Sekher Castle of Ludy Mellt Sekher
EL PESCADOR
Pascual amaneció antes que el sol
se despertara. Mientras se preparaba el mate y los rudimentos que siempre llevaba en su
chalana pesquera, encendió la radio.
"En la medianoche del sábado
fue encontrado en la playa del Pinar, km. 28, un cuerpo de mujer que se supuso sin vida.
La misma fue descubierta por una
joven pareja que comunicó el hallazgo en la seccional policial de la zona. Intervino de
inmediato la policía técnica y cuerpo médico, constatando que la presunta víctima en
realidad estaba viva.
Fue trasladada de inmediato a un
centro asistencial donde se informó que su estado de salud es perfecto.
Se guarda absoluta reserva sobre la
identidad de la dama y las causas que llevaron a esta extraña situación. Pasando a otra
información
"
No pudo escuchar el resto de las
noticias. Se quedó detenido en el tiempo después de prestar atención al hallazgo en la
playa.
Su mirada se perdía entre los
cacharros de la cocina buscando invidente el portaviandas donde llevaba el almuerzo para
su jornada de dieciocho horas sobre el mar, hasta el anochecer, cuando llevaba la pesca,
que a diario y sin descanso le regalaban profusamente las olas, al puerto del Buceo.
Siempre había navegado solo, él mismo recogía los aparejos y las redes que por la noche
dejaba secar en la escollera.
Dio varias vueltas por la cocina y
no veía que el recipiente estaba delante de sus ojos. Dentro de su mente revivía aquella
tarde de tormenta infernal en el agua, donde intensos relámpagos y un viento enfurecido
levantaba gigantescas olas queriéndolo hundir en el mar. ¿Lo había vivido o lo había
soñado?
En medio de la marejada, luchando
desesperado por mantener su frágil barco frente a la galerna enfurecida que parecía
querer engullirlo, surgió desde el fondo y nadando febril entre las olas aquella hermosa
sirena que con su fuerza increíble lo remolcó hacia la playa y lo depositó sobre la
arena. Tantos años en el mar
Jamas olvidaría aquel rostro, ni su
larga cabellera de rojo intenso como corales, sus ojos verdes como aguamarinas, su piel
tostada color ámbar, y sus senos redondos como naranjas mojadas, y mucho menos olvidaría
su mitad pez azulado y verdoso.
Cuando la sirena se deslizaba
rápidamente hacia su mundo, él atinó a preguntarle: ¿Cómo te llamas?
entre asombrado y delirante por su alucinación. Pero ella respondió desde lejos:
Olarina, volveré a encontrarte, no lo olvides y desapareció entre la espuma
blanca del mar.
Pascual se quedó casi dos horas en
medio de la lluvia que caía desde el cielo como cascadas misteriosas, pasmado por el arco
iris que se formó sobre las aguas cuando la dulce sirena se internó en ellas.
Volvía una y otra vez la tormenta a
su recuerdo. Había sido un día que nunca se borraría de su memoria. No lo había
contado a nadie para que no lo entildaran de loco.
Y en ese momento, apareció el
portaviandas frente a sus ojos, volviéndolo a la realidad. "Sí, estoy loco, no fue
real". Acomodó sus alimentos dentro de la misma, pero su mente repasó el tiempo
transcurrido. Seis largos años en que nunca más logró verla. Y en esos años su mujer
lo abandonó yéndose a vivir con otro hombre, un comerciante.
Sin embargo, él era el que más
pescaba entre sus compañeros lobos de mar. Todos le habían preguntado muchas veces cuál
era su secreto, pero él no sabía porqué recogía el triple de los productos que sus
amigos.
Durante el transcurso de esos seis
años, cada día que se embarcaba soñaba con volver a ver aquella sirena, pero nunca más
se había presentado, ni por arriba del agua, ni escudriñando hacia el fondo.
¿Por qué aquella noticia lo
perturbó tanto? En los últimos dos años trató de quitarla de su mente, para eso
llevaba la radio y muchos libros en su barcaza, tratando de distraer sus pensamientos.
Pero el misterioso sortilegio ejercido por la sirena siempre volvía a su recuerdo.
Escribía mucho, horas y horas garabateando en infinitas hojas (que eran su único gasto
fijo), hermosísimas rimas y poemas dedicados a aquella inolvidable sirena que le salvó
la vida. Olarina.
Sin darse cuenta, ya estaba en
altamar con el sol desde el cenit calentando su piel curtida por el yodo. Era un hombre
musculoso y alto, de renegrido cabello lacio, con barba y bigotes negros, sus ojos
obscuros entoldados por espesas cejas negras y circundados por curvadas arrugas, que
mostraban los años en que miraba el horizonte del mar como el de su vida. Tan solitaria
como aquel mar profundo del cual no podía desprenderse ni un solo día de la semana.
"Tengo que quitarme esta locura de mi mente", repitió otra vez en su
pensamiento.
Entre una guitarra y otra que
escuchaba en la radio, lo sorprendió una nueva noticia.
"La dama encontrada en la playa
en la medianoche de ayer, que permanecía internada en un nosocomio para ser estudiada,
desapareció sin dejar rastros de su paradero. Se interrogó a varios funcionarios del
centro asistencial y nadie pudo dar explicaciones de lo sucedido. No hay indicios de su
salida, ya que nadie se percató del momento en que se retirara del lugar. Pese a las
investigaciones, permanece en el más absoluto misterio la identidad de la mujer.
Consultados los médicos que la
asistieron, informaron a este noticiero que la misma no pronunció palabra alguna, aunque
comprobaron que no era sordomuda. Se cree que pudo ser un caso de amnesia, pero nadie se
explica su desaparición". Y continúo sonando "Guitarra negra", su
melodía favorita.
Pascual movió el dial de la radio
de un lado al otro, buscando alguna otra información del suceso, y al fin, sin oír nada
más, decidió seguir escuchando su programa preferido. "¿Qué me importa eso?...
aparecen tantas cosas en la playa...".
Mientras tanto su barcaza se iba
llenando de peces. Siguió trabajando hasta el atardecer y ya recogiendo sus redes
repletas de los regalos del mar, llegó a la orilla, acomodó su barcaza, recogió la
cosecha en canastas para llevarla esa misma noche al Buceo.
Desde donde guardaba por la noche su
bote hasta el Buceo, iba todos los días caminando con la sutil compañía de las gaviotas
en invierno, y en verano cruzándose con bañistas que disfrutaban del atardecer
inigualable de la playa.
Comenzó su caminata por la orilla
del mar, calzándose un abrigo, esa nochecita se presentaba con un frío demasiado intenso
para la primavera que transcurría.
Se sentía extrañamente suspendido
en el tiempo. Su soledad era la única compañía, pero no necesitaba nada más.
Llegó hasta las piedras de la
playa, lugar más querido por él. Bajó sus canastas al suelo y se sentó en una roca a
mirar el horizonte plateado del mar uniéndose al cielo con una cinta rojo sangre y
doradas nubes. Dejó volar sus pensamientos engarzados a las alas de los últimos albatros
que se despedían de la tarde fría.
Sacó unas hojas de su bolsillo y
escribió por centésima vez:
Olarina, bella diosa sirena,
Dobló la hoja con nostalgia. Nunca
más la había visto. Sabía que era imposible volverla a ver. Pero ella había quedado
prendida en sus recuerdos como una musa, acompañándolo en todo instante.
¿Qué me pasa hoy? Ni
siquiera escribo un poema bien dijo en voz alta, guardando el dolorido papel en su
bolsillo, y poniéndose de pie, retomó el sendero. "Mejor no escribo más".
Ya de pie, giró para continuar el
rumbo. De pronto, todos los peces cayeron de sus canastas y éstas rodaron entre las
piedras, como si quisieran volver al mar. Pascual quedó paralizado como una roca más.
Sus ojos quedaron desorbitados como los de un pez con la vista fija mirando casi sin
párpados
Frente a él venía caminando con
dos altas y contorneadas piernas, Olarina.
Los minutos en que esperó que ella
se acercara a él le parecieron un siglo, no podía moverse y tampoco creía lo que veía.
Se restregó los ojos pensando que era una visión. Pero era ella, la misma sirena que
seis años atrás lo sacó del mar.
Cuando estuvo a unos centímetros de
él, con sus manos de perlas le acarició la barba. Pascual no se movía, pero el corazón
le golpeaba como un tambor en el pecho, que parecía estallarle.
Soy yo, sí, Olarina, ahora me
quedaré contigo.
Pe..pe
pero.. no
pudo decir nada la boca llena de palabras de Pascual. Ella colocó el índice sobre sus
labios cerrándole la boca.
Calla, no digas nada, que con
tus poemas me convertiste en mujer.
Ludy Mellt Sekher ©
del libro "Cuentos
para el Atardecer"
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