo uso». Con plenos méritos.
Contiene cantidades excepcionales de vitaminas A, B 1, B 2, C, E y PP, y es
además más rica en hierro que las espinacas y posee más cantidad de caroteno. En
estas condiciones, se comprende que sea preferible saborearlo crudo, en ensalada
o como guarnición de carnes.
Añadamos a esto que su jugo, obtenido por presión, detiene la caída del cabello,
y que se pretende incluso que, mezclado con miel, constituye una pomada
insuperable
contra las pecas.
Tiene, sin embargo, un defecto. Creciendo como lo hace en un medio acuático, es
muy sensible a todo tipo de contaminaciones y en particular a la duela, un
temible parásito transmitido por los excrementos de los animales. Es pues —una
vez no hace costumbre— mucho más prudente preferir el berro cultivado que el
silvestre.
CALABAZA (ZAPALLO): Esta buena y gruesa dama, así como su primo el calabacín (zapallín),
forma una plácida familia que destila calma. Nada mejor, pues, para asegurarse
una buena noche, que degustar un plato de ellas para cenar, gratinadas por
ejemplo. Sobre todo teniendo en cuenta que ambos tienen la reputación de atenuar
sensiblemente los ardores amorosos.
Nos equivocaríamos, sin embargo, con respecto a la calabaza, fiándonos demasiado
ciegamente de esta apariencia tranquila. También sabe mostrarse enérgica, sobre
todo cuando se trata de expulsar a un huésped tan indeseable como la tenia. Pero
se trata entonces de una pasta preparada a partir de sus semillas lo que
conviene emplear, antes que tomar un purgante fuerte. En realidad, numerosas
especialidades farmacéuticas contra el parasitismo intestinal están preparadas a
base de semillas de calabaza.
CARDILLO: El nombre francés de esta planta, pissenlit, dice mucho más que el
español acerca de la principal de sus cualidades. Pero no es tan sólo un
diurético potente: los científicos han observado que el extracto de cardillo
dobla, cuadruplica incluso, el volumen de la bilis excretada en media hora.
Además, el cardillo atempera el exceso de colesterol. No hay pues ninguna razón
para privarse de esta deliciosa ensalada, que puede acompañarse de huevos duros
o de tocino, pero a condición de no contentarse tan sólo con la porción blanca
de la planta, la que crece bajo el suelo. La mayor parte de los principios
activos se hallan por el contrario en la hoja verde, un poco más dura quizás, un
poco más amarga también, pero mucho más eficaz.
CEBOLLA: Posee sus adoradores que se reúnen en el mayor secreto en algún bosque
de los alrededores de París, pero, y esto es mucho más serio, fue divinizada por
los egipcios, que la hacían entrar en buen número de sus preparaciones
medicinales. Ya que, como la col (repollo) o el berro, constituye ella sola una
auténtica farmacia. Diurética, estimulante, antiescorbútica, afrodisíaca, tiene
además la reputación de secundar poderosamente las curas de adelgazamiento al
tiempo que favorece la longevidad.
La mejor manera de comerla es, naturalmente, cruda. Algunas personas no
consiguen sin embargo soportar su poderoso aroma. Pueden sin embargo sacar
provecho de todas sus cualidades regalándose con una sopa muy reconstituyente.
CEREALES: Naturalmente, es bastante raro que uno tenga en su cocina un saco de
trigo o de avena. Sin embargo, quizá no resultara inútil proveerse de ellos,
debido a los numerosos efectos bienhechores que puede esperarse de su
utilización. A condición, por supuesto, de que las plantas hayan sido cultivadas
en condiciones «biológicas», y que sus espigas no hayan sido manchadas por los
insecticidas.
La avena, en primer lugar, cuya agua de maceración se revela como un poderoso
diurético y depurativo.
El trigo a continuación, que, cuando está germinado, es un reconstituyente de
primer orden, al mismo tiempo que estimula las funciones sexuales.
Triturados juntos en un molinillo, el trigo y la avena permiten además preparar
un caldo insuperable contra la gastroenteritis de los niños de pecho y que ayuda
poderosamente a los convalecientes a recuperar sus fuerzas.
COL (REPOLLO): El doctor Blanc la llamaba el «médico de los pobres», y es exacto
que la col, tanto la normal como la lombarda, es una especie de panacea. Así,
Alain Rollat escribe de ella que «fortifica, corta el camino a los microbios,
elimina los gusanos intestinales, purifica el conjunto del organismo, regulariza
el trabajo del estómago, del hígado, del intestino, equilibra el sistema
nervioso, calma los dolores gástricos e intestinales, favorece la regeneración
celular,
etc.».
Añadamos que es insuperable contra los dolores, los reumatismos y la artrosis,
al mismo tiempo que da cuenta de las ronqueras más rebeldes.
¿Cómo aprovechar tales beneficios? Comiendo repollo, naturalmente, y a ser
posible cruda. Cortada en laminillas finas, se adapta muy bien a las sazones
tipo vinagreta.
Cocida, esta preciosa verdura conserva aún una gran parte de sus cualidades, y
se puede recuperar una voz clara tomando algunas tazas grandes de su caldo. La
«buena sopa de repollo» no es ninguna leyenda.
Si se trata de terminar con un reumatismo rebelde, se empleará una cataplasma de
la cual Vincent d'Auffray da la receta en su libro titulado Guide pratique des
plantes medicinales (Productions de París): «Retirar del repollo las grandes
hojas exteriores, escaldarlas y aplanarlas con una botella o un rodillo de
pastelero. Colocar varias hojas una sobre otra para formar una cataplasma, tras
haberlas empapado de nuevo en agua muy caliente».
ESPÁRRAGO: Sus puntas son sabrosas, y su tallo leñoso constituye, en decocción,
un excelente diurético. Es conveniente sin embargo utilizarlo con moderación,
sobre todo quien esté sujeto a cistitis o prostatitis. La preparación, en
efecto, resulta muy irritante para el epitelio, y abusar de ella podría provocar
un accidente.
ESPINACA: Debemos las espinacas a los árabes, pero fue Popeye el Marino, el
pequeño personaje norteamericano de historietas, el que las hizo célebres.
Imaginar que puedan proporcionar una fuerza hercúlea, sobre todo cuando son
consumidas en lata, es pura fantasía. Lo que sí es exacto, en cambio, es que son
ricas en hierro y en ácido fólico, lo cual hace de ellas un excelente
reconstituyente.
GIRASOL: No se trata de una verdura propiamente dicha, sino de una flor que
proporciona una semilla de la que se extrae un aceite ligero, particularmente
recomendado para todos aquellos que sufren del colesterol o de arteriesclerosis.
HINOJO: Egipcios, griegos y romanos lo incorporaban ya a sus preparaciones
culinarias, tanto por el sabor que les proporciona como porque
Purga el estómago, aumenta la vista,
De la orina fácilmente provoca la salida.
Y del fondo de los intestinos hace salir los vientos,
como dirán más tarde los doctos médicos de la escuela de Salerno. Sus tallos a
la brasa pueden servir para confeccionar sabrosos gratinados, aunque pueden
también presentarse simplemente como guarnición para un pescado, como la famosa
lubina al hinojo del Mediodía francés.
Sus semillas también son preciosas. Cocidas con leche, permiten confeccionar una
tisana que resuelve todos los empachos gástricos o intestinales. En decocción,
eliminan las migrañas.
JUDÍA (POROTO): Verdes (chauchas), las judías secundan la acción del hígado y
del páncreas; secas, no sirven en principio más que para preparar excelentes
fabadas. Sin embargo, en el campo, se cuidan mucho de tirar las vainas tras
haberlas desgranado. Secas y hervidas en agua, permiten obtener una bebida muy
diurética que soluciona todas las dolencias de los riñones.
LECHUGA: Levin Lemnius escribía de ella que «comerla mucho y a menudo apaga el
ardor de la lujuria: aquellos que son propensos a la vida fuera del matrimonio y
que quieren guardar su castidad deben usarla a fin de apagar el ardor del deseo
carnal».
Eso, por supuesto, puede no convenir a todo el mundo.
Es bueno sin embargo saber también que esta ensalada ayuda a combatir el
insomnio pero que, para este uso, es infinitamente mucho más eficaz en
decocción.
MAÍZ (CHOCLO): Demasiado a menudo se tiene tendencia a creer que no sirve más
que para la alimentación del ganado. En los Estados Unidos, por ejemplo, es
considerado como un dulce, y se sirve acaramelado, o frito para acompañar las
famosas barbacoas (parrillas). Sin embargo, no es el grano comestible del maíz
lo que contiene los principios medicinales más eficaces, sino la barba que
corona la espiga. Conviene pues conservarla cuando se tiene la oportunidad de
conseguir espigas enteras.
Desecada, esta barba sirve para hacer una decocción que es capaz de multiplicar
por cuatro el volumen de la orina excretada en veinticuatro horas.
NABO: Víctima de una mala reputación completamente injustificada, el nabo es un
fortificante. En cuanto al jugo, que por su color constituye el origen de su
descrédito se obtiene ya sea vaciando el tubérculo y echando en el hueco un poco
de azúcar en polvo, ya sea aplastando el nabo crudo con azúcar. Este jugo,
además de constituir un jarabe de delicado sabor, calma las irritaciones
pulmonares y las toses rebeldes.
ORTIGA: Podría parecer paradójico incluir la ortiga entre las verduras. Nada más
lógico sin embargo, ya que, si bien no se halla corrientemente a la venta en las
verdulerías, las madres de familias campesinas la utilizan aún para preparar
sabrosas sopas, que presentan al mismo tiempo la ventaja de ser diuréticas y de
facilitar la digestión.
Además, no hay que temer el pincharse al cogerlas, teniendo en cuenta que su
jugo es hemostático y vasoconstrictor.
Finalmente, si creemos a Petronio, las sacerdotisas del culto priápico
flagelaban con ellas «por encima del ombligo, en los ríñones y en las nalgas a
los viejos, en los cuales esta parte del cuerpo es más fría que la nieve».
Tratamiento utilizado también por otro lado por cierta dama citada por Marcel
Rouet, que iba a «recoger ortigas a fin de ofrecérselas a su amante, el cual,
provisto de guantes, la flagelaba con ellas...» Uno no sabe qué admirar más, si
el valor de esta dama o la prudencia de su amigo, que tomaba toda clase de
precauciones para no pincharse él las manos.
Sea como sea, el autor añade que este tratamiento es también muy eficaz contra
la celulitis, lo que podría empujar a algunas damas melindrosas a verificar sus
virtudes.
PAPA (PATATA): Muy a menudo asociada al puerro en los potajes (sopas), hemos
visto que contenía una importante cantidad de vitamina C. Su fécula es además
rica en potasio.
Cocidas en agua, las papas reemplazan con ventajas al pan en los regímenes
adelgazantes. Es conveniente, sin embargo, no conservar más de veinticuatro
horas las papas hervidas, ya que entonces resultan atacadas por un bacilo que es
exactamente igual al que desencadena las putrefacciones animales.
PUERRO: Pierre Brasseur, tomando en ello ejemplo de Nerón, parece ser que
realizaba con él curas regulares a fin de aclarar su voz. Pero lo cierto es que
no es tan sólo éste el beneficio que debía obtener, ya que la sabiduría popular
sostiene que «una cura de puerros vale lo que una cura en Vichy», debido a lo
poderosas que son las cualidades diuréticas de esta verdura.
De hecho, sus propiedades se acercan sensiblemente a las de la cebolla. Como
ésta, es una «planta para todo» que se puede consumir de muchas formas, con la
diferencia de que tan sólo se come cocido, pero sin olvidar beber el caldo.
RÁBANO Y RÁBANO BLANCO: El primero puede ser considerado como una verdura usual,
y el segundo como un condimento específico de las regiones del Este de Francia.
Sus propiedades son sin embargo tan parecidas que es difícil estudiarlos
separadamente.
Ambos, pues, son poderosos expectorantes y tónicos respiratorios. Así, Jean
Palaiseul (Nos grand-méres sa-vaient, ediciones Robert Laffont) aconseja
masticarlos varias veces al día para combatir la tos ferina. Pero añade que,
comidos poco a poco por la mañana, algunos rábanos rosas alivian también a
aquellos que se ven afectados de ictericia o urticaria.
REMOLACHA: Rica en azúcar, es particularmente recomendada para los adolescentes
en pleno crecimiento y para los deportistas. En cambio, y precisamente debido a
esta riqueza, es desaconsejada para los diabéticos.
SALSIFÍ: Potente diurético, el salsifí favorece la eliminación de los residuos y
contribuye también a combatir algunos trastornos sanguíneos, así como los
reumatismos y la gota.
SOJA: No nos extenderemos sobre las cualidades de esta planta milagrosa, de la
que hemos hablado ya en el capítulo consagrado a la dietética. Recordemos
simplemente que su riqueza en proteínas y en vitaminas hace de ella un alimento
muy completo y muy energético, particularmente recomendado para los
adolescentes, los deportistas, las mujeres encintas, así como a aquellos que
efectúen trabajos pesados.
TOPINAMBUR: Trae muchos malos recuerdos a todos aquellos que, en Francia, han
conocido la Ocupación y las cartillas de racionamiento. Así, por una injusta
inversión de las cosas, este tubérculo, emparentado con el boniato, ha ido
siendo abandonado cada vez más. Sin embargo, su valor nutritivo es sensiblemente
igual al de la papa y, como sea que favorece las secreciones lácteas, se muestra
como un alimento precioso para las madres que dan el pecho a sus hijos.
ZANAHORIA: El profesor Binet ha escrito de ella que «da sangre al organismo», y
recientemente se ha descubierto que participaba en el aumento de los glóbulos
rojos, al tiempo que fortificaba el hígado. Pero la acción benéfica de la
zanahoria no se limita —si puede decirse— a esto. El viejo proverbio que
sostenía que proporcionaba «unos hermosos ojos y volvía rosados los muslos» es
también perfectamente justificado. El caroteno, ha sido constatado
científicamente, es en efecto precioso para la vista. Finalmente, las virtudes
diuréticas de esta verdura, favoreciendo la eliminación, contribuyen a aclarar
la tez.
Entre todas las verduras que acabamos de ver, hay un cierto número que poseen
cualidades muy parecidas. Lejos de nosotros el quejarnos por ello, al contrario,
hay que considerar que se trata de un regalo de la naturaleza, que nos permite
así, al tiempo que variamos nuestros menús, continuar de algún modo nuestro
«tratamiento» para conseguir el resultado buscado.
Sobre todo teniendo en cuenta que los distintos condimentos y aromatizantes que
se hallan a disposición de los cocineros, además de permitir dar a los platos
sabores especiales, vienen a reforzar, a menudo de modo muy poderoso, la acción
de las verduras.
CONDIMENTOS Y AROMATIZANTES
AJEDREA: Los alemanes la llaman Bohnenkraut, es decir la «hierba de las judías
(porotos-chauchas)», lo cual dice mucho sobre sus cualidades digestivas. Pero
los antiguos le atribuían otras virtudes muy distintas, y el hecho de que su
nombre científico de Satureja halle su raíz en el latín satyrus indica bien
cuáles eran.
Hoy, sin embargo, la mayor parte de los tratados de fitoterapia —excepto los de
Maurice Mességué, el cual le da el sobrenombre de «hierba de la felicidad»—
desprecian esta cualidad, esencial sin embargo a los ojos de algunos. Y es que
la ajedrea, que estimula potentemente el estómago, apacigua los espasmos,
regulariza las contracciones intestinales, al tiempo que impide las
fermentaciones favoreciendo la evacuación de los gases, tiene un papel
considerable en el buen desarrollo de la digestión.
El mejor modo de aprovechar sus efectos benéficos es consumirla cruda,
acompañando a algunas ensaladas (judías blancas - POROTOS- a la vinagreta,
espolvoreadas con ajedrea y perejil, acompañadas de algunas rodajas de cebolla,
constituyen un auténtico regalo, digestivo y tonificante); o bebería en infusión
para decuplicar sus efectos.
AJO: Se dice que lo primero que hizo el abuelo de Enrique IV tras el nacimiento
del futuro rey de Francia, fue frotarle los labios con un diente de ajo antes de
untárselos con algunas gotas de jurançon, un vino blanco de Béarn fuerte y
oloroso. El viejo cumplía así con una muy vieja costumbre destinada a proteger
al recién nacido contra los malos espíritus. Pero, al mismo tiempo, le hacía
tomar su primer fortificante y su primer vermífugo. Ya que éstas son dos de las
más importantes propiedades de esta liliácea, que posee también muchas otras.
Si hay que creer a Robert Landry, es a los chinos a quienes corresponde el
mérito de su descubrimiento, puesto que el ajo sería originario de Djungaria, en
el Asia Central. Sea como sea, su uso intensivo se ha extendido desde la más
remota antigüedad por toda la cuenca mediterránea, que continúa, observémoslo de
paso, consumiéndolo abundantemente.
Los egipcios lo habían elevado al rango de una divinidad. Trenzaban con él
collares, que suspendían inmediatamente al cuello de sus hijos para protegerlos
de las lombrices intestinales. Se dice que Keops hizo distribuir abundantes
raciones de él entre los esclavos que construían su pirámide, tanto para darles
fuerzas como para protegerlos de las epidemias.
Más curiosa era su utilización, revelada por el papiro de Kahun, para comprobar
si una mujer era definitivamente estéril o no. Tras haber pelado y limpiado
cuidadosamente un diente de ajo de buen tamaño, el médico lo introducía antes de
la hora de acostarse por la parte más íntima de la anatomía de su paciente. Le
bastaba, a la mañana siguiente, verificar si los potentes efluvios del
condimento habían aprovechado la noche para alcanzar la boca de la consultante.
Si éste era el caso, podía esperar aún a ser madre; si no, debía renunciar para
siempre a la descendencia, y corría así el riesgo de ser repudiada.
Pese a todas sus virtudes, el ajo tiene un defecto capital: impregna de tal modo
las mucosas que es difícil, tras haberlo consumido, librarse de su olor. Los
antiguos se las arreglaban bastante bien masticando una rama de perejil o
comiéndose a mordiscos una manzana. Hoy en día, una pastilla de chicle permite
obtener el mismo resultado.
Es este aroma poderoso lo que le valió, entre los griegos, el sobrenombre de
«rosa hedionda», lo que no impidió en absoluto que los helenos, y en particular
los atenienses, lo consumieran abundantemente, sobre todo en el transcurso de
los Juegos Olímpicos, a fin de darse fuerza y valor, de doparse en cierto modo.
La misma actitud se halla entre los romanos, los cuales, además, mezclaban ajo
picado en la comida de sus gallos de pelea a fin de aumentar su agresividad.
Más cerca de nosotros, Carlomagno, en sus capitulares, recomienda su cultivo.
Los monjes se apresuraron a obedecer, y sus jardines estuvieron abundantemente
provistos de él durante toda la Edad Media, lo que redundaba en bien de su salud
y de la de sus visitantes.
Sabiendo esto, y antes de ver los múltiples beneficios que pueden esperarse de
él, veamos primero sus contraindicaciones. Hay que evitar en efecto tomarlo si
uno está afectado por una enfermedad de la piel como el eccema, cuyas
manifestaciones podría agravar. También hay que evitar dárselo a las mujeres que
alimentan a sus hijos, ya que altera su leche, con lo que podrían provocar
cólicos a los bebés lactantes.
Puestas aparte estas dos excepciones, el ajo conviene a todos y tiene efectos
benéficos sobre casi todo. Estimula el corazón, hace bajar la tensión arterial y
activa la circulación de la sangre, facilita la digestión, se opone a la
proliferación de los microbios, hace caer la fiebre, ayuda a la eliminación de
los parásitos y facilita incluso la expectoración, lo cual le vale el ser
considerado como un antídoto del tabaco.
La mejor forma de consumirlo —la más sabrosa además—, es por supuesto
incorporándolo, preferentemente crudo, a las salsas. Se puede también
espolvorear con él las carnes, las piernas de cordero o los rosbifs. Para
incorporarlo a los platos cocidos a fuego lento, Robert Landry aconseja «echar
en la sartén los dientes de ajo sin pelar, simplemente aplastados con un
puñetazo sobre la mesa de la cocina».
Si se buscan unos efectos más rápidos y profundos, hay otras preparaciones más
específicas que resultan más recomendables. He aquí algunas de ellas,
preconizadas por Jean Palaiseul (op. cit.):
«Para hacer bajar la tensión: un diente aplastado y puesto en maceración por la
noche en un vaso de agua, a beber por la mañana en ayunas».
«Para abortar un catarro nasal: respirar varias veces al día un diente de ajo
aplastado o cortado a trozos...»
«Para facilitar la digestión, suprimir las fermentaciones y los gases
intestinales: una infusión ligera (5 a 10 gramos por litro de agua), añadiendo
un poco de melisa o de angélica, una taza después de cada comida.»
«Contra las lombrices intestinales y también la hidropesía: dos veces al día,
una decocción de 25 gramos de ajo para un vaso de agua o de leche (dejar cocer a
pequeños hervores durante 20 minutos.»
«Contra la tos ferina, la tos, el catarro bronquial y, en general, las
afecciones pulmonares: echar 250 gramos de agua hirviendo sobre una cantidad
variable de ajo picado (para los adultos, de 50 a 60 gramos; para los niños
hasta un año, 15 gramos; hasta cinco años, 25 gramos; hasta doce años, 40
gramos). Dejar macerar durante doce horas; a tomar cada dos horas, con las dosis
siguientes: una cucharada de café hasta cinco años, una cucharada de postre
hasta doce años, una cucharada sopera más allá de
los doce años...»
Y finalmente, esta última receta, también de Jean Palaiseul: «Contra la
extinción de la voz: comer un diente de ajo cuatro o cinco veces al día...»
ALBAHACA: Es el segundo componente de la sopa al pistou (Sopa típica provenzal,
hecha a base de ajo y de tomates asados), pero su papel culinario no se queda
ahí. Se puede utilizar igualmente para aromatizar los platos de ensalada. Además
del delicado sabor que confiere a las distintas preparaciones, permite también
digerirlas con toda quietud. Es quizá por esta razón que los hindúes, que habían
divinizado esta planta, le consagraban ofrendas de arroz, el alimento por
excelencia.
ALCARAVEA: Robert Landry escribe que un «cordon-bleu, incluso principiante,
deberá saber distinguir siempre el comino de la alcaravea... El comino es un
tono cálido de la cocinera... La alcaravea es más bien un medio tono culinario».
De hecho, este estimulante de las funciones digestivas se encuentra
principalmente en nuestras preparaciones europeas, tales como la choucroute o el
Irish Stew, mientras que el primero interviene en platos mucho más exóticos
tales como el curry, el couscous, etc.
ANÍS: Los granos de esta planta de la familia de las umbelíferas son utilizados
sobre todo en forma de esencia para aromatizar los productos de pastelería. De
todos modos, no puede olvidarse que jugaban un papel preponderante en la
preparación del ajenjo, el terrible «verde» que tanto daño hizo a finales del
siglo pasado, y por lo tanto no utilizarlo más que con precaución. Sin embargo,
unas pocas gotas de esta esencia tomadas sobre un terrón de azúcar terminan
rápidamente con las náuseas y los vértigos.
APIO SILVESTRE: Las amas de casa del Mediodía francés utilizan esta planta de la
familia de las umbelíferas, prima del apio, para aromatizar su sopa al pistou.
Las «comadres» italianas le dan el mismo uso en su minestrone. Obtienen, gracias
a él, unos caldos altamente diuréticos y, al parecer, afrodisíacos. Pero esto
permanece en el secreto de las propias familias, y es ahí donde hay que ir a
buscar la clave de la fuerte natalidad que caracteriza a esa zona.
CANELA: Los chinos utilizaban ya la corteza del canelero de Ceilán dos mil
setecientos años antes del nacimiento de Cristo, ya que se halla citada en el
más antiguo tratado de botánica que existe en todo el mundo, la recopilación de
Shen-nung. Lo que no precisa la obra es si era utilizada entonces debido a sus
virtudes sudoríficas o antitúsicas. A menos que el refinamiento del Extremo
Oriente la empleara ante todo por sus virtudes afrodisíacas.
Sea como sea, todas estas propiedades hacen que, tomada con una bebida hirviendo
(un caldo de carne o un vino muy caliente), la canela permita luchar contra
todos los ataques del invierno.
CLAVO: En el lenguaje popular, el botón de la flor del clavero es apodado el
«clavo del amor», lo que no deja ninguna duda acerca de la principal de sus
virtudes. Sin olvidar, naturalmente, su delicado sabor, que se comunica
tanto a las salsas como a las carnes.
Asociado con la canela y la nuez moscada, en la preparación del vino caliente,
el clavo permite obtener una bebida a la vez tónica y bienhechora.
ENEBRO: De él se extraen, o con él se aromatizan, algunos alcoholes, en
particular en los países nórdicos. Gracias a lo cual a los bebedores de ginebra,
de aquavit o de schiedam se les supone que ignoran la gota y los reumatismos. De
todos modos, si se quieren evitar algunos otros pequeños fastidios, es
preferible limitar la cura a las bayas que condimentan algunos platos como la
choucroute, algunos fiambres y otras conservas. Se beneficiará uno también, sin
peligro, de sus virtudes diuréticas y antisépticas.
ESTRAGÓN: El profesor Binet estimaba que él solo podía reemplazar a la vez la
sal, la pimienta y el vinagre. Recomendaba a los enfermos del estómago o
aquellos que debían seguir un régimen sin sal que lo utilizaran para sazonar sus
platos y verduras crudas.
Esto no es todo. Esta planta, de origen mongol o tártaro, introducida en Europa
por los moros cuando conquistaron España, encierra igualmente un aceite
esencial, el estragol, cuya acción aperitiva es incontestable. No es pues por
azar si, muy a menudo, sirve de acompañamiento a los entremeses (entradas).
GENCIANA: Las decocciones extraídas de su imponente rizoma han hecho la fortuna
de algunos fabricantes de aperitivos ya que, aumentando las secreciones de las
glándulas salivales y gástricas, abren naturalmente el apetito. Como además se
disipan los espasmos y tonifican los nervios, son un buen preámbulo para una
comida.
GUINDILLA: Es en cierto modo un revulsivo interno que ayuda a luchar contra la
somnolencia.
JENGIBRE: «El hombre sin jengibre pierde a la vez sus Tuerzas y su mujer»,
pretende un viejo proverbio chino que debe ser completamente cierto puesto que,
pese al cambio de régimen —¡político!—, se continúa consumiendo en grandes
cantidades en las orillas del Yang-tse-kiang. Y es que los hijos del Celeste
Imperio conceden una muy gran importancia al ejercicio de su virilidad, el cual
es poderosamente secundado por esta planta. Pero esto no es todo. Se sabe que
China es un país inmenso donde las comunicaciones no son siempre tan rápidas
como se querría, en particular para los productos alimenticios. El jengibre
tiene la propiedad de neutralizar los nefastos efectos de una carne o de un
pescado cuyo frescor deja que desear.
LAUREL: Las pitonisas del templo de Apolo, en Delfos, masticaban sus hojas
frescas antes de pronunciar sus oráculos. Los romanos, por su parte, coronaban a
sus generales vencedores con ellas, y el emperador Tiberio se hacía una toca
para protegerse... del trueno. Algunos árabes del desierto las utilizan todavía
para aromatizar su té, y nuestros actuales bachilleres se sorprenderían si se
les dijera que el nombre de su diploma proviene del hecho de que, durante la
Edad Media, se colocaba sobre la cabeza de los recién graduados una corona
trenzada de laurel con sus bayas... bacca laurea.
Todas estas funciones prestigiosas no deben hacer olvidar sin embargo el sabroso
aroma que confiere a las preparaciones culinarias, ni sus virtudes medicinales,
que son numerosas.
En primer lugar, es precioso como ingrediente en preparaciones a veces muy
pesadas, las cuales ayuda a digerir. Luego, en infusión, ayuda a terminar con
las bronquitis crónicas. Finalmente, el aceite que se extrae de sus bayas
constituye un bálsamo excelente contra los reumatismos.
MEJORANA: Esta flor toma su nombre de la desventura ocurrida a un príncipe de
Chipre, gran experto en perfumes, que había conseguido elaborar uno tan suave
que los dioses se sintieron celosos. Para castigar al imprudente que había
tenido la audacia de realizar una obra tan perfecta como la de ellos, golpearon
a Amarcus con una borrachera mortal en el mismo momento en que respiraba los
efluvios de su creación. Atormentados por los remordimientos, hicieron luego que
sobre su tumba creciera esta planta de suave aroma.
Sea o no de origen divino, la mejorana posee muchos poderes, principalmente
contra las afecciones nerviosas. Así, termina con los insomnios más rebeldes y
con los dolores de estómago o las afecciones de hígado de origen
nervioso.
Tomada en infusión, permite igualmente calmar los tics, el asma, los catarros
agudos o crónicos, las bronquitis o los accesos de tos.
MENTA: Si se cree en la mitología, la menta habría nacido de una cólera de
Proserpina que, no apreciando en absoluto la relación que había unido al rey de
los Infiernos, Plutón, su esposo, con la hermosa Minthes, transformó a ésta,
método habitual en aquella época, en flor.
Lo que sí es cierto en cambio es que tanto los griegos como los hebreos extraían
de ella un perfume tan embriagador que incluso los escribas llegaban a olvidar
los deberes de su cargo en su afán de procurárselo, cosa que desató las iras de
Jesús.
Los romanos, por su parte, se contentaban con perfumar con él su vino; en cuanto
a las matronas, confeccionaban una especie de pasta —el chicle de la época—, que
masticaban a fin de disimular el olor del vino que iban a beber a escondidas.
En la actualidad, se la utiliza aún en Oriente para aromatizar el té, y los más
potentes emires no salen jamás sin llevarse un ramillete, que respiran tanto
para luchar contra los olores nauseabundos como para mantener su ardor viril.
En cocina, se la puede añadir a distintas salsas, entre ellas la bearnesa.
Consumida así, permite paliar las insuficiencias sexuales, la inapetencia, la
fatiga intelectual, etc. Pero hay que hacer notar que su acción resulta
decuplicada cuando es tomada en infusión.
Tampoco hay que echar de lado el alcohol de menta, del que algunas gotas tomadas
sobre un terrón de azúcar permite sobreponerse a los desvanecimientos o las
dificultades digestivas.
MOSTAZA: Parece que hace más de tres mil años que los chinos la conocen, pero en
Francia se ha hecho famosa la que se prepara en la región de Dijon. Mezclada con
vinagre y algunos otros aromatizantes, acompaña en todas las mesas del país a
todo tipo de carnes y entra en la composición de un enorme número de salsas.
Este empleo resulta perfectamente justificado en la medida en que, preparada
así, facilita la digestión y estimula el funcionamiento del páncreas, así como
el de las glándulas suprarrenales. Sin embargo, hay que ir con cuidado de no
abusar de ella, puesto que entonces «se sube a la nariz» y echa a perder el
estómago.
De todos modos, es tan sólo un daño relativo si se utiliza una mostaza
perfectamente natural. Las cosas empeoran cuando hay que enfrentarse con un
producto de origen químico. En este caso los daños pueden ser considerables.
Así, algunos países del Mercado Común, Alemania en particular, obtienen un gran
negocio con estos sucedáneos que de mostaza no tienen más que el nombre. Hay que
desconfiar de ellos.
Utilizada en sinapismo, la harina de mostaza es un remedio eficaz contra los
enfriamientos y los dolores, pero a condición de añadirle tres veces su peso de
harina de lino para evitar quemarse gravemente la piel.
NUEZ MOSCADA: La nuez moscada, que hemos visto ya asociada con el clavo y con la
canela en la preparación del vino caliente, es un estimulante del estado general
y de las funciones digestivas.
PAPRIKA: Se le llama también guindilla suave, y se le presta la facultad de
devolver un poco de memoria a los amnésicos, al tiempo que ayuda poderosamente a
aquellos que, por exceso de trabajo o de preocupaciones, llegan incluso a
olvidar el nombre de sus interlocutores.
PEREJIL: Antes de brotar de la tierra, se dice, debe rendir siete veces visita
al diablo, y no puede escapar a su influencia más que a condición de que quien
lo haya plantado sea un hombre bueno y justo. Esto explica quizá las múltiples
cualidades de esta planta de la familia de las umbelíferas que, en el transcurso
de sus diferentes periplos subterráneos, tiene ampliamente ocasión de cargarse
de sales minerales y vitaminas. Sea como sea, todo el mundo se pone de acuerdo
en reconocer que, rico en hierro, en calcio, en diversos oligoelementos, así
como en vitamina C, es, para utilizar las palabras de Lucie Randouin, «uno de
los alimentos de seguridad más preciosos» que la naturaleza pone a nuestra
disposición.
Pero en cambio es muy frágil y se oxida muy rápidamente a la luz. Es por esto
por lo que se aconseja consumirlo en la hora siguiente a la recolección, o
conservarlo envuelto en papel de aluminio. Con lo cual se pueden aprovechar
completamente sus propiedades diuréticas, tónicas y afrodisíacas.
PERIFOLLO: La cocción le hace perder todo su sabor; es por eso por lo que las
amas de casa se cuidan bien de escaldarlo antes de aromatizar sus salsas con él.
Sin embargo, es en infusión o en decocción donde se muestra más activo.
De treinta a cuarenta gramos de esta planta echados en un litro de agua
hirviendo dan como resultado una tisana excelente contra los trastornos de la
circulación, las afecciones hepáticas, la ictericia, el catarro crónico, las
obstrucciones linfáticas, los trastornos urinarios, las obstrucciones
viscerales.
En cuanto a la decocción, permite preparar compresas que alivian las oftalmias y
la inflamación de los párpados.
PIMIENTA: La mejor y la peor de todas las cosas, según el empleo que se haga de
ella. Abusar de ella amenaza no sólo con desgastar las papilas gustativas, sino
también provocar lesiones estomacales. Aunque es conveniente observar que las
cocinas tropicales, que hacen un uso casi inmoderado de las especias, se
corresponden perfectamente con los climas bajo las cuales son consumidas.
En nuestros países templados, no hay ninguna necesidad de intensificar las
raciones de pimienta para empujar la digestión y luchar contra algunos
parásitos. Sin embargo no hay que despreciar tampoco sus efectos afrodisíacos,
aunque sin olvidar que el hábito es el peor de los antídotos.
ROMERO: Para los cristianos, el arbusto ofreció un poco de sombra a la Virgen
María cuando huía de Egipto para evitar que su hijo sufriese la suerte reservada
a todos los recién nacidos masculinos de Israel. Incluso ésta se tomó un poco de
tiempo para lavar algo de ropa y colgó los pañales del niño Jesús a secar en sus
ramas.
Los romanos, menos prosaicos, estimaban que la planta traía la felicidad a los
vivos y permitía a los muertos gozar de una apacible estancia en el más allá.
Para nuestro siglo XX, las virtudes de esta planta son esencialmente culinarias.
Y es cierto que unas ramitas de romero realzan agradablemente el aroma de
cualquier salsa. En cambio, lo que menos se sabe es que esta labiácea ayuda
poderosamente a la digestión, y que aromatizar con ella una carne pesada —un
asado de cerdo, por ejemplo—, evita dificultades gástricas. Pero esta planta
tiene también muchas otras cualidades que hacen de ella, al igual que el perejil
o la cebolla, una especie de panacea.
Antirreumática y vigorizante, favorece tanto la eliminación de los gases
intestinales como la de la orina. En las mujeres, ayuda a la regulación del
ciclo menstrual. Paralelamente, empuja la sudación, combate la infección y, por
el mismo motivo, ayuda a la cicatrización de las heridas. Algunas
investigaciones han demostrado que modifica también el proceso de secreción de
la bilis, aclarándola al tiempo que aumenta su volumen.
Hay que convenir que todas estas ventajas no son de despreciar. Sobre todo
teniendo en cuenta que, para aprovecharse de ellas, ni siquiera es necesario
dedicarse a realizar preparaciones especiales. Como hacían nuestros antepasados
de la alta Edad Media, podemos degustar algunas hojas —las más tiernas— crudas,
por la mañana en ayunas. Esto perfuma el aliento y, al parecer, aumenta la
agudeza visual. Pero sobre todo uno puede contentarse con adornar con él los
platos y las salsas, a menos que se prefiera preparar un vino (200 gramos de
hojas frescas, 60 gramos de hojas secas, maceradas durante quince días en un
litro de vino) diurético y fortalecedor, o un elixir de belleza procediendo del
mismo modo pero con alcohol.
SALVIA: Puede parecer extraño situar la salvia en medio de los aromatizantes y
los condimentos. Sin embargo, es uno de ellos, y excelente, aunque las cocineras
lo ignoran la mayor parte de las veces debido a su difícil empleo.
En primer lugar, tomando una frase de Robert Landry, porque, «en esa gran ópera
que es la cocina, la salvia representa una diva susceptible y caprichosa. Exige
permanecer sola, o casi, en escena...»
Luego, porque su grado de cocción tiene una extrema importancia. Sólo con
rebasar el umbral, la salvia, en lugar de aromatizar delicadamente el plato, le
confiere un excecrable sabor amargo. Esto no impide sin embargo que las amas de
casa del Mediodía francés envuelvan con salvia sus asados de cerdo o de ternera
para hacerlos más digeribles, ni a algunos grandes chefs incluirla en sus
preparaciones. Estos últimos, sin embargo, no la mezclan a sus condimentos
culinarios más que en el último minuto, evitándole «el contacto con un fuego
demasiado intenso y un aceite hirviendo».
Además, la salvia presenta otra ventaja que no deja de hacer recordar las
propiedades del jengibre. Combatiendo esta temible toxina que es la cadaverina,
retrasa considerablemente la putrefacción de las carnes y de los pescados, lo
cual la convierte en algo precioso para quien no posee refrigerador.
No es sin embargo por esta razón por la que los romanos la habían bautizado la
«hierba sagrada», sino porque la antigüedad le atribuía la facultad de facilitar
la concepción. Del mismo modo que los druidas galos yendo a recoger el muérdago,
los sacerdotes de la Roma antigua iban a recogerla vestidos de lino blanco, tras
proceder a una ceremonia especial, y no la cortaban más que con instrumentos de
los cuales estaba ausente todo rastro de hierro. No se sonrían. Recientes
investigaciones han demostrado que las sales de hierro son incompatibles con la
salvia, ¡cuyas cualidades desnaturalizan!
Volvamos a nuestros romanos. «Están persuadidos —escribe Jean Palaiseul (op.
cit.)—, de que no solamente protege la vida, sino que también ayuda a darla;
retiene lo que es concebido, dicen, por lo cual es aconsejada a las mujeres
encintas y a aquellas que desean concebir. Éstas últimas deben permanecer cuatro
días sin compartir el lecho conyugal, beber una buena ración de jugo de salvia,
luego "habitar carnalmente con el hombre", e, infaliblemente, concebirán.»
En apoyo de esta receta, el autor cita el caso —sin duda legendario— de una
ciudad de Egipto «donde las mujeres fueron obligadas "por aquellos que quedaron
de una gran peste que sobrevino" a engullir la misma poción y, gracias a ello,
dicha ciudad fue repoblada de niños».
Actualmente, se le reconocen a la salvia una serie de virtudes más prosaicas y
menos espectaculares, como las de activar la circulación sanguínea y sostener el
corazón, lo cual la hace muy indicada para las mujeres con problemas menstruales
y que están atravesando el delicado período de la menopausia. Pero su acción más
sorprendente es sin duda la inhibición de la transpiración, que se manifiesta
aproximadamente a las dos horas de su absorción. Este efecto es de todos modos
muy efímero, lo cual impide aconsejarla como antitranspirante o desodorante a
las mujeres jóvenes. Explica sin embargo una prescripción que relata Jean
Palaiseul (op. cit.): «Cuando un bebé, desahuciado por el médico, está perdido y
nadie comprende la enfermedad que se lo está llevando, prepare una decocción de
salvia y hágasela tomar a cucharaditas cada cinco minutos: se asistirá a la
resurrección del niño». Precisemos inmediatamente que los médicos de los que se
habla son los de la época de Moliere, que tendrían problemas en aplicar a los
recién nacidos sus sanguijuelas y sus lavativas habituales. En algunos casos
pues, la salvia, bloqueando la sudoración, conseguía hacer disminuir la fiebre
—¿no se sumerge, aún hoy, a un bebé con fiebre en un baño frío para obtener una
rápida mejoría de su estado?— y salvar así al pequeño paciente.
Queda por descubrir el mejor medio de obtener provecho de todas las virtudes de
la salvia. Se puede por supuesto emplear en la preparación de platos, con todas
las precauciones que hemos enumerado. Pero se puede también beber en infusión,
ya que no hay que olvidar que esta planta lleva también el sobrenombre de «té de
Provenza». Algunos incluso consideran el aroma del brebaje así obtenido mucho
más fino que el del propio té, y estiman sus propiedades digestivas superiores a
las del café. Además, los chinos, unos auténticos expertos, llegaron incluso a
dar dos fardos de su mejor té a cambio de un solo saco de salvia.
Otra manera de utilizar la salvia es fumar sus hojas secas a modo de tabaco para
aliviar las crisis de asma.
SERPOL: Si la salvia es el «té de Provenza», el serpol es el «té campesino»,
como el tomillo es el «antibiótico del pobre». De hecho, las propiedades de
estas dos plantas aromáticas son sensiblemente parecidas.
TOMILLO: Nació, dice la leyenda, de las lágrimas derramabas por la hermosa
Helena tras la conquista de Troya. Lo que sí es cierto es que crece naturalmente
y de una forma abundante por todo el contorno de la cuenca mediterránea, y que
es utilizado desde la más lejana antigüedad. Egipcios y etruscos lo utilizaban
para preparar aceites con los que embalsamar a sus muertos. Griegos y romanos,
además de aromatizar con él sus platos, inciensaban el altar de sus dioses con
su humo purificador. Una vez más, los antiguos habían descubierto empíricamente
propiedades que nuestros sabios modernos no han encontrado más que después de
innumerables análisis.
En efecto, ha quedado demostrado hoy en día que esta planta —y con ella el
serpol— encierra un aceite esencial, el timol, del cual Vincent d'Auffray (op.
cit.) dice que es «un antiséptico veinte veces más activo que el fenol, sin
ninguno de sus inconvenientes». Además, hoy se ha demostrado que un bacilo no
resiste más de treinta y cinco a cuarenta minutos la acción de la esencia de
tomillo.
Naturalmente, no es la pequeña rama del bouquet garni (Ramillete de hierbas
aromáticas utilizado en Francia como condimento y compuesto por perejil, tomillo
y laurel) lo que remedia todas las afecciones sobre las que triunfa el tomillo.
Sería ilusorio creerlo, pero también sería vano despreciar el hecho de que esta
presencia ínfima, asociada a los otros componentes de este aromatizante,
facilita la digestión de algunas salsas un poco pesadas.
Es en infusión —una o dos ramas por cada taza de agua hirviendo— donde el
tomillo es más eficaz. Consumido de este modo, alivia, según Jean Palaiseul (op.
cit.), «las digestiones penosas, las fermentaciones intestinales, los gases, las
hinchazones de vientre, la falta de apetito, las debilidades cardíacas, la
anemia, la fatiga física o intelectual, las angustias, la neurastenia, los
accesos convulsivos de tos, las afecciones de los bronquios (asma, bronquitis),
la gripe, los enfriamientos, los insomnios, los trastornos hepáticos o de la
menstruación, y las infecciones de las vías urinarias».
Hundir una mano en un cesto de frutas es arriesgarse a desencadenar una grave
polémica. Buen número de personas, en efecto, no pueden comer una manzana, un
melocotón (durazno) o una pera sin haberlo previamente pelado. En cuanto a
algunas otras, sostienen con tesón que las frutas crudas son perfectamente
indigestas, y que no deben ser consumidas más que cocidas o en forma de compota.
«Uno se pregunta —escribíamos en una obra precedente—, por qué un problema tan
sencillo levanta tales polémicas en las familias. Ya que es evidente que una
fruta debe ser comida cruda si se quieren aprovechar todas las vitaminas que la
atiborran y que, salvo casos excepcionales, no debe ser pelada por la misma
razón. Hay, por supuesto, casos particulares. El de los bananas, las naranjas
o... los cocos, pero dejando aparte todos los productos cuya corteza no es
comestible, se puede encontrar un complemento apreciable en la piel de las
manzanas, de las peras o de los melocotones. A condición naturalmente de haber
tomado la precaución de limpiarlas o lavarlas bien, ya que es necesario, como
con la uva, eliminar los productos químicos depositados durante las distintas
fases de su cultivo.»
Por supuesto, una cierta conveniencia heredada del siglo XVIII quiere que la
fruta sea pelada y, siempre, de una forma muy refinada que dista mucho de ser
cómoda. Pero, aunque es conveniente respetar tales costumbres en el restaurante
o «en sociedad», se pueden de todos modos consentir algunas libertades
completamente compatibles con la simplicidad de una comida familiar.
Una vez reglado este «affaire Dreyfus del frutero», veamos ahora lo que podemos
esperar de las distintas frutas que se nos ofrecen en todas las estaciones.
FRUTAS
AGUACATE (PALTA, AVOCADO): Contiene, él solo, casi tantas calorías como una
comida dietética. Es pues un alimento particularmente nutritivo y energético,
recomendable para los aquejados de exceso de trabajo o las personas debilitadas.
DAMASCO (ALBARICOQUE): Pocos autores lo citan, y sin embargo su carne amarilla y
firme se revela como un excelente reconstituyente. Se puede pues recomendar a
los niños en pleno crecimiento y a los convalecientes que tienen necesidad de
remontar su salud.
ALMENDRA: Hay dos clases de almendras, las dulces y las amargas, pero ambas son
comestibles. Las últimas, sin embargo, contienen un producto peligroso, el ácido
cianhídrico, que se halla concentrado a razón de aproximadamente un miligramo
por fruto. Esto es lo que permitió a Schauenberg y Paris afirmar que: «Si un
niño que pesara veinte kilos se comiera veinte de una vez, se envenenaría».
Pero estos dos sabios reconocen por otro lado que la misma cantidad absorbida a
lo largo de veinticuatro horas no haría ningún daño al pequeño glotón.
La almendra dulce debe a su delicado aroma el ser utilizada en pastelería, así
como también, y esto es menos trivial, en cosmetología. Los vegetarianos
integrales, a quienes no les faltan recetas precisamente, la utilizan incluso
para montar mayonesas sin huevo, utilizando así al máximo su principal cualidad,
que es ser laxante.
ANGÉLICA: Es un dulce que ha conseguido su reputación en la región de Niort y,
si la asimilamos a las frutas, es debido a que entra, con muchas otras frutas
confitadas, en la preparación de numerosos pasteles. Como muchas otras plantas,
la angélica tuvo su época gloriosa en el Renacimiento, donde los médicos la
apodaron la «raíz del Espíritu Santo». Paracelso sostiene incluso que gracias a
ella se pudo detener la epidemia de peste que asoló Milán el año 1510.
No iremos tan lejos y nos contentaremos con reconocerle virtudes digestivas, ya
sea bebida bajo forma de infusión o, mezclada con otras plantas, en un vaso de
chartreuse.
. CEREZA: En una obra precedente (op. cit.), recordábamos el caso de aquel
periodista «muy célebre en la inmediata postguerra, que fue apodado "rabo de
cereza" por sus compañeros, que se burlaban así amistosamente de las infusiones
que consumía muy regularmente, con la finalidad de combatir los efectos de una
gula a toda prueba». Y es que, en efecto, la tisana de rabos de cereza es un
poderoso diurético que, ayudando a eliminar el agua de los tejidos, evita la
celulitis y, arrojando los excesos de ácido úrico y de urea, preserva de la
gota, enfermedad que ataca esencialmente a los buenos vividores.
Pero los pedúnculos del delicioso fruto importado de Asia Menor por el célebre
gastrónomo romano Lúculo no son los únicos que poseen virtudes medicinales. Las
pequeñas bolitas rojas que cuelgan de ellos, jugosas y deliciosamente
aromáticas, activan igualmente las secreciones renales. Son pues recomendables
para los pletóricos, los gotosos y los reumáticos.
CIRUELA: Fresco o seco, el fruto del ciruelo es renombrado por sus virtudes
laxantes, reconocidas incluso por Moliere, que hizo comer a su «Enfermo
imaginario» algunas «ciruelas pequeñas para soltar el vientre».
Servida como guarnición con carnes un poco pesadas —asado de cerdo, pato,
morcilla—, permite ofrecer platos que no amenazan con lastrar el estómago de los
invitados.
Preparadas con vino, constituyen un postre refinado que halaga el gusto
conservando el conjunto de las cualidades de la fruta.
FRAMBUESA: Como la fresa (frutilla), que sigue a continuación, no es en absoluto
contraindicada para los diabéticos, a quienes aporta la levulosa y la vitamina
C.
FRESA (FRUTILLA): Esta pequeña fruta roja, de apariencia tan frágil, es en
realidad muy rica en hierro y en ácido salicílico, que tiene una acción
bienhechora sobre el hígado, los ríñones y las articulaciones. Una cura de
fresas (frutillas) con azúcar —realzadas con un jugo de naranja— es pues
particularmente recomendada a los convalecientes y, sin azúcar, a los reumáticos
y a los gotosos. Linneo, el célebre botánico, afirmaba además haberse librado
definitivamente de una gota tenaz sin usar ningún otro medicamento que éste. En
cuanto a Fontenelle, que, como todos saben, murió centenario, atribuía su
longevidad a las fresas que consumía en grandes cantidades.
Hay que añadir que las pequeñas pepitas que adornan el fruto, no siendo
digeribles, irritan en cierto modo el intestino, que intensifica sus
contracciones a fin de expulsarlas. Contribuyen así a regularizar las funciones
de eliminación. Si se añade a esto sus propiedades diuréticas —reforzadas cuando
se toma la precaución, tras haber comido los frutos, de prepararse una decocción
con las hojas— se puede decir que la fresa es un verdadero bocado de salud.
GROSELLA NEGRA: Un autor del siglo XVIII escribía de ella que
es «un excelente elixir de vida, que mantiene la salud y que hace que las
personas de edad parezcan más jóvenes de lo que son». Es cierto que en aquella
época los viejos eran siempre saludables por la simple razón de que sólo los
individuos más vigorosos triunfaban de una considerable mortalidad infantil, lo
cual les daba todas las posibilidades de terminar sus vidas en una saludable
edad avanzada. Una constatación que, de todos modos, no quita nada a las
cualidades de la grosella negra, las cuales quedaron por otro lado palpablemente
demostradas de una forma incuestionable por el aspecto del canónigo Kir, el
pintoresco diputado-alcalde de Dijon, que dejó su nombre al vino blanco cassis
(El nombre francés de la grosella negra es precisamente cassis).
Iniciemos pues nuestro estudio de esta maravillosa planta por el principio, es
decir por el fruto que todo el mundo conoce. Esta pequeña baya está provista
abundantemente de vitamina C y vitamina P. Consumida al natural, constituye pues
un excelente reconstituyente. Macerada en un peso igual de aguardiente, permite
también, tras añadirle azúcar, obtener un licor que se puede mezclar, como hacía
nuestro canónigo, con el vino blanco para obtener una bebida muy diurética.
Las hojas, tomadas en infusión, proporcionan una tisana excelente contra los
reumatismos y la retención de orina. En cambio, si se las deja macerar durante
una quincena de días en un vino blanco semiseco, permiten obtener un «vino de
cassis» eminentemente aperitivo y diurético.
HIGO: ¿Le debía Platón a esta fruta su excepcional seguridad de juicio? Es
posible, puesto que él mismo apodó a los higos los «amigos del filósofo»,
atribuyéndoles la facultad de «reforzar la inteligencia». Un punto de vista que
comparten por otro lado nuestros modernos médicos dietéticos que los recomiendan
en caso de astenia nerviosa.
Sea como sea, algunos autores estiman que el primer vestido humano no fue la
hoja de parra como se cree generalmente, sino la hoja de higuera, gracias a la
cual Adán y Eva ocultaron su desnudez.
Frescos o secos, los higos se revelan en cualquier caso como un alimento muy
rico (100 calorías por cada 100 gramos, en el primer caso; 250 calorías por cada
100 gramos, en el segundo), y facilitan la eliminación de los desechos, luchando
contra el estreñimiento.
LIMÓN: La costumbre de decorar los platos de pescado con rodajas de limón, o
echarle un chorro de limón a las ostras y a los mariscos, se remonta a una época
en la que el frescor de los productos del mar no podía ser siempre garantizado.
Su poder desinfectante —confirmado por análisis que han establecido que mataba
irremediablemente, incluso en dosis mínimas, a los bacilos del cólera, de la
difteria y de la fiebre tifoidea, y que en un cuarto de hora eliminaba de las
ostras el 92% de todas sus bacterias— evitaba pues lamentables accidentes... y
sigue evitándolos.
Hemos visto igualmente que sus propiedades antiescorbúticas, preservadas como un
secreto militar por los ingleses, le valieron el reemplazar a la papa cruda en
la alimentación de los marinos en viajes largos. Resulta sin embargo que los
británicos, aunque hicieran alarde durante mucho tiempo de este descubrimiento,
no hacían más que volver a utilizar la muy antigua receta de los cruzados que,
partiendo a la reconquista de la Tierra Santa, chupaban rodajas de limón, tanto
para apagar su sed como para conservar todos sus dientes.
Esta propiedad, sabemos, es debida a la fuerte concentración de vitamina C que
lo caracteriza. Es esta misma concentración lo que hace de él un excelente
preventivo contra la gripe. En la estación fría, dos vasos grandes de limón
exprimido por día son mejores que todas las vacunas. Cuando no se ha tomado esta
precaución y se experimentan los primeros síntomas del mal, una cura de jugo de
limón acompañado de agua hirviendo y azúcar corta inmediatamente la evolución de
la enfermedad.
En cuanto a los elegantes que desean recuperar su línea, pueden seguir una cura
de limón de veinte días dividida en dos tiempos. Durante la primera mitad de la
cura, aumentando cada día un fruto (primer día: un limón; segundo día: dos
limones; tercer día: tres limones, etc.). Al llegar al décimo día, se aplica un
método inverso y se disminuye un limón diario hasta el final de la cura.
MANZANA: Fue la causante, se dice, de la perdición de la humanidad, induciendo a
la tentación a Adán y Eva. Es quizá para rehabilitarse que contiene tantos
principios benéficos, hasta tal punto que los ingleses no vacilan en afirmar que
una manzana al día permite prescindir del médico.
Sin ir tan lejos, anotemos que termina con las infecciones intestinales, que
alivia los reumatismos y la gota, combate el agotamiento físico e intelectual,
la anemia y la desmineralización, el colesterol y el infarto.
El mejor medio de aprovechar al máximo sus virtudes consiste en consumirla
cruda, por la mañana en ayunas, y con su piel, tras haberla limpiado
cuidadosamente, y tomando la precaución de masticarla bien para evitar cualquier
problema de digestión.
MELOCOTÓN (DURAZNO): El fruto en sí mismo, si es fino y delicado, no posee
ninguna propiedad que no posea cualquier otra fruta fresca. Las flores del
melocotonero, en cambio, permiten fabricar una tisana que calma a los niños
coléricos, y un jarabe sedante.
MEMBRILLO: Su carne es excelente para combatir los vómitos y las diarreas, pero
a condición de que el fruto haya sido recogido después de las primeras heladas,
si no, existe el peligro de que se produzca el efecto inverso. En cuanto a sus
pepitas, permiten preparar una emulsión que calma tanto las hemorroides como las
grietas del seno y las afecciones de la boca.
MIRTILO: Según el doctor Debuigne, fue «Dioscórides quien lo prescribió por
primera vez para combatir la disentería y apretar el vientre. Arnaldo de
Vilanova, célebre médico de la Edad Media, le concede virtudes antihemorróideas
y, por su parte, Artault de Vevey, en el siglo XIX aprovechaba las propiedades
astringentes del mirtilo utilizándolo contra las estomatitis, las aftas, la
estomatitis micósica de los niños».
En cocina, esta suculenta baya permite preparar tartas de una notable finura,
que los canadienses se empecinan en bautizar, no se sabe exactamente por qué,
«tarta de acianos».
MORA: Originariamente, la morera negra fue introducida en Francia por Olivier de
Serres para servir de alimento al gusano de seda. Sin embargo, pronto se observó
que su extracto fluido era excelente contra la diabetes.
En cambio, bien nuestros son los frutos de la zarza silvestre que crece a lo
largo de nuestros caminos. Devorados allí mismo o, mejor, preparados en
confitura, suavizan la garganta y las mucosas, aliviando las ronqueras de todo
tipo.
Tanto las moras como los jarabes extraídos de ellas son excelentes contra la
diarrea o, peor, la disentería.
NARANJA: He aquí la manzana de oro del jardín de las Hespérides, que el valeroso
Hércules fue obligado a ir a buscar más allá de las columnas a las cuales dio su
nombre.
Sin embargo, no todos los autores están de acuerdo en la interpretación que
conviene dar a esta leyenda. Lo que sí es seguro es que el naranjo es originario
de China y que, si hoy saboreamos sus frutos, es gracias a los cruzados, puesto
que fueron ellos quienes lo introdujeron en la cuenca mediterránea, al mismo
tiempo que el limón.
Sea como sea, su riqueza en vitaminas A y C 1 hacen de ella un excelente
preventivo de la gripe, que refuerza al mismo tiempo las encías.
Además, todo es utilizable en el naranjo. Las hojas en primer lugar, que
proporcionan una tisana excelente contra las palpitaciones y el insomnio. Las
flores a continuación, doblemente preciosas, puesto que son el símbolo de la
pureza y permiten fabricar, por destilación, una esencia que detiene las
palpitaciones cardíacas y elimina los malestares de todo tipo. La corteza de las
naranjas, finalmente, macerada en aguardiente diluido con vino, proporciona un
aperitivo eficaz y sano.
NUEZ: «Una nuez, ¿qué hay en el interior de una nuez?», se preguntaba Charles
Trenet hace algunos años. Para el fítoterapeuta, la respuesta es sencilla: hay
elementos tónicos y reconstituyentes.
Pero, más que los frutos, son las hojas del nogal las que son utilizadas en la
medicina por las plantas.
En decocción, combaten el estreñimiento y la infección, así como la inflamación
de las mucosas, al mismo tiempo que hacen descender la concentración de azúcar
en la sangre.
OLIVA: Los latinos le daban el nombre de olea, del que hemos extraído la palabra
oleaginoso, que significa «capaz de dar aceite». Esto indica hasta qué punto es
la oliva un fruto precioso. Su aceite, sabroso, es al mismo tiempo un
medicamento maravilloso con tal de que sea «virgen», es decir, que haya sido
obtenido por una primera presión en frío de los frutos y sea conservado sin
aditivos químicos.
Una cucharada diaria de este aceite permite en efecto paliar las insuficiencias
hepáticas, combatir el estreñimiento, incluso retardar los efectos del alcohol
cuando se prevé que habrá abundantes libaciones.
PIÑA (ANANÁ): Facilita también la digestión, y sus fibras leñosas pueden,
llegado el caso, ayudar a la evacuación de un pequeño cuerpo extraño tragado
accidentalmente. Es también diurética, y ayuda poderosamente al tratamiento de
la arteriosclerosis, de la artritis y de la gota, a condición naturalmente de
consumirla fresca, lo cual afortunadamente es hoy en día posible gracias a la
rapidez de los transportes.
UVA: Blanca o negra, contiene un azúcar directamente asimilable por el
organismo, lo cual la hace preciosa para los diabéticos, que pueden así comer
una fruta que no presenta ningún peligro para ellos.
Se trate de aromatizantes, de frutas o de verduras, cada ama de casa posee pues
en su cocina todos los ingredientes necesarios para curar, al tiempo que prepara
deliciosos platos a aquellos que acudan a sentarse a su mesa. El resultado es
tan sólo asunto de dosificación, de sensibilidad.
Alimentarse únicamente de pan o de papas, apartar sistemáticamente las carnes o
los pescados del menú, hacerse el delicado ante alimentos de una simplicidad
demasiado evidente, es privarse de muchas cosas y en primer lugar de una
alimentación equilibrada, prueba esencial de una salud sin problemas, y además
de un buen número de placeres gastronómicos, ya que los mejores platos no son
siempre los más elaborados.
HERIDAS Y ERUPCIONES
Atareada alrededor de sus cazos y ollas o inclinada sobre el huerto en un rincón
de su jardín, esta abuela cuyo recuerdo evocaba un poco más arriba tenía siempre
una amplia sonrisa para recibirme al regreso de mis peligrosas expediciones, y
sabía calmar con una palabra tierna mis lágrimas de aventurero arañado por las
zarzas o asaetado por los aguijones de las avispas.
Estas pequeñas heridas no me preocupaban, como tampoco me preocupaban las
enfermedades benignas de las que son víctimas a menudo los niños. Nunca la vi
molestar al «señor doctor» para acudir en mi ayuda. Poseía las recetas
suficientes como para prescindir de él.
Vamos a mirar el «libro», decía ella, limpiándome los ojos con una esquina de su
delantal. Y, tras hojear su precioso cuaderno, preparaba enseguida una decocción
o un emplasto, que me aliviaban casi instantáneamente.
Aún es posible hacer como ella, y si las «recetas» que siguen no son las de mi
abuela, podrían haberlo sido, tan sencillas y eficaces son.
AMPOLLAS: Son el resultado de las largas caminatas y el tributo que hay que
pagar muy a menudo por unos zapatos
nuevos.
—Tomar algunas hojas hermosas de repollo, limpiarlas con agua fría y cocerlas en
medio litro de leche. Dejar enfriar y aplicar la pasta así obtenida sobre la
parte afectada. La ampolla debe reabsorberse sin que la epidermis caiga, dejando
en vivo la dermis.
ANGINAS: Se curan esencialmente por medio de gargarismos, y hay que hacer notar
que las preparaciones que indicamos son recomendables también en casos de
pérdida de la voz.
—Exprimir un limón entero en un vaso de agua tibia, azucarar ligeramente y
utilizar como gargarismo.
Jean Palaiseul (op. cit.) aconseja también aplicar sobre la garganta compresas
de jugo de limón salado.
—Hacer hervir durante una decena de minutos tres o cuatro higos secos en medio
litro de leche. Utilizar como gargarismo.
—Hacer hervir un buen pellizco de hojas de salvia secas en medio litro de agua.
Filtrar y utilizar como gargarismo.
ÁNTRAX, FURÚNCULOS Y PANADIZOS: Estos grandes botones deben madurar a fin de que
el absceso pueda vaciarse. Varias cataplasmas naturales pueden ayudar a ello.
—Tomar algunas hojas de repollo, lavarlas cuidadosamente; quitar la nervadura
central, luego aplastarlas con el rodillo de pastelero de modo que puedan soltar
su jugo. Hacer un emplaste, que se aplicará sobre el botón.
—Es Jean Palaiseul (op. cit.) quien da este medio de apresurar la maduración de
estas grandes erupciones extremadamente dolorosas: «Hacer cocer bajo las
cenizas, durante quince a veinte minutos, un blanco de puerro envuelto en papel
mojado o en una hoja de repollo; aplastarlo con manteca de cerdo no salada y
aplicarlo como cataplasma, que deberá renovarse varias veces al día».
ASMA: Esta afección de las vías respiratorias debe, evidentemente, ser objeto de
un tratamiento médico. Sin embargo, puede obtenerse una sensible mejoría
fumando, como si fuera tabaco, hojas de salvia secas y ligeramente picadas.
CAÍDA DEL CABELLO: Es una de las preocupaciones principales de los hombres una
vez pasada la treintena. Algunos se lo toman a risa... falsa la mayor parte de
las veces; otros se arruinan comprando lociones de una eficacia que lo es todo
menos efectiva. Las dos preparaciones que siguen tienen sobre todo la ventaja de
ser perfectamente naturales, de poder ser confeccionadas en casa y, finalmente,
de poseer una acción que, si bien no es espectacular, no deja de ser real a
condición de que el tratamiento dure el tiempo suficiente.
—Aplastar la carne de algunas nueces hasta obtener una especie de pasta con la
cual se untará el cuero cabelludo en el momento de acostarse, eliminándola por
la mañana con un lavado del cabello. (Si se desea no manchar la almohada, o no
molestar a la persona que duerme con uno, es preferible envolverse la cabeza
tras la aplicación.)
—Hacer hervir un puñado de tomillo fresco en un litro de agua, filtrar, y
utilizar como loción.
CALLOS: Son dolorosos y molestos. Todos aquellos que los sufren no piensan más
que en una cosa: librarse de ellos. Desgraciadamente, no siempre les resulta
fácil acudir al pedicuro. Sin embargo, no deben desesperarse por ello, ya que,
una vez más, pueden hallar en la despensa algo con lo que aliviarse e incluso
curarse.
—Cortar una rodaja de ajo lo suficientemente gruesa pero del tamaño del callo.
Aplicarla por la noche y sujetarla con un pequeño vendaje. Quitarla en el
momento de volver a colocarse los zapatos. La operación debe repetirse hasta la
caída del callo.
—Hacer macerar durante veinticuatro horas varias hojas de puerro en vinagre de
vino, y aplicarlas sobre el callo, que se extirpará luego muy delicadamente con
un instrumento no cortante y cuidadosamente desinfectado.
COMEZÓN: No hay nada más crispante que estas irritaciones cutáneas que
sobrevienen sin razón aparente y que impulsan irresistiblemente a rascarse, a
veces hasta llegar a hacerse sangre. Pueden ser calmadas rápidamente mediante la
aplicación de compresas embebidas en una decocción de achicoria silvestre (10
gramos aproximadamente por cada litro de agua).
CONTUSIONES: ¿Qué niño, incluso el más juicioso, no vuelve algún día a casa
luciendo un hermoso chichón o una moradura de buen tamaño? El mejor medio de
secar sus lágrimas sigue siendo el aliviarle rápidamente. He aquí dos recetas
tan sencillas como eficaces.
—Triturar unas hojas de almendro frescas y hacer con ellas una cataplasma.
—Hacer un emplasto con hojas frescas de angélica.
DOLOR DE MUELAS: Una higiene precaria, una nutrición mal equilibrada, el
resultado es que la gran mayoría de nuestros contemporáneos sufre de las muelas
y, desgraciadamente. muy pocos de entre ellos se animan a acudir al dentista.
Por supuesto, es un error, ya que un diente que duele es obligatoriamente un
diente enfermo. Sea como sea, mientras se aguarda la intervención del
especialista, algunos pequeños trucos pueden permitir calmar el dolor sin tener
que acudir a ciertos analgésicos químicos potentes que, para conseguir el mismo
resultado, atacan al sistema nervioso, lesionan las mucosas gástricas o
perturban el ritmo cardíaco.
—Tomar sin tragarlo un sorbo de aguardiente fuerte —50° como mínimo— y bañar con
él el diente enfermo. El efecto es rápido, pero muy limitado en el tiempo.
—Hacer hervir 5 ó 6 higos en medio litro de leche durante algunos minutos.
Utilizar como baño bucal.
—Echar en medio litro de agua hirviendo un pellizco de hojas y de flores de
morera secas. Utilizar como baño bucal para combatir la infección.
—Empapar un algodón con jugo de perejil y colocarlo en el oído correspondiente
al lado donde se encuentra el diente que nos hace sufrir.
ESGUINCES: Este pequeño accidente, banal pero doloroso, no debe ser tomado nunca
a la ligera, y conviene en cada ocasión hacerlo verificar por un médico, a fin
de comprobar que no haya una lesión más grave ocultándose bajo su aparente
benignidad. Cuando se haya constatado que no existe ningún traumatismo profundo,
las cataplasmas de perejil son tan eficaces como cualquier otro bálsamo,
ungüento o pomada vendidos en farmacia.
—Hacer cocer un manojo de perejil en medio litro de vino. Dejar enfriar, luego
componer una cataplasma con las hojas de la planta. Renovar tres a cuatro veces
al día.
GRIPE: Lo esencial, desde las primeras manifestaciones del mal, es transpirar
abundantemente a fin de eliminar las toxinas lo más rápidamente posible para
expulsar la fiebre, que de hecho es una reacción de defensa del organismo. Es
conveniente pues beber en abundancia preparaciones muy calientes, generalmente a
base de limón, que es reconocido como un poderoso febrífugo.
—Durante el día, limón exprimido caliente muy azucarado, o ponches compuestos
del siguiente modo: el jugo de un limón, una cucharada sopera de ron, agua
hirviendo, azúcar o miel a voluntad.
—Por la noche, antes de meterse en la cama: un limón exprimido rebajado con una
taza grande de café hirviendo muy azucarado.
HEMATOMAS: Algunas personas tienen la piel muy frágil, y el menor golpe las
señala con una moradura no siempre de buen efecto. Otras no son sensibles más
que a golpes más violentos, pero, en ambos casos, el dolor es comparable y el
resultado estético igual de desastroso. Una divertida tradición pretende que un
bistec (bife) de ternera aplicado inmediatamente sobre el «punto de impacto»
calma el dolor e impide la formación de un hematoma. El remedio quizá sea
eficaz, pero no deja de ser caro, por lo que nosotros preferimos dos cataplasmas
preparadas a partir de una simple manzana.
—Rallar una manzana cruda con su piel; aplicar en el lugar del golpe, ya sea
envolviéndola en una gasa ligera, ya sea directamente sobre la epidermis.
—Hacer cocer una manzana al horno, pelarla, y aplicar la pulpa sobre el punto
del choque.
HEMORRAGIAS NASALES: Se desencadenan sin el menor aviso y sin que se sepa
exactamente por qué, a menos por supuesto que sean consecuencia de un golpe, en
cuyo caso es importante acudir a un médico para que verifique que no hay ningún
hueso fracturado. Se pueden parar de una forma casi radical por varios
procedimientos:
—Introducir en la fosa nasal correspondiente un pequeño tampón de algodón
embebido en jugo de limón;
—Proceder del mismo modo con jugo de ortiga;
—Aplastar algunas hojas de tomillo o de serpol secos y aspirarlas como si fueran
rapé.
HERIDAS: No se trata de dar aquí los medios de cicatrizar las heridas
importantes, que deben ser tratadas obligatoriamente por un médico. Se trata de
rozaduras o pequeños cortes, cuya curación puede apresurarse al tiempo que se
impide la infección sin tener que verse obligado por ello a abusar de algunos
desinfectantes.
—Lavar la herida con una decocción obtenida haciendo hervir 25 gramos de
centaurea menor en un litro de agua.
—Aplicar una cataplasma de hojas de repollo preparada del mismo modo que para
los ántrax. «Atención —escribe Alain Rollat (Cuide des médecines par alíeles,
Calmann-Lévy, éditeur), recomendando este tratamiento—, la acción de las hojas
de repollo sobre una herida abierta, rápida, se manifiesta al principio por una
aparente agravación del mal; la herida "duele" más debido a que la cataplasma
atrae más toxinas». Última precaución: cambiar la hoja de repollo desde el
momento mismo en que empiece a ennegrecerse.
—Hacer hervir un puñado de consuelda mayor en un litro de agua. Filtrar y
aplicar en compresa sobre la herida.
—Machacar algunas hojas frescas de zarza y frotar con ellas la rozadura para
detener la hemorragia.
—Picar unas hojas grandes de salicaria fresca y hacer con ellas una cataplasma
que facilitará la cicatrización.
—Hacer hervir una treintena de gramos de tomillo en un litro de agua. Aplicar en
compresa sobre las heridas.
HERPES: Las preparaciones capaces de resolver esta desagradable afección son
numerosas. Hemos tenido pues que efectuar una selección, y las que indicamos, si
bien no son las más fáciles de realizar —los ingredientes necesarios obligan a
visitar al herbolario—, sí se hallan entre las más eficaces.
—Aplicar una cataplasma de hojas frescas de bardana.
—Hacer hervir un puñado de hojas o de fragmentos de corteza de abedul en un
litro de agua. Filtrar y aplicar en compresa.
—Hacer hervir una veintena de gramos de dulcamara en un litro de agua. Colar y
utilizar como una loción.
—Hacer una decocción utilizando 100 gramos de plantaina para un litro de agua.
Utilizar como una loción.
—Preparar una infusión utilizando en cantidad igual las flores y las hojas
frescas de la salvia (50 gramos aproximadamente por litro de agua). Utilizar ya
sea en loción, ya sea en compresa.
—Echar en un litro de agua hirviendo 50 gramos de corteza de saúco. Aplicar como
una loción o sobre compresas.
HÍGADO (CRISIS DE): La mayor parte de las veces son provocadas por excesos en la
mesa o libaciones inconsideradas. De modo que no deben ser confundidas con la
ictericia y otras formas de hepatitis, verdaderas enfermedades cuyo tratamiento
es responsabilidad exclusiva del médico.
Siendo frecuentes estas indisposiciones, cada familia posee su o sus «recetas»
para solucionarlas. No vamos pues a enumerarlas todas aquí. Nos limitaremos en
consecuencia a algunas preparaciones sencillas cuyo efecto es innegable.
—Echar sobre un limón sin pelar, cortado a rodajas, un litro de agua hirviendo;
dejar en infusión; azucarar si es posible con miel. Beber tibio.
Este tratamiento puede ser seguido durante varios días sin inconvenientes a
condición de que se tome la precaución de preparar la infusión diariamente.
—Hacer una decocción con el tallo leñoso de un alcaucil y las primeras hojas que
la protegen. Dejar enfriar y beber a razón de un buen litro diario.
—Hacer macerar durante unos quince días el tallo, las hojas y las raíces de un
alcaucil en medio litro de aguardiente. Colar y conservar el líquido así
obtenido en un lugar fresco al abrigo de la luz. A cada crisis, administrar a
razón de seis a diez gotas, varias veces al día, en una taza de té o de infusión
de menta.
—Hacer una infusión con un puñado de boldo (de venta en todas las
herboristerías) en un litro de agua. Azucarar abundantemente la infusión con
miel muy aromatizada o mezclarla con otras tisanas para combatir el amargor de
la planta.
Algunas tisanas a base de boldo, ya listas para usar, han sido lanzadas al
comercio con gran aparato publicitario. Podrían ser prácticas pero,
desgraciadamente, su preparación industrial, así como su envasado y
almacenamiento, hacen perder sus principales cualidades a las plantas que las
componen. De todos modos, es cierto que el consumo regular de tales infusiones
no puede hacer ningún daño y es incluso preferible a la del café o del té. Sin
embargo, no hay que esperar de ellas unos resultados espectaculares.
—Hacer una infusión con un pellizco de menta seca en una taza de agua hirviendo.
Beber muy azucarada tras cada comida.
—La infusión de flores de «pie de gato» (de venta en herboristerías)
descongestiona la glándula hepática y regulariza las secreciones biliares. Es
pues recomendable, a razón de aproximadamente un litro diario, en los casos de
crisis agudas.
—Hacer hervir 100 gramos de cardillo fresco, con las raíces, en un litro de
agua, durante 5 minutos; dejar en infusión durante aproximadamente un cuarto de
hora; colar, beber a razón de dos o tres tazas entre las comidas.
HIPO: No hay nada más desagradable que hipar sin poder detenerse. En la mayor
parte de los casos, el vaso de agua bebido sin respirar o el taparse la nariz
hasta casi la asfixia se muestran fastidiosamente inútiles. Se puede entonces
comer una almendra, cuidando de masticarla muy prolongadamente.
INFLAMACIÓN DEL OÍDO: Ocurre a veces que nos duele el oído, sin que por ello se
trate de una otitis o de una afección grave de este tipo. Se puede entonces
calmar muy fácilmente el dolor aplastando algunas hojas frescas de albahaca para
recoger el jugo e introducir éste en el oído enfermo.
Sin embargo, hay que evitar el no dar importancia a esta advertencia de la
naturaleza y, una vez pasada la sensación de dolor, es conveniente verificar con
un médico que no se trata del síntoma de una enfermedad más importante si no tan
sólo de un simple accidente.
INSOMNIO: Como con las crisis de hígado, las preparaciones que permiten combatir
el insomnio son impresionantes en número. Ello es debido a que la mayor parte de
las plantas medicinales, así como un gran número de verduras, poseen virtudes
calmantes. Cada cual es pues libre de preferir tal o cual receta de las que
indicamos, o cualquier otra, en función de su gusto particular o de sus
tradiciones familiares. Dicho esto, el mejor medio de enfrentarse a este temible
enemigo de nuestro reposo es, en primer lugar, no alimentarlo, privándolo de
algunos auxiliares tales como la mayor parte de los «excitantes».
Se evitará pues tomar café por la tarde, o té, o abusar de algunos alcoholes
fuertes —en dosis masivas «atontan», pero un vasito de coñac nunca ha ayudado a
nadie a encontrar el sueño— o atiborrarse con platos picantes. En cambio, hemos
visto que una ensalada de lechuga ligeramente sazonada con limón relajaba al
tiempo que calmaba los ardores eróticos. Constituye pues un plato ideal para
rematar una cena.
Quedan, por supuesto, los insomnios rebeldes, que es preferible tratar por medio
de plantas más que con todos los calmantes, tranquilizantes y somníferos de los
que tienen tendencia a abusar muchos de nuestros ciudadanos agobiados.
—Hacer una infusión, en las mismas proporciones que el té, con un pellizco de
aspérula olorosa (en herboristerías) en una taza grande de agua hirviendo;
azucarar, con miel si es posible, y beber al acostarse.
—Hacer hervir una lechuga a fuego suave en medio litro de agua durante una
veintena de minutos. Tomar un gran bol de la decocción así obtenida en el
momento de acostarse.
—Machacar una lechuga en un mortero para extraer su jugo; beberlo puro o
mezclado con alguna otra tisana antes de meterse en la cama.
—Echar de 40 a 50 gramos de flores de mejorana secas en medio litro de agua
hirviendo; dejar en infusión durante unos diez minutos. Beber una taza grande
antes de irse a dormir.
—Hacer macerar una cincuentena de gramos de mejorana fresca en un litro de buen
vino de Burdeos. Tras esperar unos quince días, filtrar el líquido. Beber un
vaso de jerez antes de irse a la cama.
—Pulverizar unas flores de mejorana secas hasta obtener un polvo fino. Mezclar
con miel o confitura. Tomar una cucharada sopera antes de acostarse.
—La pasionaria, según Leclerc, «presenta la gran ventaja de provocar un sueño
parecido al normal y no arrastrar consigo ningún efecto de depresión nerviosa,
ninguna obnubilación de los sentidos ni de la mente». Se utiliza en una
decocción ligera obtenida haciendo calentar a fuego suave 50 gramos de hojas y
de flores secas en medio litro de agua. Dejar hervir la preparación, luego
aguardar unos diez minutos antes de bebería, preferentemente en el momento de
acostarse.
—Un pellizco de flores de tila, frescas o secas, echado en una taza de agua
hirviendo, relaja al tiempo que ayuda a encontrar el sueño.
—Hacer macerar 10 gramos aproximadamente de raíz de valeriana en una taza de
agua fría durante medio día. Colar y beber, caliente o fría, una hora al menos
antes de irse a la cama.
LUMBAGO: Lo dobla a uno en dos en el momento más inesperado, y hace sufrir
horriblemente. He aquí dos remedios sencillos para terminar de una manera
efectiva con él.
—Hacer hervir dos hojas de repollo, previamente lavadas, en leche, y dejar
reducir hasta que la preparación tenga el aspecto de una compota. Utilizar la
pasta así obtenida mientras aún quema y hacer una cataplasma, que se aplicará a
los ríñones. Meterse en la cama y conservar el emplasto durante unas doce horas.
—Hacer cocer al horno un manojo de puerros enteros. Machacarlos y mezclarlos con
manteca de cerdo. Aplicar en cataplasma durante medio día.
MAL ALIENTO: El mal aliento no sólo es molesto para aquellos que se nos acercan.
Es también signo de un desarreglo más profundo que puede ser de origen gástrico,
hepático o dental. No se puede pues, para hacerlo desaparecer, contentarse con
masticar efluvios, sino que, por el contrario, hay que buscar y curar, una vez
disimulado, el mal que lo provoca.
—Mal aliento provocado por algunos alimentos (ajo, cebolla, etc.): Maurice
Mességué aconseja masticar una ramita de perejil o algunos granos de café. Estos
dos remedios pueden ser también útiles cuando el olor desagradable es provocado
por el mal funcionamiento de un órgano o una caries dental, pero su efecto es
muy limitado en el tiempo.
MAREOS EN LOS VIAJES: ¿Quién no se ha visto afectado por este famoso mal de los
transportes, que se manifiesta la mayor parte de las veces en coche, pero en
algunas ocasiones también en avión? Para evitarlos, la cantante Mick Micheyí,
que es también una notable magnetizadora, recomienda sujetarse en la piel del
estómago, con ayuda de un trozo de tela adhesiva, un manojo pequeño de hojas de
perejil.
MIGRAÑAS: Éste era el recurso de las hermosas marquesas, que lo utilizaban y
abusaban de él para librarse de los cortejadores inoportunos. Actualmente ya no
es una excusa, puesto que todo el mundo sabe que bastan algunos comprimidos para
hacerlas desaparecer. Pero nuestro ritmo de vida hace que las migrañas sean cada
vez más frecuentes, y en consecuencia se necesitan más y más pastillas para
calmarlas. Lo cual nos conduce a envenenarnos poco a poco, mientras que algunas
sencillas tisanas serían muchas veces tanto o más eficaces.
—Preparar una infusión echando una cucharada de café de granos de anís en una
taza de agua hirviendo. Embeber con ello dos compresas. Tenderse de espaldas y
relajarse aplicándose las compresas sobre cada sien.
—Hacer una infusión, en una taza de agua hirviendo, con 5 gramos de hojas y
flores de calaminta. Beber tras las comidas.
—Machacar algunas cerezas hermosas y bien maduras. Hacer con ellas un emplasto,
que se aplicará sobre la frente, mientras se permanece tendido.
—Machacar una rodaja de limón bastante gruesa, y mezclarla con una taza de café.
Beber el resultado.
—Preparar una compresa con el jugo de un limón ligeramente salado, y aplicarla
sobre la frente.
—Cortar dos buenas rodajas de limón. Aplicarlas sobre las sienes y mantenerlas
durante un cuarto de hora.
—Hacer una infusión con un litro de agua y 30 gramos de hojas o de flores de
melisa. Beber fresca. Esta poción presenta además la ventaja de ayudar a las
digestiones difíciles, que a veces pueden ser causa de migrañas.
—Hacer una infusión con 10 gramos de hojas de naranjo y flores de azahar en
medio litro de agua. Beber caliente o fría.
—Tomar sobre un terrón de azúcar algunas gotas de agua de azahar.
—Cortar dos buenas rodajas de papa y aplicarlas sobre las sienes del mismo modo
que las rodajas de limón.
—Hacer una infusión con un pellizco de romero en una taza de agua. Beber
caliente o tibia.
—Hacer una infusión con 15 gramos de tomillo en un litro de agua. Beber
aromatizándola con un alcohol ligero o, mejor, con algunas gotas de agua de
azahar.
OBJETOS TRAGADOS: Es el terror de las madres cuyos niños se lo llevan todo a la
boca. Por supuesto, si el objeto en cuestión es de un cierto tamaño, es
preferible prevenir inmediatamente al médico, como también si es particularmente
cortante o acerado. Si no, no hay de qué alarmarse. Basta simplemente con
proporcionarle al imprudente los medios de envolver el cuerpo extraño de modo
que pueda atravesar todo el organismo sin crear ninguna lesión y ser evacuado
por las vías naturales. Éstos pueden ser:
—tallos de espárragos, cuyas fibras leñosas se enrollarán alrededor del intruso;
—pequeños copos de algodón embebidos en aceite;
—hojas de puerro.
PICADURAS DE INSECTOS: ¿Qué niño —o qué adulto—, recorriendo el campo durante un
fin de semana, no ha sido víctima de un pequeño animal volador o reptador que le
ha dejado, a menudo durante varias horas, el recuerdo de un agudo dolor? Sin
embargo, estas pequeñas picaduras no deberían estropear nunca un día de
descanso, puesto que es muy fácil calmar rápidamente el dolor que provocan.
—Cortar un limón en dos y friccionar vigorosamente el enrojecimiento que señala
el lugar de la picadura. La sensación de ardor desaparece instantáneamente.
—Friccionar, como para las quemaduras, la región dolorida con una mezcla de
clara de huevo y aceite de oliva.
—Machacar algunas hojas de perejil y embadurnar con ellas la picadura. Se pueden
emplear también hojas machacadas como cataplasma.
—Cortar una cabeza de puerro en dos y frotar con ella el lugar donde ha
penetrado el aguijón.
—Echar sobre el lugar dolorido algunas gotas de jugo de ajedrea.
—Se da por descontado que todos estos pequeños trucos son válidos tan sólo en el
caso en que el paciente ha sido víctima de una sola, o como máximo de unas pocas
picaduras. No hay que olvidar que los insectos son portadores de veneno, y que
éste, inyectado en fuertes dosis, puede ser peligroso. En caso de ataque por un
enjambre, es absolutamente necesario acudir a un médico.
—Además, si se trata de picaduras de abeja, estos diferentes remedios no podrán
aportar alivio más que a condición de que antes de aplicarlos se haya tomado la
precaución de retirar el aguijón, si es que se ha quedado clavado en la capas
superficiales de la piel.
PICOR EN LOS OJOS: Este picor puede ser debido al cansancio, al humo, incluso a
la falta de humedad en el aire. Puede calmarse muy rápidamente gracias a una
loción, obtenida a base de hacer una infusión de algunas hojas de aciano en
medio vaso de agua; aplicar en compresas tibias.
QUEMADURAS: Son el tributo de todas las cocineras, y también de los jóvenes
imprudentes. Afortunadamente, a excepción de la azucena, que no se encuentra más
que en las floristerías, cerca de la cocina está todo lo necesario para calmar
rápidamente el dolor.
—Hacer macerar unos pétalos de azucena en aceite de oliva o alcohol. Empapar un
algodón con esta preparación y untar con ella la quemadura.
—Partir en dos una papa y aplicarla sobre la parte dolorida.
—Mezclar dos cucharadas de aceite de oliva con una clara de huevo y aplicar
sobre la piel.
REUMATISMOS: Las crisis agudas deben, por supuesto, ser objeto de un tratamiento
médico a menudo de larga duración. Pero los ataques más benignos pueden ser muy
bien curados en casa, sin ayuda de nadie.
—Hacer una decocción de camomila. Empapar con ella unas compresas y aplicarlas
tibias sobre la parte dolorida.
—Tomar las hojas grandes de una repollo. Quitar el nervio central, luego
machacarlas ligeramente con ayuda de un rodillo de pastelero. Calentarlas sobre
una fuente de calor —un radiador, por ejemplo—, y aplicarlas, en varias capas,
sobre la articulación afectada. Mantener en su sitio mediante un vendaje.
—Picar cinco puñados grandes de salvia fresca. Mezclar la pasta obtenida con 500
gramos de mantequilla. Hacer hervir durante unos quince minutos a fuego suave.
Colar. Dejar enfriar la preparación, que puede conservarse luego en un tarro de
cerámica. Apenas aparezcan los primeros dolores, masajear la región afectada
haciendo penetrar el ungüento.
SABAÑONES Y GRIETAS: Son provocados por el frío. La mayor parte de las veces son
los labios los que resultan más afectados, en primer lugar porque su piel es muy
frágil, en segundo porque están húmedos muy a menudo. Pero las grietas pueden
atacar igualmente a los dedos de las manos y de los pies, los cuales duelen
entonces terriblemente.
—Tomar arcilla seca y reducida a polvo. Mojarla con aceite de oliva hasta que
recupere la consistencia de la pasta de modelar. Aplicar en cataplasma sobre las
extremidades afectadas.
—Hacer hervir 20 gramos de brotes de álamo en 100 gramos de manteca de cerdo
durante una media hora. Dejar enfriar. Aplicar la pomada así obtenida sobre las
partes enfermas.
Este bálsamo, que es particularmente adecuado para los labios y las comisuras de
la boca, puede también ser empleado como preventivo en lugar de otras
preparaciones que se venden en farmacias. Su eficacia, además, es claramente
superior a la del lápiz labial.
—Tomar un buen pellizco de flores de caléndula secas, echarlas en agua hirviendo
y dejarlas allí durante un buen cuarto de hora. Filtrar y hacer un masaje con el
líquido.
TOS (ACCESOS DE): Hay fumadores impenitentes que, mientras se ponen a toser
encienden otro cigarrillo. El milagro reside en que generalmente, después de
algunas chupadas, su tos cesa. Se trata sin duda de lo que se llama curar el mal
por el mal, aunque tal ejemplo no sería recomendado por nadie. Es preferible
recurrir a la receta, además deliciosa, que indica Jean Palaiseul en Nos grand-méres
savaient (op. cit.): «Cortar en rodajas dos o tres manzanas grandes no peladas
en un litro de agua fría; añadir algunos trozos de regaliz, y hacer hervir
durante un cuarto de hora; filtrar, beber a discreción, sin azucarar».
VERRUGAS: ¡Cuántos tratamientos costosos y más o menos dolorosos, cuando no se
trata de auténticas operaciones quirúrgicas, para librarse de estas pequeñas
excrecencias carnosas indeseadas! ¿Pero por qué ir a buscar tan lejos lo que la
naturaleza nos pone al alcance de la mano?
—La celidonia, por ejemplo, que crece al borde de los caminos y en las viejas
paredes, y cuyo amarillento jugo que rezuma cuando se corta su tallo quema las
verrugas en tan sólo unos días.
—Los guisantes (arvejas) también, cuyas vainas contienen en su interior un jugo
que las ataca.
—Las papas, finalmente, que una vez ralladas y aplicadas en cataplasma dan el
mismo resultado.
No hay ninguna erupción pequeña, ninguna heridita, que no pueda ser aliviada y
curada utilizando simplemente los remedios que la naturaleza pone cotidianamente
al alcance de la mano del ama de casa. Ya se trate de verduras, de
aromatizantes, incluso de especias, todas estas plantas que hallamos cada día en
nuestro plato nos ayudan a vivir mejor, evitándonos el tener que atiborrarnos de
medicamentos que, si bien tienen un efecto benéfico al primer momento, pueden
ser peligrosos a largo plazo.
Éste es, por ejemplo, el caso de la aspirina. Ciertamente, todos los médicos
están de acuerdo en reconocer que constituye un remedio precioso, sin duda uno
de los mejores. Pero todos admiten también que, consumida a fuertes dosis, llega
a provocar ulceraciones gástricas que pueden ser graves. No deja de ser
tentador, cuando uno tiene dolor de cabeza o de muelas, cuando se siente venir
la gripe, acudir al tubo de comprimidos. No se piensa en ese momento en las
consecuencias ulteriores de este gesto repetido demasiado a menudo, ya que tan
sólo se espera de él un resultado rápido y radical.
Es sin embargo casi tan sencillo curarse con una de las preparaciones a base de
limón que hemos indicado, o con cualquier otro «remedio casero», aunque haya que
esperar un poco más de tiempo los resultados y soportar el dolor unos pocos
minutos más. Sin embargo, ¡qué garantías de futuro se hallan disimuladas bajo
este pequeño calvario suplementario!
EL ETERNO FEMENINO
Incontestablemente, la señora de Brézé, condesa de Maulévrier, era sin la menor
duda la mujer más hermosa de su tiempo. Pero, lo que es mejor, supo seguir
siéndolo durante toda su vida, en una época en la cual, las mujeres aún más que
los hombres, envejecían aprisa y mal. Puesto que aquella mujer cuyo recuerdo ha
guardado la historia bajo el nombre de Diana de Poitiers no olvidaba ningún
cuidado para conservar intacta esta belleza que la suerte le había prodigado
desde su nacimiento ni para protegerla del deterioro de los años.
Sus recetas, desgraciadamente han permanecido secretas, y se sabe tan sólo que,
como Cleopatra, tomaba baños de leche que conservaban su piel tersa y
aterciopelada. Por lo demás, debemos contentarnos con conjeturas, puesto que
sirvientes y doncellas no han desvelado nunca la misteriosa alquimia que
permitía a su dueña parecer gozar de una eterna juventud.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que todas sus lociones, todos sus bálsamos,
todos sus ungüentos eran a base de plantas. Y de plantas muy comunes. Lo cual no
le fue nada mal, puesto que, tras haber llamado la atención de Francisco I —al
cual se resistió victoriosamente, pese a las calumnias de Víctor Hugo en El rey
se divierte—, se convirtió en la amante de su hijo, el futuro Enrique II, en
cuyo corazón reinó hasta su muerte.
El flechazo se produjo un hermoso día de 1536. El joven príncipe acababa de
cumplir los diecisiete años. ¡Diana tenía veinte años más que él! Durante
treinta años, iban a vivir un idilio fuera de lo común, en medio de torbellinos
e intrigas, sin que su amor resultara jamás marcado ni por la edad, que terminó
finalmente señalando a la hermosa duquesa, ni por las tortuosas intrigas de los
grandes señores, que veían con mal ojo el que aquella «vieja dama» condicionara
la política de su país.
Cuando ella murió, a los sesenta y siete años, se hallaba aún en plena
florescencia de su belleza.
Se trata por supuesto de un caso excepcional, y muy pocas mujeres, incluso en
nuestros días, podrían vanagloriarse de una tal longevidad de su seducción, ni
siquiera tras haber utilizado todos los recursos y todos los artificios de la
cirugía o de la cosmetología moderna. De todos modos, no hay que preocuparse; si
una mujer de hoy en día no puede ofrecerse un «peeling», un «lifting» o un
remodelaje del seno por medio del poliestireno, no tiene tampoco por qué
desesperarse. Sin llegar a ser una Diana de Poitiers, cualquier mujer puede
descubrir en su cocina, a fin de cuentas su reino particular, todos los
ingredientes necesarios para realizar eficaces mascarillas de belleza o para
confeccionarse pequeños remedios que terminarán con sus pequeños males.
ACNÉ: Esta enfermedad de la juventud hace muy desgraciadas a las mujercitas que
se ven afectadas por ella. He aquí, para consolarlas, un tratamiento que, al
menos, tiene el mérito de no limpiar mucho sus bolsillos al tiempo que hace
desaparecer sus estigmas.
En primer lugar, no utilizar cualquier tipo de jabón para lavarse. Se elegirá
preferentemente uno azufrado, y no se vacilará en frotar vigorosamente.
En segundo lugar, vigilar el régimen alimenticio, aprovechando al máximo las
propiedades diuréticas de algunas verduras de las que ya hemos hablado.
Finalmente, en cada comida, es conveniente masticar un nabo crudo. Es excelente,
sobre todo si se toma la precaución, cada día, de aplicar sobre las espinillas
del acné un tomate fresco cortado en dos.
Se pueden aplicar también sobre el rostro cataplasmas de harina de maíz.
ACNÉ ROSÁCEO: Es provocado por una inflamación de las glándulas cutáneas del
rostro. Su aparición se produce por otro lado de una forma muy insidiosa, puesto
que empieza con pequeños puntos rojos prácticamente invisibles que se
transforman poco a poco en pústulas, las cuales se extienden, ganan terreno y,
finalmente, se reúnen para formar una red inextricable de manchas rojas.
De acuerdo, el acné rosáceo es una enfermedad que afecta esencialmente a los
alcohólicos. Pero las mujeres más sobrias pueden también ser sus víctimas,
principalmente cuando superan la difícil etapa de la menopausia. Es conveniente
pues, desde la aparición de los primeros enrojecimientos, reaccionar sin
tardanza.
La decocción de hojas de lechuga, aplicada por la mañana y por la noche, es un
excelente remedio, que presenta además la ventaja de atenuar las quemaduras de
las insolaciones. Pero, si se puede preparar una decocción con las semillas de
lechuga y no solamente con sus hojas, se obtendrá un agua aún más eficaz.
ARRUGAS: El limón, como sabemos, posee un efecto astringente sobre la piel. Es
pues muy útil para combatir las arrugas si se aplica en rodajas sobre las partes
amenazadas, a menos que se utilice su jugo en compresa, alrededor de los ojos en
particular, para evitar los desagradables picores.
Una decocción de flores de romero (hacer hervir 50 gramos de estas flores en
medio litro de agua o de vino blanco; dejar en infusión un cuarto de hora, luego
filtrar) tiene las mismas propiedades, sin presentar los mismos inconvenientes.
CABELLOS: La calvicie es una afección típicamente masculina. Sin embargo, ocurre
que algunas mujeres pierden sus cabellos, y es comprensible que esto las
desconsuele. En la mayor parte de los casos, es simplemente porque no saben
cuidarlos; ya sea que utilizan champús que no les convienen, ya sea que abusan
de las «permanentes» o de los rizos, que hacen que los cabellos se vuelvan
frágiles y quebradizos.
Para aquellas que pierden sus cabellos —o que quieren evitar que su marido se
vuelva completamente calvo...—, he aquí una receta muy antigua y que al parecer
es excelente.
Picar en un mortero un buen manojo de berros para exprimir su jugo. Colar y
diluir el líquido obtenido con alcohol de 90 °. Aromatizar con una esencia de
flores. Realizar, por la mañana y por la noche, fricciones con ayuda de esta
loción.
En el siglo XVI, se obtenía el mismo resultado aplicando sobre el cráneo
cataplasmas de nueces trituradas. No iremos tan lejos como eso, pero no por ello
debemos olvidar el nogal, cuyas hojas permiten obtener una decocción que da a
los cabellos un hermoso reflejo cobrizo.
Para reforzar los cabellos y devolverles su flexibilidad, se puede también
untarlos, antes de lavarlos, con una loción compuesta por aceite de oliva, jugo
de limón y algunas gotas de alcohol... coñac, armagnac o ron. Los cabellos secos
ganarán con ello en volumen y flexibilidad; en cuanto a los otros, obtendrán un
nuevo vigor.
Siempre para luchar contra la calvicie, pero también para dar un nuevo brillo a
los cabellos, las decocciones de romero o las fricciones con la famosa «agua de
la reina de Hungría» son muy recomendadas por los fitoterapeutas.
El tomillo, finalmente, que en decocción tiene sensiblemente las mismas
propiedades, presenta además la ventaja de hacer brillar los cabellos y
facilitar su desenredado.
CANSANCIO: Es el peor enemigo de la belleza, todas las mujeres lo saben bien. El
mejor remedio para apartar sus estigmas es, evidentemente descansar.
Desgraciadamente, raras son las mujeres que pueden decidir tomarse unas
vacaciones en el momento en que lo desean, es decir cuando más necesidad tienen
de ellas.
Para apartar el cansancio, es conveniente pues adaptar los tiempos de descanso
de que se dispone, de modo que una pueda sacar el máximo provecho de ellos.
Sabemos ya que el mejor sueño, el más profundo, el más reparador, es aquel que
se toma antes de la medianoche. Aunque no sea siempre muy fácil, las mujeres de
tez pálida conseguirán una buena ventaja acostándose lo más pronto posible, y
levantándose temprano.
No hay que olvidar también que el cansancio se ve agravado por el desequilibrio
en el régimen alimenticio. Se evitará pues abusar del alcohol, del tabaco, así
como de algunas especias que, fomentando un cierto nerviosismo, perjudican la
calidad del reposo.
Finalmente, se intentará equilibrar los menús de la semana, aprovechando al
máximo las propiedades energéticas de los distintos alimentos que hemos
enumerado ya. Se podrá también secundar útilmente esta acción de los alimentos
con algunas preparaciones como éstas:
— Exprimir una naranja y un limón; mezclar los jugos; azucarar con miel; beber
por la mañana en ayunas.
— Extraer el jugo de 500 gramos de espinacas y 500 gramos de berros; conservar
el líquido obtenido en el refrigerador; beber un vaso de licor del mismo por la
mañana, antes del desayuno.
CASPA: Da miedo a los hombres, y enriquece a los peluqueros, que recomiendan
siempre tratamientos complicados, caros y la mayor parte de las veces
completamente ineficaces. Una receta muy sencilla y perfectamente económica
consiste en preparar, tras cada lavado del cabello, una loción con el jugo de un
limón, que se completará con un enérgico masaje del cuero cabelludo a fin de
desprender de él todas las pieles muertas.
CICATRICES: Un grano rascado, un corte pequeño, un arañazo, dejan durante
algunos días unas huellas de un color rosado más o menos oscuro y nunca muy
agradables. Podrán ser atenuadas si se les dan aplicaciones diarias con una
decocción obtenida a base de hacer hervir una mezcla a partes iguales de salvia,
de geranio y de lavanda.
COSMÉTICOS: En la actualidad las mujeres ya no preparan por sí mismas sus
cosméticos. La cosmetología moderna ha hecho progresos considerables, y todos
los maquillajes que se encuentran hoy en día en las perfumerías se hallan
acondicionados de tal modo que cualquiera puede encontrar el que mejor convenga
a la textura de su piel.
Para las jovencitas que desean jugar a maquillarse y no se atreven a hurgar en
el armario de mamá, he aquí una receta que les permitirá colorear sus mejillas
como los mayores: cortar en dos una remolacha cocida: frotar y dejar secar:
reanudar la operación tras haber cortado una rodaja de la remolacha en el lugar
donde se ha partido si el color rosa obtenido no es lo suficientemente vivo.
CULEBRILLA: Como el acné, la culebrilla es a menudo una enfermedad de juventud,
pero esto no significa en absoluto que los adultos no puedan verse afectados.
Generalmente, su aparición es provocada por un régimen alimenticio
desequilibrado, demasiado rico en alcohol, en platos «pasados», como la caza, y
en especias. Para combatirla, es pues necesario volver en primer lugar a una
alimentación más sana. Paralelamente, se procederá a aplicaciones de compresas
empapadas en una infusión de tomillo o, simplemente, a fricciones con rodajas de
pepinos frescos.
DIENTES: Una sonrisa deslumbrante es una de las primeras armas de la seducción.
Desgraciadamente, nuestros dientes son frágiles. Se cubren de sarro, se vuelven
amarillentos y, bajo los efectos del tabaco, a veces se rayan.
Para que sigan siendo blancos, se puede naturalmente acudir con regularidad al
dentista, para que proceda a una limpieza. Es además una excelente precaución,
ya que el especialista aprovechará la ocasión para verificar que no exista
alguna pequeña caries en formación. Sin embargo, no se debe abusar de estas
limpiezas, que terminan por desgastar el esmalte. Entre dos visitas al dentista,
se puede conservar toda la blancura de los dientes cepillándolos una vez por
semana con bicarbonato sódico, o, mejor, frotándolos con un cuarto de limón.
Este segundo método, además de eliminar el sarro y las manchas amarillas que
deslustran el esmalte, desinfecta y refuerza las encías.
EDAD: Diana de Poitiers no fue la única en combatir victoriosamente el desgaste
de los años. Tuvo una antecesora en la persona de la reina de Hungría que,
gracias a un elixir cuya receta le fue comunicada por un ángel, volvió a
encontrar pasados los setenta años el vigor y el resplandor de su juventud, se
libró de sus reumatismos y estuvo a punto de conquistar finalmente un nuevo
esposo.
He aquí la receta de esta agua, tal como la relaciona Jean Palaiseul (op. cit.),
que la ha copiado a su vez de una obra extremadamente antigua e inencontrable.
«Yo, Doña Isabela, reina de Hungría, de setenta y dos años de edad, inválida de
los miembros y gotosa, he utilizado durante todo un año la presente receta, la
cual me fue entregada por un eremita al que jamás había visto, y al que no he
vuelto a ver después, y que hizo tanto efecto sobre mí, que, al mismo tiempo
curé y recuperé de mis fuerzas, y parecí de nuevo hermosa a todo el mundo, y el
rey de Polonia quiso casarse conmigo; lo cual rechacé por amor a Nuestro Señor
Jesucristo, creyendo que esta receta me había sido dada por un ángel: Tomad de
espíritu de vino destilado cuatro veces (alcohol rectificado) 30 onzas
(aproximadamente 950 gramos), de flores de romero, 20 onzas (aproximadamente 600
gramos); colocadlo todo en una jarra bien tapada por espacio de cincuenta horas,
luego destiladlo en un alambique al baño maría. Tomad una vez por semana, por la
mañana, una dracma (aproximadamente 5 gramos) con algún otro licor o bebida, o
bien con carne, y lavaos con ella todas las mañanas, y frotad el mal de los
miembros inválidos».
El resultado, aunque «histórico», puede no ser tan espectacular.
Es dudoso por otro lado que la actual «agua de la reina de Hungría», tal como la
fabrica un perfumista inglés (Crabtree and Evelyn, 38, Saville Row, London Wl),
sea elaborada según esta receta. El propio fabricante aconseja además limitar al
uso externo la utilización de su producto.
Alberto Magno, el célebre alquimista del siglo XIII da otra versión:
«Metéis en un alambique una libra y media de flores de romero bien frescas,
media libra de flores de poleo, media libra de flores de mejorana, media libra
de flores de lavanda, y sobre todo esto tres buenas pintas de aguardiente. Una
vez bien tapado el alambique para impedir la evaporación, lo colocáis durante
veinticuatro horas en digestión en estiércol de caballo muy caliente. Luego lo
destiláis al baño maría.
El uso de esta agua es tomar de una a dos veces a la semana, por la mañana en
ayunas, la cantidad aproximada de una dracma de ella, con algún otro licor o
bebida, y lavarse el rostro y todos los miembros allá donde se sienta algún
dolor y debilidad.
Este remedio renueva las fuerzas, aclara el espíritu, disipa las
fuliginosidades, conforta la vista y la conserva hasta la vejez decrépita
(sic.), haciendo parecer joven a la persona que lo usa. Es admirable para el
estómago y el pecho, frotándola sobre ellos.
Este remedio no quiere ser calentado, ya se sirva de él para pociones o para
fricciones.
Esta receta es la auténtica que fue entregada a Isabel, reina de Hungría.»
ESPINILLAS: Estos parientes cercanos del acné pueden bastar para estropear una
velada o el efecto de una cuidada toilette. Desgraciadamente casi no hay medios
que permitan hacerlas desaparecer rápidamente. Lo más cómodo sigue siendo pues,
disimularlas bajo el artificio de un maquillaje.
Pero las espinillas no son tan sólo irritantes desde el punto de vista estético.
En muchos casos son también dolorosas, producen ardores o picazón. Puede
solucionarse fácilmente esta pequeña molestia mojándolas con una compresa
empapada en jugo de limón o en agua avinagrada.
HERPES: Demasiado a menudo se cree que no se trata más que de una «enfermedad
psicosomática», que desaparece cuando los problemas psicológicos que han
provocado su aparición hayan desaparecido a su vez. Es un error. En realidad, el
herpes es debido a un virus que hay que destruir, y sólo el médico está
capacitado para prescribir los medicamentos necesarios.
Sabido esto, el virus del herpes pasa por períodos de actividad y de
somnolencia, reapareciendo ante un estado de debilitamiento físico o de
trastornos psíquicos. La mayor parte de las veces, este despertar es anunciado
por un enrojecimiento, por una picazón y por un prurito generalizados. Las
lesiones del herpes se producen siempre en los mismos lugares —en las mucosas y
en el rostro—, de modo que estos signos anticipadores no pueden pasar
inadvertidos, y puede detenerse la evolución de la enfermedad desinfectando con
alcohol yodado las regiones amenazadas.
LABIOS: Hemos encontrado varias recetas para suavizar los labios agrietados,
pero tanto en belleza como en medicina es preferible prevenir que curar. Para
impedir pues que la piel de los labios se cuartee por la acción del frío, hay
que evitar en primer lugar humedecerlos o mordisquearlos cuando nos hallamos en
el exterior. Quienes no emplean lápiz de labios pueden protegerlos con barras
protectoras preparadas que se venden en las farmacias y que pueden ser incoloras
o ligeramente teñidas. Pero hay que saber también que una simple fricción con un
algodón embebido en aceite de oliva posee exactamente el mismo efecto.
LÍNEA: Mantener la línea o recuperarla es la constante preocupación de gran
número de mujeres. Para conseguirlo, es muy difícil evitar el régimen
alimenticio, incluso aunque esto plantee a veces problemas a los glotones. Hemos
visto, al estudiar las diversas verduras, que un cierto número de ellas permiten
preparar comidas energéticas sin sobrecargar el organismo en grasas superfluas.
Sabemos igualmente que la sal, fijando el agua en los tejidos, se muestra
nefasta para el contorno del talle. Para evitar engordar, pues, es necesario
limitar su empleo, así como el de alimentos preparados como el pan, por ejemplo,
que puede ser reemplazado con ventaja por una papa hervida. Para disimular la
ausencia de sal, se pueden utilizar verduras y condimentos de aroma
suficientemente poderoso, como el apio o el perejil. Un buen número de verduras
son también muy diuréticas. Facilitando la eliminación del agua y de los
residuos, ayudan a adelgazar, al tiempo que purifican la tez. La mayor parte de
las frutas —la pina fresca o en conserva y en particular las cerezas frescas—
tienen las mismas propiedades.
Este régimen sin dolor podrá ser completado cada día con un vaso pequeño de vino
de cebollas preparado del siguiente modo:
—Picar muy finas cuatro o cinco cebollas grandes; ponerlas a macerar en un litro
de vino blanco —preferentemente tipo Aisacia—, en el cual se habrán disuelto 100
gramos de miel; aguardar dos días agitando frecuentemente la mezcla; filtrar y
conservar al fresco en una botella bien tapada.
MANCHAS ROJAS: No hay que confundirlas con el acné rosáceo, puesto que se
eliminan mucho más fácilmente. Una mascarilla de hielo picado, contrayendo los
vasos sanguíneos, ayuda a hacerlas desaparecer. Rodajas finas de pepino,
aplicadas directamente sobre la piel, tienen el mismo efecto.
MANOS: Cuando se trabaja, cuando se cocina, se lavan los platos, la ropa, es
difícil conservar unas manos hermosas. Se pueden por supuesto «limitar los
daños» no empleando más que detergentes reputados por su «suavidad». Algunas
casas han centrado por otro lado toda su publicidad en el hecho de que sus
productos eran tan suaves para las manos como para la ropa o los platos.
No hay que dejarse engañar por estos argumentos aparentes. Un detergente es un
detergente y, para terminar con la suciedad, debe llevar un cierto número de
elementos que atacan la piel al mismo tiempo que la mugre.
Siendo el mal inevitable, cada ama. de casa debe mentalizarse de que posee en su
cocina —y por lo tanto al alcance de la mano— el antídoto a todos los
detergentes que atacan sus manos.
El limón en primer lugar, gracias al cual se puede preparar una loción que
conservará toda su suavidad pese a los trabajos más duros. Mezclar a cantidades
iguales el jugo de limón, la glicerina y el agua de rosas. Masajearse
abundantemente las manos cada noche para hacerla penetrar en la piel.
El aceite de oliva, a continuación, con el cual se pueden bañar las manos cada
quince días aproximadamente. A notar que el efecto de este baño será aún más
eficaz si se ha tomado la precaución de entibiar antes el aceite.
MAQUILLAJE Y DESMAQUILLAJE: Los cosméticos, bases de color y otros productos de
belleza fatigan la piel. En consecuencia es necesario quitarlos muy
cuidadosamente por la noche antes de acostarse e hidratar la piel antes de
cubrirla con los distintos productos de belleza. Evidentemente, se pueden
encontrar en todas las perfumerías productos específicos para cada una de estas
operaciones pero, como nada reemplazará nunca una preparación enteramente
natural, he aquí una receta de una leche muy fácil de realizar y que puede
servir tanto como desmaquilladora que como base de maquillaje.
—Pelar un pepino grande muy maduro y vaciarlo, pero conservando las pepitas.
Aplastar la pulpa mezclándola con media botella de agua, algunas gotas de agua
de rosas o de azahar, un buen vaso de alcohol de 90° y dos claras de huevo
batidas. Echar la preparación sobre las pepitas del pepino y dejar reposar
durante todo un día. Filtrar con una tela muy fina y conservar en un tarro bien
tapado.
OJERAS: No siempre son el indicio de una velada demasiado agitada, sino que
pueden ser provocadas también por un estado intenso de fatiga general. En este
caso, por supuesto, sería vano esperar que una simple noche de sueño devolviera
al rostro su frescor y su resplandor. Por el contrario, se debe atacar el mal en
profundidad, «restablecerse» gracias a menús equilibrados y descanso. Mientras
se aguardan los resultados de este tratamiento a largo plazo, las mujeres
preocupadas por su belleza pueden atenuar estos feos síntomas aplicándoles
compresas de té muy fuerte.
Madame du Barry, la favorita de Luis XV, utilizaba otro remedio. Tras haber
cocido algunas manzanas —con agua o al horno—, aplastaba su pulpa hasta obtener
una cataplasma que aplicaba bajo sus párpados. Así conservó durante mucho tiempo
los ojos más hermosos de la corte, evitando que las agitadas noches que le
imponía su real amante marcasen su encantador rostro.
PÁRPADOS: Acabamos de ver cómo hacer desaparecer las ojeras. He aquí ahora
algunos métodos para conseguir deshinchar los párpados cansados.
—Hacer una infusión con algunas ramas de romero en agua de rosas. Filtrar y
aplicar como loción.
—Diluir el jugo de un limón en un poco de agua tibia. Aplicar en loción.
—Aplicar durante aproximadamente un cuarto de hora una compresa de tomillo
tibia.
—Lavar cuidadosamente los párpados con una infusión de camomila.
PECAS: Desesperaban a Poil de Carotte, pero hicieron la fortuna de Marlene
Jobert, hasta tal punto que las mujeres que no tienen se las dibujan hoy en día
con un lápiz de maquillaje. Pero, para que den este aire juvenil y travieso que
tan bien va a la actriz, es necesario que limiten su terreno al contorno de los
ojos y a las aletas de la nariz. En cualquier otro lado, son consideradas como
muy molestas.
Para eliminarlas nada mejor que las lociones de jugo de limón; o bien lociones a
base de decocción de cardillo o de perejil.
PIEL: Tradicionalmente, se distinguen dos tipos de pieles que, naturalmente,
reclaman cuidados distintos.
PIELES GRASAS: Los poros se hallan dilatados, y en general son propicias a la
aparición de puntos negros. Se puede cerrar la textura de una piel grasa
aplicándole compresas de té muy fuerte. En cuanto a los excesos de secreciones,
que hacen que las mejillas, la nariz y los pómulos aparezcan relucientes, pueden
absorberse, como una mancha de grasa sobre un tejido, con un papel de seda.
PIELES SECAS: Tienen también sus inconvenientes, sobre todo el principal de
arrugarse mucho más aprisa que las otras. La leche de almendras dulces les
devuelve su flexibilidad y evita que se formen arrugas, a condición de que se
tome la precaución de no agravar su desecamiento friccionándolas con colonias
demasiado alcoholizadas.
Numerosas hortalizas permiten preparar leches y lociones que sirven para todo
tipo de pieles, incluso aquellas que no tienen problemas, pero que de todos
modos hay que cuidar si se quiere evitar que se deterioren.
La leche de almendras es particularmente recomendada, como hemos visto, para el
tratamiento de las pieles secas. Se prepara machacando medio kilo de almendras
dulces, luego mezclando el aceite así obtenido con medio litro de leche. Esta
preparación se conserva muy bien en un frasco cerrado, sin ninguna otra
precaución.
El jugo de alcaucil, obtenido machacando las cabezuelas de esta gran planta, es
recomendable para las pieles grasas, cuyas secreciones regulariza.
La pulpa de aguacate (PALTA), muy rica en aceite, puede en cambio ser aplicada
con mucho éxito como mascarilla sobre las pieles secas, a las cuales devuelve su
flexibilidad.
Lo mismo cabe decir de la carne del plátano, que se utiliza en los mismos casos
y de una forma idéntica.
La infusión de lavanda permite limpiar a fondo los poros dilatados de las pieles
grasas y eliminar, al mismo tiempo que el polvo que se acumula en ellos, los
excesos de secreciones cutáneas.
Con el aceite de oliva se puede confeccionar el mejor y el más natural de los
bronceadores. Basta para ello con mezclar unos 250 gramos de aceite con el jugo
de un limón y unas pocas gotas de tintura de yodo. Unciones regulares de esta
preparación, antes de cada exposición al sol, evitarán en primer lugar las
quemaduras, y ayudarán luego a la piel a tomar este color dorado tan apreciado
por todas aquellas mujeres que van de vacaciones a las playas.
Los masajes con coral de erizo de mar dan resultados sorprendentes. Cargado de
yodo y de principios minerales, esta «golosina» apreciada por todos los amantes
de los mariscos restablece el pH de la piel y facilita la renovación de las
células. Gracias a la acción de este bálsamo viviente. puede verse cómo las
arrugas se atenúan y el grano de la epidermis se ablanda.
Mezclando la pulpa de algunas ciruelas machacadas con una cucharada de almendras
dulces, se obtiene una mascarilla de belleza que conviene perfectamente a las
pieles grasas.
Una decocción de hojas de laurel es una excelente loción que suaviza las pieles
secas.
La pulpa del membrillo se utiliza como mascarilla para revitalizar las pieles
grasas.
El limón, el indispensable limón, está destinado evidentemente a las pieles
grasas. Aplicado en compresa, su acción astringente cierra los poros dilatados.
Mezclado con claras de huevo batidas a punto de nieve, permite componer una
mascarilla que posee el mismo efecto.
Para todas las pieles, una mascarilla a base de pulpa de uva, blanca o negra,
eso no importa, será un tonificante excelente.
El tomate, finalmente, cuyo jugo, tan rico en vitamina C, constituye un
excelente alimento para las células de la epidermis. A fin de aprovecharlo
completamente, basta con cortar en dos un fruto muy maduro y muy rojo y
friccionarse enérgicamente con él.
PUNTOS NEGROS: Sabemos que encuentran asilo la mayor parte de las veces en las
pieles grasas. Contrariamente a lo que imaginan algunas jóvenes que utilizan sus
uñas como pinzas quirúrgicas, por no decir como instrumentos de tortura, es muy
peligroso extirpar los comedones —éste es su nombre científico— de este modo. El
resultado puede ser una infección, que no arreglará nada puesto que simplemente
amenaza con reemplazar un feo punto negro con una cicatriz que no será menos
fea.
La primera precaución que hay que tomar es pues, cuando se tiene una piel grasa,
tratarla del modo que acabamos de indicar. Si, pese a las mascarillas y las
lociones, aparecen puntos negros, no se extirparán más que mediante una pinza
especial —de venta en todas las farmacias— y tras haber tratado el rostro con
una loción hecha a base de una infusión de tomillo o de té muy caliente.
REGLAS: Numerosas mujeres sufren un verdadero martirio una vez al mes, y se
quejan de hinchazones de vientre que afean su silueta. Tisanas de salvia o de
romero, regularizando la función menstrual, harán desaparecer al mismo tiempo
los dolores y las hinchazones.
SENOS: Un seno, incluso joven, necesita ser tonificado. La creciente moda actual
entre las mujeres de prescindir del sujetador, hay que decirlo, ha tenido
efectos desastrosos. Arrastrados por el peso de la glándula mamaria, los
músculos tienen tendencia a aflojarse y el seno cae. Esto no significa de ningún
modo que haya que encorsetarlo de una manera excesivamente apretada, ya que
entonces los mismos músculos, no teniendo ya ningún trabajo que efectuar,
tenderían a atrofiarse, y el resultado sería estrictamente el mismo.
Para afirmar un seno, pues, que empieza a presentar un ligero aflojamiento, se
puede recurrir a una forma de ducha escocesa muy localizada, cuya acción se
reforzará mediante compresas de jugo de limón.
TRANSPIRACIÓN: Es tan desagradable para una misma como para los demás.
Desgraciadamente, es muy difícil detenerla en los días de mucho calor. Las
farmacias están hoy en día repletas de antitranspirantes y antiperspirantes,
pero uno no puede hacer más que desconfiar de estos productos que bloquean una
secreción natural cuyo papel depurador es extremadamente importante.
Para transpirar menos, no hay pues más que una solución, y es beber menos,
incluso aunque esto parezca difícil en verano. Una fricción de agua con adición
de jugo de limón, cierra los poros, limita igualmente el exceso de sudor al
mismo tiempo que da a la piel un perfume acidulado que disimula el de la
transpiración.
UÑAS: Al igual que la piel de las manos, las uñas sufren con los pesados
trabajos del ama de casa. Se mellan, se rompen, se abren, y pueden incluso
volverse tan frágiles que es imposible mantenerlas largas.
Cuando se llega a este estadio, sin duda es a causa de una carencia alimentaria
que las priva de los elementos necesarios para su crecimiento. Conviene pues,
antes que nada, revisar el régimen. Tras lo cual se puede buscar fortificarlas
con los mismos productos que hemos encontrado un poco antes para el cuidado de
las manos.
—Meter durante una decena de minutos aproximadamente, mañana y noche, el extremo
de los dedos en un jugo de limón.
—Meter las uñas cada noche en un bol pequeño de aceite de oliva tibio para
evitar que se abran.
La acetona pura, utilizada como disolvente para quitar el esmalte, seca las uñas
y las vuelve quebradizas. Para paliar este inconveniente, se puede mezclar con
un volumen igual de aceite de oliva y la mitad de este volumen de éter. Se
obtiene entonces un disolvente graso particularmente eficaz y que presenta la
ventaja de secarse muy rápidamente.
Así, gracias a unas recetas sencillas —todas las que hemos indicado no son tan
complicadas de preparar como la famosa agua de la reina de Hungría—, y con
productos que pueden encontrarse normalmente en la cocina, cada mujer puede
realizar por sí misma verdaderas mascarillas de belleza. Así que no es necesario
gastar fortunas en los institutos de belleza para seguir siendo hermosa. Diana
de Poitiers, cuyo recuerdo evocamos al principio de este capítulo, tal vez
recorrería hoy en día los institutos de belleza y las clínicas especializadas en
cirugía estética. Sin embargo, no es muy seguro que lo hiciera, puesto que esta
dama, que sabía «guardar siempre razón», incluso en política, lo cual no es
decir poco, probablemente no confiara más que en estos pequeños trucos, estas
recetas que acabamos de dar y que sin duda eran las suyas propias.
COCINA PARA UNA PAREJA FELIZ
Las parejas felices, como los pueblos pacíficos, jamás deberían tener historia.
Este no es sin embargo el caso, ya que la búsqueda de la felicidad es menos
fácil de lo que parece, y los hogares más unidos atraviesan todos períodos
agitados, por no decir dramáticos. Así ocurrió con aquel notario, cuya historia
cuenta Paúl Vincent en L'Amour et les guérisseurs (La Pensée moderne), que fue a
consultar a León Vallat, un magnetizador, a fin de que éste le ayudara a
recuperar su potencia viril.
Casado desde hacía veinticinco años, padre de tres hijos, el notario constataba
amargamente que ya le era imposible proporcionar a su esposa esas pruebas de
amor que otros se obstinan en llamar el «deber conyugal». Pero el hombre era
fiel, y ni por un momento pasó por su mente que una pequeña mancha en el
contrato matrimonial pudiera tal vez volver a poner las cosas en su sitio.
«Sigo queriendo a mi mujer, le confió al curandero, pero ya no la deseo y, como
no deseo engañarla, me he vuelto impotente. Tenemos tres hijos, añadió, el
último de los cuales tiene once años. Los dos primeros fueron deseados. El
tercero fue, si puede decirse, "combinado". Tener niños es un pretexto para
espaciar el deber conyugal. Llega quizá un momento en que uno le hace hijos a su
esposa con tal de deshacerse de ella. Pero tan sólo tengo cuarenta y tres años;
creo ser aún sólido, tener el cuerpo joven, y sin embargo hace más de tres años
que decepciono a Simone.»
«El caso de este enfermo —explica León Vallat—, es psíquico. Desgraciadamente,
no es único. Tras un cuarto de siglo —o menos— de existencia conyugal, más de la
mitad de los hombres ya no sienten nada hacia sus esposas y, en consecuencia, se
vuelven incapaces de realizar lo que es peor que una carga: un acto extraño a
ellos mismos. Les queda entonces el recurso de la infidelidad —si se consigue— o
de la resignación —si les contenta—...»
De hecho, éste es el gran miedo de las parejas, el que vuelve a los hombres
adúlteros y hace desgraciadas a las mujeres, que hace, como escribe Paúl
Vincent, «que dos esposos que se adoraban se conviertan poco a poco en hermano y
hermana y ya no se amen más».
Para vencer este desencanto, romper este hábito que arruina los años de
felicidad, hombres y mujeres han dispuesto, desde los tiempos más lejanos, de la
ayuda de los brujos. En las misteriosas cabañas, los iniciados preparaban bajo
encargo filtros y pociones que por aquel entonces se juzgaban infalibles. He
aquí unas cuantas recetas extraídas de Alberto Magno.
«No le basta —escribe el filósofo—, al hombre el hacerse amar pasajeramente y
por una vez tan sólo por la mujer; es preciso que esto continúe y que el amor
sea indisoluble. Y, para ello, debe conocer algunos secretos para que la mujer
no cambie ni disminuya su amor.
»Para ello tomaréis la médula que hallaréis en el pie izquierdo de un lobo,
haréis con ella una especie de pomada, y la haréis oler de tanto en tanto a la
mujer, que os amará cada vez más».
Y añade: «Como sea que podría suceder que la mujer se cansara del hombre que no
sea robusto en la acción de Venus, este tal hombre debe cuidarse no sólo con
buenos alimentos, sino también utilizando algunos secretos que los antiguos y
modernos buscadores de maravillas de la naturaleza han experimentado.
»Es preciso, dicen éstos, componer un bálsamo con la ceniza del estelión, aceite
de hipérico y de algalia, y untarse con él el dedo gordo del pie izquierdo y los
riñones, una hora antes de entrar al combate, con lo que saldréis de él con
honor y satisfacción».
Todavía otra «receta», para «protegerse de los cuernos»: «Tomad la punta del
miembro genital de un lobo, el pelo de sus ojos y el que se halla en su garganta
en forma de barba, reducidlo todo a polvo por calcinación y hacédselo tragar a
vuestra mujer sin que ella lo sepa, y estaréis seguros de su fidelidad. La
médula de la espina dorsal del lobo posee el mismo efecto».
Hoy en día, y nadie se lamenta de ello, los brujos casi han cerrado sus tiendas.
¡Además, cada vez se hace más difícil encontrar en libertad un lobo del que
poder extraer todos los ingredientes necesarios para tales preparaciones! Pero
no por ello ha disminuido la laxitud conyugal o la infidelidad, y frecuentemente
se descubren anuncios publicitarios alabando las virtudes de tal o cual
producto, generalmente exótico, gracias al cual los maridos estarán protegidos
contra los desfallecimientos y sus esposas, satisfechas de este modo, protegidas
de la tentación.
Sin embargo, no es necesario en absoluto ir tan lejos para buscar los medios de
la felicidad amorosa. Nuestros huertos están repletos de verduras tan
afrodisíacas como el ginseng o el cuerno de rinoceronte molido; los especieros
están repletos de condimentos que tienen el mismo efecto y, a fin de cuentas, un
plato preparado con ternura tendrá siempre más éxito con el hombre al que se ama
que no importa cuál píldora.
Así pues, para evitar que la vida de la pareja se sumerja en la monotonía, que
sufra la esclerosis del tristemente famoso «metro-trabajo-cama», en medio del
cual no debe olvidarse el intercalar la televisión, basta con un pequeño
esfuerzo. Un mantel blanco, dos velas, una botella de champán, hacen de la más
sencilla cena una auténtica fiesta, aunque no sea Navidad, aunque nada lo
justifique. Mejor aún si nada lo justifica, excepto el simple placer de hacer
feliz al otro. La sorpresa será aún mejor y los resultados más concluyentes,
sobre todo si la esposa, como cocinera astuta, ha tomado cuidado en mezclar a
sus preparaciones culinarias algunas de estas verduras o aromatizantes de los
que hemos hablado antes indicando que aportaban un precioso estímulo al deseo
amoroso.
«Se puede intentar—escribe Marcel Rouet (op. cit.)—, operar una especie de
segregación entre las plantas con propiedades estimulantes y aquellas que poseen
una acción directamente afrodisíaca, considerando que las primeras refuerzan los
efectos de las segundas. Las primeras son demasiado numerosas para poder
enunciarlas todas, pero citemos la albahaca, el laurel, el perejil, el tomillo,
el romero, la salvia, de las que algunos principios, según el doctor Jean Valnet,
tendrían un poder dinamizante sobre las corticosuprarrenales. Las segundas, de
efectos más específicos, son entre otras: el ajo, el apio, la cebolleta, el
cilantro, el jengibre, la menta, la ajedrea...»
Todos estos alimentos deliciosamente perfumados tienen por segunda ventaja
mantener el entendimiento conyugal. Pero atención: no hay que estropear su
efecto benéfico regando demasiado copiosamente estas cenas suaves, brindando
demasiado por la felicidad reencontrada. Tomado en pequeñas cantidades, el
alcohol es también un estimulante de primer orden, pero más allá de una cierta
dosis, trae consigo resultados estrictamente inversos. Los buenos bebedores son
raras veces unos grandes amantes, demasiado ocupados, cuando finalmente se
acuestan, en digerir sus excesos. Dos copas de champán, unos vasos de vino o un
pequeño cóctel hacen brillar los ojos, enrojecer las mejillas, y traen consigo
una cierta euforia. Pasado este límite, aparece el abatimiento, la triste
fatiga, por no decir el disgusto. Como en las inundaciones, hay un umbral, un
punto de alerta que debe evitarse franquear si se quieren evitar las
decepciones.
De todos modos, desgraciadamente, no todas las cenas pueden ser cenas de fiesta.
Ya que además habría que temer, si éste fuera el caso, que estas cenas
terminaran por tener consecuencias opuestas a las buscadas.
Hemos visto, en el primer capítulo de esta obra, que una alimentación
equilibrada era el testimonio de una vida sana y feliz. Pero hemos visto también
que el volumen de la ración alimenticia, así como su composición, debían variar
en función de la edad o de la actividad del comensal. De hecho, el régimen debe
evolucionar a medida que pasan los años, de modo que siempre tenga en cuenta la
ineluctable reducción de las actividades metabólicas. ¡Lo cual no facilita la
tarea de un ama de casa que encuentra regularmente alrededor de su mesa a un
marido y unos niños, a los que se añaden a veces un abuelo o una abuela!
La solución, por supuesto, es componer menús equilibrados como los que citábamos
en el primer capítulo, y permitir que cada uno los complete en función de su
organismo.
Los niños, sobre todo, tienen necesidad de estos complementos. El período del
crecimiento es un momento crucial en el cual la menor carencia alimentaria puede
tener consecuencias catastróficas y engendrar enfermedades, incluso
deformaciones, irreversibles. Es pues indispensable secundar la comida familiar
con un desayuno copioso, rico en productos lácteos y en jugos de frutas, así
como una merienda sustanciosa, que satisfaga tanto la gula como el apetito.
Muchos adolescentes, en cambio, se niegan a tomar esta merienda, cuando en
realidad la necesitan más que nunca. De hecho se trata de una reacción normal
que señala su voluntad de emancipación, su deseo de mostrar que han salido de la
infancia, de la cual es símbolo esa merienda. Por ello, más que forzarles a
tomar esta merienda de media tarde que no les gusta, es preferible tomar en
cuenta sus aspiraciones proponiéndoles, al final de la comida principal, los
elementos nutritivos que les son necesarios.
«Los glúcidos deben dominar ampliamente la ración calórica en el período de la
pubertad, que se entiende de los doce a los catorce años para los niños, y de
los diez a los doce años para las niñas, así como durante todo el crecimiento»,
precisa Marcel Rouet (op. cit.).
«La asociación de frutos secos y oleaginosas: ciruelas, ciruelas pasas, damasco,
uvas, nueces, avellanas, almendras, olivas, puede constituir por su riqueza en
azúcares, lípidos, proteínas y vitaminas un completo fortificante que reemplace
con ventaja al pastelito de mantequilla del glotón...»
He aquí pues los alimentos que, presentados bajo la forma de golosinas, pueden
constituir excelentes postres que aporten a los organismos jóvenes todos los
elementos necesarios para un desarrollo armonioso.
No volveremos a insistir en la alimentación de los adultos, cuyos principios de
base hemos dado ya en nuestro primer capítulo. Baste con recordar que debe ser
armoniosamente equilibrada, ni exclusivamente vegetariana ni exclusivamente
carnívora, y que su volumen está condicionado por la actividad física y el gasto
energético más o menos importante que traiga consigo.
«Parece que la frugalidad es una condición primordial de la longevidad humana
—escribe Marcel Rouet (op. cit.)—; no se ven centenarios gordos».
Esto es totalmente exacto, pero la naturaleza es lo suficientemente sabia como
para hacer que las personas de edad limiten inconscientemente, y sin que ello
les proporcione una sensación de privación, el volumen de sus comidas. Su
apetito se hace menos vivo. Las necesidades energéticas de su organismo se ven
limitadas por la falta de actividad, y debido a ello los alimentos demasiado
ricos ya no les tientan, y acuden así a un régimen reducido que les conviene
perfectamente.
Por supuesto, algunas contingencias económicas pueden agravar esta tendencia
natural y, entonces, las consecuencias de la malnutrición se vuelven graves. Es
también Marcel Rouet quien anota que «la supresión de la carne le quitaría al
viejo este estímulo necesario a su apetito, que a menudo se vuelve perezoso. La
carne, por su aroma, su sabor y las preparaciones que permite, influye por
acción refleja en las mucosas del estómago y favorece la secreción de los jugos
digestivos. Convirtiéndose cada vez más en un gourmet, el anciano llegará muy
pronto a buscar la calidad de los alimentos en detrimento de la cantidad».
He aquí una sabia recomendación que permite a todas las madres de familia cuidar
sin remordimientos y sin temores acerca de su salud a los abuelos que viven bajo
su mismo techo.
Pero la cocina de la felicidad no es tan sólo una cuestión de abundancia, es
también toda una atmósfera. Como decíamos más arriba, una cena sencilla a la luz
de unas velas, una vez acostados los niños, puede hacer olvidar buen número de
malentendidos conyugales. Y lo que es cierto para estas cenas excepcionales lo
es también para todas las demás comidas que se toman dos veces al día. El
nerviosismo, los reproches, los enfurruñamientos, perjudican tanto la digestión
como la armonía familiar. Y un hombre —¡o una mujer!— que digiere mal se vuelve
fácilmente irascible. Hay que tomarse pues su tiempo para comer, al igual que el
ama de casa se ha tomado su tiempo para preparar la comida. Además, sería
ofenderla no saborear sus platos y empujarla a la vía de la facilidad que
consiste, en lugar de cocinar, en echar el contenido de una lata de conservas en
una cacerola con un poco de mantequilla derritiéndose al fondo.
De hecho, ya no le concedemos la importancia que se merecen a las comidas, o por
el contrario les concedemos demasiada.
Demasiada importancia a estas comidas de negocios, pretextos para
desbordamientos casi bulímicos que no justifican en absoluto las pretensiones
gastronómicas de los chefs, que parecen ignorar que esta gastronomía a la que
dicen servir es un arte lleno de finura y de comedimiento.
Demasiada poca a las comidas familiares y, en particular, a la tradicional
comida del domingo, que reunía antiguamente a toda la familia en torno a la
misma mesa.
Hoy, nos preocupamos de terminar rápidamente con esta formalidad para no
perdernos la película de televisión o los resultados de los partidos de fútbol.
Y es una lástima.
El hombre tiene la ventaja sobre el animal de haber sabido transformar la
necesidad de alimentarse en un placer. Actualmente está perdiendo esta
supremacía en provecho de unas diversiones que no compensan, ni de lejos, con
respecto a lo que uno se priva voluntariamente.
La cocina de la felicidad, la que condiciona la armonía de las parejas, no es
tan sólo aquella que contiene los alimentos que enumerábamos más arriba. Es
también aquella que restablece las posibilidades de comunicación entre personas
que las han perdido por culpa de su forma de vida. Saborear un plato es darle
las gracias a aquella que se ha tomado su tiempo en prepararlo; felicitarla por
él es decirle que se ha comprendido que además de los ingredientes palpables,
las verduras, las carnes, las especias, se ha sabido encontrar allí la ternura,
la voluntad de dar placer, el deseo de complacerle que se hallan subyacentes.
Comer, comer bien, es un placer sensual. Muy a menudo es el preludio de otras
«satisfacciones», y los grandes seductores no ignoran la ayuda preciosa que
aporta una buena comida, en un marco agradable, a su empresa. La gastronomía es
casi inseparable de los primeros encuentros, de los balbuceos amorosos. ¿Por
qué, en estas condiciones, es inevitable que la mayor parte de los hombres —y
también de las mujeres— imaginen que se vuelve superflua una vez consumado el
matrimonio? Como durante el noviazgo, constituye al contrario un factor de
entendimiento, un elemento de aproximación, en una palabra una de las
condiciones de la felicidad.
SE LAS LLAMA MEDICINALES
Se llamaba Francois Domenach y, a principios del siglo XX, enseñaba los
rudimentos de la gramática y del cálculo a los niños de Arles-du-Tech, en los
Pirineos Orientales. Como todo maestro de aquella época, François Domenach era
un hombre curioso hacia las cosas de la naturaleza. Sus ratos de ocio, sus
vacaciones, los pasaba recorriendo el campo, recogiendo hierbas, observando los
animales y los insectos, completando cada día sus conocimientos a través de las
lecciones de las cosas permanentes.
Sus alumnos, por supuesto, eran los primeros en beneficiarse de todas estas
observaciones, aunque no tomaran gran placer en ellas y pocos obtuvieran un
auténtico provecho. Pero el azar quiso también que François Domenach cayera
enfermo. Fue algo que comenzó con una serie de dolores insidiosos en los ríñones
y luego, muy aprisa, el pobre maestro empezó a sufrir un auténtico martirio.
Cuando experimentó enormes dificultades en orinar, supo que tenía cálculos
renales.
En aquella época no se conocía más que las curas en balnearios o la operación
para acabar con una tal enfermedad. Ninguna de estas soluciones convenía a
nuestro hombre. La primera debido a que era demasiado cara y la segunda
simplemente porque atentaba a su integridad física. Ante la carencia de la
medicina oficial, François Domenach resolvió pues acudir en busca de ayuda a sus
buenas viejas amigas las plantas, que conocía tan bien desde hacía tanto tiempo.
Tras algunas investigaciones, descubrió que se consideraba a la albura del tilo
como un excelente diurético, y pensó que bajo la corteza de este árbol quizá se
ocultara el remedio a sus sufrimientos.
Se llama albura a la madera tierna y blanquecina que se halla entre la corteza y
el corazón de un árbol, formando cada año un nuevo círculo en torno a este
corazón.
Tras varios años de investigaciones, durante los cuales experimentó sobre sí
mismo las diferentes pociones que iba preparando, François Domenach consiguió
finalmente determinar sobre qué árboles convenía retirar la preciosa materia, en
qué momento preciso del año había que hacerlo, cómo debía conservarla y la mejor
forma de prepararla.
Para resumir en algunas pocas palabras sus trabajos, podemos precisar que la
mejor albura de tilo se recoge en el Rosellón, en árboles que crecen entre los
900 y los 1000 metros de altura, cuando se produce la subida de la savia. Las
placas de albura deben ser secadas inmediatamente al aire libre antes de ser
cortadas en bastoncitos finos, que pueden ser entonces distribuidos a los
herbolarios.
Habiendo pues descubierto empíricamente este método, y tras curar totalmente,
nuestro maestro siguió experimentando sobre sus amigos, sus conocidos e incluso
los padres de sus alumnos. Cada vez los resultados se mostraron concluyentes, y
pudo conseguir que una mayoría de enfermos pudiera aprovecharse de su
descubrimiento. En 1916, pues, tras varios meses de trabajos, hacía llegar a la
Academia de Ciencias de París una memoria donde resumía sus observaciones y sus
experiencias, proponiendo poner gratuitamente su descubrimiento a disposición de
los médicos.
No se le respondió nunca. Muchos años más tarde, cuando sus herederos, como era
su derecho, quisieron reclamar el documento, se les negó incluso su devolución,
bajo los pretextos más falaces.
Pero, ante el silencio de las autoridades médicas François Domenach había tomado
sus precauciones, y explicado en detalle a su hermano todo lo que sabía sobre la
albura del tilo del Rosellón. Este hermano transmitió a su vez estas
informaciones al nieto del maestro, y gracias a esta tradición familiar este
último, Paúl Domenach, puede hoy en día seguir recolectando estas laminillas de
madera para alivio de las personas que sufren cálculos de la vejiga.
Las desventuras de François Domenach frente a los detentadores de la ciencia
oficial no son, desgraciadamente, la excepción. En las altas esferas de la
medicina, se olvida fácilmente que el arte de curar comenzó con el conocimiento
de las plantas, y que un producto químico, si bien puede parecer más eficaz a
corto plazo, no reemplazará jamás a una cura a base de ingredientes naturales,
los cuales no arrastran consigo efectos secundarios.
Ya que nadie puede negar que la medicina nació el día en el que uno de nuestros
lejanos antepasados, habiendo descubierto por casualidad que una planta aliviaba
tal o cual mal, empezó a consumirla regularmente y a aconsejarla a aquellos que
sufrían de la misma enfermedad que él.
Hoy en día, se estima que el uso organizado de las hierbas con fines
terapéuticos se remonta a los prehomínidos, pitecantropos, sinantropos o
africantropos. Estos seres, a medio camino aún entre el hombre y el animal, eran
esencialmente cazadores y recolectores. No cultivaban, pero en cambio sabían
discernir perfectamente en la naturaleza cuáles eran las plantas comestibles y
cuáles no lo eran. Guiados por el mismo instinto que empuja hoy en día a
nuestros perros y gatos a purgarse con algunas hierbas en particular, extraían
de la naturaleza los vegetales que mejor les convenían. Poco a poco, aprendieron
a discernir aquellos que no podían ser utilizados más que con fines alimenticios
y aquellos que contenían virtudes medicinales. Pero lo más notable fue sin duda
que comprendieron —¿tras cuántas infructuosas experiencias?—- que si bien podían
cultivar los primeros para aumentar el rendimiento y suprimir los azares de la
recolección, los segundos perdían casi todo su poder desde el instante mismo en
que eran exilados de su habitat natural.
Es sin duda debido a esto que los primeros médicos, es decir los primeros
hombres que poseyeron un conocimiento profundo de las plantas y de sus
propiedades, fueron los brujos. En el secreto de las iniciaciones se transmitían
no solamente las fórmulas mágicas de encantamiento, sino también los «mapas» de
los lugares de recolección, así como el calendario de las mismas.
Haciendo que el medicamento sea independiente de estas contingencias geográficas
y estacionales, la ciencia ha hecho ciertamente mucho en pro del bienestar
del.... médico, que ya no tiene que preocuparse por las fechas
—salvo, por supuesto, para comprobar que el producto no está caducado— ni por
los lugares de fabricación. Pero, dicho esto, ¿qué son pues nuestros modernos
terapeutas sino «iniciados» que han recopilado, en el transcurso de largos años
de estudios, el fruto del saber de sus predecesores?
Sea como sea, es evidente que hoy en día, en algunas regiones de África o de las
Antillas, brujos y «encantadores» siguen ejerciendo su oficio y, como herederos
de esta ciencia milenaria, obtienen sin Codex ni quimioterapia complicada
notables resultados. Esto es tan cierto que, desde hace algunos años, varios
grandes laboratorios americanos y alemanes han enviado junto a ellos equipos de
especialistas que se esfuerzan, a duras penas, en penetrar sus secretos.
¿Qué ocurrirá con sus observaciones? ¿Servirán simplemente para poner a punto
sus equivalentes químicos o, por el contrario, representarán el golpe de timón
hacia un verdadero regreso a las medicinas naturales? Nadie puede decirlo, y lo
único que se puede hacer es desear que la segunda hipótesis sea la buena.
Pero volvamos a nuestros prehomínidos que, de cazadores y nómadas, se han
convertido en sedentarios y agricultores. Con su organización en comunidad
aparecen los primeros medios de una tradición escrita: signos cabalísticos
destinados tanto a apaciguar los espíritus como a transmitir a las futuras
generaciones el fruto del saber. Y, muy lógicamente, tras las prescripciones
culturales son las indicaciones médicas de las plantas lo que se graba o pinta
sobre la piedra, la madera o lo que hace las veces de papel. Tanto en China como
a orillas del Mediterráneo, hacen su aparición los primeros tratados de
medicina. Es por ejemplo el famoso papiro de Ebers, redactado bajo la XVIII
dinastía faraónica, unos quince siglos antes del nacimiento de Cristo.
Durante milenios, el arte médico permaneció profundamente ligado a la religión.
Así, entre los antiguos griegos, se consideraba a Chiron el centauro, hijo de
Cronos, dios del Tiempo, y de una ninfa, «el primer herbolario y boticario
famoso por sus conocimientos de las plantas medicinales». La cita es de Plinio
el Viejo.
El mérito de haber codificado estos descubrimientos dispersos y haber
transformado unos conocimientos empíricos en una verdadera ciencia corresponde a
Hipócrates y a Galeno, su sucesor.
El primero, que siempre ha sido considerado, y sigue siéndolo, como el «padre de
la medicina» —¿acaso los futuros doctores no pronuncian su juramento antes de
poder ejercer?—, vivió en Grecia, en el siglo IV antes de Jesucristo. La
leyenda, siempre ella, afirma que era hijo de Esculapio, dios de los médicos, y
de una mortal. De origen divino o no, dejó tras él una obra importante, entre la
que hay que destacar en primer lugar el Corpus hippocratus, donde se hallan
reunidas una cantidad enorme de observaciones sobre el tratamiento de las
enfermedades por los vegetales, así como sobre la alimentación de los
convalecientes.
Galeno, por su parte, vivió seis siglos más tarde —es decir, en el siglo II de
nuestra era— en Roma, aunque también era de origen griego. No siempre estuvo de
acuerdo con el gran maestro cuyos trabajos emprendió la tarea de completar, y
sus desacuerdos crearon incluso una expresión proverbial que sirve para señalar
las incertidumbres de la medicina: «¡Hipócrates dice sí y Galeno dice no!»
Una constante se mantiene sin embargo en las concepciones de los dos hombres: el
papel irreemplazable de las plantas en el tratamiento de las enfermedades. Esto
es tan cierto que se siguen llamando «preparaciones galénicas» a los
medicamentos compuestos a base de plantas medicinales, por oposición a los
remedios químicos, que la Edad Media bautizó como «espagíricos» o «herméticos»,
debido a su origen misterioso y a su preparación alquímica.
Las compilaciones de estos dos hombres iban a ser, durante siglos, la base de
todos los tratamientos médicos, y se puede decir incluso que constituyen el
origen de la farmacia. Iban a beneficiarse sin embargo (gracias a la conquista
romana, lo cual prueba que a veces algunos males son buenos) de la inestimable
aportación que representaban los conocimientos de los druidas galos,
considerados también como maestros en el arte de utilizar las plantas.
En efecto, contrariamente a una leyenda difundida demasiado a menudo, nuestros
lejanos antepasados celtas eran excelentes médicos que habían sabido constituir
una farmacopea muy completa y que practicaban incluso algunas operaciones tan
complicadas como la trepanación y el injerto. Una planta, en particular, ocupaba
un lugar preeminente en su arsenal terapéutico. Era el muérdago, la baya sagrada
que aún hoy en día entra en buen número de preparaciones estrictamente
farmacéuticas.
Estos hombres, que el invasor romano se apresuró a presentar como unos salvajes
impenetrables a toda cultura, conocían también perfectamente las propiedades de
las fuentes termales, y las utilizaban en abundancia. De hecho, fueron los
legionarios venidos del otro lado de los Alpes los que se iniciaron e,
imitándoles, aprendieron a su vez a beneficiarse de las cualidades de las aguas
mineralizadas.
Luego, Europa va a sumergirse en lo que mucha gente se empecina en llamar «la
noche de la Edad Media», olvidando las catedrales y la organización
político-administrativa que, en buena ley, puede ser considerada como una de las
más perfectas... y en consecuencia de las más complicadas.
La expansión de la fitofarmacia es entonces considerable. Los chinos y los
egipcios nos enseñan las propiedades del opio, de la granada, del ruibarbo.
Los griegos y los romanos han definido la utilización de las semillas del
ricino, del eléboro, de la raíz de tapsia, de la belladona y de la misteriosa
mandrágora. Los galos han aportado el conocimiento del muérdago, de la verbena,
que era para ellos la «hierba maravillosa», así como la salvia, que era en su
lengua la «hierba sagrada». A ellos les corresponde también el mérito de haber
reconocido las posibilidades de la centaura menor, del corazoncillo y del
beleño.
Esta ciencia es conservada por los clérigos, así como por los alquimistas, lo
cual no resulta siempre incompatible; como lo prueba el ejemplo más célebre de
todos ellos, cuya reputación sigue aún manchada por un relente de azufre.
Alberto Magno, puesto que de él se trata, nació en 1193 en Lauingen, a orillas
del Danubio. Su padre era un alto funcionario de la Corte Imperial. Ordenado
sacerdote, se consagra tanto al estudio y a la filosofía como a su sacerdocio.
Es él, por ejemplo, quien forma a santo Tomás de Aquino, filósofo y prelado cuya
piedad no puede ser negada.
Pero Alberto encuentra también tiempo para escribir, pese a los numerosos
desplazamientos que se ve obligado a efectuar para escapar a las cábalas
desencadenadas por aquellos que le reprochan algunas amistades con el «Maligno».
Evidentemente, las dos recopilaciones que han llegado hasta nosotros —El Gran y
el Pequeño Alberto— evidencian un cierto entusiasmo hacia los procedimientos
«herméticos» y, ¿por qué no decirlo? por la brujería. Pero el segundo libro en
particular demuestra un perfecto conocimiento de las plantas. Para convencerse
de ello basta con leer por ejemplo las primeras líneas del capítulo consagrado
al heliotropo:
«Los caldeos la denominaban hierba ireos, los griegos mutichiol y los latinos
heliotropium. Esta interpretación proviene de helios, que significa «sol», y de
tropos, que quiere decir «cambio», porque esta hierba se gira hacia el sol...»
O esta receta de «bolus purgante», que sigue siendo completamente actual: «Tomad
casia nueva, regaliz selecto medianamente picado, y cuatro granos de canela, y
haced un bolus con azúcar. Lo administraréis por la mañana, tres horas antes de
comer...»
Un poco más tarde, en Salerno, cerca de Nápoles, una escuela de médicos —que
publica en versos sus observaciones— seguirá estudiando y poniendo a punto
remedios a base de plantas. Muy pronto fue imitada por la escuela de
Montpellier, uno de cuyos más célebres alumnos fue François Rabelais, que, antes
de escribir las aventuras de Gargantúa y Pantagruel, sostuvo ante esta asamblea
una tesis doctoral que tenía por tema las plantas medicinales.
Luego vino inmediatamente Pedro Aureliano Teofrastro Bombastus von Hohenheim,
más conocido con el nombre de Paracelso, que iba a revolucionar la medicina con
su teoría de los «idénticos».
El hombre nació en 1493, en Einsiedein, en el cantón de Schwyz, en Suiza,
naturalmente. Muy impresionado por el ocultismo, pensaba que el equilibrio
físico está condicionado por una fuerza «magnal», en resonancia con todas las
fuerzas magnales de la creación. Es ésta una de las ideas-fuerza del ocultismo,
según la cual todas las cosas, vivas o inertes, emiten radiaciones, que se
encuentran entre sí en un plano «astral» y se influencian mutuamente para bien o
para mal.
Paracelso no vaciló en extraer de ello la conclusión de que formas semejantes
debían, según toda probabilidad, emitir radiaciones comparables y capaces pues
de reforzarse en razón de su complementariedad. De ahí su famosa teoría de los
idénticos, fundada sobre el principio de que toda planta parecida a un órgano
era adecuada para tratar las enfermedades de este órgano.
Para él, pues, la nuez, imagen de la caja craneana que alberga el cerebro, era
excelente contra los dolores de cabeza, neuralgias y migrañas; la judía
(poroto-chaucha) indispensable para curar las afecciones de los riñones; ¡el
cólquico soberbio contra los callos de los pies!
Algunos fitoterapeutas, y no de los menos importantes —Maurice Mességué forma
parte de ellos— siguen concediendo todavía un cierto crédito a esta teoría. Sin
embargo, lo hacen de una forma más mesurada que su creador, y si bien la admiten
en algunos casos particulares, no la convierten en un dogma intransgredible.
Deslizándonos así a lo largo de los siglos, llegamos ahora a lo que se ha
convenido en denominar la época moderna; dicho de otro modo aquella que, dejando
a un lado las enseñanzas del pasado, no cree más que en un progreso mal
comprendido, lo cual muy a menudo no es más que una abdicación de la razón
frente a las fórmulas de los químicos. Desde principios del siglo XX, la
fitoterapia perdió su supremacía en beneficio de su rival, la quimioterapia. Por
mucho que, en 1882, se instaló en el número 4 de la avenida del Observatorio, en
París, un museo medicinal que reagrupaba unas 22.000 muestras de plantas, el
reinado de los remedios naturales había pasado.
En un primer tiempo, sin embargo, se contentó con extraer el principio activo
mayor de cada planta y concentrarlo. Una hierba, en efecto, encierra entre
treinta y ciento cincuenta componentes, de los cuales cada uno posee una acción
y una potencia específicas. Por diferentes procedimientos, se obtenían así
medicamentos, todavía naturales, pero claramente más potentes que las
preparaciones clásicas.
El método presentaba sin embargo inconvenientes, el primero de los cuales, y no
el menor, era la necesidad, para la destilación de algunos gramos de esencia, de
un volumen enorme de plantas. Además, el medicamento así obtenido presentaba la
desventaja, en relación con las decocciones antiguas, de no ofrecer al paciente
más que el beneficio de una sola virtud de la planta de la que había sido
extraído, ya que todas las demás habían sido eliminadas en el transcurso de la
fase de concentración.
En estas condiciones, era evidentemente mucho más rentable ir en busca de
productos de síntesis de naturaleza exclusivamente química... lo cual no
tardaron en hacer todos los grandes laboratorios. Lo único en lo que aún no se
había pensado era en que estas preparaciones antinaturales podían desencadenar
en el organismo series de fenómenos de rechazo, incluso envenenamientos. De
hecho, los accidentes fueron numerosos y, sin extendernos en el caso de la
talidomida o del talco Morhange, se puede observar que buen número de enfermos,
curados por la química de una afección benigna, han debido ser tratados
inmediatamente después por afecciones llamadas «secundarias», pero sin embargo
graves, ¡provocadas por los medicamentos que les habían curado!
En 1930, pues, se puede considerar que todo estaba consumado, y que la
quimioterapia había suplantado definitivamente a la fitoterapia. Pero el golpe
de gracia contra esta última iba a ser dado el 11 de setiembre de 1941, cuando
el gobierno de Vichy promulgó en Francia una ley suprimiendo el diploma de
herbolario y estipulando que esta especialidad paramédica desapareciera al mismo
tiempo que el último titular del último diploma expedido antes de esta fecha.
Así, estos especialistas a los cuales miles de pacientes debían el haber
recuperado su salud no eran mejor tratados que... ¡los cosecheros destiladores!
Los pocos herbolarios que subsisten hoy en día son aquellos que han pasado su
examen antes de esta fecha fatídica, es decir hace más de treinta y cinco años.
Son, si puede decirse, los últimos representantes de una «especie en vías de
extinción».
Otros hombres, sin embargo, han tomado el relevo. Desafiando al Consejo de la
orden de médicos, y los procesos que éste no deja de intentar contra ellos,
fitoterapeutas no diplomados tales como Maurice Mességué o Henri Errera siguen
curando por medio de plantas. Algunos de ellos incluso comercializan sus
cosechas. Y no son los médicos quienes se quejan de ello.
Una nueva corriente, una especie de regreso a la naturaleza, está efectivamente
apareciendo entre los médicos jóvenes que, de modo perfectamente legal,
prescriben cada vez más a menudo remedios a base de plantas. Ya que, desde el
instante mismo en que un estudiante ha sostenido con éxito su tesis y
pronunciado el juramento de Hipócrates, adquiere el derecho de elegir la
terapéutica que mejor convenga al paciente que está tratando. Puede así ordenar
un medicamento o, por el contrario, prescribir una «preparación magistral», es
decir un remedio que, en lugar de existir ya listo en una farmacia, será
confeccionado sobre pedido; ya sea siguiendo las indicaciones del Codex, ya sea
según una fórmula indicada por el propio médico.
Es en este momento que los conocimientos del herbolario revisten una importancia
capital. No se prepara una poción a base de plantas del mismo modo que se
condiciona un medicamento químico. Ninguno de los métodos industriales empleados
en los grandes laboratorios podría dar un resultado satisfactorio. Hay que
trabajar paso a paso y muy minuciosamente. Uno de los pocos herbolarios hoy aún
en ejercicio explica el porqué:
«Imaginemos, dice, que se quiere realizar una mezcla de 3 kilos de confeti de
diferentes colores, y se meten desordenadamente un kilo de papelillos amarillos,
un kilo de papelillos azules y un kilo de papelillos rojos. Tras haber agitado
el conjunto tanto tiempo como se crea necesario, se divide el total en montones
de 30 gramos. ¿Creen que será posible encontrar en estas porciones tantos
confeti rojos como azules y amarillos? Seguramente no, a menos que nos
encontremos con una casualidad extraordinaria».
Así, en fitoterapia, la cuestión de las dosificaciones es esencial. Cada planta,
como hemos dicho, tiene una propiedad dominante muy particular, y es la
combinación de estas propiedades dominantes lo que da a una mezcla de plantas la
eficacia buscada.
A esto hay que añadir el que la mayor parte de las plantas censadas como
benéficas a dosis normales pueden tener efectos desagradables, incluso volverse
peligrosas, cuando se abusa de ellas. Así, la «gentil» camomila, si bien
facilita la digestión cuando es bebida moderadamente, se convierte en un potente
vomitivo cuando es tomada con exceso.
Las plantas, como muchas cosas, pueden ser las mejores amigas del hombre o sus
peores enemigas. Es por eso por lo que es conveniente, cuando uno se mete a
herborizar, tomar algunas precauciones. La poca cantidad de tiendas
especializadas existentes empuja en efecto a buen número de personas a
recolectar y a conservar por sí mismas las flores y las hierbas necesarias para
la confección de estas tisanas cuyo secreto conocían nuestras abuelas y de las
que todos hemos guardado la nostalgia. Pero esta recolección no debe ser
efectuada no importa cuándo ni importa de qué modo.
En primer lugar, hay que recordar siempre que la contaminación es un verdadero
azote cuya insidiosa acción hace perder a las «simples» una gran parte de sus
benéficas propiedades. Es pues necesario, para que la recolección sea buena,
tanto en cantidad como en calidad, apartarse de los senderos batidos, huir de
las zonas de cultivos intensivos donde la tierra, regada con insecticidas y
alimentada con abonos químicos, ya no puede producir más que frutos
semienvenenados. Es lejos de las carreteras y de los vapores de gasolina donde
se encuentran las mejores plantas, aquellas que han guardado intactos todos sus
jugos.
A veces hay que andar largo tiempo antes de conseguir llegar a estos lugares
privilegiados, pero ¿quién se lamenta de ello? Al encanto de la recolección se
une entonces el placer del paseo y los beneficiosos efectos de una generosa
oxigenación, lo cual es el mejor modo de comenzar una cura natural.
Los hombres civilizados que somos no deberíamos jamás desprendernos de una
cierta humildad frente a esta naturaleza. Hemos perdido el instinto que guiaba a
nuestros lejanos antepasados y que les permitía discernir, entre dos plantas, la
comestible de la venenosa. En los campos, la mortal cicuta se codea con el
perejil silvestre, y se necesita un ojo ejercitado para diferenciarlas. Para
toda expedición, pues, es prudente proveerse de un catálogo botánico en el que
se hallen descritas todas las plantas y cuyos grabados las muestren tal como
son. Poco a poco, a medida que se vaya adquiriendo la experiencia, se hará más
raro el tener que recurrir a este vademécum, pero sería estúpido creer que uno
puede ser capaz, desde las primeras tentativas, de distinguir el gordolobo o la
bistorta en medio de todas las demás hierbas de un prado.
Además, como toda «expedición», una campaña de recolección de medicinales se
prepara con anticipación. Se puede ciertamente partir a la aventura y recoger lo
que se presente, al azar del paseo, pero éste no es el mejor método. Cada
planta, en efecto, sufre variaciones estacionales, y sus propiedades se
resienten de ello. Todas no deben ser pues recolectadas al mismo momento si se
quieren aprovechar al máximo sus posibilidades curativas. En su obra Guide
pratique des plantes medicinales, Vincent d'Auffray traza un cuadro de las
distintas épocas en las cuales conviene recolectar las medicinales más
corrientes. He aquí lo que preconiza:
En primavera:
En planta entera, la fícaria; las raíces de gariofílea, de bistorta, de
levístico; flores de berenjena, de retama, de prímula, de endrino, de tusilago,
de violeta; brotes de álamo.
En verano:
En plantas enteras, la endrina, el hinojo, el galega, el marrubio; en plantas
florecidas, la anémona pulsatila, la malva, el muguete, el pensamiento
silvestre, la pimpinela, la pulmonaria, la santolina, la hierba cana, la
verónica de los Alpes; las hojas de fresno, de granza, de zarza, de ajedrea, de
tomillo, de tusilago; en hojas y en tallos, el ajenjo, el apio silvestre, el
acónito, la balsamina, la bardana, la belladona, la gariofilea, la borraja, la
consuelda, el berro, la cinoglosa, el malvavisco, el hisopo, la hiedra
terrestre, la melisa, el meninanto, la parietaria, la vincapervinca, el
cardillo; las flores de árnica, de borracha, de celidonia, de madreselva, de
ortiga muerta, de pie de gato, de reina de los prados, de salvia, de escabiosa,
de saúco y de tilo.
En otoño:
En plantas enteras la pequeña menor, la famuaria, la hierba de San Roberto, la
lechuga nociva, la saponaria; en flores, el gordolobo, la buglosa, la lavanda,
la matricaria, el hipérico, el orégano; las hojas de albahaca, de gordolobo, de
digital, de hierba mora, de nogal, de romero, de tanaceto; los frutos de
majuelo, de escaramujo, de agracejo, de enebro, de mirtilo, de aladierna, de
saúco; las semillas de cólquico.
En invierno:
Raíces, rizomas (se trata del tallo subterráneo de la planta que envía raíces
hacia la tierra y tallos hacia el exterior) o bulbos de acónito, de énula
campana, de bardana, de consuelda, de fresera, de retama, de genciana, de
malvavisco, de brusco, de cardillo, de reonía, de rábano blanco, de saponaria,
de sello de Salomón, de valeriana; hojas de muérdago; cortezas de abedul, de
arraclán, de roble, de fresno, de torvisco, de sauce, de saúco; brotes de pino
silvestre.
He aquí lo suficiente como para conseguir una amplia cosecha, pero conviene
saber también cómo recolectar y, sobre todo, saber conservar estas plantas, lo
cual es menos sencillo de lo que parece.
En primer lugar, hay que elegir su día y su hora. Flores, tallos y hojas se
recogen desde el momento en que el rocío que se ha depositado por la mañana, y
se ha evaporado bajo los efectos del sol. Las raíces y los rizomas se recolectan
al caer la noche. Además, se debe evitar absolutamente partir de recolección en
día de lluvia. Las razones son muy sencillas. En primer lugar, porque la lluvia
diluye en cierto modo la fuerza de las hierbas, a continuación porque las
humedece y hace así su secado y su conservación mucho más delicados.
Partir temprano, un día de buen tiempo, y regresar tarde, son los dos primeros
principios del herbolario. Tomarse su tiempo es el tercero. En efecto, no sirve
de nada apresurarse y recoger indiscriminadamente. Por el contrario, hay que
elegir las plantas más verdes, las más vivaces, no tomar más que las flores que
acaban de abrirse y que los insectos aún no han tenido tiempo de deteriorar, y
manipular todo ello, ya que es muy frágil, con mucha delicadeza. Meterlas todas
en una bolsa para poder llevarlas más cómodamente es casi condenarlas al
marchitamiento y al moho. Se deben por el contrario formar manojos, que se
colocarán, al regreso al coche, en el asiento de atrás o en el suelo del
portamaletas. Pero, sobre todo, hay que cuidarse de actuar vandálicamente, de
recoger por recoger, sin medida y mucho más allá de las propias necesidades, por
el simple placer. Algunas plantas, como algunos animales, se hallan en vías de
extinción, y no se debe olvidar que cada tallo cortado no vuelve a reproducirse.
Siempre con la misma preocupación de salvaguardar el futuro, se debe evitar el
arrancar la planta cuando la raíz no es de ninguna utilidad en las preparaciones
que se efectuarán a continuación. Éste sigue siendo el mejor método de
asegurarse la recolección del año siguiente.
Una vez terminada la recogida, viene la delicada operación del secado. De él
dependerá en efecto la buena conservación y, por consiguiente, la eficacia de
las medicinales recogidas.
Este secado puede ser perfectamente natural y progresivo, o aprovechar la ayuda
de radiadores o de toda otra fuente de calor. Debe además ser efectuado a la
sombra, en un local aireado sin rastros de humedad, a una temperatura más o
menos constante de 15°.
Las flores deben ser suspendidas en guirnaldas y las hojas en racimos. Las demás
plantas deben ser dispuestas sobre cañizos en capas lo suficientemente delgadas
como para evitar que la humedad que desprendan ocasione su putrefacción.
Las raíces, más robustas, pueden ser colocadas a secar al sol.
Una vez terminado el secado, las plantas deberán ser almacenadas al abrigo de la
luz, en un lugar seco. Los mejores recipientes siguen siendo aún los buenos
viejos tarros de loza, que presentan además la ventaja de ser muy decorativos.
Desgraciadamente, cada vez son más raros y, por ello, más caros. Se pueden
encontrar sin embargo en el comercio tarros opacos que, aunque sean menos
bonitos, sirven también perfectamente para este cometido.
Los bocales de cristal pueden ser también utilizados, a condición de mantenerlos
encerrados en un armario, de modo que las plantas que contienen permanezcan en
la sombra. En cuanto a los botes de hojalata, no son más que algo para salir del
paso, y no pueden ser recomendados.
Todas estas operaciones pueden parecer muy complicadas. No lo son en absoluto.
Con un poco de costumbre, se llega muy rápidamente a reconocer las buenas
plantas de las malas, a distinguir las mejores y a saber exactamente por qué
lugar conviene cortar su tallo. Para aquellos que viven en el campo y que
disponen de suficiente lugar en su casa, el secado tampoco presenta ningún
problema. Sólo los habitantes de las ciudades, que aprovechan su fin de semana
para ir a efectuar una recolección de plantas de salud, pueden experimentar
algunas dificultades. Pero los modernos apartamentos tienen casi todos un lugar
previsto para tender la ropa, cuya abertura se puede cubrir con tela de saco por
ejemplo, obteniendo así un secadero de plantas perfecto.
Así, eliminados todos los obstáculos, cada cual puede constituir este herbario
que nuestras abuelas utilizaban tan a menudo para mantener en buena salud a
todos los habitantes de la casa.
INFUSIONES Y TISANAS
Estas plantas, recolectadas en el frescor matutino, secadas con mil precauciones
o, más simplemente, compradas en el herbolario, se hallan ahora en sus frascos,
listas para ser utilizadas en confeccionar bienhechores remedios. En verdad, no
es necesario ser un gran fítoterapeuta para curar, con su ayuda, los pequeños
males de todos los días. Servirse bien de las simples es, ante todo, una cosa
muy «simple». Basta, para obtener buenos resultados, con respetar
escrupulosamente las dosificaciones y conocer perfectamente los diferentes modos
de preparación en los cuales pueden entrar, y de los cuales enumeramos a
continuación los principales.
ACEITES: Pueden servir tanto para confeccionar deliciosas ensaladas como para
masajes, fricciones, y a veces incluso es recomendable beberlos a cucharaditas.
Generalmente, un aceite de plantas se prepara con el aceite de oliva virgen
obtenido por primera presión en frío, pero la naturaleza del oleaginoso empleado
puede variar en función de las afecciones que debe tratar.
Para preparar este aceite, conviene emplear el mismo volumen de hierbas, raíces
o cortezas que de líquido. Se deja macerar todo aproximadamente un mes, luego se
decanta, es decir se hace verter con precaución el líquido, evitando que
arrastre consigo las impurezas que se han depositado al fondo del recipiente.
Esta preparación se conserva muy bien a condición de ser almacenada al abrigo de
la luz en una habitación que no esté ni sobrecalentada ni demasiado fría.
AGUARDIENTE DE PLANTAS: Contrariamente a los servidos en los cafés y otros
establecimientos de bebidas, este aguardiente no posee más que efectos benéficos
para el cuerpo. A condición, naturalmente, de no abusar de él, ya que como todas
las preparaciones alcoholizadas puede emborrachar y tener consecuencias
desastrosas para el hígado.
Este aguardiente, pues, se prepara haciendo hervir en aproximadamente un litro
de agua 250 gramos de plantas frescas. Tras haber dejado que el líquido se
reduzca a la ¿mitad y esperado a que se enfríe, se completa lo que se ha
¡evaporado con medio litro de alcohol de 90° y se deja macerar algunos días.
Luego se pasa la mezcla a través de una tela que se apretará fuertemente a fin
de que todo el jugo contenido en las plantas sea recuperado. Como para la
alcoholatura, se deja reposar y se filtra de nuevo, tantas veces como sea
necesario para que el líquido sea perfectamente claro y no contenga ya ningún
fragmento de planta en suspensión.
Luego se toma este delicioso alcohol como un aguardiente normal, un Chartreuse o
un Bénédictine, que de hecho llegan incluso a confundirse con nuestra
preparación.
ALCOHOLATURA: Es un medicamento que se toma a razón de unas pocas gotas
mezcladas con un vaso de agua azucarada, preferentemente con miel. Se prepara
vertiendo sobre las plantas reducidas a fragmentos menudos un peso equivalente
de alcohol de 90°, que normalmente se llama alcohol puro. Se conserva el
conjunto al abrigo de la luz, en una botella bien tapada, aproximadamente una
quincena de días, removiendo diariamente.
Una vez transcurrido este plazo, se filtra la preparación a través de un paño,
presionando bien el «mosto» para exprimir la totalidad del jugo. Después se deja
reposar el líquido, de forma que se decante. Se deposita entonces una especie de
sedimento y basta con volver a pasarla una segunda vez —utilizando un filtro de
papel de los que se usa para el café— para obtener la alcoholatura.
Esta preparación puede conservarse mucho tiempo, a condición de que el
recipiente que la contiene sea colocado al abrigo de la luz y lo suficientemente
lejos de las fuentes de calor.
BAÑO DE HIERBAS: Tónico, relajante, delicadamente perfumado, el baño de hierbas
une a los beneficios de la cura el placer de la relajación. Se puede preparar de
diferentes maneras, ya sea echando en la bañera extractos, esencias o
decocciones de plantas, ya sea componiendo una mezcla en un saquito de gasa que
se sumerge en el agua, del mismo modo en que se infusiona el té en una taza.
CALDO: Algunas buenas cocineras van a creer que las injuriamos explicándoles
cómo preparar un caldo, tanta es su costumbre de hacer cocer así sus verduras.
De hecho, para que un caldo merezca verdaderamente este nombre, es obligatorio
que las plantas hayan sido echadas en agua fría y que ésta haya sido colocada
inmediatamente al fuego. Cuando llega al punto de ebullición, conviene dejarla
hervir unos dos a tres minutos, si se trata de un caldo de flores o de hojas, o
un poco más si son las raíces o las cortezas las que forman la base de la
preparación.
CATAPLASMA: A menudo se la confunde con el sinapismo, cuando este último no es
más que una cataplasma revulsiva compuesta esencialmente por harina de mostaza.
Una vez precisado esto, la cataplasma en general se compone de una harina —de
lino, de salvado o de plantas trituradas— diluida en agua fría hasta la
obtención de una pasta, luego encerrada en una muselina. La preparación debe ser
entonces ligeramente calentada antes de aplicarla sobre la piel. Una cucharadita
de café de vinagre de sidra añadido a la pasta refuerza considerablemente la
acción de todas las cataplasmas.
COMPRESA: Aquí también tenemos una palabra cuyo sentido cree conocer todo el
mundo. Sin embargo es bueno precisar que una compresa debe ser siempre aplicada
tibia, y que debe ser cambiada apenas se ha enfriado.
DECOCCIÓN: Es, con la infusión, una de las formas más corrientes de confeccionar
las tisanas. Para prepararla, se echa la cantidad requerida de la mezcla en agua
fría, que se lleva en seguida progresivamente a la ebullición. Se deja luego
hervir muy suavemente durante una decena de minutos, hasta que aproximadamente
una quinta parte del líquido se haya evaporado. Esta duración puede ser
aumentada para las plantas duras o leñosas, las raíces y las cortezas. Es
igualmente posible preparar la suficiente cantidad de decocción como para poder
utilizarla varios días seguidos, ya que no plantea ningún problema de
conservación.
EMPLASTO: Entre los niños es casi una injuria, y uno se pregunta el porqué. De
hecho, este sinónimo de cataplasma designa más especialmente las aplicaciones
hechas sin la ayuda de una tela para envolver los ingredientes, tal como se hace
por ejemplo con las aplicaciones de hojas de repollo.
ESENCIAS: Estos concentrados aromáticos, llamados también «aceites esenciales»,
son obtenidos por destilación al vapor, incisión, etc., todos ellos
procedimientos que no resulta demasiado cómodo realizar uno mismo en casa. Es
por eso por lo que creemos que es preferible dejar a los especialistas el
cuidado de realizarlos y comprar estas esencias ya preparadas en las tiendas
especializadas. De todos modos hay que tener cuidado y comprobar que se trata
realmente de esencias naturales y no de productos de síntesis realizados
químicamente.
EXTRACTO: Como la esencia, es un concentrado, pero que es obtenido haciendo
evaporar una solución acuosa.
El extracto fluido se obtiene añadiéndole al extracto propiamente dicho una
cierta cantidad de agua o de alcohol, luego haciendo evaporar nuevamente el
líquido hasta que la mezcla tenga el mismo peso que las plantas que fueron
incorporadas a ella al principio.
El extracto blando, en cambio, se obtiene deteniendo la ebullición en el momento
en que la preparación consigue una consistencia comparable a la de la confitura.
El extracto total, finalmente, es el obtenido utilizando no tan sólo las hojas o
las flores, sino también la planta entera. Como las esencias, creemos que es
preferible obtener estas preparaciones en las tiendas especializadas,
verificando bien de todos modos que no contengan ningún aditivo químico.
GARGARISMOS: Consisten en bañar la garganta con ayuda de infusiones,
maceraciones o decocciones, pero lo suficientemente diluidas como para que no
ataquen las frágiles mucosas del fondo de la boca.
HIDROLATO: Se obtiene destilando las plantas en un alambique. Teniendo en cuenta
el hecho de que es bastante raro que uno posea en su casa dicho aparato, creemos
que, como las esencias, es preferible adquirir los hidrolatos en las tiendas
especializadas, tomando siempre las mismas precauciones.
INFUSIONES: Son verdaderas tisanas, y se puede decir que en fítoterapia son las
preparaciones más corrientes. Sólo que la palabra tisana choca un poco; quizá
porque recuerda demasiado a medicamento, por lo que se prefiere hablar de una
infusión de menta o de verbena. A menos que se diga simplemente un té o un café,
los cuales, a decir verdad, no son otra cosa que tisanas de uso corriente, por
no decir viciado.
Una verdadera infusión no se prepara simplemente echando en una taza un pellizco
de hierbas y vertiendo encima agua a punto de hervor —nunca hirviendo—. Hay que
cubrir además la taza y aguardar una buena decena de minutos a que las plantas
que se han colocado en ella hayan entregado al agua todos sus jugos.
Se puede, por supuesto, preparar una ración familiar de infusión utilizando una
tetera, pero si uno se siente individualista basta con procurarse tazas
especiales para infusiones, provistas de tapadera, que pueden hallarse en el
comercio.
INHALACIONES: La palabra expresa lo suficientemente claro lo que quiere decir.
Pueden tomarse con ayuda de un aparato especial, que forma como una especie de
embudo por encima del recipiente que contiene el agua hirviendo, en la cual las
plantas desprenden sus vapores. Este conducto lleva directamente a la nariz las
emanaciones de la preparación.
Cuando no se posee este dispositivo, puede contentarse con inclinar la cabeza
por encima de una cacerola que contiene la preparación hirviendo, aislándose del
exterior gracias a una toalla colocada sobre la cabeza y que cuelgue a ambos
lados de la cara.
Las inhalaciones secas, por su parte, se obtienen haciendo quemar sobre las
brasas de una chimenea o de una parrilla plantas aromáticas, cuyos efluvios se
respiran así por toda la habitación.
Añadamos para terminar que el hecho de fumar algunas plantas, sobre todo para
combatir el asma, puede ser considerado como inhalaciones.
INTRACTO: Se prepara de una forma comparable a la que hemos indicado ya para el
extracto. La diferencia esencial entre los dos productos reside en la forma en
que han sido conservadas las plantas utilizadas. Una vez más, estimamos que,
antes que lanzarse a complicadas operaciones, es mucho más razonable procurarse
este producto en un especialista.
JARABES: Básicamente, este nombre designa una solución de azúcar —o mejor de
miel— en agua destilada. Se le añaden luego maceraciones de plantas, a fin de
proporcionarle sus propiedades específicas.
LAVATIVAS: Es con mucho la forma más desagradable de hacer una cura, pero hay
ocasiones en las que uno debe doblegarse. No nos extenderemos en la forma de
tomarlas ni en el aparato utilizado para ello. Precisaremos simplemente que las
lavativas son generalmente a base de infusiones o de decocciones y que, según
los casos, deben ser administradas calientes (aproximadamente 35°) o frías.
LINIMENTO: Todos los deportistas conocen bien este aceite de masaje que les
permite calentar sus músculos antes de la competición o calmar los dolores
provocados por un esguince o una elongación. El linimento se prepara como el
aguardiente de plantas, con la única diferencia de que, puesto que no está
destinado a ser bebido, no tiene ninguna utilidad el proporcionarle un buen
sabor.
LOCIONES: No son ni más ni menos que decocciones enfriadas y coladas para
eliminar los fragmentos de plantas que han servido para realizarlas. Las
lociones son utilizadas para masajear el cuero cabelludo, el rostro o el cuerpo,
como productos de belleza principalmente.
MACERACIONES: Como indica su nombre, implican una larga permanencia de las
plantas en el líquido que será luego utilizado. De hecho, éstas pueden ser
puestas a macerar entre un día y varios meses, según el tipo de preparación.
Generalmente, esta maceración se hace en un jarro de vidrio, al abrigo de la
luz, en un armario o alacena donde la temperatura, ni demasiado elevada ni
demasiado baja, permanezca constante.
POLVOS: Todas las hierbas, una vez secas, pueden ser reducidas a polvo y ser
utilizadas como condimento, tales como la pimienta, el curry o la paprika.
TINTURA ALCOHÓLICA: Es obtenida dejando macerar las plantas durante al menos
tres semanas en aproximadamente cinco veces su peso de alcohol de 90°.
UNGÜENTOS: Son parecidos al linimento, aunque se presentan casi siempre en forma
sólida. Se obtienen mezclando las esencias o las decocciones de plantas a
mantequilla o a manteca no saladas.
VINOS DE PLANTAS: Pueden ser blancos o tintos, según se les exija tener virtudes
diuréticas o astringentes, y es posible atenuar su grado alcohólico rebajándolos
con agua en el momento en que son mezclados a las plantas que deben macerar.
Pese al delicioso aroma que les proporcionan las hierbas, siempre es preferible
utilizar un buen vino —pero no forzosamente un «gran» vino— para hacer esta
preparación. Si se trata de vino blanco, se preferirá un tipo alsacia, cuyas
propiedades diuréticas no hace falta demostrar. En cambio, si se utiliza un
tinto, la elección deberá decantarse hacia un tipo burdeos, más tónico y más
reconstituyente que el tipo borgoña.
Última recomendación a propósito de los vinos de plantas: al igual que con los
aguardientes de plantas, es importante no dejarse llevar por el placer del
paladar y consumir más de lo conveniente, ya que entonces se corre el riesgo de
convertirse en alcohólico creyendo estarse curando.
JUGO DE HIERBAS: Son en todo punto comparables a los jugos de frutas frescas,
tanto a causa de sus propiedades como a causa de su forma de prepararlos.
Tradicionalmente, se obtenían machacando las plantas en un mortero antes de
prensarlas en una tela para exprimir sus jugos. Hoy en día, los pequeños robots
de cocina son de una gran ayuda, sobre todo teniendo en cuenta que, siendo la
operación lo suficientemente rápida, las plantas trituradas, al no permanecer
más que un tiempo muy breve en contacto con el metal, no pierden ninguna de sus
cualidades esenciales.
Ahora que dominamos mejor todos estos términos técnicos, es tiempo de pasar a
los trabajos prácticos propiamente dichos, confeccionando algunas de estas
aguas, estas tisanas o estas tinturas que siempre es bueno tener en la farmacia
familiar. Empezaremos pues con las aguas, puesto que son las primeras dentro del
orden alfabético:
AGUA DE BROCHIERI: Los hombres que todavía utilizan navaja para afeitarse, con
la cual les ocurre a veces que pueden llegar a cortarse, apreciarán enormemente
este hemostático indoloro y con un delicado aroma a pino.
Hacer macerar durante tres o cuatro días un volumen de virutas de madera de pino
en dos volúmenes de agua, agitando de tanto en tanto. Dejar decantar y filtrar.
AGUA DE MELISA: Era un poco el remedio milagroso de nuestras abuelas, que lo
utilizaban tanto contra los vómitos como contra los espasmos cardíacos, cuando
no era para desinfectar una herida. Su eficacia es tan reconocida que aún hoy en
día, en la época de los antibióticos y de las píldoras, se la encuentra ya
preparada en las farmacias. Uno puede utilizar esta cómoda solución, pero por
supuesto es mucho más preferible prepararse uno mismo este alcoholato, que de
hecho no pide más que un poco de cuidado para resultar completamente logrado.
Reducir a trozos pequeños 100 gramos de flores de melisa, 50 gramos de cortezas
de limón frescas, 80 gramos de canela, 80 gramos de clavo, 80 gramos de nuez
moscada, 50 gramos de cilantro y 50 gramos de raíz de angélica. Dejar macerar el
conjunto durante una semana en 5 litros de alcohol de 90°. Filtrar y conservar
en un lugar fresco.
El agua de melisa se consume mezclada con agua azucarada —siempre con miel, a
ser posible—, o puede ser empleada para apresurar la cicatrización de las
heridas.
AGUA DE MENFIS: He aquí otro after-shave que presenta sobre el citado
anteriormente la ventaja de ser no sólo hemostático, es decir detener las
pequeñas hemorragias sanguíneas, sino de ser también antiséptico, es decir,
desinfectar. Es cierto que su preparación es un poco más complicada, pero los
resultados compensan.
Hacer una infusión, en dos litros de agua como mínimo, de 50 gramos de hojas de
nogal, 50 gramos de agrimonia, la misma cantidad de centaurea, de eupatorio, de
hojas de zarza, de corazoncillo, de menta, de albahaca, de romero, de tomillo,
de salvia y de calamento. Añadir 10 gramos de pétalos de rosa, de caléndula y de
árnica. Incluir también en la preparación 100 gramos de corteza de roble, lo
mismo de corteza de granada y el mismo peso de brotes de álamo. Terminar esta
mezcla de plantas incorporando 50 gramos
de raíces de genciana. Filtrar y conservar en una botella bien tapada.
AGUA DE ZARCILLOS: Recomendada para los enjuagues bucales, se prepara haciendo
macerar, en 700 gramos de alcohol de 90°, 120 gramos de hojas frescas trituradas
de codearía, 120 gramos de hojas frescas trituradas de berros, 30 gramos de
canela, 10 gramos de clavos triturados, 30 gramos de cortezas de limón picadas,
y 15 gramos de pétalos de rosa. Tras una semana, filtrar el líquido para
eliminar los residuos de las plantas.
AGUA VULNERARIA ROJA: Debe su color —y por lo tanto su nombre— a las flores de
corazoncillo que entran en su composición, bastante complicada a fin de cuentas
aunque las dosificaciones sean las mismas para todas las plantas que entran en
ella. Cicatriza las heridas.
Hacer macerar 30 gramos de cada una de las siguientes plantas en un litro de
alcohol de 90°: flores de lavanda y de corazoncillo, hojas de albahaca, de
calamento, de hisopo, de mejorana, de melisa, de menta picante, de orégano, de
romero, de ajedrea, de salvia, de tomillo, de serpol, de ajenjo, de tanaceto, de
angélica, de ruda y de hinojo. Filtrarlo todo al cabo de una semana.
Es evidente que siendo la composición de este remedio bastante compleja, es
interesante prepararlo en gran cantidad; sobre todo teniendo en cuenta que se
conserva perfectamente bien. Es suficiente entonces, para hallar las
proporciones exactas, multiplicar el peso de las plantas por la misma cifra que
los litros de alcohol utilizados (para 2 litros, multiplicar por dos, 3 litros
por tres, etc.).
BÁLSAMO DEL SAMARITANO: El Buen Samaritano, nos dice el Evangelio, compartió su
manto con un pobre. Sin duda no se trata de la misma persona que dio su nombre a
esta preparación; más bien el autor fue un hombre de guerra, puesto que su
principal propiedad es ayudar a la cicatrización de las heridas.
Mezclar en una botella el mismo volumen de aceite y de vino. Mezclar el conjunto
hasta obtener una precipitación homogénea. Aplicar inmediatamente sobre la
herida, que quedará desinfectada y protegida.
BÁLSAMO OPODELDOCH: Como el Bálsamo Tranquille, que sigue a continuación, es
utilizado para calmar los dolores reumáticos, y también para reducir los
esguinces. He aquí la receta, tal como se la encuentra en Les Bienfaits des
plantes (Dargaud editor):
«Disolver al baño maría 300 gramos de jabón rallado en dos litros y medio de
alcohol de 90°, añadiéndole 240 gramos de alcanfor, así como 60 gramos de
esencia de romero, 20 gramos de esencia de tomillo y 100 gramos de amoníaco.
Mezclar bien el líquido, luego filtrar en caliente y echar inmediatamente en un
recipiente de cuello ancho para ser conservado. Se solidifica parcialmente.
Aplicarlo en fricciones sobre los reumatismos, esguinces, etc.»
BÁLSAMO TRANQUILLE: Excelente contra los reumatismos, debe su nombre al buen
abate que lo puso a punto.
En un litro de aceite de oliva, cocer suavemente algunas hojas frescas de
belladona, de beleño, de hierba de mora, de tabaco, de dormidera y de estamonio.
Al cabo de aproximadamente una hora, se constata que el aceite ha tomado una
hermosa tonalidad verde, y ya es tiempo de detener la cocción. Se filtra
entonces el líquido obtenido y se almacena, tras haberle añadido algunas gotas
de esencia de ajenjo, de hisopo, de mejorana, de menta, de ruda, de salvia y de
tomillo.
ELIXIR DE GARUS: Precioso para la digestión, se obtiene haciendo macerar durante
dos a tres días 5 gramos de áloe, 5 gramos de clavo, 5 gramos de azafrán, 5
gramos de mirra, 10 gramos de nuez moscada y 50 gramos de canela en 5 litros de
alcohol de 90° a los cuales se habrá incorporado 200 gramos de agua de azahar.
Tras filtrarlo, se añade al líquido obtenido una vaina de vainilla para darle
mejor sabor, y 500 gramos de jarabe de culantrillo para suavizarlo.
JARABE DE ARTEMISA: Todas las mujeres que tienen reglas difíciles deberían
tenerlo en su botiquín. En efecto, este jarabe regulariza la función menstrual,
al mismo tiempo que atenúa los dolores y devuelve el vigor a aquellas que se
sienten agotadas por estas indisposiciones periódicas.
Echar en un kilo de miel, al que se habrán mezclado 2,5 kilos de azúcar, unos
200 gramos de flores de artemisa, la misma cantidad de menta poleo, de
nepetacataria; añadir 100 gramos de mejorana, de matricaria, de albahaca y de
ruda; añadir también 20 gramos de raíces de énula campana, de hinojo, de anís y
de canela. Hacerlo calentar todo hasta obtener un líquido ligeramente espeso.
Filtrar y conservar al abrigo de la luz.
Una cucharada sopera de esta preparación por la mañana y otra por la noche
ayudan a atravesar este período difícil para muchas mujeres.
JARABE DE RUIBARBO: Ha ayudado a generaciones de niños a no tener problemas
intestinales, y podrá continuar aún durante mucho tiempo cumpliendo con este
papel.
Hacer una infusión, en un litro de agua, con 200 gramos de ruibarbo y 20 gramos
de canela. Filtrar y añadir 1,5 kilos de azúcar.
Recuperar el ruibarbo y la canela y añadirles 20 gramos de raíces y 300 gramos
de hojas de achicoria, 100 gramos de fumaria, 100 gramos de hojas de
escolopendra y 50 gramos de bayas de alquequenje. Echarlo todo en 5 litros de
agua hirviendo. Dejar macerar durante medio día, pasar, y añadir 2 kilos de
azúcar al líquido. Mezclar los dos jarabes y filtrar de nuevo.
Una cucharada sopera de este jarabe tomada por la noche tendrá unos efectos
incontestables a la mañana siguiente.
JARABE DEPURATIVO: Se trata, de hecho, de un jugo de hierbas obtenido
machacando, en cantidades iguales, hojas frescas de achicoria, de fumaria, de
berro y de lechuga.
Para mejorar su sabor y para que la preparación merezca verdaderamente su nombre
de jarabe, se le puede añadir tanta miel como se desee.
POCIÓN DE TODD: Los aficionados a las bebidas exóticas podrían pensar que se
trata de un ponche. De hecho, es un precioso estimulante para combatir las
depresiones consecutivas a los estados gripales.
Echar 30 gramos de jarabe de azúcar en aproximadamente 50 gramos de ron.
Aromatizar con 5 gramos de tintura de canela y diluir ampliamente con agua.
POLVO IMPERIAL DE LÉMERY: Se halla perfectamente en su lugar en todas las
preparaciones que recomendábamos en el capítulo dedicado a la cocina de la
felicidad, en la medida en que ayuda a la digestión al tiempo que despierta los
ardores amorosos. Para fabricarlo, la cocinera picará 40 gramos de canela, 30
gramos de jengibre, la misma cantidad de clavo, 10 gramos de nuez moscada y, si
puede obtenerlo, 70 gramos de almizcle. Tras lo cual le bastará echar una
pulgarada pequeña sobre el bistec (bife) del hombre de su vida para que éste
recuerde de pronto que siempre la ha encontrado muy deseable.
POLVO PARA FAVORECER LA EXPULSIÓN DE LOS GASES INTESTINALES:
Espolvoreado a pequeñas dosis sobre las carnes, a las cuales proporciona un muy
buen sabor, este polvo puede evitar tanto las hinchazones como los dolores de
vientre. Se obtiene machacando 50 gramos de granos de anís, la misma cantidad de
cilantro y de hinojo, 10 gramos de canela, la misma cantidad de cortezas de
limón secas y de cortezas de naranja, 50 gramos de clavo y la misma cantidad de
ruibarbo.
TÉ DE SAINT-GERMAIN: ¿Tenía el conde de Saint-Germain la edad que pretendía?
Algunos lo siguen creyendo, pero es dudoso que una longevidad tan excepcional
como la suya pudiera ser debida a la tisana que aún lleva su nombre y que era
apodada igualmente «polvo de larga vida».
Hacer macerar durante algunos días 10 gramos de hojas de sena en alcohol de 90°.
Luego hacer evaporar este alcohol y recoger el polvo obtenido. Reducir
igualmente a polvo 5 gramos de flores de saúco secas, la misma cantidad de
granos de anís, así como de hinojo. Componer con ello una infusión y preparar
como un auténtico té.
TINTURA DE ÁRNICA: Diluida en un vaso de agua, estimula poderosamente la
vesícula biliar, y facilita así la digestión y la asimilación de los alimentos.
Hacer macerar durante un mes un puñado de flores de árnica, canela, y granos de
anís, en alcohol de 90°. Pasar y conservar al abrigo de la luz en una botella
bien tapada.
TISANA REAL: Si, como se dice, los reyes hicieron Francia, también consiguieron
la reputación de hacer buenas comidas, lo cual no dejó de ocasionarles algunos
empachos. Hasta tal punto que un herbolario, cuyo nombre se ha perdido
desgraciadamente, compuso para ayudarles una tisana que, aún hoy en día, es
llamada real.
Hacer macerar durante veinticuatro horas 20 gramos de sena, 20 gramos de hojas
de perejil y 20 gramos de sulfato sódico en un litro de agua. Añadir a la
preparación 5 gramos de cilantro y 5 gramos de granos de anís, así como
un limón cortado a rodajas. Filtrar y beber antes de acostarse.
VINAGRE DE LOS CUATRO LADRONES: Eran, dice la leyenda, cuatro hombres sin
escrúpulos que aprovecharon una epidemia de peste para entrar a saco en Toulouse
y robar sin ninguna vergüenza las casas de los desgraciados enfermos. Lo más
sorprendente es que nunca resultaron contaminados, y que luego pudieron gozar
apaciblemente del producto de sus rapiñas.
La historia podría resultar inmoral hasta el final si nuestros cuatro ladrones,
para evitar la horca, no hubieran dado a conocer el secreto que les había
preservado, para mayor provecho de la doliente humanidad. Simplemente
embadurnaban sus cuerpos, antes de cada expedición, con una preparación cuya
receta es la siguiente:
Hacer macerar en 4 litros de vino blanco, durante una semana, 50 gramos de
flores de ajenjo mayor, 50 gramos de ajenjo póntico, 50 gramos de romero, 50
gramos de lavanda, 50 gramos de salvia, 50 gramos de ruda, 10 gramos de canela,
la misma cantidad de clavo, así como de rizoma de ácoro, de nuez moscada y de
ajo. Pasar luego todo ello y añadirle al líquido así obtenido medio litro de
vinagre de alcohol en el cual se habrán disuelto 20 gramos de alcanfor.
De acuerdo, las epidemias de peste son cada vez más raras. El vinagre de los
cuatro ladrones, excelente desinfectante, mantiene sin embargo toda su utilidad,
ya que ayuda también a eliminar las contusiones. Añadamos a ello que su poderoso
olor lo hace a menudo preferible a las clásicas sales para reanimar a una
persona desvanecida.
Vinagre de los cuatro ladrones, tisana real, té de Saint-Germain, bálsamo del
Samaritano, he aquí nombres poéticos para preparaciones muy eficaces. Nombres
además mucho más atractivos que los horribles neologismos con que son
etiquetadas nuestras modernas especialidades farmacéuticas.
Los médicos de Molière consideraban una cuestión de honor el utilizar un latín
de cocina —¡en su caso la expresión adquiría todo su sentido!— que les servía
tanto para impresionar a sus pacientes como para disimular su ignorancia. Sus
sucesores, si bien son sin la menor duda más competentes, no por ello emplean
menos un lenguaje tan incomprensible como el suyo para el profano, como si fuera
absolutamente necesario que el arte médico se disimule tras una pantalla de
fórmulas abstrusas para ser operacional.
¡Qué encanto podrían tener en cambio sus recetas si prescribieran algunas de las
preparaciones que acabamos de estudiar!
A CADA MAL SU REMEDIO
El divino Aquiles iba a morir. Tendido bajo su tienda, se masajeaba sin descanso
el talón donde se había clavado la flecha disparada por París, o más bien por el
propio Apolo, el cual, para abatir al héroe, había tomado la apariencia del
troyano.
Pues no era fácil alcanzar al guerrero griego. A su nacimiento, Tetis, su madre,
lo había sumergido en el Estix, el río de los Infiernos, a fin de que ninguna
herida pudiera serle nunca infligida. Pero, como había sido necesario que lo
sostuviera, lo había sujetado por ese famoso talón, el cual, no habiendo gozado
de la protección de las aguas malditas, era su único lugar vulnerable.
Era allí donde había disparado el dios del Sol, a fin de vengar a Héctor, cuyo
cuerpo, sujeto detrás del carro de su vencedor, había sido arrastrado por tres
veces alrededor de las murallas de la orgullosa Ilion. Ahora era el turno del
griego sufrir, mientras aguardaba a que el veneno en que había sido untado el
dardo que lo había golpeado hiciera finalmente su efecto.
Fue entonces cuando el herido recordó una planta maravillosa cuyas virtudes le
había enseñado su maestro, el centauro Chiron. Envió a un esclavo, que hizo una
gran recolección. A su regreso, ordenó la confección de emplastos, que aplicó
sobre la herida. Muy pronto la hemorragia cesó, y los dolores desaparecieron.
Desgraciadamente, la aquilea —puesto que desde entonces esa hierba aromática
lleva el nombre del valeroso soldado— no podía servir de antídoto al veneno que
ya se había extendido por todo el cuerpo del moribundo, y Aquiles fue a reunirse
con los dioses. Lo cual prueba que, si bien se pueden pedir muchas cosas a la
fítoterapia, no se le puede pedir lo imposible; es decir que, puesto que cada
planta tiene virtudes muy particulares, no se puede pedir de ellas que
constituyan un remedio universal.
Así, tras haber analizado las propiedades de las diferentes verduras, vamos a
estudiar del mismo modo las de las plantas medicinales propiamente dichas, tanto
de todas aquellas que puede recolectar uno mismo como de aquellas otras que
únicamente pueden encontrarse en una herboristería.
ABEDUL: La Edad Media lo había apodado el «árbol de la sabiduría», ya que eran
sus flexibles ramas lo que utilizaban los maestros para corregir a sus alumnos
(tanto como sus deberes).
Pero las cualidades del abedul no se limitan ahí, sino que en la primavera
proporciona una savia diurética y excelente contra las enfermedades de la piel.
Las hojas, una vez secas, permiten preparar líquidos que tienen sensiblemente
las mismas propiedades.
Así, en decocción, proporcionan baños excelentes contra las enfermedades de la
piel. En infusión (de 30 a 50 gramos por litro de agua), combaten los cólicos
nefríticos, la gota, los reumatismos y la hidropesía.
La corteza, finalmente, permite preparar un vino febrífugo. Para obtenerlo,
basta con dejar macerar de 50 a 60 gramos de esta corteza en un litro de vino
durante ocho días, filtrarlo, y aromatizarlo al gusto.
ACEBO: Este arbusto siempre verde es un excelente febrífugo y, en las regiones
pantanosas, se inmuniza contra las fiebres intermitentes con el siguiente vino:
Hacer macerar 50 gramos de hojas de acebo frescas machacadas en medio litro de
aguardiente; añadirle un litro de vino blanco seco, dejar macerar de nuevo
durante veinticuatro horas; filtrar.
ÁCORO: Fueron los tártaros quienes, en el siglo XIII hicieron descubrir a la
Europa oriental las propiedades de esta caña. Quizá fue él quien les ayudaba a
lanzar su potente grito de guerra, tan terrible para sus enemigos, ya que su
principal virtud es la de aclarar la voz.
Se le encuentra en las zonas pantanosas, como todas las cañas, pero es su raíz
la que hay que recolectar para confeccionar con ella las decocciones utilizadas
en gargarismos.
ACHICORIA SILVESTRE: No seguiremos a los «creativos» de las grandes agencias
publicitarias cuando afirman que la raíz de la achicoria torrefactada reemplaza
ventajosamente al café, además de eliminar sus propiedades perjudiciales. De
hecho no consigue más que desnaturalizar su sabor sin aportar nada nuevo a la
salud, si no es hacer amarillear la tez hasta tal punto que aquellos que abusan
de ella llegan a dar la impresión de sufrir de ictericia.
Las hojas, en cambio, tienen notables virtudes tonificantes, depurativas y
diuréticas. Su amargor, lejos de ser desagradable, realza por el contrario las
ensaladas un poco sosas como la lechuga, y un buen medio de hacer una cura es
mezclarlas con las comidas.
AGRACEJO: Este arbusto proporciona unas bayas comestibles gracias a las cuales
puede componerse una decocción, un jarabe, una jalea, una confitura y un vino.
Todas estas preparaciones permiten hacer bajar la fiebre y terminar con algunas
afecciones pulmonares. Las personas que sufren trastornos de la circulación
sanguínea, así como aquellas cuyo hígado y vesícula biliar se hallan obstruidas,
pueden también conseguir un alivio seguro con esta cura.
El vino de agracejo se prepara poniendo a macerar durante varios días de 50 a 60
gramos de bayas trituradas en un litro de vino. Tras haberlo filtrado, se
aromatiza según el gusto y se toma un vaso antes de cada comida.
La corteza de las raíces permite realizar una decocción (una cucharada sopera
por cada taza de agua) sin duda más eficaz que el vino cuya composición acabamos
de indicar.
AGRIMONIA: Ya mencionada en el famoso papiro de Eberg, «publicado» en Egipto
veintiséis siglos antes de Jesucristo, fue considerada por todos los autores
clásicos, de Galeno a
Matthiole, pasando por Dioscórides, como una especie de panacea.
En todo caso es indudable que se revela excelente contra todas las afecciones de
la boca y de la garganta, y que sus propiedades diuréticas la convierten en un
remedio apreciado contra los cólicos nefríticos y los trastornos del riñón.
Muy corriente en el sur de Europa, yergue sus tallos rojizos y velludos a lo
largo de las laderas y en los bosques. Sus flores amarillas con cinco pétalos se
presentan dispuestas en espiga en lo alto de ese tallo.
Es utilizada en gargarismos haciendo hervir aproximadamente 50 gramos de la
planta entera en un litro de agua, o en infusión (de 15 a 20 gramos por litro de
agua).
AJENJO: En la Biblia, simboliza las pruebas de la vida, tan grande es su
amargor. Esto no impidió a nuestro siglo XIX extraer de él una bebida,
aperitiva, evidentemente, pero que causaba tales estragos —y no solamente entre
los poetas— que en 1915 tuvo que ser promulgada una ley prohibiendo su
fabricación.
Crece al borde de los caminos y en el monte bajo, seco y guijarroso. Sus hojas
son de un color gris blanquecino, recubiertas de un vello sedoso. Las flores
amarillas, pequeñas y globulosas, se reúnen en racimos.
Galeno la tenía ya por un tónico poderoso. Los médicos de la escuela de Salerno
la recomendaban contra el mareo, añadiendo que tenía el poder de alejar a las
serpientes —lo cual es posible— y también el de atenuar los efectos del veneno,
lo cual es menos cierto ya que no precisaban qué tipo de veneno. Aún hoy en día
se le atribuyen propiedades antifebriles, aperitivas —esto lo sabemos—,
digestivas, hepáticas, vermífugas y emenagogas, es decir que facilitan las
reglas.
Puede prepararse de varias maneras, en infusión (5 gramos por litro de agua), en
cerveza y finalmente en vino. Preferimos este último método que, además de
disimular el amargor de la planta, es tan conveniente para curar el hígado como
para expulsar las lombrices intestinales o ayudar a las mujeres a tener
fácilmente sus reglas.
En un litro de vino blanco, hacer macerar durante una semana 120 gramos de
flores secas de ajenjo, 30 gramos de rosas de Provins secas y 5 gramos de
canela. Filtrar a través de un paño apretando bien para exprimir todos los jugos
y aromatizar con 400 gramos de miel.
Tomar un vaso de licor antes de las comidas.
ALQUEQUENJE: Sus frutos en forma de farolillo veneciano le han valido numerosos
sobrenombres y también el ser considerada por los sostenedores de la teoría de
los idénticos como uno de los mejores remedios contra las afecciones de la
vejiga. Es perfectamente exacto que se trata de un potente diurético capaz de
aliviar la gota, los dolores articulares, los reumatismos, y ayudar a evacuar
los cálculos del riñón o de la vejiga.
Se prepara en decocción (tomar veinte bayas frescas o cincuenta bayas secas y
echarlas en un litro de agua. Dejar hervir a fuego suave durante veinte minutos.
Esta ración es conveniente para un tratamiento de veinticuatro horas).
ALQUIMILLA: Se dice que debe su nombre a los alquimistas, que acudían con gran
secreto a recoger el rocío que cubría sus hojas. Pero la Antigüedad le atribuía
otras virtudes, entre las cuales la más preciosa era restituir su virginidad a
las jóvenes imprudentes que se habían dejado galantear con demasiado entusiasmo
antes de su matrimonio. Es cierto que su fuerte contenido en tanino hace de ella
un astringente de primer orden... Sea como sea, si se sigue utilizando aún en
ginecología no es precisamente con esta finalidad.
La alquimilla crece en los prados húmedos y los bosques. Se reconoce por sus
hojas en dientes de sierra y por sus flores verdosas.
Una decocción realizada con 100 gramos de planta entera en un litro de agua
permite realizar inyecciones ginecológicas desinfectantes.
En infusión (20 gramos de planta seca por litro de agua), se revela tónica,
depurativa y febrífuga, al mismo tiempo que calma las inflamaciones del estómago
y del intestino.
AMAPOLA: Pertenece a la familia de la adormidera y no hay que sorprenderse si su
principal cualidad es la de calmar, principalmente las toses rebeldes.
Son los pétalos de la amapola los que se utilizan para preparar tisanas sedantes
que son perfectamente adecuadas para los niños. Su recolección es delicada y, si
se quiere evitar que se ennegrezcan, es preferible ponerlos a secar cerca de una
fuente de calor tras haberlos extendido sobre un papel de seda.
AQUILEA: No volveremos al alivio que aportó a Aquiles, excepto para precisar que
esta leyenda es invalidada por otros relatos mitológicos según los cuales el
héroe griego la habría utilizado no para curarse, sino para curar las heridas de
sus compañeros.
Sea como sea, la aquilea, a la que se llama también milenrama, hierba de los
carpinteros o hierba de los soldados, crece un poco por todas partes en Francia,
en los prados y en los bosques. Se reconoce por su gran número de hojas, así
como por sus pequeñas flores blancas agrupadas en racimos al extremo del tallo.
Además de su acción hemostática, es considerada como un remedio específico
contra los trastornos de la circulación sanguínea y de las mucosas.
Para detener una hemorragia benigna y activar la cicatrización, basta con
aplicar sobre la herida un emplasto de hojas trituradas. Compresas embebidas en
infusión (20 gramos de aquilea para medio litro de agua) alivian igualmente los
dolores producidos por las hemorroides.
ÁRNICA: He aquí una planta que no hay que recomendar a las mujeres encintas, si
es que desean conservar su hijo. Ya que, contrariamente a la artemisa, la
árnica, que tomada en dosis excesivas provoca náuseas, convulsiones e incluso
formas atenuadas de parálisis, es un auténtico abortivo. De todos modos, su
tintura, diluida en al menos tres veces su volumen de agua, alivia las
contusiones y evita la formación de hematomas.
ARO: Esta maravillosa flor puede ser utilizada para preparar emplastos
excelentes contra los abscesos y los forúnculos.
Hacer cocer al horno un peso igual de hojas de aro y de acedera envolviéndolas
en hojas de repollo. Machacarlo todo e incorporar el polvo así obtenido a un
bloque de manteca de cerdo para obtener una pasta maleable. Aplicar por la
mañana y por la noche.
ARTEMISA: Fue Artemisa la cazadora, diosa de la Luna para los griegos y también
protectora de las mujeres, quien le dio su nombre. El hecho es que, como su
primo el ajenjo, ayuda a regularizar las funciones femeninas. Se sostenía
incluso, en la Edad Media, que tomada a fuertes dosis podía tener efectos
abortivos. Es cierto que también se le atribuía la facultad de traer la fortuna,
de alejar el rayo y de proteger a los viajeros.
Se la encuentra en los barrancos, en las laderas y en el borde de los
riachuelos, donde levanta su alto tallo (más de un metro de alto) de flores muy
recortadas.
Las mujeres que tienen algunos pequeños problemas menstruales notarán alivio
realizando una vez al mes, en el momento difícil, una cura de su infusión (30
gramos de flores secas para un litro de agua).
ARRACLÁN: Es la corteza de este arbusto lo que se utiliza, pero únicamente
después de haber sido secada, ya que, fresca, se muestra como un potente
vomitivo. Desde hace varios años, en cambio, es utilizada como purgante en
decocción ligera (aproximadamente 100 gramos del producto para un litro de agua,
que se llevará a ebullición durante una decena de minutos para dejar reposar
luego durante varias horas a fin de que los principios activos de la planta se
disuelvan bien).
ASPÉRULA OLOROSA: ¡Curiosa florecilla, que debe su nombre a un perfume que no
desprende más que después de estar muerta y seca! Crece y florece en primavera
en el interior de los bosques húmedos, donde forma, según palabras de un
botánico un poco poeta, «vías lácteas en miniatura».
Muy buscada antiguamente en Alsacia y en Alemania, donde era utilizada para
fabricar el Maitrank, o «vino de mayo», hoy en día no es utilizada más que en
infusión como diurético y en decocción para combatir las enfermedades de la
mujer.
Para obtener este famoso vino de mayo, hacer macerar durante una semana un buen
puñado de aspérulas frescas en un litro de vino ligero, luego filtrar. Esta
bebida perfumada es particularmente refrescante, siendo además muy tónica.
Para una infusión, echar algunas briznas de la planta entera fresca, en el
momento en que apenas acaba de florecer, en una taza de agua. No dejar
infusionar más de cinco minutos.
En decocción, utilizar 50 gramos de planta seca por un litro de agua.
Administrar en inyecciones vaginales para combatir la metritis.
AZUCENA: Todos los heráldicos están de acuerdo en que no es la azucena la que,
estilizada, se halla representada en los escudos de armas de la familia de
Francia, sino el lirio amarillo. Esta usurpación de nombre fue hecha en favor de
una contracción que, de «flor de Louis» —fue el rey Luis VII el Joven quien
introdujo la planta en su blasón— dio «flor de lis».
El verdadero lirio blanco o azucena no pierde nada con esta precisión histórica,
ya que sus propiedades medicinales, en uso externo principalmente, han sido
siempre reconocidas.
Para curar los abscesos y los furúnculos, hacer cocer al horno o bajo las
cenizas un bulbo previamente envuelto en papel mojado, luego en una hoja de
papel de aluminio. Machacar e introducir en una tela fina para confeccionar así
una cataplasma. Se puede también cocer el bulbo en leche.
Los emplastos de pétalos de azucena macerados en aguardiente aceleran la
cicatrización de las pequeñas heridas.
BARDANA: Hace la delicia de los niños, que se bombardean con sus frutos, los
cuales se enganchan tanto en sus ropas como en sus cabellos. Pero es también un
remedio muy apreciado desde que el rey Enrique III se vio libre, gracias a ella,
de una sífilis que le corroía. Buen número de autores han puesto en duda esta
curación, estimando que las virtudes antibióticas de la planta, por reales que
sean, no eran lo suficientemente potentes como para conseguir tal resultado.
Parece sin embargo que se hallan en un error, ya que Jean Palaiseul (op. cit.)
indica que el doctor Cazin consiguió, únicamente con la ayuda de una cura de
bardana, resolver un caso de sífilis terciaria.
De todos modos, si uno se ve afectado por esta temible enfermedad, es con mucho
preferible acudir al médico antes que al herbolario.
En cambio, los emplastos de raíz fresca reducida a pulpa curan muy rápidamente
los furúnculos. En decocción, hace desaparecer las enfermedades de la piel; en
alcoholatura, calma rápidamente las crisis de gota.
BOJ: En las regiones donde no crece el olivo, son las ramas de este arbusto las
que son utilizadas el día de Ramos, y se descubren frecuentemente entre las
familias creyentes hojas de boj bendito colgadas a la cabecera de la cama. Como
planta medicinal, es utilizada principalmente en decocción (de 20 a 30 gramos de
hojas frescas o secas para un litro de agua) a fin de reemplazar la quinina para
hacer bajar los accesos de fiebre, palúdica o no.
BOLDO: He aquí una planta que nadie podrá descubrir en las praderas de nuestra
vieja Europa, ya que crece exclusivamente en Chile, en la zona central del país.
Pero todos los buenos herbolarios están abundantemente provistos de él, con gran
fortuna de aquellos que sufren del hígado.
En infusión (algunas hojas en medio litro de agua), combate las insuficiencias
hepáticas, al tiempo que el aparato genitourinario se beneficia de su poder
antiséptico. A notar que el boldo, siendo relativamente amargo, conviene
mezclarlo con otras plantas para obtener una infusión que sea bebible, o al
menos endulzarla abundantemente con una miel muy aromatizada.
BORRAJA: Fueron los cruzados quienes introdujeron su uso en Occidente y, además,
su nombre original árabe significa «padre del sudor». Durante siglos ha sido
utilizada como planta medicinal y también como verdura, y su sabor recuerda, al
parecer, el del pepino.
En infusión (una cucharadita de café de flores secas por taza), combate las
inflamaciones de las vías respiratorias, así como las nefritis.
BREZO: Proporciona la madera con la que se fabrican las pipas, y sus flores
secas, tomadas en infusión (de 30 a 40 gramos para un litro de agua) son un
poderoso diurético al mismo tiempo que un excelente desinfectante de las vías
urinarias, a utilizar para eliminar las secuelas de algunas enfermedades
venéreas tales como la blenorragia.
CALÉNDULA: Esta planta, llamada también maravilla, «que mantiene sus flores
hasta bien entrado el invierno», como escribía Olivier de Serres, es adecuada
tanto para el tratamiento interno como para la aplicación externa.
En infusión (de 30 a 40 gramos de flores por un litro de agua), cura las
obstrucciones del hígado, las ictericias y los trastornos de la menstruación.
Machacadas, sus flores frescas constituyen una excelente cataplasma contra los
sabañones o para ayudar a las pequeñas heridas a cicatrizar.
CAMOMILA: Esta florecilla blanca o amarilla, según tenga derecho al calificativo
de romana o de alemana, es una verdadera panacea. Se puede, en efecto, contar
con ella para aliviar los retortijones de estómago, facilitar las digestiones
penosas, atenuar los espasmos gástricos, devolver el apetito, recuperar las
fuerzas en caso de fatiga general, facilitar la aparición y el desarrollo de las
reglas, calmar las neuralgias y los accesos de fiebre periódicos. Cura también
las ulceraciones de la piel, los panadizos, las cortaduras y las aftas.
Reabsorbe finalmente los esguinces, las torceduras, y combate la inflamación de
los párpados.
El mejor medio de aprovechar todas estas virtudes sigue siendo aún tomarla en
infusión a razón de diez flores secas aproximadamente por cada taza de agua.
El aceite de camomila, utilizado en masajes en caso de contusión, se obtiene
haciendo macerar en caliente, al baño maría, 100 gramos aproximadamente de
flores en medio litro de aceite de oliva. Pasar al cabo de dos horas.
La decocción, finalmente, que se aplica en compresa sobre los párpados
irritados, se prepara con 20 a 30 gramos de flores secas para un litro de agua.
CASTAÑO DE INDIAS: Fue un médico, el doctor Bachelier, quien lo aclimató en
Francia, a principios del siglo XVII. El intracto que se obtiene de sus frutos
entra en la composición de más de cincuenta especialidades farmacéuticas, todas
ellas destinadas al sistema circulatorio. Su corteza, tónica, amarga y
astringente, posee, en un grado menor, las mismas propiedades que su fruto, del
que es conveniente sin embargo desconfiar, ya que se revela tóxico al morderlo.
Para reforzar la resistencia de los vasos sanguíneos y aliviar las hemorroides,
tomar una decocción compuesta con 10 gramos de castañas trituradas y 30 gramos
de corteza para un litro de agua.
CAPUCHINA: Cuando los conquistadores la trajeron de los confínes de la
cordillera de los Andes, se le dio el nombre de berro de Indias, tanto para
recordar su origen exótico como para indicar que era un alimento apreciado en
ensalada. Más tarde se observó que era un maravilloso antibiótico natural,
presentando sobre sus competidores químicos la ventaja de no destruir la flora
intestinal. En infusión (doce flores frescas para un cuarto de litro de agua),
cura rápidamente las gripes y los enfriamientos.
CARRASPIQUE: Su fruto triangular y, sobre todo, muy aplastado, evocaba a
nuestros antepasados las bolsas que los campesinos llevaban a la cintura y que,
desgraciadamente para ellos, raramente estaban repletas. Pero este signo externo
de pobreza no debe hacer dudar de las propiedades de esta pequeña crucífera, muy
abundante en las paredes viejas y las ruinas.
La primera, la más notable, es sin duda ser uno de los hemostáticos naturales
más potentes que se puedan encontrar. Su acción sobre la fibrina de la sangre,
que favorece la coagulación, la hace pues recomendable como cura regular para
los hemofílicos, al igual que en tratamientos puntuales para detener las
hemorragias anormales, tales como las hemorragias nasales o las hemorroides.
El mejor modo de consumirla sigue siendo aún hacer macerar un centenar de gramos
de plantas frescas cortadas a trozos pequeños en un litro de vino tinto durante
ocho días, luego pasarlo y beber a razón de una cucharada sopera cada hora.
CELIDONIA: Es preferible desconfiar de esta planta, cuyo jugo puede matar a un
perro de buen tamaño. De modo que tan sólo la señalamos por su savia amarillenta
que rezuma al romper el tallo y que corroe las verrugas.
CENTAUREA (MENOR): Quirón el centauro, herido por Heracles, la utilizó para
cicatrizar sus heridas, lo cual le valió durante siglos la reputación de ser una
hierba mágica. Hoy en día se tienen más en cuenta sus propiedades antifebriles y
tónicas.
La infusión se prepara con 30 gramos de plantas enteras para un litro de agua.
CENTINODIA: No todos los autores están de acuerdo sobre la forma de utilizar
esta planta trepadora. Algunos de ellos no consideran más que su rizoma, otros
sus tallos, sus hojas y sus flores. Sin tomar partido en la disputa, anotemos
simplemente que, sea cual sea la solución elegida, las indicaciones son siempre
las mismas, es decir, la diarrea, las leucorreas, los esputos de sangre y las
hematurias.
Para combatirlos, los sostenedores de la utilización de la raíz preconizan la
maceración del rizoma. Los de la planta prefieren una decocción obtenida con 30
gramos de tallos frescos o 50 gramos de tallos secos para medio litro de agua.
COLA DE CABALLO: Es un verdadero almacén de sílice, puesto que sus cenizas lo
contienen hasta en un 80% y, examinando sus hojas con una lupa, pueden
apreciarse pequeños fragmentos brillantes. Es pues un notable remineralizador,
superior incluso al calcio.
Para combatir el raquitismo o ayudar a la resoldadura de una fractura, beber,
entre las comidas, una decocción de 100 gramos de colas de caballo que hayan
hervido durante una media hora en un litro de agua.
Contra las incontinencias urinarias y las hematurias (orina sanguinolenta),
tomar una decocción más concentrada (150 gramos de colas de caballo para un
litro de agua).
CONSUELDA (MAYOR): La historia ocurre en la Edad Media. Una sirvienta, un poco
voluble, acababa finalmente de encontrar marido, y deseaba que él no se enterara
de sus aventuras pasadas. Decidió pues, para recuperar una virginidad perdida
hacía ya mucho tiempo, bañarse en una preparación a base de consuelda.
Permaneció un cierto tiempo en el baño, luego se fue a hacer los preparativos de
su boda, olvidando vaciar la tina.
Su dueña, viendo aquella agua tibia, se sintió tentada a su vez por las alegrías
del baño y se metió en ella. Se dice que su marido, cuando se reunió con ella
por la noche en la cama, creyó verdaderamente en un milagro al constatar que la
madre de sus hijos se había vuelto de pronto «doncella»...
Ciertamente, el propio nombre de consuelda deja entender bien que se trata de
una planta capaz de «soldar», pero de ahí a creer que pueda poseer tales efectos
hay un gran paso, que no pensamos franquear.
Lo que sí es cierto, en cambio, es que su raíz, seca y diluida en agua, permite
preparar compresas que activan la cicatrización de quemaduras y pequeñas
heridas. Igualmente, las maceraciones de esta raíz (150 gramos para un litro de
agua dejados en maceración al menos durante tres horas), tomadas a razón de tres
o cuatro tazas al día, favorecen la regeneración de las mucosas gástricas
atacadas por las úlceras.
CORAZONCILLO: Su perfume de incienso le había valido, en la Edad Media, el
sobrenombre de «arrojadiablos», pero su verdadero combate es contra la infección
más que contra los malos espíritus. El doctor Leclerc anota en efecto que «la
esencia y la resina que albergan los remates floridos de la planta son un
antiséptico muy útil en el tratamiento de las heridas, de las úlceras y de las
quemaduras». Y el autor da la composición del aceite que es conveniente utilizar
en estos distintos casos: «Hacer macerar durante tres días 500 gramos de remates
floridos recién cogidos y cortados en una mezcla de 1.000 gramos de aceite de
oliva y de 500 gramos de vino blanco; hacer hervir inmediatamente al baño maría
hasta consumir el vino. Si no pueden disponer de plantas frescas, añade, hagan
macerar más tiempo —de 6 a 8 días— 200 gramos de plantas secas y remuevan la
mezcla dos veces al día. Filtren luego e introduzcan en varios frascos este
aceite, que tomará aún más rápidamente una hermosa tonalidad rojiza si
entretanto lo han expuesto al sol».
DULCAMARA: En el campo, los niños mastican su tallo que, amargo al principio, se
vuelve dulce como el regaliz. Es una imprudencia, ya que esta planta contiene
alcaloides que pueden ser tóxicos. Nos limitaremos pues a recomendarla en
aplicaciones externas para aliviar las hemorroides que no sangren.
Preparar una decocción utilizando 50 gramos de tallos secos para un litro de
agua. Aplicar en compresa.
EGLANTINA: Esta hermosa flor silvestre del escaramujo, llamada también gavanza,
recibe el sobrenombre de «rosa perruna» debido a que, en la Antigüedad, se creía
que podía curar a las personas mordidas por un perro rabioso. Produce un fruto
de nombre bárbaro: el cinorrodón. Está compuesto por una cápsula roja que
contiene como un plumón —utilizado como picapica por los niños— que rodea el
auténtico fruto o aquenio.
Según Jean Palaiseul (op. cit.), este plumón «es un vermífugo ideal contra los
ascárides lombricoides, parásitos que viven en el intestino delgado del hombre y
del cerdo: administrado en ayunas en dosis de 15 centigramos, envuelto en miel,
actúa inmediata y mecánicamente sobre las lombrices, a las que mata sin provocar
la menor irritación de la mucosa intestinal y sin ningún peligro para el
sujeto».
Más agradable es la confitura realizada con la envoltura carnosa que rodea este
plumón, y que se revela como un excelente reconstituyente. Recientes análisis
han demostrado en efecto que 100 gramos de esta envoltura contienen tanta
vitamina C como un kilo de limones.
Fabrice Bardeau, en La Pharmacie du Bon Dieu, da la receta de esta confitura,
que ha descubierto en una obra del siglo XVIII
«Tomar los frutos bien maduros y cuidadosamente desprovistos de su plumón y
corazón interno. Se cortan en trozos pequeños, luego se rocían con un poco de
vino tinto. Se cubre el recipiente y se deja macerar durante veinticuatro horas
en un lugar fresco. Después se tritura todo en un mortero para obtener la pulpa,
que se pasa por el tamiz a fin de eliminar la corteza.
»Para 500 gramos de esta pulpa, convendrá prever 750 gramos de azúcar ,que se
hará cocer sólo hasta formar un jarabe. Se diluye luego en él la pulpa, dejando
cocer unos breves instantes. Se dejará enfriar un poco antes de meter en
tarros».
ERYSIMUM: Es la providencia de los cantantes, de los actores, de los abogados y,
en general, de todos aquellos que necesitan tener una voz clara. Para aliviar
las cuerdas vocales, pues, o hacer desaparecer una ronquera, tomar de 4 a 5
tazas diarias de una tisana compuesta del siguiente modo: echar en un litro de
agua tibia una cincuentena de gramos de hojas secas; dejar macerar toda una
noche, filtrar, y beber tibia azucarando con miel.
ESPINO BLANCO: El «hermoso espino blanco» tan caro al poeta, tiene una larga
carrera tras de sí. ¿No se dice acaso que la zarza ardiente junto a la cual
Moisés se entrevistó por primera vez con su dios era un espino blanco, y que la
corona de espinas de Cristo estaba hecha con sus ramas?
Tanto en Grecia como en Roma, el arbusto era considerado como un amuleto. Los
caballeros de la Edad Media veían en él un testimonio de esperanza y, antes de
tomar la ruta de las cruzadas, todos ellos ofrecían una rama a la dama de sus
pensamientos a fin de que ella recordara siempre a aquel que estaba guerreando
lejos.
Todo esto, por supuesto, no es más que anécdota y superstición. Lo que sí es
cierto, en cambio, es que los sabios norteamericanos acaban de descubrir que
esta planta normaliza la tensión y combate la arritmia cardíaca, así como la
taquicardia. Hubieran podido ahorrarse largas investigaciones, ¡puesto que ya
Dioscórides decía lo mismo hace varios siglos, aunque formulándolo de otro modo!
De hecho, todo es bueno en el espino blanco: las flores, por supuesto, los
frutos, las hojas, e incluso la corteza de las ramillas.
Contra las variaciones de la tensión y los trastornos cardíacos, se preferirá la
infusión de flores (una cucharadita de café por cada taza de agua hirviendo).
Para hacer bajar la fiebre, se recurrirá a una decocción preparada con la
corteza de las ramillas.
Finalmente, para parar una diarrea, algunas tazas de infusión de frutos secos
serán excelentes.
EUCALIPTO: Importado de Australia, merece doblemente su sobrenombre de árbol de
la fiebre puesto que, siendo muy ávido de agua, contribuye a desecar las
regiones en las cuales es plantado, evitando así la proliferación de los
mosquitos responsables de la transmisión de algunas enfermedades febriles, y
además se revela en algunos casos como un febrífugo más potente que la quinina.
Alivia también los catarros nasales, las bronquitis, las afecciones gripales, y
destruye además las bacterias. Fumado como cigarrillo, calma las crisis de asma.
La decocción de eucalipto se prepara haciendo hervir una veintena de gramos de
hojas de este árbol durante un minuto en un litro de agua, luego dejándolas
durante un buen cuarto de hora.
FRESNO: Este gran árbol era considerado antiguamente como el enemigo jurado de
las serpientes, las cuales, fuera cual fuese la hora del día, huían de su
sombra. Más serias son sus cualidades diuréticas, de las que cualquiera puede
aprovecharse plenamente gracias a una deliciosa bebida, que no deja de recordar
a la sidra espumosa, y que se fabrica aún en algunas zonas rurales.
Para obtener 5 litros de este brebaje, se necesitan 5 gramos de hojas de fresno
secas, 5 gramos de achicoria silvestre, 6 gramos de levadura de cerveza, 3
gramos de ácido tártrico (de venta en todas las farmacias) y 250 gramos de
azúcar cristalizado.
Echar las hojas de fresno en un litro y medio de agua hirviendo y dejar en
infusión durante tres horas. Disolver también el azúcar en un litro y medio de
agua, pero fría. Echar otro litro y medio de agua hirviendo sobre la achicoria y
disolver el ácido tártrico en el medio litro de agua restante.
Echar a continuación en un barrilito primero el jarabe de azúcar, luego la
infusión de fresno pasada por el tamiz, el agua de achicoria, también pasada, la
solución del ácido tártrico, y finalmente la levadura de cerveza disuelta en un
vaso de agua tibia. Durante once días, se deja fermentar la mezcla, tomando buen
cuidado de retirar la espuma que aparecerá por el canillero del barrilito,
completando el volumen con un poco de agua fresca cada vez que se proceda a esta
operación. Pasado este lapso se mete el líquido en botellas que se cierran muy
herméticamente, almacenándolas de pie en una bodega que sea fresca. Quince días
más tarde, la bebida de fresno está lista para ser consumida.
FUMARIA: El origen de su nombre es discutido, pero importa poco el que sea
debido al hecho de que los antiguos imaginaban que esta planta nacía de los
humos de la tierra o de que su jugo hacía brotar lágrimas de los ojos como el
humo. Lo que sí cuenta son sus propiedades, que le permiten curar la hepatitis
al tiempo que estimulan el apetito y ayudan a enriquecer la composición de la
sangre. Es conveniente sin embargo prestar mucha atención a su utilización ya
que, si la cura de fumaria dura más de una decena de días, sus consecuencias se
invierten, y se convierte en calmante e hipnótica.
La decocción se prepara echando 50 gramos de plantas frescas —o el doble de
plantas secas— en un litro de vino o de agua. En este último caso, la tisana
debe ser consumida en las veinticuatro horas siguientes, mientras que, en el
primero, un vaso de vino antes de cada comida es suficiente para que el remedio
produzca todos sus efectos.
GARIOFILEA: Los soldados del ejército del Rin, que debían conquistar Europa al
mando de Napoleón Bonaparte, le deben mucho. En el año IV de la República, en
efecto, la quinina era rara, y los remedios para hacer bajar la fiebre eran por
aquel entonces prácticamente todos a base de esta planta. Fue entonces cuando un
médico, recordando sin duda las tisanas de su pueblo natal, tuvo la idea de
utilizar la raíz de esta pequeña rosácea. Los resultados fueron excelentes, y
sus colegas le imitaron muy pronto, en beneficio de gran número de soldados.
Además de sus propiedades febrífugas, la gariofílea es también un potente
andidiarreico si es tomada en infusión, y su decocción se revela excelente para
el lavado de las úlceras varicosas.
GERANIO: No nos equivoquemos, no se trata en absoluto de las hermosas flores que
decoran tantos balcones, tanto en la ciudad como en el campo. Esas geraniáceas
son de hecho pelargonios, parientes próximos del geranio Robertianum que nos
interesa aquí, pero que no tienen ninguna propiedad terapéutica.
Este geranio, llamado también hierba de San Roberto, crece en estado silvestre,
en los viejos muros y en los setos. Sus flores machacadas desprenden un perfume
que recuerda en cierto modo el nauseabundo olor que desprenden los chivos a su
alrededor. Pero, pese a este fétido pelente, un emplasto de hojas reducidas a
pasta basta para detener las hemorragias pequeñas. Igualmente, las cataplasmas
de hojas frescas —esta vez no machacadas— ayudan a eliminar la obstrucción de
los senos en las madres que dan el pecho a sus hijos.
En decocción (50 gramos de planta entera seca para un litro de agua), el geranio
Robertianum combate eficazmente las úlceras gástricas, las hemorragias internas,
la gastroenteritis y la diabetes.
GORDOLOBO: Conocido desde Hipócrates, el gordolobo es una planta de flores
amarillas cuyas hojas están cubiertas por un ligero vello blanquecino, que aún
hoy es utilizada para calmar el catarro bronquial, contra el cual sus
propiedades ligeramente narcóticas hacen maravillas.
En Irlanda se sostiene que, hervido con leche, es capaz de curar la
tuberculosis. La misma preparación sirve además para hacer cataplasmas que
activan la maduración de abscesos y de furúnculos. Resulta por otra parte
aconsejable no contentarse con aplicar las hojas sobre el absceso, sino beber
también la leche en la cual se han cocido, cuya acción depurativa ayudará a la
eliminación de las toxinas y, por ello, acelerará el proceso de curación.
GRAMA: Diurética, sedante y antiséptica a la vez, esta «mala» hierba es de hecho
una de las mejores amigas del hombre, que la ha utilizado durante mucho tiempo
para combatir las consecuencias de algunos encuentros amorosos que por aquel
entonces se llamaban púdicamente «la patada de Venus». Hoy en día se recurre a
los antibióticos para cumplir este papel, que por otro lado realizan muy bien.
La grama ya no es pues utilizada más que como un diurético desinfectante.
La decocción de grama, debido al vigor de su raíz y al amargor que desprende, se
prepara en dos tiempos. En primer lugar, se remojan los rizomas durante algunas
horas, luego, una vez ablandados, se sacan del agua para aplastarlos
ligeramente. Esta primera agua de remojo, muy amarga, es desechada, y se vuelven
a sumergir las raíces en un litro y medio de agua, que se lleva a ebullición
durante una veintena de minutos. Ya no queda más que dejar reposar la decocción
y pasarla antes de bebería tibia. Es sin embargo aconsejable aromatizarla, con
miel por ejemplo, para atenuar el amargor que persiste pese a estas
precauciones.
HELECHO MACHO: Luis XVI pagó 1.800 francos a doña Nouffer, una curandera suiza,
por la receta siguiente, que es excelente para expulsar la solitaria: «Tomar 12
gramos de polvo de raíz de helecho macho y disolverlos en 190 gramos de agua de
tila. Hacer beber la preparación al paciente, el cual, la víspera, no habrá
comido más que una sopa de pan. Administrarle dos horas más tarde un purgante».
Tras haber hecho verificar por varios médicos la eficacia del remedio, el rey
encargó a su ministro Turgot hacerlo divulgar por entre el pueblo. Fue una sabia
decisión, puesto que aún hoy en día se utiliza el extracto de helecho macho,
pero asociado con el éter en vez de con la tila, para expulsar a los huéspedes
indeseados.
HELENIO: Esta planta, según la leyenda, nació de las lágrimas derramadas por la
hermosa Helena cuando fue raptada por Paris. Hipócrates, Dioscórides y Galeno,
más médicos que poetas, la estimaban principalmente por su bienhechora acción
sobre el útero, las vías urinarias y el aparato respiratorio. Hoy en día se
sigue utilizando por las mismas razones.
Es la raíz de esta gran flor amarilla la que se utiliza, una vez secada y
triturada, y de 20 a 30 gramos de esta preparación en un litro de agua permiten
preparar una infusión capaz de calmar las toses y las bronquitis más rebeldes.
El vino de helenio, por su parte, estimula la acción del hígado y de los
riñones. Se prepara haciendo macerar, durante ocho días, aproximadamente, 80
gramos de raíces trituradas en un litro de buen vino tinto.
En cuanto a la decocción (10 gramos en 100 gramos de agua), alivia las pequeñas
enfermedades estrictamente femeninas.
HIEDRA: El profesor Binet estima que posee «sobre el organismo humano un temible
poder de destrucción de los glóbulos rojos». En estas condiciones, es, pues,
preferible reservarla a un uso externo, aunque se puede servir de ella para
hacer tisanas purgantes muy enérgicas.
En cambio, sus hojas, que presentan la inestimable ventaja de permanecer verdes
todo el año, una vez trituradas, constituyen excelentes emplastos para fundir la
celulitis y calmar los dolores reumáticos.
Jean Palaiseul (op. cit.) las recomienda igualmente para hacer desaparecer los
callos.
«Tras un baño caliente prolongado, escribe, aplicar una hoja previamente
remojada durante dos o tres horas en jugo de limón o macerada de uno a dos días
en vinagre;
recubrir con un vendaje, esto cada día, hasta que el callo esté listo para
desprenderse en un baño caliente.»
HIEDRA TERRESTRE: Llamada comúnmente así debido a sus largos tallos rampantes,
no tiene sin embargo ningún punto en común con la precedente, excepto una vaga
semejanza. Excelente remedio contra las afecciones pulmonares, durante mucho
tiempo ha sido el medicamento específico de la tisis. Se la sigue empleando para
calmar los catarros bronquíticos y las toses «abundantes», tanto en infusión (5
gramos aproximadamente para una taza de agua) como en jarabe.
Para obtener este último, picar en un mortero diez buenos puñados de plantas
frescas, rociándolas con la infusión precedente. Dejar luego macerar durante
media jornada en un recipiente cubierto. Pasar por una tela fina apretando muy
fuerte para exprimir todos los jugos, luego hacer hervir el líquido así
obtenido. Añadir el azúcar y hacer cocer hasta obtener la consistencia deseada.
Conservar en una botella bien tapada.
HIERBA CANA: Esta planta es un notable regulador de la circulación sanguínea, y
es completamente adecuada para las mujeres que sufren ausencia de menstruaciones
o reglas dolorosas. Tres o cuatro tazas diarias de una cocción realizada con 50
gramos de plantas frescas o secas por litro de agua pueden poner fin a todos
estos males. Conviene sin embargo no abusar de ella, ya que la hierba cana
contiene un alcaloide, la senecionina, que puede ser peligroso.
Aplicada en cataplasma tras haber sido cocida, alivia las hemorragias, así como
la obstrucción mamaria de las madres lactantes.
HISOPO: Tal como lo indica San Juan en su Evangelio, fue al extremo de una rama
de hisopo que el soldado tendió a Jesucristo la esponja empapada en vinagre. Hoy
en día, esta planta, tomada en infusión, es utilizada como expectorante para
liberar los bronquios. El doctor H. Leclerc precisa sin embargo «que hay que
administrarla con una cierta prudencia, sobre todo a los sujetos cuyo sistema
nervioso es particularmente impresionable».
LAVANDA: Siempre ha sido utilizada como antiséptico. Los cazadores mediterráneos
machacaban sus hojas para dar unos toques a sus perros mordidos por una
serpiente; los soldados romanos utilizaban su aceite para desinfectar sus
heridas; las matronas frotaban con ella la cabeza de sus hijos para
despiojarlos.
«Una vez más, escribe Jean Palaiseul (op. cit.}, los análisis modernos han
mostrado que el empirismo había visto certeramente que el aceite esencial
extraído de la lavanda es un poderoso antiséptico (en dosis ínfimas —de 0,5 a
0,2%— mata al bacilo de la difteria, al de la tifoidea, al bacilo de Koch, así
como al estreptococo y al neumococo), al mismo tiempo que un notable
neutralizador del veneno...»
Para eliminar la migraña, ayudar a las digestiones difíciles, curar la gripe, el
asma o la bronquitis, tomar tres o cuatro tazas diarias de una infusión obtenida
con aproximadamente 5 gramos de flores secas para una taza de agua.
Para las contusiones, los esguinces, las úlceras, algunas dermatosis y las
grietas, aplicar la maceración siguiente:
Hacer macerar durante quince días 100 gramos de flores secas en medio litro de
alcohol de 30°, removiendo bastante a menudo. Al cabo de este tiempo, filtrar a
una botella bien tapada.
LINO: Los hombres del neolítico lo utilizaban ya para tejer sus telas. Los
pintores, por su parte, apreciaban su aceite, que daba a sus telas un agradable
brillo.
Es su semilla lo que interesa a los fitoterapeutas, que la recomiendan, en
maceración (de 15 a 20 gramos en un litro de agua fría), contra todas las
afecciones de las vías digestivas y urinarias e incluso contra la blenorragia.
Pero son las cataplasmas realizadas a partir de la harina que se extrae de ella
las que son más conocidas. Por otro lado, lo mejor es que uno mismo machaque las
semillas para obtener esta harina, y no hacerlo más que a medida de las
necesidades. Mal conservada, fermenta y produce ácido cianhídrico, que provoca
erupciones cutáneas.
Las cataplasmas, que deben ser aplicadas relativamente calientes, pero no
quemando, son indicadas para curar las bronquitis y los dolores musculares.
LÚPULO: Antiguamente a la cerveza no se le incorporaba lúpulo. Pero las cosas
han ido cambiando, y hoy en día esta bebida refrescante se ha convertido en un
brebaje saludable, diurético, depurativo, y capaz de calmar los ardores amorosos
excesivos. A condición, por supuesto, de no abusar de ella...
El lúpulo puede ser preparado en infusión (20 gramos de planta seca por un litro
de agua) para devolver el apetito a aquellos que lo han perdido, hacer bajar la
fiebre y calmar el nerviosismo. En dosis más fuerte, ayuda igualmente a
encontrar el sueño. A notar por otra parte que en algunos países nórdicos se
tapan las orejas con conos de lúpulo y que, dicen, ésta es la mejor forma de
asegurarse una noche tranquila.
MALVA (MAYOR Y MENOR): Las hojas de esta planta bisanua recuerdan las de la
hiedra, pero, así como la malva mayor puede alcanzar hasta 50 centímetros de
altura, la menor no crece más que tendida sobre el suelo.
En infusión (15 gramos de flores secas por litro de agua) cura las bronquitis y
calma las inflamaciones de las vías urinarias. En decocción (30 gramos de hojas
secas por litro de agua), proporciona un gargarismo excelente contra la
amigdalitis y una loción que hace desaparecer las pequeñas irritaciones de la
piel.
MALVAVISCO: Muy curiosamente, no entra en absoluto en el famoso pastel de miel
que hace las delicias de los niños al mismo tiempo que calma su tos. En cambio,
era muy utilizada en la Edad Media por aquellos que debían sufrir el «juicio de
Dios» y que, antes de prestarse a la prueba del fuego, se embadurnaban las manos
con un ungüento a base de ella a fin de no mostrar inmediatamente más que
quemaduras ligeras, insuficientes para establecer su culpabilidad.
Afortunadamente, ya no nos hallamos en esas circunstancias, y si hoy en día aún
se utiliza es para suavizar males más corrientes.
Contra los abscesos, furúnculos, irritaciones de la piel y de las mucosas,
utilizar una maceración obtenida echando en agua caliente la raíz triturada.
Algunas flores en infusión en esta maceración permiten obtener un calmante
pectoral muy eficaz que permite también curar, en gargarismos o en baños
bucales, los males de la garganta y las aftas.
MANDRÁGORA: Es la raíz de los alquimistas, la que crecía al pie de las horcas,
engendrada por el semen de los ajusticiados. Los brujos acudían a recolectarla
en las noches sin luna, escoltados por un perro negro, para intentar
inmediatamente insuflarle la vida y hacer de ella un homúnculo capaz de realizar
todos sus deseos.
En realidad, y puesto que hay que separar la realidad de la imaginación, la
mandragora, si bien existe realmente, no crece en nuestras latitudes. Necesita
un clima más cálido. Lo que sí es cierto, en cambio, es que su voluminosa raíz
adopta vagamente la forma de un ser humano, y se comprende a raíz de ello todas
las malinterpretaciones que su apariencia ha podido inspirar.
Desde el punto de vista estrictamente médico, apenas posee ninguna cualidad,
excepto una acción vagamente narcótica y analgésica.
MARRUBIO BLANCO: Esta planta, que sirve tanto para los bronquíticos como para
los asmáticos, a los enfermos afectados por debilidad cardíaca que a los que son
víctimas de un acceso de paludismo, a las mujeres que sufren reglas dolorosas
que a los hepáticos, se halla en abundancia al borde de los caminos, en los
pedregales y en los terrenos baldíos. Se puede preparar de diversas formas sin
jamás quitarle ninguna de sus propiedades, por lo que la elección no es de hecho
más que una cuestión de gusto.
Jarabe: 3 gramos de extracto de marrubio para 200 gramos de azúcar.
Vino: hacer macerar durante una semana 50 gramos de plantas secas en un litro de
vino blanco o tinto. Azucarar ligeramente.
Infusión: 30 gramos de plantas enteras secas para un litro de agua.
MELILOTO: Su nombre proviene del griego meli, que significa miel. Ello es debido
al aprecio que tienen las abejas hacia sus flores blancas o de color amarillo
vivo, que caen en racimos a lo largo de su alto tallo.
Su infusión (50 gramos de flores secas para un litro de agua) calma la
excitación nerviosa y ayuda a encontrar el sueño, al mismo tiempo que activa el
trabajo de los riñones y desinfecta las vías urinarias.
MELISA: Si el nombre de la planta anterior tenía una raíz griega que significaba
miel, ésta ha tomado el suyo del griego melissa, que se traduce por «abeja».
Ambas se hallan pues muy próximas.
De hecho, la melisa es famosa sobre todo por el agua que lleva su nombre, y cuya
composición hemos dado más arriba. Pero se puede fabricar también un vino de
melisa haciendo hervir durante un cuarto de hora 200 gramos de hojas en un litro
de vino blanco suave. Tomado a pequeñas dosis, atenúa los vértigos y los
espasmos cardíacos.
MUÉRDAGO: Contrariamente a la leyenda, el muérdago no crece en los robles, a los
que haría reventar, sino sobre los manzanos y los álamos. Desde la más remota
Antigüedad, esta planta ha sido considerada como una panacea. Lo cual no es
sorprendente, puesto que muy recientes investigaciones han demostrado que
constituye un excelente remedio contra la hipertensión y la arteriesclerosis. Un
sabio suizo, Rudolf Steiner, ha puesto incluso a punto una terapéutica contra el
cáncer en la que el muérdago es un elemento esencial.
Para obtener el mayor provecho de todas sus propiedades, hacer macerar 50 gramos
de hojas de muérdago finamente cortadas en un litro de vino blanco seco. Filtrar
y beber antes de cada comida.
OLMO: Se emplea la segunda corteza de las ramas jóvenes para confeccionar una
decocción (100 gramos de corteza seca por un litro de agua) que, aplicada en
compresa sobre las herpes y las placas de eccema, las hace desaparecer.
PARIETARIA: Se parece a la ortiga, crece como ella en las viejas paredes, pero
no pica. Su infusión (30 gramos de planta fresca para un litro de agua) favorece
la diuresis y permite pues curar la litiasis al tiempo que calma los cólicos
nefríticos que la acompañan.
PASIONARIA: Es originaria de las regiones cálidas de América y, si se la
denomina así, es debido a que su flor se parece —simbólicamente, se entiende— a
todos los instrumentos de la Pasión de Cristo. Con un poco de imaginación, en
efecto, puede verse en su corola la corona de espinas, los clavos en su triple
pistilo, el martillo en sus estambres, las lanzas romanas en sus puntiagudas
hojas y, finalmente, el látigo en los pequeños zarcillos que surgen de su tallo.
Sus propiedades son esencialmente calmantes, y las personas ansiosas, nerviosas
o simplemente afectadas por el insomnio hallarán alivio bebiendo, antes de
acostarse, una taza grande de agua en la cual se habrá hecho infusionar durante
un cuarto de hora 5 gramos de hojas secas.
PIE DE GATO: Crece en los pastos alpinos y florece en mayo. Una infusión de sus
flores secas (una pulgarada para una taza de agua) descongestiona la vesícula
biliar.
PINO SILVESTRE: Es bien sabido lo conveniente que es el aire de las pinedas y de
los abetales para los asmáticos, que encuentran allí la alegría de respirar
libremente. Las preparaciones a base de pino son pues particularmente
recomendadas a todos aquellos que sufren de los bronquios o de los pulmones.
Contra la gripe o la bronquitis, se utilizará una infusión de brotes (50 gramos
aproximadamente para un litro de agua), cuya acción será reforzada por
inhalaciones de la siguiente mezcla: 1 gramo de esencia de lavanda, 2 gramos de
esencia de pino, 2 gramos de esencia de tomillo. 4 gramos de esencia de
eucalipto, todo ello diluido en 150 gramos de alcohol de 90°.
Se puede también confeccionar un jarabe que tendrá el mérito de suavizar la
garganta al tiempo que calma la tos: hacer macerar durante media hora 50 gramos
de brotes de pino en el mismo peso de alcohol de 60°; echar esta preparación en
un litro de agua hirviendo; dejar macerar de nuevo durante seis horas; filtrar y
añadir un peso equivalente de azúcar en polvo. Colocarlo todo a reducir al baño
maría hasta obtener la consistencia deseada.
Para el baño, preparar una decocción haciendo hervir en 15 litros de agua y
durante dos horas, 2 kilos de agujas, de pinas y de ramitas de pino trituradas.
Añadir esta decocción al agua del baño, cuyos vapores liberarán las vías
respiratorias, mientras que los principios activos calmarán los dolores
reumáticos y curarán las enfermedades de la piel.
PLANTAINA: Alimenta a los pájaros y cura al hombre de más de veinte
enfermedades, si hay que creer a Plinio. Sin ir tan lejos, se puede retener el
que sus hojas frescas machacadas ayudan a las heridas pequeñas a cicatrizar muy
rápidamente.
Una infusión concentrada de sus hojas (100 gramos de hojas frescas o secas para
un litro de agua durante un cuarto de hora) detiene las diarreas. Aplicada en
compresas, esta infusión calma igualmente la inflamación de los párpados.
POTENTILLAS: Son tres hermanas, primas de la fresera. La primera, bautizada
anserina, es trepadora. La segunda, quinquefolio, igualmente trepadora, posee
como su nombre indica cinco hojas. En cuanto a la tercera, tormentilla, levanta
diríamos que penosamente sus 40 centímetros de altura en medio de los prados.
Pero todas proporcionan un rizoma que se recolecta al final del verano y que
sirve para fabricar una decocción (30 gramos de raíces trituradas en un litro de
agua) excelente contra la diarrea.
PRIMAVERA: Es la mensajera de la primavera, el cuclillo de color amarillo dorado
que anuncia el regreso de los buenos días. Santa Hildegarda la juzgaba capaz de
curar las parálisis benignas. Parece que fue demasiado optimista. Es exacto en
cambio que esta planta posee virtudes antiespasmódicas, diuréticas, laxantes y,
sobre todo, expectorantes.
Para facilitar la eliminación de la orina, tomar una infusión de 20 gramos de
flores para un litro de agua.
La decocción de raíces secas y trituradas (15 gramos para un litro de agua)
ayuda, por su parte, a despejar las vías respiratorias.
PULMONARIA: Este calificativo le viene del aspecto de sus hojas, ovaladas y
ligeramente puntiagudas, llenas de agujeros, como un pulmón enfermo. Los
sostenedores de la teoría de los idénticos llegaron pues a la conclusión de que
estaba destinada a tratar la tuberculosis y las afecciones similares. No se
equivocaron mucho, puesto que ha quedado evidenciado que hace maravillas contra
los abscesos del pulmón cuando se la toma en infusión (50 gramos de hojas
frescas para un litro de agua) a razón de varias tazas al día.
QUINQUINA: Originaria de América latina, esta planta, que no ha podido ser
aclimatada a Europa, proporciona la preciosa quinina. Pero su corteza permite
también preparar un delicioso vino aperitivo y reconstituyente aconsejable para
las personas que sufren de falta de apetito, así como de astenia intelectual o
física.
Hacer macerar 15 gramos de corteza a trozos en 80 gramos de aguardiente durante
treinta y seis horas. Añadir un litro de vino de oporto o del rosellón y dejar
macerar de nuevo durante una quincena de días. Filtrar y beber un vaso de licor
antes de cada comida.
REGALIZ: Los escitas, estos temibles caballeros de las estepas que aterrorizaron
a las poblaciones establecidas a las orillas del Mediterráneo, le debían,
pretende la leyenda, el poder permanecer días enteros en sus sillas de montar
sin beber ni comer. Sin duda es más exacto pensar que la utilizaban para
purificar su aliento, emponzoñado por la carne cruda, «ahumada» entre su silla y
el lomo del caballo, de la que se alimentaban en el transcurso de sus
incursiones.
Sea como sea, esta raíz, que hace las delicias de los niños y que aromatiza
agradablemente otras preparaciones fítoterapéuticas muy amargas, posee un efecto
saludable sobre los bronquios. Para aprovecharla plenamente, pulverizar 300
gramos de raíz seca y hacer macerar en un litro de agua; filtrar y añadir 300
gramos de azúcar, removiendo.
REINA DE LOS PRADOS: Si alguien les dice que esta gran flor que, desde lo alto
de su metro y medio de altura, domina la pradera, contiene salicilato de metilo,
esto les podrá parecer que carece de importancia. Si les añade que la oxidación
del aldehido salicílico —presente en esta flor— da el ácido salicílico, no
habrán adelantado mucho. Y si les precisa además que partiendo de este ácido el
médico estrasburgués Charles-Frédéric Gerhardt descubrió, en 1853, el ácido
acetilsalicílico, estarán ustedes en su derecho de pensar que, esta vez, estamos
exagerando. Sin embargo, este ácido acetílsalicílico es algo que utilizan
ustedes a menudo —y a veces incluso abusan de él— bajo el nombre de...
¡aspirina!
A partir de ahí, las indicaciones medicinales de la reina de los prados se hacen
evidentes. Con el ligero «detalle» de que, contrariamente a la aspirina, las
preparaciones hechas a base de ella no atacan las mucosas gástricas.
Contra la gripe, pues, contra los estados febriles, contra algunas neuralgias,
una infusión de sus flores (un pellizco por taza) será siempre bienvenida. Sobre
todo teniendo en cuenta que esta planta es también diurética, lo cual la hace
preciosa en todas las afecciones del riñón o de la vejiga, en cuyo provecho
puede realizar su doble acción.
Para terminar con las retenciones de agua, la celulitis, los reumatismos, la
uremia y la arteriosclerosis, Vincent d'Auffray (op. cit.) recomienda además el
siguiente jarabe:
«Hacer hervir dos litros de agua. Tras enfriarlos a aproximadamente 90°, echar
encima 250 gramos de remates floridos y dejar en contacto durante doce horas en
un recipiente tapado; pasar exprimiendo, y hacer disolver en la alcoholatura el
doble de su peso en azúcar. Este jarabe debe ser tomado a razón de 100 a 200
gramos diarios».
RETAMA: Si es usted mordido por una víbora —o por una cobra, aunque esto es
mucho menos frecuente en nuestras latitudes—, y ha sido atacado por la serpiente
en las proximidades de una mata de retama, está usted salvado. «Basta» entonces
con hacer una incisión en la mordedura de modo que brote la sangre, y luego
aplicar sobre la herida un emplasto de tallos machacados del arbusto, para que
el efecto del veneno quede neutralizado. Claro que siempre es más prudente
acudir a continuación a consultar al médico para hacerse administrar una buena
dosis de suero...
Esta curiosa propiedad de una planta que pasaba por maldita fue descubierta por
los campesinos, que habían constatado que sus ovejas eran mucho menos sensibles
al veneno de los reptiles cuando habían ramoneado retama. Recientes
investigaciones, que pusieron en evidencia la presencia de esparteína en esta
planta, vinieron a confirmar esta observación completamente empírica.
Pero la retama no es tan sólo un antiveneno. Es también tónica para el corazón,
y poderosamente diurética. Así, gracias a ella, la muy célebre Madame Fouquet
consiguió, en el siglo XVII, curar al mariscal de Saxe, rompecorazones de moda y
accesoriamente vencedor en Fontenoy, de una hidropesía tan rebelde que ningún
remedio de la época había conseguido terminar con ella. La receta que esta
conocida curandera nos ha legado es la siguiente:
«Tomad un haz de retama verde y hacedla arder en un lugar limpio donde no haya
más que las propias cenizas de la retama; tomad estas cenizas y tamizadlas,
metedlas en un paño, liadlo bien y remojadlo por espacio de veinticuatro horas
en dos pintas —aproximadamente dos litros— de buen vino blanco. Dádselo a beber
al enfermo tan pronto como lo pueda tomar; hacedle meter en su cama y cubridlo
bien para hacerle sudar; no lo habrá bebido tres veces que ya estará curado».
Hoy en día, Jean Palaiseul, que estima las dosis un poco fuertes, recomienda
hacer una infusión en frío de 60 gramos de cenizas de retama durante cuarenta y
ocho horas en un litro de vino blanco y administrar tan sólo de 60 a 90 gramos
por día antes de las comidas.
Las flores de la retama pueden servir también para preparar una tisana excelente
contra la celulitis, la retención de agua, las nefritis, la artritis y los
reumatismos crónicos. Sin embargo hay que tomar la precaución, para que sean
eficaces, de recolectarlas antes de que se hayan abierto completamente. La
infusión se hace a razón de 25 gramos de flores secas por cada litro de agua.
ROBLE: Los druidas le deben su nombre, que es un derivado de la palabra celta
deru, los romanos trenzaban con él coronas para honrar a los generales
vencedores, y San Luis se instala a su sombra para impartir justicia. En
medicina, es su corteza la que se utiliza, debido a su fuerte contenido en
tanino que lo convierte en un notable astringente.
ROMAZA: Se trata de un fortificante. Su raíz tiene la propiedad de asimilar el
hierro del suelo, fijarlo y transformarlo en hierro orgánico. Resulta pues muy
utilizada, sobre todo para la preparación de un vino tónico y reconstituyente
cuya receta es la siguiente:
Tomar 200 gramos de raíces secas trituradas, un poco de regaliz y de enebro, y
hacerlo macerar todo en 2 litros de vino tinto azucarado. Hacer hervir al cabo
de veinticuatro horas hasta la reducción de un tercio aproximadamente. Filtrar,
luego conservar en un frasco bien tapado.
RUDA: Las hermosas romanas la utilizaban —no siempre con éxito— como abortivo.
Luego se ha confirmado que esta hierba produce una congestión sanguínea y una
estimulación de las fibras musculares del útero que pueden, a veces, provocar la
expulsión del feto. Es pues desaconsejable para las mujeres encintas. Una vez
indicada esta precaución esencial, hagamos notar que en infusión da excelentes
resultados en los casos de amenorrea, es decir cuando las reglas son raras o
inexistentes, lo cual, naturalmente, puede darle a una mujer la impresión de que
está esperando un niño.
RUIBARBO: Todo el mundo conoce las deliciosas compotas que se hacen con sus
venillas, puesto que las hojas en sí son tóxicas. Se cita menos a menudo, en
cambio, el vino de ruibarbo, del que Jean Palaiseul (op. cit.) da la receta:
«Hacer macerar durante cuarenta y ocho horas en un litro de buen vino tinto o
blanco, de 60 a 80 gramos de raíz de ruibarbo triturada, de 10 a 15 gramos de
raíz de genciana, de 8 a 10 gramos de raíz de angélica; pasar exprimiendo a
través de un paño».
Tomada a pequeñas dosis, esta bebida es tónica. Se vuelve purgante cuando se
aumenta la cantidad, y no conviene hacerlo más que con prudencia, si se desean
evitar algunos desarreglos.
SALICARIA: Son los sauces, a cuya sombra medra, quienes le han dado su nombre.
Astringente y hemostática, sirve, en decocción, (50 gramos de plantas secas para
un litro de agua), para tratar las inflamaciones de la mucosa gastrointestinal y
las diarreas.
SAPONARIA: Esta «hierba jabón» lo limpia todo, desde la ropa hasta el organismo.
Los médicos árabes la recomendaban contra la lepra. Hoy en día se han encontrado
otros remedios mejores, lo cual es de agradecer. Queda el hecho de que sus
hojas, y más aún sus raíces, poseen propiedades depurativas y diuréticas
innegables, que hacen de ella un remedio contra los reumatismos y las
enfermedades de la piel tales como el acné. Se prepara en infusión utilizando 25
gramos de hojas o de raíces secas para un litro de agua.
SAÚCO: He aquí otro arbusto del que todas sus partes, las hojas, las flores, los
frutos e incluso la corteza, pueden ser utilizados.
Los frutos, en primer lugar, cuyas propiedades laxantes son conocidas desde la
edad de las cavernas. Las hojas a continuación, diuréticas y depurativas, que
permiten fabricar un «té» caro al abate Kneipp. «Tomad de seis a ocho hojas de
saúco, escribía el siglo pasado, cortadlas a trozos pequeños, como se hace con
el tabaco, y hacedlas hervir durante aproximadamente diez minutos. Todas las
mañanas, una hora antes de vuestro desayuno, tomaréis una taza de este té
durante toda la duración de vuestra cura primaveral. Este simple té depurativo
limpia la máquina del cuerpo humano de una forma excelente...»
Las flores, después, que una vez secas proporcionan en infusión un remedio
contra la gripe y las fiebres infantiles.
La corteza, finalmente, de la que se extrae una decocción excelente en caso de
hidropesía.
TANACETO: De la misma familia que el ajenjo, es utilizado principalmente como
vermífugo. Beber por las mañanas en ayunas una infusión de flores (5 gramos
aproximadamente para una taza de agua), o administrar en lavativa (30 gramos de
flores en infusión en un litro de agua hirviendo salada).
TILO: Conocemos ya las propiedades de la albura del tilo, pero sus flores poseen
cualidades que tampoco son de despreciar. Frescas o secas, permiten preparar
infusiones calmantes particularmente recomendadas en casos de insomnios, de
dolores de cabeza, de palpitaciones y de angustias.
TUSÍLAGO: Es una planta extraña, cuyas flores se abren antes de que hayan
aparecido las hojas, lo que no impide de ningún modo el que se puedan utilizar
indiferentemente las unas y las otras, puesto que sus propiedades son idénticas.
En infusión (de 30 a 40 gramos para un litro de agua), curan las bronquitis
crónicas, los resfriados y la sinusitis. En decocción (las proporciones son
idénticas), proporcionan un gargarismo desinfectante, notable contra las
anginas.
VALERIANA: Es un poderoso calmante que es adecuado tanto en los casos de
histeria, de epilepsia, de depresión nerviosa, de convulsiones, como para curar
las migrañas y
los calambres.
De hecho, es el rizoma lo que se utiliza, ya sea para preparar infusiones (100
gramos para un litro de agua), ya sea para confeccionar decocciones que se
añaden al agua del baño.
VERBENA: Era la hierba mágica por excelencia, utilizada por los druidas para
perfumar el agua con la cual lavaban sus altares. Hoy en día, se consume en
infusión, y se revela particularmente benéfica para las mujeres encintas, a las
que tonifica el útero, y para las madres lactantes, a las que aumenta las
secreciones lácteas.
Contra los lumbagos y las ciáticas, permite realizar cataplasmas que calman muy
rápidamente el dolor.
VIOLETA: A los habitantes de la ciudad les cuesta imaginar que esta hermosa
florecilla, delicadamente perfumada, sea la base de unas tisanas expectorantes
particularmente eficaces. 5 ó 6 gramos de violetas secas en un litro de agua
hacen más para curar los resfriados y las bronquitis que muchos otros remedios
complicados.
VULNERARIA: Una planta vulneraria, en el lenguaje de los fitoterapeutas, es una
planta que ayuda a la cicatrización de las heridas, y ésta hace honor a su
nombre. Pero permite también preparar un vino recomendado para las mujeres que
tienen problemas menstruales.
Hacer macerar 50 gramos de flores secas en un litro de vino blanco seco. Filtrar
y conservar en una botella bien tapada. Tomar un vaso de vino antes de cada
comida.
ZARZAPARRILLA: Los «Pitufos», estos encantadores personajillos de historieta, la
encuentran deliciosa. De hecho, durante mucho tiempo se ha creído que esta
planta, originaria de México y pariente próxima de la enredadera picante de
Europa, curaba las enfermedades venéreas y, en particular, la blenorragia y la
sífilis. Eso no es en absoluto cierto, pero sus cualidades, al mismo tiempo
diuréticas y desinfectantes, hacen de ella un excelente auxiliar de los
tratamientos químicos de estas enfermedades.
Y SIEMPRE LA BELLEZA
—Dime, primo, si te lo pidiera con insistencia, ¿harías el amor con la persona
que hay aquí? —preguntó Erzsebeth, con un estallido de risa.
—¡Por supuesto que no! —respondió el agraciado caballero—. Ni que me fuera en
ello la cabeza. Es demasiado fea y vieja.
Respuesta que no podía ser más funesta, ya que la vieja mujer la oyó. Irguiendo
penosamente su arqueada espalda, miró fijamente a Erzsebeth Bathory a los ojos y
le lanzó:
—No te burles, condesa, porque un día tú también serás como yo, y entonces
notarás mucho más que yo la ausencia de los hombres.
La joven, sin embargo, estaba todavía en lo más esplendoroso de su belleza.
Descendiente de una de las más antiguas familias de Hungría, emparentada con los
Habsburgo de Austria, se había casado hacía algunos años con Ferenc Nadasky,
cinco años mayor que ella y, además, inmensamente rico. Tras los primeros días,
ella había empezado a engañarle, principalmente con Ladislas Bende, que
cabalgaba cerca de ella. Todo aquello debería haberla tranquilizado. Sin
embargo, la aterró. Regresó con las bridas sueltas a su castillo de Csejthe, una
impresionante y siniestra fortaleza erigida sobre un espolón rocoso de los
Cárpatos. Con un gesto, rechazó a su atractivo amante y corrió a refugiarse en
una habitación extraña, cubierta de espejos, que había hecho instalar hacía unos
meses. Allí, completamente desnuda, espió durante varias horas las acechanzas de
la edad sobre su magnífico cuerpo.
La hermosa condesa tenía pánico a envejecer. Desde hacía ya mucho tiempo
utilizaba todos los elixires y todas las pomadas que le preparaban con gran
secreto médicos y alquimistas. Desde hacía tiempo, tenía el convencimiento de
que la sangre fresca de alguna joven virgen sería sin duda mucho más eficaz. La
réplica de la vieja mujer la hizo penetrar en la locura. Ayudada por Dorko, un
enano monstruoso, y de Jo liona, su nodriza, hizo, en una decena de años, matar
en las más horribles condiciones a más de novecientas jóvenes.
Para recoger su sangre, inventó los más abominables instrumentos de tortura,
entre los cuales, una jaula erizada de púas. Encerraba allí a sus víctimas,
completamente desnudas, y luego hacía izar la jaula hasta el techo. Tras lo cual
Jo liona y Dorko, armados con un largo atizador calentado al rojo, obligaban a
las desgraciadas a debatirse para que se hirieran con los hierros. Muy pronto,
era una auténtica ducha de sangre lo que caía sobre su dueña.
El segundo invento de la condesa maldita era una especie de autómata que tenía
la apariencia de una mujer joven. Nada faltaba en él, ni los cabellos ni los
ojos de porcelana. Pero esta virgen de hierro estaba hueca y, cuando se
encerraba en ella a una mujer, largos puñales entraban en movimiento, lacerando
su carne hasta que la sangre empezaba a fluir y, siguiendo un canal practicado
en el suelo, iba a llenar la bañera donde aguardaba Erzsebeth.
Y esto duró diez años, hasta la llegada al castillo de liona Harczy, una joven
cantante vienesa de dieciséis años. Erzsebeth la había invitado a Csejthe a fin
de que pudiera reposar su voz en el aire puro de las montañas. La noche de su
llegada, tras haberle cosido los labios para impedirle gritar, trababa
conocimiento con la virgen de hierro. A la mañana siguiente, su anfitriona
anunciaba que había muerto súbitamente durante la noche, y ordenaba que se
celebraran unos magníficos funerales.
La desaparición de una joven de la buena sociedad pasó menos desapercibida que
la de las pequeñas campesinas. El pastor Ponikenus, que al principio se había
negado a celebrar el servicio fúnebre, para terminar luego accediendo a
condición de que se desarrollara de la manera más sencilla, no dejaba de pensar
que, el día de su llegada, la cantante no parecía en absoluto enferma. Expuso
sus temores a György Thurzo, gran paladín de la alta
Hungría.
Este último tenía ya sus dudas. Decidió intervenir y ordenó la entrada de la
policía en el castillo. El 2 de enero de 1611, descubría en él los instrumentos
de tortura puestos a punto por Erzsebeth. Inmediatamente, ordenó el arresto de
Dorko y de Jo liona, así como de una decena de otros servidores, que no tardaron
en confesar las horribles cosas de las que habían sido cómplices. Fueron
condenados a muerte y, el mismo día de su ejecución, los albañiles emparedaron
todas las salidas de Csejthe, donde permanecía encerrada la condesa. Iba a
sobrevivir todavía tres años, pese a la soledad, pese a la falta de alimentos.
¿De qué modo consiguió resistir? Nadie lo sabe.
Lo que Erzsebeth Bathory había pedido a la sangre humana hubiera hecho mucho
mejor buscándolo en la de las plantas, en su savia, en sus jugos, que contienen
todos los principios vitales capaces de preservar la belleza y de impedir, en la
medida de lo posible, por supuesto, que la piel envejezca. Éste es
principalmente el caso de todas las aguas de Smith, de Colonia o de miel.
AGUA DE BOTOT: Esta agua dentífrica se obtiene haciendo macerar en alcohol de
60° caliente algunos gramos de canela, de clavo y granos de anís. Aromatizar
tras el filtrado con algunas gotas de esencia de menta.
AGUA DE COLONIA: Es sin duda la más célebre de las aguas de belleza. Se fabrica
mezclando 10 gramos de esencia de bergamota con 10 gramos de esencia de limón,
10 gramos de esencia de sidra, 5 gramos de esencia de romero, 5 gramos de
esencia de azahar, 5 gramos de esencia de lavanda, 2,5 gramos de canela y 1
litro de alcohol de 90°. Añadir al conjunto 150 gramos de agua de melisa y 100
gramos de alcohólate de romero. Dejar macerar una semana y filtrar.
AGUA DE MIEL: Esta agua muy suave —como la miel— es particularmente conveniente
para limpiar las pieles sensibles y los párpados.
Hacer una primera mezcla de agua de rosas y agua de azahar. Añadir en seguida a
este líquido miel (muy poca), algunos clavos, cilantro, cortezas de limón
ralladas, nuez moscada en polvo y una vaina de vainilla. Las proporciones en las
cuales conviene mezclar estos distintos ingredientes son variables y dependen
del gusto de cada uno. Dejar macerar una semana y filtrar.
AGUA DE RAMILLETE: Esta agua de belleza delicadamente perfumada limpia la piel
en profundidad, pero exige una preparación minuciosa, debido a lo complejo de
los
ingredientes que la componen.
Mezclar 65 gramos de agua de miel {ver más arriba), 30 gramos de alcoholato de
clavo, 125 gramos de agua sin par {ver más abajo), 35 gramos de alcoholato de
jazmín, 30 gramos de alcoholato de lirio y veinte gotas de esencia de azahar.
AGUA SIN PAR: También limpia la piel en profundidad, desinfectándola al mismo
tiempo.
Puede ser fabricada fácilmente en casa mezclando 5 gramos de esencia de limón, 4
gramos de esencia de cidra, 4 gramos de esencia de bergamota y 100 gramos de
alcoholato de romero en un litro de alcohol de 90°.
AGUA DE SMITH: También desinfectante, al mismo tiempo que agradablemente
perfumada, se obtiene mezclando, en un litro de alcohol de 90°, 60 gramos de
esencia de lavanda, 30 gramos de tintura de ámbar y 500 gramos de agua de
Colonia.
Y, puesto que estamos con las aguas, he aquí una, la más natural que se pueda
encontrar tras la de los manantiales. Es, simplemente, la savia de abedul.
«En todo el norte de Europa, escribía el doctor Percy, cirujano de los ejércitos
de Napoleón, comenzando en nuestros departamentos del Rin y hasta los confines
de Rusia, el agua de abedul es la esperanza, la felicidad y la panacea de los
habitantes, ricos y pobres, grandes y pequeños, señores y siervos. Las
enfermedades de la piel, las espinillas, los herpes, el acné rosáceo, etc.,
raramente le resisten...»
Esta agua se recolecciona en la primavera, antes de que las primeras hojas hayan
tenido tiempo de agotar la savia que sube. De acuerdo, no resulta muy fácil,
sobre todo hoy en día, conseguirla, pero se puede reemplazar por una decocción
de hojas de abedul secas (50 gramos para un litro de agua) que tiene,
sensiblemente, las mismas propiedades.
Más «fuerte» es esta preparación, excelente para limitar la transpiración de los
pies y, en todo caso, para eliminar su olor: hacer macerar 500 gramos de cola de
caballo en medio litro de alcohol de 60° durante quince días, removiendo el
frasco de tanto en tanto, luego filtrar.
Tras la piel, los cabellos. He aquí algunas recetas de champús y lociones
capilares que podrán realizar muy económicamente en su casa y de las que pueden
estar seguros de que son enteramente naturales.
CHAMPÚS:
—Anticaspa: Hacer macerar un buen pellizco de saponaria en medio litro de
infusión de capuchinas.
—Cabellos secos: Echar algunas gotas de aceite de oliva sobre una yema de huevo
y remover como para hacer una mayonesa, incorporando al mismo tiempo el
contenido de un vaso de licor de ron.
—Cabellos grasos: Echar un buen pellizco de saponaria en medio litro de
decocción de hojas de repollo.
—Cabellos normales: Preparar medio litro de infusión de camomila y añadirle una
pulgarada de saponaria. Esta preparación es conveniente para los cabellos
rubios. Para los cabellos castaños o negros, reemplazar la infusión de camomila
por una decocción de hojas de nogal.
LOCIONES:
—Contra la caída del cabello: Tomar 100 gramos de hojas, de flores y de semillas
frescas de capuchina, 100 gramos de hojas de ortiga igualmente frescas, 100
gramos de hojas de boj también frescas. Picar todas estas plantas y hacerlas
macerar en 500 gramos de alcohol de 90° durante una quincena de días. Filtrar y
perfumar con una esencia a elegir.
—También contra la caída del cabello: Mezclar 25 gramos de alcohol de lavanda,
25 gramos de éter, y un vaso de agua destilada.
—Contra la caspa: Frotar el cuero cabelludo con el interior de una corteza de
limón a fin de arrancar las pieles
muertas.
—Contra la seborrea: Hacer hervir juntos en medio litro de agua una lechuga y un
puñado de perejil. Filtrar y utilizar tibio.
El baño ahora, que es también un precioso auxiliar de la belleza... y no es
Diana de Poitiers quien hubiera dicho lo contrario, ella que, a semejanza de
Cleopatra, se bañaba en leche de burra. Hoy en día, por supuesto, resulta muy
difícil hacer como ella, a menos que se sea millonario. ¿Quiere esto decir que
los baños de leche son prohibitivos para las mujeres? Por supuesto que no,
puesto que existe... la leche en polvo, que no es más cara que cualquier otra
sal o aceite de baño vendidos habitualmente en los comercios.
Para todos los demás baños, se tomará en primer lugar la precaución de preparar
una decocción muy concentrada de la planta —o plantas— elegida, que se echará en
la bañera al mismo tiempo que un puñadito de saponaria.
Estas pocas recetas de belleza, estos trucos, son tan viejos como la femineidad.
Desde el día en que Eva, arrancando una hoja —¿de parra?— para ocultar su
desnudez, se dio cuenta de que la naturaleza podía proporcionarle todas las
armas de la seducción, las mujeres no han dejado de aprovecharse de esta enorme
despensa, cada una a su manera y en función de las necesidades de su piel.
Las plantas no han cambiado, son las mujeres quienes ya no confían en ellas. Sin
embargo, cocinan con ellas, beben tisanas de ellas, aunque la simple idea de
confiar su belleza a estas hierbas que tan a menudo consumen les hace
estremecerse. Es como para dudar de la lógica femenina...
PEQUEÑO LÉXICO BOTÁNICO
BAYA: Pequeño fruto carnoso con pepitas que es, en realidad, la semilla de la
planta.
BROTE: Llamado también yema, aparece en primavera, principalmente sobre los
árboles y los arbustos, y puede estar recubierto de escamas o guarnecido por una
pelusilla. En el interior de su caparazón se hallan los embriones de las hojas
y, algunas veces, de los tallos.
BULBO: Se le llama más comúnmente la «cebolla» y, de hecho, la propia cebolla es
un bulbo. No hay que confundirlo con el rizoma ni con las raíces que brotan del
bulbo para hundirse en la tierra.
CABEZUELA: El Larousse en dos volúmenes la define como un «tipo de
inflorescencia de varias flores sin pedúnculo e insertadas las unas al lado de
las otras sobre el receptáculo».
CORTEZA: Es la piel, la envoltura de los árboles y de algunos
frutos.
FOLÍCULO: Fruto seco en forma de saquito que se abre en su madurez por una
hendidura única que pasa exactamente entre las dos hileras de semillas que
contiene.
PÉTALOS: Laminillas blancas o coloreadas que forman la corola de las flores.
REMATE: Parte de una planta, que comprende lo alto del tallo y la flor.
RIZOMA: Es un tallo subterráneo de donde parten las raíces que se hunden en el
suelo y el tallo que asciende hacia la luz.
SEMILLA: Es ella la que asegura la reproducción de la especie. Es pues, la parte
activa del fruto —granos,
pepitas o núcleo—, mientras que la pulpa no es más que la parte inerte,
destinada ya sea a proteger, ya sea a alimentar la semilla.
TALLO: Corresponde al tronco de los árboles. Tubérculo: No hay que confundirlo
ni con el bulbo ni con el rizoma. El tubérculo no desprende raíces, sino que se
forma sobre las raíces o las partes aéreas de la planta. De hecho, contiene las
reservas nutritivas de esta planta. Umbela: «Tipo de inflorescencia», para tomar
las palabras del Larousse, en la cual los pedúnculos de cada flor se hallan
insertados en un mismo punto. Vaina: Fruto seco como el folículo, pero que se
abre por dos hendiduras opuestas.
LÉXICO FITOTERAPÉUTICO
La acción de las plantas se define por palabras muy particulares. He aquí,
comunicadas por Henri Errera, los principales términos de este lenguaje técnico.
ABORTIVO: Que amenaza con provocar el aborto.
AFRODISÍACO: Que favorece la actividad sexual.
AMARGAS: Dícese de las plantas como la achicoria o la genciana, cuya principal
característica es el amargor.
ANAFRODISÍACO: Que atenúa el deseo carnal.
ANALÉPTICO: Que posee propiedades fortificantes, que estimula y da nuevas
fuerzas.
ANALGÉSICO: Que atenúa el dolor.
ANTÁLGICO: Sinónimo de analgésico.
ANTIASTÉNICO: Que combate la astenia, que estimula las fuerzas en caso de
deficiencia nerviosa o psíquica.
ANTIBIÓTICO: Sustancia, producida por un ser vivo, que combate la infección.
ANTIDIARREICO: Que elimina la diarrea.
ANTÍDOTO: Que combate los efectos del veneno.
ANTIESCORBÚTICO: (Es decir la vitamina C). Que impide o cura el escorbuto.
ANTIESPASMÓDICO: Que calma los espasmos y calambres.
ANTILECHOSO: Que detiene la subida de la leche.
ANTIPIRÉTICO: Que elimina la fiebre.
ANTIPÚTRIDO: Que detiene la putrefacción.
ANTISÉPTICO: Que destruye los microbios o impide que se desarrollen.
ANTITÉRMICO: Que baja la temperatura.
ANTITÚSICO: Que calma la tos.
APERITIVO: Que abre el apetito.
AROMÁTICO: Que desprende un perfume agradable gracias al cual se puede
enmascarar el gusto amargo de algunas preparaciones.
ASTRINGENTE: Que contrae y afirma los tejidos, ayuda a las heridas a cerrarse y
detiene las hemorragias sanguíneas.
BACTERICIDA: Que mata las bacterias.
BACTERIOSTÁTICO: Que detiene la multiplicación de las bacterias.
BALSÁMICO: Que desprende un olor a resina y calma la tos o despeja las vías
respiratorias.
BÉQUICO: Que calma la tos, pero no huele obligatoriamente tan bien como el
precedente.
CARDIOTÓNICO: Que tonifica el corazón.
CARMINATIVO: Que reabsorbe o facilita las fermentaciones intestinales.
CÁUSTICO: Que tiene poder corrosivo y quema la piel.
COLAGOGO: Que aumenta las secreciones biliares.
COLERÉTICO: Sinónimo del precedente.
CORDIAL: Que fortifica o que estimula.
CUTÁNEO: Que tiene una acción sobre la piel.
DEPURATIVO: Que purifica la sangre.
DETERSIVO: Que limpia la epidermis o las heridas.
DIAFORÉTICO: Que hace transpirar abundantemente.
DIGESTIVO: Que facilita la digestión.
DIURÉTICO: Que estimula la diuresis, es decir la producción de orina por los
riñones.
DRÁSTICO: Que purga enérgicamente.
EDULCORANTE: Que endulza un producto demasiado alcoholizado o amargo.
EMENAGOGO: Que provoca y regulariza el volumen de las menstruaciones.
EMÉTICO: Que hace vomitar.
EMOLIENTE: Que disminuye las inflamaciones locales.
ESTIMULANTE: Que provoca una excitación general.
ESTOMACAL: Que estimula el estómago y facilita la digestión.
ESTORNUTATORIO: Que hace estornudar.
ESTUPEFACIENTE: Que adormece los centros nerviosos y provoca una sensación de
euforia que crea hábito.
ESTROGÉNICO: Que estimula la función ovárica.
EUPÉPTICO: Sinónimo de digestivo.
EXCITANTE: Que tiene un efecto estimulador sobre las glándulas y el sistema
nervioso.
EXPECTORANTE: Que ayuda a evacuar las mucosidades de los bronquios o de los
pulmones, es decir a expectorar.
FEBRÍFUGO: Que hace bajar la fiebre.
GALACTÓGENO: Que favorece e incrementa las secreciones lácteas.
HEMOLÍTICO: Que destruye los glóbulos rojos.
HEMOSTÁTICO: Que detiene las hemorragias sanguíneas.
HEPÁTICO: Que cura el hígado.
HIPERTENSOR: Que aumenta la tensión arterial.
HIPNÓTICO: Que favorece o produce el sueño.
HIPOGLICÉMICO: Que hace bajar el índice de azúcar en la sangre.
HIPOTENSOR: Que disminuye la tensión arterial.
LAXANTE: Que activa la evacuación intestinal.
LENITIVO: Que ablanda.
MUCÍLAGO: Sustancia viscosa de origen vegetal que disminuye las irritaciones de
los tejidos.
NARCÓTICO: Que provoca el sueño.
NECROSANTE: Que provoca una necrosis, es decir la muerte de los tejidos.
NEFRÍTICO: Relativo a los riñones.
PECTORAL: Que actúa sobre la función respiratoria.
PERISTÁLTICO: Que favorece las contracciones del intestino.
PURGANTE: Que libera el intestino.
REFRESCANTE: Que posee efectos laxantes y depurativos.
RESOLUTIVO: Que disipa las inflamaciones y hace desaparecer las obstrucciones.
REVULSIVO: Que provoca una congestión local para curar otra.
RUBEFACIENTE: Que hace enrojecer la piel y activa la circulación en los pequeños
vasos sanguíneos.
SEDATIVO: Que calma.
SINÉRGICO: Que asocia la acción de dos o más plantas.
SOPORÍFICO: Que hacer dormir.
SUDORÍFICO: Que hace transpirar.
TENÍFUGO: Que expulsa la tenia.
TÓNICO: Que hace desaparecer la fatiga y reconstituye las fuerzas.
TÓPICO: Que atrae la sangre a flor de piel.
VASOCONSTRICTOR: Que constriñe los vasos sanguíneos.
VASODILATADOR: Que dilata los vasos sanguíneos.
VENENOSO: Que contiene veneno.
VERMÍFUGO: Que expulsa las lombrices.
VESICANTE: Que provoca hinchazones en la piel.
VULNERARIO: Que favorece la cicatrización de las heridas.
TABLA DE EQUIVALENCIAS
Algunos de los productos indicados en el presente texto tienen diversa
denominación en varios países de habla hispana. Para los lectores de dichos
países, damos a continuación las equivalencias, así como las de algunas
expresiones.
Aguacate: palta, avocado
Albaricoque: damasco, chabacano
Alcachofa: alcaucil
Al ast: al spiedo
Aliñar: condimentar, aderezar
Barbacoa: parrilla
Bistec: bife
Brioche: pan de Viena
Calabaza: zapallo
Calabacín: zapallito, zapallito italiano
Charcutería: fiambrería
Col: repollo, berza
Despojos: achuras, chunchules
Embutidos: fiambres
Entremeses: entradas
Fresa: frutilla
Guisantes: arvejas, chicharros
Judías blancas: porotos, frijoles
Judías verdes: chauchas, ejotes, bajocas, porotos verdes,
vainas
Mahonesa: mayonesa
Maíz: choclo, abatí
Melocotón: durazno
Nabo: cayocho
Nevera: heladera, refrigerador
Patata: papa
Plátano: banana
Piña: ananá
Potaje: sopa de verdura
Rustido de cerdo: cerdo al horno
Sorbete: helado de agua
Tomate: jitomate
Zumo: jugo
Este es el cuaderno secreto de la abuela del autor, donde la buena mujer
consignaba las recetas largamente experimentadas que le habían sido legadas por
la tradición y que eran elaboradas con autenticidad.
La abuela conocía un gran número de remedios naturales y caseros que
precisamente constituyen la base de este libro. Tenía recetas para todo: dolores
de barriga, migrañas, verrugas, heridas, indisposiciones, resfriados, que con
sus recetas y tisanas se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos.
¿Desdeñar los remedios caseros? Gracias a este cuaderno y a otras
investigaciones, todo el tesoro y las virtudes de las plantas, de las verduras,
de las frutas, de las pociones ya no tienen secretos para Jean Michel Pedrazzani
ni, leyendo este libro, para ninguno de nosotros.
|
|
|