¿Está Dios presente en las relaciones sexuales de cada
pareja? ¿Qué
relaciones son las que Dios santifica y bendice, y cuáles no? ¿Está El
presente automáticamente o sólo si existe un verdadero amor en la
pareja? O, ¿viene Dios sólo si se le invita? Y ¿en qué medida Dios
participa?
Estas son preguntas cruciales que cada uno debería de hacerse y que
debería saber responder con confianza antes de entregarse a una
relación intima con su pareja.
La Biblia nos dice que "Dios es amor" (I Juan 4:7-8), y que el amor se
origina en Dios. Dado que la vida misma surge del amor, tenemos que
reconocer que la relación verdadera de amor entre un hombre y una mujer
debería ser el valor supremo, y la expresión de ese amor a través del
acto conyugal debería tener una dimensión mística y sagrada, ya que es
la unión íntima entre el marido y la esposa con Dios para disfrutar y
expresar el amor eterno que El originalmente diseñó.
¿Por qué entonces hay quienes renuncian a ese amor en el nombre de
Dios? La vocación genuina que ciertas personas sienten por una vida de
celibato en algunas tradiciones religiosas, creo que se relaciona con
dichas preguntas. De algún modo, quienes sienten ese llamado a una vida
de renuncia, creo que intuitivamente reconocen que no están todavía
preparadas para establecer un matrimonio divino o sagrado. Un
matrimonio en el que Dios se fundiría con ambos: el marido y la esposa
en una unión mística e íntima. Por ello asumir de forma genuina unos
votos de castidad representa una motivación muy noble, llena de
significado y al mismo tiempo admirable. Aunque en otras ocasiones,
también percibieron que el acto sexual era algo impuro o degradado,
aunque necesario para la procreación de la especie.
Originalmente, el acto del amor debería ser lo más precioso, hermoso y
santo en la vida. Pero, sin embargo, es paradójico y muy significativo
descubrir el hecho de que constantemente durante toda la historia
humana, los órganos sexuales y el acto del amor hayan sido vistos como
algo sucio y vergonzoso. También es sintomático que la mayoría de los
idiomas usen frecuentemente el lenguaje más obsceno y vulgar para
describir los órganos sexuales y el acto del amor.
El adulterio es la más grande traición imaginable contra el compromiso
del amor conyugal, y sin embargo, ese problema, desafortunadamente lo
vemos repetido, en todos los ámbitos y culturas a través del tiempo,
así como la prostitución, que reduce la sexualidad a una mera
mercancía. Los incestos, los abortos, las violaciones y toda clase de
perversiones sexuales que se realizan a través de los órganos del amor,
invadieron y contaminaron la vida de los hombres en todas las razas,
culturas y religiones a través de toda la historia humana pasada y
presente. Estas son pruebas evidentes de que existe algo terriblemente
equivocado y desviado en la conducta humana, en relación al amor y su
expresión sexual.
Por eso hay quienes creen que la "caída" o "pecado original" que ocurre
en los mismos albores de la historia humana, y que desvió y separó del
ideal divino a nuestros antepasados originales, tuvo que ver
precisamente con el "amor" y más concretamente con el amor conyugal.
Ese "amor conyugal" nunca llegó a ser esa experiencia mística, sagrada
y divina, ese encuentro simultaneo con Dios y con el amado, como estaba
supuesta a ser. Desafortunadamente se transformó o convirtió en un
pobre substituto o imitación de lo que realmente debería de realizarse,
específicamente, la comunión entre el marido, la esposa y Dios; la
experiencia suprema que sería más poderosa, excelsa y sublime que la
oración o cualquier otra actividad espiritual o religiosa.
El impulso del amor sexual es la fuerza interior más poderosa. Si no
somos capaces de controlarla, conquistarla y usarla en la dirección
correcta, entonces será esa fuerza la que nos conquistará a nosotros.
Esta es la razón por la que ha sido tan difícil para los hombres
superar el deseo por el amor ilícito. Todas las grandes religiones en
la historia han tratado de superar dicho problema y por eso han puesto
al adulterio y la fornicación entre los más grandes pecados. Incluso en
muchos casos, han propugnado y defendido una vida de celibato como
medio de purificación y acercamiento a la dimensión más alta del amor
de Dios. Haciendo de esta forma una clara distinción entre el amor
original divino y celestial que aspiraban alcanzar y el nivel degradado
y corrompido del amor mundano existente.
Por estas y otras razones, la virginidad consagrada (como los
religiosos católicos la llaman) era preferible al matrimonio sólo
cuando los llamados a esta renuncia se consagraban a sí mismos
totalmente al servicio de Dios y buscaban la unión mística primero con
Él. Se pensaba que el corazón de las personas casadas permanecería más
o menos "dividido" entre el amor de Dios y el amor al cónyuge. De algún
modo no pudieron, o no se arriesgaron a unir ambos amores en una misma
dimensión.
Es un hecho muy significativo que desde los años sesenta más de 400.000
sacerdotes católicos dejaron sus hábitos para casarse. Todos ellos,
estoy seguro, entienden muy bien éste dilema. Creo que agonizaron antes
de tomar su decisión, y reflexionaron profundamente cómo justificar,
armonizar y fundir en uno el amor a Dios, al cónyuge y a su vocación.
La victoria y el éxito en esa búsqueda será la clave para la
restauración y recuperación de ese reino de felicidad en el amor
permanente que el Creador planeó para cada pareja y familia desde la
creación del mundo, y que cada persona desea en su ser más interior. En
otras palabras, recuperar esos dones preternaturales y esa gracia que
nos permitirá reconstruir de nuevo el Paraíso terrenal perdido.
¿Con quien finalmente vamos a experimentar y compartir la intimidad de
nuestro ser día a día en un eterno para siempre? Obviamente dicha
persona será nuestro esposo o esposa y por supuesto esa unión incluye
el espíritu de Dios que se fundirá con cada pareja en el disfrute de
ese matrimonio y amor sexual bendecido. A pesar de nuestro amor,
gratitud y admiración por Jesucristo u otros hombres y mujeres
extraordinarios, ellos no son las personas con quienes de acuerdo con
el propósito original de la creación estamos destinados a fundirnos y
llegar a ser dos en una sola carne. Debido a que Dios no tiene un
cuerpo ni brazos para abrazarnos y al igual que nuestra mente es
invisible e intangible, tanto aquí como en el Mundo Espiritual, será
nuestro esposo o esposa quien se convertirá finalmente en el rostro de
Dios y sus abrazos y su amor serán la expresión tangible y substancial
del abrazo y el amor de Dios.
La virginidad consagrada y el celibato permanente como camino de
perfección, ha sido una práctica común en el cristianismo y otras
religiones hasta ahora a causa de que el amor conyugal necesitaba ser
restablecido al nivel que Dios quería ver originalmente, de no haber
ocurrido la degradación humana debido al pecado. Cuando eso ocurra se
terminará la necesidad del celibato consagrado.
Después de 24 años de analizar este problema, he llegado a la
conclusión de que el día que todas las personas comprendan, ya desde su
adolescencia, el valor fundamental, sagrado y maravilloso del amor, y
puedan por su propia decisión libre, en forma natural y voluntaria
mantener su virginidad y pureza hasta el día de su matrimonio, y luego
guardar una fidelidad permanente a su pareja, ese día, existirá una
firme y concreta esperanza de poder resolver gradualmente todos los
otros incontables problemas humanos, ya que este problema del mal uso
del amor, como el agujero en la taza, es el problema fundamental y el
más difícil de resolver.
Personalmente, he hecho una promesa a Dios y he asumido el compromiso
de dedicar mí vida, tanto en este mundo como en el próximo, para
contribuir a esta gloriosa meta, porque me he dado cuenta del valor
místico y sagrado que tiene el verdadero amor entre marido y esposa en
unión con Dios, así como también de la tragedia que supone la
destrucción o contaminación de dicho amor. Esta clase de tragedia
continúa ocurriendo día a día en este mundo y es así como
desafortunadamente nos separamos del ideal divino, matamos el amor, y
dañamos la relación con Dios en nosotros mismos.
Nuestro destino natural y evidente será poder experimentar un
"Verdadero Éxtasis de Amor" que se caracteriza por una paz extrema,
tranquilidad, serenidad y una alegría radiante. La pareja experimenta
un estado dichoso, libre de tensiones, una transcendencia del ego y un
sentimiento absoluto de unidad con la naturaleza, con el orden cósmico,
y con Dios. Es característica de esta condición una comprensión
intuitiva y profunda de la existencia, así como un diluvio de múltiples
visiones específicas de relevancia cósmica. Sabemos que ese éxtasis se
deriva del Amor, y que el Amor se expresa en la pareja como energía
sexual transformada. Para comprender esta verdad fundamental del amor,
debemos aceptar el aspecto divino y sagrado de la sexualidad primero, y
debemos aprender a rendirle culto a través de los sentidos. La
aceptación total y el dominio de todas las energías naturales lleva a
la experiencia más sublime.
La pareja siente una ola de energía que los envuelve. A medida que esa
intensa ola los baña de beatitud y gloria, sienten una fusión completa
el uno con el otro, un estado de unidad total. No es sólo un momento de
placer físico; es un intenso sentimiento de conexión profunda, amorosa
con el otro, donde los contrarios dejan de existir, y las energías
masculinas y femeninas fluyen juntas en armonía completa.
Debemos estar abiertos a la noción de que el cuerpo es algo más que el
tacto y no se detiene en la piel. La respuesta sexual es un todo un
proceso--una unión de mente, cuerpo, y alma--y la conexión que sentimos
cuando dicho proceso se da por completo es una experiencia que expande
la mente y el cuerpo en una explosión de creatividad y belleza que nos
abre el corazón.
La primera noche cuando se comparte el primer amor, el momento cuando
marido y esposa se funden juntos en total unidad a través de un amor
completo físico y espiritual, cuando íntimamente se ensamblan en
armonía total, ése es el lugar y el momento donde se cumple con el
propósito entero de la creación. Ese es el punto de comienzo de la
felicidad verdadera, lo que supone la bendición más increíble.
Ese no sólo es el momento cumbre de consumación para hombre y mujer,
sino que es el punto culminante de consumación también para Dios. La
imagen entera invisible de Dios se completa en ese instante. El mundo
espiritual y el mundo físico, el Creador y lo creado, todo llega a ser
uno en ese momento. Es ahí donde se manifiesta la alegría de la
creación. Ese es el comienzo de la felicidad y la esperanza y por eso
debemos restaurar y lograr ese ideal. Esa es la vida que Dios concibió
para cada hombre y mujer aquí en la tierra y en el mundo espiritual
eterno.
El estímulo y realización definitivos de los hombres y las mujeres son
los del amor verdadero, no existe nada mejor. Es como el ancla de la
vida. Cuando el amor de marido y esposa se consuma en este nivel tan
sagrado, Dios está viviendo con ellos en todo momento. Una vez anclados
en el corazón de Dios, el marido y la mujer pueden sentirse satisfechos
y realizados para siempre.
Jesus Gonzalez
jegonzal@wacom.com.uy
de "El Verdadero Amor y el Amor Prohibido"
de Jesús González
MUCHAS GRACIAS JESÚS
LUDY
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